viernes, 31 de diciembre de 2010

Con una esquina rota.


Y tal vez, nadie se plantee uno de los mayores milagros hoy, simplemente porque tal vez ni siquiera haga falta hacerlo; una vez leí, que a alguien le gustaban todas las estaciones por igual, y que todas eran perfectas, en la medida que acababan antes de que sus maravillas acabaran de cansarte, y por ello un nieto ingenuo preguntó asombrado en primavera: “¿No me habías dicho que tu estación favorita era el invierno?” a lo que el abuelo contestó que aquello solo ocurría en invierno.

Pero de todos es sabido, que existe una estación más poética y etérea que ninguna otra, esa que tal vez tuviera una esquina rota, cuando un Uruguasho perdió la libertad, y esta con alma de mujer, esa que no aspira más que a ser descubierta irradiante de luz por un hombre, como ya dijo Carmen, diciéndolo todo en nadan y esta entonces, no puede más que fragmentarse, suave y linda por, a lo que de otros, supone es sufrimiento. Y lo que al fin y al cabo todos sabemos que mueve el mundo, el de todos, pero impulsa el suyo deslumbrando el de los demás, con un deslumbramiento que paradójicamente es capaz de ensombrecer y oscurecer nuestro mundo, a la vez que cobra sentido por querer emularlo. Y es que es ese mundo de la estética, el que es capaz de obnubilar nuestro pensamiento perdiéndonos en cadenciosas fragancias, e impeliéndonos a quedarnos en cada una de las páginas desvencijadas que ya quisieran oler a whiskey, como alas de esa estación que todos reconocemos: mayor y más dura que el resto, en su infinita fragilidad de la amapola tronchada, de purpúrea granada abierta, todo depende del poeta escogido, pero siempre de flores y camelias, que suave y delicada vence el más frío invierno, esa estación con cadencia y olor de mujer.

Y aun siendo esta estación, la más femenina y linda, lo es tan solo de nombre, de pensamiento como se diría, lo es tan solo de ideal, ya que al fin y al cabo, no gusta a nadie, más allá de que sea la que más deba gustarnos, y de su gran valor, ya que todos sabemos que es mudable, produce enfermedad, y además aumenta el índice de suicidios y crisis que ninguna otra, tal vez por el temor de cualquiera de las demás a aumentar su miseria. Como otra de aquellas muchas cosas que nos han dicho debe gustarnos, por su valía y belleza, otra de esas cosas incómodas e insostenibles, como la primavera, la mujer o el amor, extraño es que esta última no tenga también su feminidad, tal vez sea por haber querido hacerlo neutro en los albores, pero todos lo sabemos, que no escapa a la infecta cadencia, y… si de esto puede deducirse que no lo hiciera y que no es una de aquellas cosas que adoramos por obligación aprendida, tal vez significaría mucho para mí tal vez no significara nada, en la medida de que por una vez no me estaría mintiendo, con la necesidad que ello conlleva de mentir a todo el mundo.

Y tal vez, todo esto, además de parecer femenino tenga otro de esos toques que me gustan hasta odiarlos, el del elitismo, estético hasta la médula y hasta el tuétano, como todas las palabras que más me gustan, como todas las flores que más venero y las cosas que más admiro, parecen florecer más aun cuanto a menos gente son accesibles, tal vez sea esta la única manera que tengamos de parecer un poco más diferentes de la masa, excesivamente aprehendida, por eso tal vez aciertes, cuando dices que soy femenina, ya que eso escapa a muchas, y prometo que sonrío y miro indiferente de su significado; pero eso no quita que me remueva cuando se reconoce, y es que una de las cosas más temidas es dejar de ser uno más de los incontables nadies, por nadie recordado. Y la mejor manera, tal vez sea la de ser lo más diferente posible, como un Lebowski venido a menos, perdido en un elitismo que quisiera rozar pero le viene grande en todos los sentidos y araña, desgasta y desvencija, haciendo que este pierda su sentido, no solo para él, sino para todos; y por ello lee escritores hispanoamericano que escriben dulce y trata de emulas a Magas cualquieras, y se pone nombres de locas diosas de las flores con más valor del que tendrá ella nunca, tratando de parecer más bohemia de lo que sabe nunca conseguirá, y esforzándose por valorar la estética que a veces parece dar sentido a su vida, escribiendo cosas sin sentido que ni siquiera le complacen, a altas horas de la noche, y que ya no sabe ni como se escriben, porque se le acabaron las cosas que decir, de simple que era, de tonta que fue, y de repente no sabía más que decir, al ver que todo lo antes propuesto tal vez fuera mentira y no más que burda aproximación a lo que quería llegar a ser y que por ende, todo lo que en adelante escribiera no serían más que metáforas para ella misma, que tal vez nadie más quisiera llegar a entender, para no acabar comprendiendo mentiras disfrazadas de elitismo, que no son otra cosa que metáforas, y es por ello, que “Un buen día comprendió, bajo a la calle y rompió todos sus versos...”

Oph**

viernes, 24 de diciembre de 2010

Seasons of love.


"El sol se precipita sobre el horizonte y ha pasado tanto tiempo que se ha vuelto a poner”

Y la respiración suave y distraída empaña la ventana del autobús por la que se fuga aquella imagen que mi retina aun no pudo cristalizar, y las rodillas se amoratan de la presión contra el asiento de en frente, pero no importa, porque de entre la neblina externa tal vez puedan colarse rayos de sol, si mantengo esta postura el tiempo suficiente para que amanezca, y las canciones se suceden a mis oídos, sin que a mí me suceda nada, y es que de un tiempo a esta parte, la música solo parece tal, si la cantas tú.
Y no sé hasta qué punto es relevante, o incluso inteligente, pero yo quiero saber algo más, al menos de mí, por si me voy pronto, para que al menos cuando me vaya, tras sincerarme y llorar, y es cierto, tal vez hacerte daño, tengas algo más que decirme que “que descanses”, y es que si yo soy mutable, tus sentimientos a veces parecen elevar esa mutabilidad al infinito, y es que la vida es triste si trato de medirla por un baremo que no conozco, ese que muchos quisieron llamar “amor”, como tu bien dijiste; porque es entonces, cuando mi mutabilidad más puede tornarla y trastocarla, como si de una pluma empujada por el viento se tratara y así eternamente juega y vibra en el aire cálido como si de una bolsa americana y eternamente bella fuera, suspendida de entre el suspiro de tus labios, de esos que empañas cristalinos, y vapuleada una y otra vez, sube y baja y se trastoca con tu respiración incólume, haciendo cabriolas a tu disposición, servil y sometida como esa mujer sumisa de la que ya los sabios hablaron, no atreviéndose más que a dedicarle un relato corto.

Y sé que no es más, pero sí menos, al ser yo la que lo siente y no cualquier otro, y es por ello que si como del “efecto mariposa” se tratara, por el simple aleteo de esta pluma, de un baremo mal escogido, pude ver, como tal vez todo se derrumbaba, quedando yo aprisionada dentro, sin ruido ni estruendo, ya que los castillos en el aire no caen contra el suelo, y como los de naipes, su frufrú también es de alas. Y es que me empeñé tanto en demostrarme que no existía el amar, que si hoy vienes tú y me lo haces dudar todo se me derrumba y difícilmente puedo reconstruir esa palabra, “amor”, si no es al menos con tu ayuda, sin tu ofensa en el mejor de los casos


Los dedos aletean asquerosamente y con fruición contra el teclado, emulando el batir de alas de las polillas que es capaz de enfermarme y aun así sigo emulándolo y preocupándome cuando parece que tal vaya a dejar de hacerlo impelida, tal vez, por el pánico y la pena de no poder alcanzar nunca con lo que otros superaron la ambrosía.

Y no es tan grande y ni tan honda la empatía de la muerte, cuando de ella no sabemos lo que deriva y por ello solo nos apenamos porque sabemos que a nosotros nos tocará algún día, por si nos vamos pronto, ya saben, no sufren más que por ustedes mismos, como en realidad hacen siempre, y es que eso es exactamente la empatía, eso que a todos nos encanta y parece buena y pura en su esencia, cuando no es nada más allá que el egoísmo más descarado, ese al que no le importa saber que por sí mismo sufre, porque el dolor no se infringe sobre su persona.
Y sí, se acerca el fin de año, inexorable, y se acerca por ende la Navidad, esa que todos decimos odiar y con la que a todos se nos ilumina la mirada al ver un escaparate lleno de dulces adornos, esa mirada que se nos apaga al ver un niño enfadado porque falta alguno de sus múltiples regalos en la noche de reyes. Para que este año sí que sea un año más, lo que es por otra parte un año menos en una cuenta atrás que no sé cuándo acabará que espero que no lo haga nunca, como si se tratara de una tendencia a infinito.

Un año teñido por el sabor del claroscuro y las luces del agridulce paso del tiempo. Y sin embargo, este parece haber sido más largo que ningún otro y más corto que todos los demás todo depende una vez más, para siempre y para todo del baremo que vayamos a usar para su medición y de cuán inexacto y subjetivo vaya a ser esta vez, y es que un año más es siempre, a mal que nos pese, un año menos, y me alegro de que en cierto modo este haya tenido cosas que ningún otro pueda, si quiera, querer emular, como cualquier año, cierto es, como cualquier día y segundo de nuestra vida, pero es que nos gusta dar importancia a cosas que en absoluto la tienen, y es que de algo hay que vivir, que es nuestra gran miseria, y entre ellas estás tú y ya no parece tanta la miseria, que el tiempo no es nada mucho más allá de lo que nosotros queremos que sea y de la sensación que de este tenemos a cada instante, yo este año me siento más vieja de lo que me haya sentido nunca, lo que es lógico y congruente con una biografía cronológica como la que me ha tocado vivir, pero esta vez, sin embargo, el sentido es más amplio, soy más yo y menos lo que quisiera ser, más madura, y es que sé que se trata de tan solo un día más, un día menos, pero ya que soy yo la que decide las mediciones de este nuestro tiempo soy más vieja que ninguna otra vez y sin embargo, al ser menos, no más, me aprovecha si no más y no menos en la terrible paradoja que tú eres, y es que por ello, tal vez sea por lo que me confundas tanto, y sí, tal vez necesite una certeza que aun no tengo para algunas cosas, pero por hoy va a ser suficiente, si para ti lo sigue siendo, si tú pareces no estar tan perdido como yo, y no puedo si quiera imaginar cómo llegaste a no estarlo y de qué se deriva más allá que de estaciones de amor.

No todas las noches son para ser recordadas, pero en las noches para olvidar, siempre hay cosas que recordar.

Oph**

martes, 14 de diciembre de 2010

De tanto hablar de versos.

http://www.megustascuandocallas.com/

Colaboración en el blog: "Me gustas cuando callas".

Oph**

lunes, 29 de noviembre de 2010

Errores.


La realidad no es estética, cierto; pero a veces aparecen errores, y es entonces cuando el sentido del mundo, ese que nosotros le damos, depende únicamente de si existió proximalmente contacto de entre nuestros cuerpos, o el vacío que de normal les rodea sigue quemando, atenuante del resto de la realidad, como ya, de por vida, condicionado, tal vez incluso de manera operante, a recordar la ausencia que de tu olor, al no estar, se destile de entre las sábanas.

Y esa ausencia, que es el dolor, no es más que el alivio de saber que estás viva, y se entremezcla con la dulce incertidumbre de no saber por cuanto tiempo, esa que nos permite hasta crear la infantil e ingenua sensación de infinitud, mientras cada vez que nos vemos creemos a ciencia cierta que nunca será la única, que siempre podría ser la última; aunque de nuestros recuerdos sabemos que siempre alguna lo es, así como lo será el día en que ya no despertemos, lo que es incluso más complejo, ya que se trata de un hecho del que aun no tenemos experiencia, más que la ajena, y que sin embargo por ello no nos asusta menos, sino más, al saber, que lo otro es soportable, incluso superable, en el mejor de los casos, sin que ya nada importe, por no haber despertado, o tal vez, simplemente haberlo hecho sin que nadie de ello diera cuenta ,que es al fin y al cabo lo mismo o simplemente totalmente diferente, al no poder estar nunca seguros de vuestra existencia más allá de la mía, y de no saber qué será de vosotros cuando yo deje de pensaros, cuando tal vez al no despertar, os olvide, ni qué será de vuestras vidas, al no poder continuar para mi incólume mente, y sin saber cómo ni de qué forma, sé que ese día llegará, si es que no lo hizo ya, sin avisarnos de su venida y entonces será cuando de verdad tengamos que derivar el sentido de nuestra vida a otras cosas más superfluas, menos profundas, que si de hoy tu mano, siempre sin rumbo, pero con intención, rozó mi brazo y se me erizó la piel en la espalda, o si de mi pelo se enredó entre tus hombros y mis labios y me sonrojé entre cálido tironeo, y tus mejillas se encendían, dulces, como lo son cada vez que se crispan y tú sonríes, como lo son cada vez que no lo haces, y es por ello que tengo que esforzarme en que no se me olviden, en que vuelvan a hacerlo lo antes posible.

Y sigo sin saber qué sentido le daré entonces a todo y qué sentido tendrá para mi pues lo que hago yo hoy, quizás eso último no importe, por el simple hecho de que hoy no parece determinante para seguir, y tal vez fuera entonces un tiempo perdido, no, no lo creo, preciosa, no fue más que uno ganado, uno que te hizo tal y como hoy eres, y no podrías ser mejor, aunque se haya ido; debes agradecerlo, y alegrarte por haberle tenido, hacerlo como yo nunca supe hacer y así demostrarme que es posible, y que yo también podré hacerlo cuando esto acabe.

Y mientras, pienso en buscarle un sentido alternativo a la infinitud, esa que sé que no existe, ahora que tal vez vuelva a creer en el presente, vuelva a creer en eso que siempre había dicho era el sentido de todo, y sonrío sorprendida, con esa extraña sensación de descubrir, de la ajena conversación de un desconocido-conocido, que era mejor de lo que debería haber sido, y esta, sin embargo, no es más que una de esas explicaciones de repuesto para cuando ya te has ido, una de aquellas de segunda mano, de esas que se centran en la felicidad ajena, esa que ninguna importancia parece tener sino revierte en la propia, aunque por el mero hecho sea de ver sonreír, y es entonces cuando me decepciono y pierdo, al darme cuenta de que al ser más bueno de lo que debería no es más feliz, sino que solo lo fueron los de su alrededor, como a tantos otros ocurrió, y de todos es bien sabido que esto imposibilita cualquiera de la felicidades y que sin embargo nos hace sentir bien con nosotros mismos en la más absoluta incongruencia, esa que teóricamente y de manera lógica nos haría felices, y sin embargo no lo hace, sino que nos rompe, y sí, es que las personas también se rompen, como las cosas, aunque sin hacer ruido, y es por ello que recomponerlas es si cabe más complejo, porque no solo hay que juntar los trozos, hay que saber que lo necesita.

Y redescubrir, a cada tarde de invierno, la importancia de volver a ser la chica del pañuelo rojo, y es que solo sé sentirme bonita, si me veo en tus ojos.

Oph**

martes, 16 de noviembre de 2010

Ilusiones y mentiras.


Y esto es, lo que se podría decir, el: “derivado” de ese odio mío a los recuerdos por su inexactitud, ese que por una vez acabó en letras y no en lágrimas, como tantas otras veces, como tal vez debiera y haría más a menudo, si no fuera, a su manera sutilmente complejo y amenazador, de mi propia intimidad, y de la vuestra, de la de todos y si no se escapara entre mis manos antes de aquí llega, volátil y mudable, como lo soy yo para el mejor de los casos.

Y lo escribo por ello deformado, como no podría ser de otra manera, cuando, por razones a mí externas, y tal vez incluso a mi propia historia, me veo abocada a reescribir, una y otra vez, lo que algunos pueden llegar a tildar que ha sido mi vida, aquellos que menos me conozcan, sin duda alguna; y digo reescribir, en el sentido más estricto de la palabra, no tan estricto, como lo sería, tal vez, la de repetir lo que ya hice, pero tampoco tan abstracto, como si de porrománticas concepciones me creyera en la empresa de cambiar el curso de esta, la que es mi historia; en un futuro que tal vez ni existe hoy ni tal vez existiera nunca. De lo que se trata por ello, es de reinventar la historia, mi propio pasado, ese que irremediablemente ya aconteció, y hacerlo desde mis propias circunstancias, desde mi “yo”, el más actual y actualizable, para que mi historia permanezca lo más inmutable posible, y que por el contrario no permanezca yo, ante ésta incólume, tras su abstracta recuperación.
Y puede, sin embargo, que no sea exactamente igual que en su día aconteció, por mi limitada capacidad de percepción y memoria, pero no es por ello menos verdad sino más, ya que no son sino mis contingentes recuerdos los que constituyen la necesaria base de mi existencia hoy, a mal que nos pese, ya que por obvias razones no soy más que lo que sé que fui, no al menos para mí misma. Y todo lo que tal vez me aconteciera, no lo hizo en realidad en mi historia ni en ninguna otra si es que hoy ya nadie puede recordarlo, así como todo lo que tal vez no lo hiciera con la exactitud que aquí lo narro existió más fuertemente que lo otro, tanto que aun sin existir fue capaz de cristalizar en mi cabeza, y hoy salir a bocajarro y sin previo aviso cristalizándose de nuevo y trastocándose de nuevo en esa sutil distorsión que implicará cada una de las palabras, por su infinito carácter interno, de cada una de las palabras que de manifiesto ponen, para ustedes, hoy, mi historia, esta parte, al menos.
Sin embargo, aunque lo que haga no sea sino escribir mi historia, una vez más, es esta vez por motivos y para razones diferentes, como si de una vez menos se tratara; es así que es la historia, como de costumbre alienada.

Y te fuiste más dolorosamente que si al instante hubieras vuelto, como hacías a veces, porque lo hiciste sin saber a dónde íbamos y sin tan si quiera saber, si es que íbamos a algún sitio para así no tener que cerrar los ojos para remendar esa sonrisa tuya, que dulce dolor infringe. “Túmbate de nuevo”, dijiste tierno, autoritario, “aunque sea un momento”, y el aroma lila crepitaba en su mejilla, sin que a distinguir su color alcanzaras, dibujando su contorno entre la pared y el techo, en esa esquina que de su conjunción se formaba, y hacia atrás fugaba desde mis ojos allí tumbados y parecía que se te llevase, y tú volvieras para estar más cerca a cada segundo, como si a contra corriente te encontraras y la marea no hiciera más que marear mi pobre corazón, cuando a tu cuerpo nada le importaba; y como en un tímido lapso, tímidamente, tal vez, nos separamos y el espacio entre estas, nuestras caras, a la vez que quema me permite delimitar más claramente tus rasgos, y ese espacio relaja mis pupilas, epilépticas, que trataban de reconstruir el todo, huyendo de una a cada otra de las partes, centrándose en todas y en ninguna de ellas a la vez, y sin embargo, ahora que el espacio es mayor del soportable es mi mejilla la que fuga entre los cuadrantes de tu cavernoso hombro, para mancharlo con mi olor y la humedad de mi respiración y que si a ti también te parece que las líneas me fuguen, te parezca también que es solo para marear a tu pequeño corazón; y en cierto y extraño modo, algún recoveco no cubierto, por lo que pretendía ser mi cara permite la entrada de ese oxígeno que tú parecías no necesitar nunca, ese que como es bien sabido envejece las células y mata, ese que es nuestra droga electa, que para ti, como si sobrehumano o anóxico fueras parece tratarse de prescindible, y si quiera experimentas síndrome de abstinencia, y cuando todo lo que esperaba era ese olor de color y cadencia malvas, cuando tal vez debiera haber sido a camelia, ya saben, por su importancia poética y el brillo de sus ausencias, fue esta vez, tu mano la que apareció en mi busca, para mancharse de sonrisa y llenar mis ojos con los tuyos, y desbordarlos aunque estos últimos se encuentren entrecerrados velados por sus infinitos rizos.
Surgió este escrito, o tal vez, de la grotesca asociación existente entre el verbo y la verdad, entre intimar, y la palabra intimidad, que por la simple existencia de la primera, es la segunda la que pierde en cierto modo su sutil tono romántico de candencia melancólica y gana por esta la otra el simple derecho de que por ella suspire; desde el profundo conocimiento de que se trata, al fin y al cabo de una grotesca asociación y de que no mucho tienen que ver la una con la otra.

Y como tú bien dijiste, da igual que seamos contingentes, en el sentido estricto, aunque bien horrible es esto ya de por sí, lo más horrible, y sin embargo, lo más mágico es que lo sabemos, y de ello somos conscientes y de ello nos jactamos cuando contraponemos nuestro parecer al de cualquier otro, sin darnos cuenta y evidenciar que esta es la mayor causa de nuestro sufrimiento, y que es usada para el simple hecho de paliar todas las demás, que son, como ya sabemos completamente prescindibles si de esta vida no se nos derivara ese miedo, ese que convierte nuestra existencia en esta apoteósica convulsión, que es solo soportable si la compartimos, sobre todo si lo hago convosigo, y… ese miedo que tenéis a la muerte, ese que me gustaría tener en vez del que tengo a la vejez, esa que espero tener el privilegio de bien vivir, no es sino otra evidencia de que esto merece la pena más de lo que nos gustaría, por mucho que nuestro sufrimiento sea inabarcable a comprensión por nuestra propia causa y esta nuestra mayor desgracia.

Oph**

domingo, 7 de noviembre de 2010

caleidoscopio.


Porque una vez más decidí que te había olvidado y la mayor sorpresa fue que por una vez era verdad, y entonces fue cuando tuve que dejar de esforzarme por olvidarte, para empezar a esforzarme por recordarte, y eso también duele, a su manera, porque no es más sino otra constatación de que todo ese tiempo en realidad no sirvió de mucho ,de que todo ese tiempo ,que tal vez estuvo perdido,¿ en qué?, ya casi ni lo recuerdo y, sé que solo está perdido si lo comparo con este, tal vez ganado, o tal vez solo me parezca así ahora, y sé que es cruel hacerlo, que nunca debiera haberlo hecho, y tal vez esto nunca hubiera ocurrido si la luz de aquella vela no hubiera iluminado tan tenuemente tu hombro y el olor rosa no hubiera flotado en el ambiente, redondo y duro hombro, como la luna, que constelada sonreía al ver nuestras caras, y sí es posible que incluso Dios estuviera allí si es que existe, y por ello no fuera menos íntimo, sino más profundo, y sé con seguridad que duele, que duele haberte olvidado, es de los pocos sentimientos que hoy no tengo que plantearme, el dolor, la melancolía, ya el dolor es siempre físico, el que me recuerda cómo esto en realidad duele y me impide confundirlo con otros sentimientos, de esos que se entremezclan siempre y no atisbo a delimitar, y es por ello cuando me preguntas que si existe algo más que el cuerpo, eso que alguna vez, entre nosotras y siempre muy bajito, nos hemos atrevido a llamar alma, sonrío, porque aunque no lo hiciera, resulta que este, nuestro cuerpo, también puede sufrir por externas cosas a los humores, y qué más da si al final acaba, si no lo hiciera, tal vez el tedio se ocupara de llevarnos al output profundo del sueño eterno, y es que vivir la eternidad, a todos parece encantarnos a priori, pero a cualquiera asustaría, si lo piensa detenidamente, es por ello que cuando me dices que quieres morir de viejo tuerzo el gesto, y tú te horrorizas cuando soy yo la que quiere decidir, siempre, y sin embargo creo que no podríamos seguir viviendo si no fuera a acabarse algún día, creo que sería demasiado duro enfrentarnos eternamente a esta vida, o a cualquiera, por perfecta y placentera que esta fuera .Y obstinada, sigo escribiendo aunque no quede nada que decir, por el simple hecho de que sé que algún día no podré seguir haciéndolo, aunque en realidad no lo haya tenido nunca, pero ahora puedo seguir, aun sin nada que decir, solo a modo de incorpórea sonrisa, de lágrima seca, ya que pesaba que de felicidad solo se lloraba en las películas, esas de las que vives, y así buscarme cuando estoy perdida entre tus brazos, y decidir cada segundo y vivirlo como si fuera el último, deseando que no lo sea, y que nunca suene la alarma, deseando que nunca toquen las campanas, pero confiando en que algún día lo harán y solo quede el viento frío del recuerdo, ese que deja de serlo cuando el recuerdo no se torna ya feliz, sino irrelevante, y es entonces cuando quema, en lo que una vez heló.

Oph*

lunes, 1 de noviembre de 2010

Ciudadela


Fue así, como la pequeña ciudad obscura implosionó, estallando en miles de millones de fragmentos, millones de partículas que apenan alcanzaban la millonésima parte de un átomo, gravitando y flotando a nuestro alrededor, alrededor desde el cual, y su centro observábamos antes de asistir a nuestra propia muerte, al no poder nadie sobrevivir a la existencia de la cuidad, al no poder hacerlo nadie a su inexistencia, por el simple hecho de la pérdida de esa pequeña certidumbre que ni siquiera sabíamos tener, y que tan dolorosa era en su esencia que luchábamos porque en el viento se perdiera, ensordecidos, al estar sobreexpuestos a su excesiva acústia, que resuena fría desafinado las leyes temperamentales, y en ellas la luz reverbera cegando y empequeñeciendo nuestras pupilas, que de tanto encogerse se desdoblan sobre sí mismas impidiéndonos la visión, que se trastoca errónea al darse la vuelta guiada por nuestras pupilas, ya ciegas, que siguen emitiendo indoloras la última imagen que creyeron haber recibido, y así esta queda grabada de manera constante, sin dolor ni lágrimas, ni conciencia, y así, el olor a azufre atiborra nuestro olfato que no puede recordar sino este dolor que atrofiado olvida todos cuantos un día lejano llegó a poder absorber, y así olvida el olor a mujer, a sombra e incluso a libros, y es el dolor tan fuerte que la sensibilidad se nos nubla y no recordamos más que el golpe en la cabeza antes de perder la conciencia de esas cosas que nunca hicimos.
Es así, como asistimos a la pequeña destrucción de cada una de nuestras pequeñas ciudadelas, esas a las que algunos se atrevieron, tal vez en otra época a tildar de ideas, tal vez no fuera exactamente lo mismo, sino esas que pasan veloces sin dejar poso en nuestra mente que ya cansada, que inexacta y metafísica no puede guardar nada en espacio inexistente y es por ello que olvidamos, y es tras morir cuando en esa lluvia de polvo de estrellas que gravita y a nuestro alrededor se desvanece en neblina incorpórea, parece que tal vez quisimos recordar esa que llamamos inspiración y que tanta facilidad tiene para embarrarnos los poros como para dispersarse a la menor brisa, mudable, como lo son todas las fortunas de tal envergadura esa que algunos de los románticos poetas, quisieron darle nombre de mujer, como lo es su cadencia y su cuerpo que frágil tilita en la neblina que nunca recordarán.
"Era duro renunciar a creer que una flor puede ser hermosa para la nada; era amargo aceptar que se puede bailar en la oscuridad. Si algún consuelo les quedaba era pensar que también él se movía en la misma ambigüedad, orquestando una obra cuya legítima primera audición, debía ser, quizá el más absoluto de los silencios.”
Como lo es siempre el arte, irreverente, silencioso e inocuo, como lo son en el fondo todas las cosas buenas de la vida, todas las que merecen la pena. El cielo gris llora la bohemia, hay tanta belleza escondida en el mundo y nadie quiere verla… de tanto que duele mirarla… al saber que nunca podremos alcanzarla o de ella dejar constancia, de que existió, de que de ello tuvimos experiencia.
Y el olor del libro desvencijado y amarillento entre mis manos muere al coñac y al rímel corrido tras las lágrimas, por haber matado ese olor, la dulce concepción luminiscente que reverbera entre este y mis uñas, y sin embargo qué más azaroso, que el giro que sobre este impone la sombra y hace caer una lágrima inconsciente de su propio recorrido y existencia, una que se ve impelida a su periplo por mi incómodo corazón y mi ya rota inocencia, esa que se dio cuenta de que se puede a tener sexo sin hacer el amor, que se puede tener amor sin musa y musa sin inspiración.

A su manera, y la de tantos otros, ojalá pudiera serlo más---

Oph*

domingo, 17 de octubre de 2010

Humo.




Y así es como Cortázar se atrevió a tildar a la vida de proxeneta de la muerte, mientras que esta verdad sorprende y extraña, es lo más cierto que había yo escuchado de un tiempo a esta parte, al ser esta (la verdad) la que sorbe de la esencia del tiempo, y es que no hay nada más valioso que éste, que el conocimiento de su ausencia, fundamentalmente. Es por ello, que necesitamos saber que estamos fuera de tiempo para movernos a hacer algo, (sí una catarsis, y sí a pequeña escala), a cambiar la situación actual que es detestablemente cómoda y a la que nos aferraríamos más, o tal vez incluso menos de lo que lo hacemos si no supiéramos de esta existencia del tiempo, y de su inexistencia al final del nuestro, atesorándolo, como lo hicieron los hombres grises, esos que grises humos exhalaban a cada suspiro, sin que este se llevara su tiempo como a nosotros nos ocurriría, lo atesoramos, de una manera tal vez si quiera más honrada, de una , que por todos sabida es más sucia y decrépita, y sobre todo una de esas mucho menos eficientes
Cuando nada sabes de nadie y ya nada quieres saber, porque se esfumaron las sonrisas y entre un momento y el anterior te ardió el corazón, por su causa, y ya no importa el tiempo que pase ni el que pierdas mirando a la pantalla con la vista desenfocada pensando sin pensar en nada, por la tuya propia y tu gran capacidad para interpretar, para mal interpretar mejor dicho, para maldecir, en realidad. ¿Y qué te divierte más que el silogismo extremo de tu propia vida? Y que tanto te has acostumbrado a hacer, ese por el cual ya nada más sabes sacar de sus buenas intenciones, de su falta de ellas al menos…
Y a medida que pasan los minutos no puedo si quiera dolerme, aunque sé que dolió, es por ello que ya alguna vez resolví comunicarlo en caliente, aunque no sé qué es más verdad, si la agria desilusión momentánea o este enfriamiento indiferente al que ni si quiera le preocupa si es que se enfrió o solo se suavizó el agrio momento. Y es, sin embargo, ahora que apareces y vuelves a irte sin explicación ni motivos cuando no puedo seguir escribiendo y debo esperar a la dichosa tranquilidad de nuevo.
Y tendré que escribir de días grises de manera indefinida, aunque a estas alturas de octubre aun siga brillando el sol casi cada mañana, desperdiciaré la oportunidad, porque sin embargo a la noche, cuando encuentro la paz, esa que no permite escribir nada digno, he olvidado como este refulgía. Y esta mañana mientras este reverberaba en su contorno, el humo picante, fue exhalado de mi boca sin llevarse más que el tiempo que tardaba en salir, el tiempo que tardaba en inspirarlo e hinchar de él mis mejillas pálidas a la luz del sol, así ese humo gris que tan voluble y etéreo parece cuando se desdibuja entre el aire gélido y mis dedos crispados dibujando caprichosas formas que desaparecen tan rápido e inexactamente como aparecieron, mas ha quedado impregnado al contorno de mi pelo tornándome mujer gris, que atesora el tiempo que el humo no me quita, y que escribe de noche, olvidando haber recordado el día, recordándolo frío y luminoso, recordándose feliz y mudable como las mujeres de antiguos libros que eran capaces de morir de melancolía, como otra Elisabeth más que se desvive por emular una Maga cualquiera…

Oph*

martes, 12 de octubre de 2010

pájaros.


El gris profundo de las nubes del cielo invernal me aplasta contra el asfalto frío y más gris si cabe impidiéndome volar, impidiendo que hoy sueñe y ello pueda tal vez inspirarme y convidarme a la escritura, y así entre ambos es en el invierno cuando más falta el aire, y es que para respirar no encuentro más que el humo gris que distorsiona los colores y mi consciente vívida experiencia diaria experimenta la distorsión de las témperas bañadas por la lluvia, y es así que la experiencia de hoy no es más que el suspiro de ayer, exhalado, que solo trata de alcanzar hasta mañana por si acaso algo decide ir mejor, y por fin puedo escribir en paz, aunque tal vez cuando lo haga ya nada de los escrito merezca la pena, solo, ya saben, por si la luz vuelve a atreverse a juguetear entre mi pelo.
Los rostros grises de entre el traqueteo me miran sin verme y sin tener nada que decir, ni a mi, ni a nadie, sin pensar más que en lo que ven, sin hacerlo tan siquiera, sin pensar que no lo piensan y no es peor esto, que cuando alguno de devuelve una mirada, curiosa, en el mejor de los casos y así cree saberlo todo al creer no saber nada de mi rostro gris.
Y no es el día oscuro, sino de una palidez malicienta que amarillea el paisaje que se cuela por entre las ventanas y es que solo los pájaros perdidos que despistados en su migración aquí erraron se atreven a desafiar la tristeza invernal con su canto “tal vez la gente solo cantara cuando está a punto de morirse de hambre” es por ello que cantan los pájaros errando una vez más, al no darse cuenta que no morirán de hambre, sino de frío, y que mientras siga el invierno inexorable no les faltará comida como a ninguno de nosotros, tendrán comida de la muerte de los nuestros, como nosotros la obtenemos de la muerte de los suyos, ellos con algún intermediario más, cierto es, pero eso es todo, por lo demás solo les faltará el calor, como a todos, sin embargo en algo diferimos, ellos están mal informados de su necesidad, por ello es que cantan, pensando tal vez que morirán de hambre.

Oph**

lunes, 11 de octubre de 2010

Ocaso de verano.


Tras lo que para algunos fue un caluroso verano, aquel que yo no me atrevo más que a tildar de cálida y ensoñada inflexión. Esa de aquella calidez de la bajo manta en el invierno, esa en la que la suerte ya quedó echada hace tiempo, ineluctable aparece el invierno, aparece su lluvia y su frío, su abulia y apatía insomne de nubes grises, de esas que no me dejaban dormir en las noches cálidas de tus ojos cuando parecían haberse acabado, cuando parecía no poder ir nada más allá de lo que estaba yendo en cada pequeño instante de la mirada, húmeda, como lo es el calor de la bajo manta, húmedo de respiración entrecortada y de sueños que aun no se han roto, y se condensan sin pedir permiso a nuestro consciente más despierto, al que por ello decepcionan y enfadan, como a niño miedoso de aquello que no entiende, entra en cólera y crea ese pequeño subterfugio invernal del que a ti culpa. Ese en el que podemos respirar su odioso frío para escapar de esa calidez que suavemente nos ahoga en un abrazo tierno, que no podemos sino entender como amenaza para la integridad de lo que creemos es lo nuestro, de lo que de nosotros odiábamos y que no nos parece razonable cambiar por las mismas razones que en su día no existieron y resultaron no ser más que un dulce engaño, de ese que ama el corazón, sin embargo ahora que tal vez y tras mucho pudimos aceptar, esa nuestra monstruosidad nos asusta en sumo grado que este cambio destartalado y excitante nos haga olvidar las conclusiones a las que llegamos cuidadosamente a favor y en beneficio de una a la que ni siquiera podemos llegar por no saber más que lo que la niega. Y qué existe más apoteósico que ver ese mismo miedo de tus labios bajo en un reducto de la bajo manta, y así compartirlo y sabiendas hacernos daño asfixiados del calor, de ese de tus ojos esos que ostentan la forma de semilla, temerosos del frío que se cuela entre los poros, los de tu piel, esa que se encarga en tratar de mantener las cosas tan simples como es posible, mientras la mía juguetona todo lo pone patas arribas, desescamando, para arrepentirse de los besos, en ellos.
Y siempre mantener las cosas tan simples como sea posible, hoy ya no sé si es una virtud, u otro de los múltiples errores que trato de no cometer una y otra vez.

Oph**

viernes, 8 de octubre de 2010

Poética: lírica violación.


Y así era como lo hacía, a gritos y con violencia, las escupía a la cara, desde la suya propia. Sin preguntarse si quiera el por qué: y jactándose incólume, incluso de su “valentía” por la superioridad, que creía, hacer esto le aportaba. Derrochaba esa fuerza con la que pronunciaba, maltratando sus nombres, a golpes. Golpes de esos derivados de su más absoluta ignorancia, esa de aquellos que no se plantean si esta en ellos tomo cabida o si existe acaso alternativa diferente a ese odio que por todo sienten, ese que a ellas profesan, así éste podría ser amor, así lo es para alguien, a si este acto puede ser bello e idealizado, como algunos parecen hacerles creer, en esa bella mentira que oculta la trágica realidad, de esta existir.
Y sé que mientras esta exista nadie podrá vivir en paz, nadie podrá hacer la guerra, no la plena, tan siquiera por su desconocimiento, y nadie podrá seguir adelante sin tener que mirar atrás a cada instante para ver como estas quedaron de sus detractores en la ciudad maldita, de sangre, herida…
Y es por ello que las violan, sin pausa ni jadeo alguno o éxtasis concreto, sin pararse a pensar entre una violación y la siguiente para ver si quiera si esta que está a punto de acontecer puede ser más leve, difusa, placentera, o dolorosa, sin saber qué ni para quién, o si quiera si pueden escondérsela a los demás para evitarles el horror de la tragedia (que sin embargo esta vez como tantas otras solo me aboca a mi misma a la catarsis) y es paradójico cómo son ellos los que se sienten ofendidos y maltratados por ellas, y su oculta ignominia que nadie es capaz de ver, más que su maldita ignorancia (si es que esta capacidad tiene), y no son más ellas las que odian, sino todos ellos: con fuerza y hastío. Y son ellas, las que indefensas, no pueden más que sentirse dolidas hacia su pequeña alma, la de sus hostigadores, amos y señores, sin los que no pueden existir más que en la mente de las más bellas de las criaturas, esas que por condicionamientos desconocidos, como cabría pensar, en el mejor de los casos, deciden violar su confianza, y su pequeño entendimiento, que por no poder en rigor conocerlas no puede sino errar una y otra vez en su trato, y una y otra vez en sus discursos por la misma falta, en ese punto de no retorno, (en el del eterno retorno, para algunos si consideramos la ignorancia la falta de la vida humana), en el que no requiere ni más puede por su falta inicial y su violación no confesa.
Y así por ellas se sienten traicionados, cuando por fin con otros ellas encuentran la gloria y el amor que no pueden si quiera reconocer como verdadero más allá del juicio externo, sin embargo no las traicionan sino ellos al no tratarlas como es debido por su ignorancia, ya que ellas no son más que sus dóciles compañeras que solo actúan en favor del trato recibido, y no traicionan, sino que son traicionadas.
Y es este el acto de violación más extendido: el de las palabras (y no solo estás, los versos, las sonrisas) ¿qué es al fin sino todo lo mismo?
El cogito, las personas.

Oph*

Sí, con tu colaboración, y sin haberte pedido permiso :)

viernes, 1 de octubre de 2010

Epílogo.



Volvamos por última vez a ese atemporal y ubicuo remanso de paz, repican las campanas y llueven lágrimas cálidas que envuelven el ambiente gélido, un coche aparece a lo lejos rompiendo la armonía cromática, matando el romanticismo con el olor de sus ruedas, de su motor, con el humo de su tristeza que entra galopando en la escena y que trastoca la imagen imaginada convirtiéndola en real y dura como no lo había sido ninguna de las demás, para él, o para nadie, para mí, o tal vez incluso para todos ustedes si en realidad llegaron a entender la estética de esta nuestra historia.

Y el sonido de las campanas es lo único que recuerda nostálgicamente al que ya se ha ido porque nadie parece querer aparecer en el entierro de quien tal vez nunca exisitió, o de quien aun no ha muerto si alguno de ustedes o yo misma aun le recuerda, y es que nadie muestra interés porque de ir aun sigue vivo y de no hacerlo es que a nadie ya le importa y he aquí la paradoja de los funerales y toda la farándula que les persigue y manipula grotescamente su significado corrompiéndolo y convirtiendo la no muerte de alguien en una fiesta nacional en la que en vez de reir, parecemos obligados a llorar, por algo que ni siquiera podemos comprender. Tal vez igual que siempre que lloramos, es porque no llegamos a comprender, y tal vez la incertidumbre de no saber nos ahoga y asusta tanto que lloramos y nos lamentamos sin creer que tal vez lo que a nosotros escapa pueda ser mejor que lo que aquí tenemos y que entendemos tan poco sino menos que lo que de allí esperamos.
Así que tal vez alguien rece una plegaria por esta pobre alma que tal vez ni siquiera exista, al igual que podría no existir ninguna de las otras ni aunque fuéramos completamente reales tal y tanto como ustedes se imaginan, y ojalá sea así y ojalá alguien rece una plegaria por Román y así no muera, y ojalá haya un alma por la que hacerlo y no quede una plegaria sorda.

A lo lejos alguien canta entre susurros una vieja canción, a lo lejos alguien no se conforma con haberle perdido, esa canción infantil que tantas veces él le canto…
“Un elefante se balanceaba…”
Y de entre sus manos que nunca más podrán portar claveles, como ya todos ustedes saben, escapa una rosa pálida y amarilla, de color más vergüenza que miedo, y vuela suavemente describiendo una parábola dantesca hacia la tierra mojada que sobre ella cae incólume dañando su delicado aroma, el propio y ajeno, trastocando su pureza, su dulce belleza.
Y otros pájaros, mal informados, mueren de inanición, como ya hicieron antaño, ella sonríe ante la oscura paradoja sin saber muy bien por qué, ni si se alegra o es por el contrario tristeza lo que esta situación merece ahora que cree saberlo todo, todo lo que al menos él creía saber, por no saber al fin y al cabo hasta qué punto era, todo lo que ella sabe, verdad o los delirios de un loco, por no saber qué fue lo que pasó en realidad, y por no saber qué considerarle, por no saber qué es lo que quiere que en realidad haya o hubiera pasado.

Y como todo lo que algún día pretendemos acabar por desgracia acaba acabándose esto acaba igual que empezó, igual de confusa, y como se costumbre dejándose caer en el piso al sentir que ya no puede sostenerse por más tiempo.
Y sonríe, sin cuestionarse ya si es correcto, sin cuestionarse si quiera si merece la pena cuestionarlo.
Y él, lejano y ausente parece querer devolverle la sonrisa, tal vez lo hiciera, pero ya había demasiada tierra de por medio, como para que ella pudiera verlo.

...

Pero sobre todo no olviden que esto no es sino un acto más de altruismo egoísta, en el que yo me quedé mucho más de ustedes, de lo que de mi les di.

Oph**

sábado, 25 de septiembre de 2010

XVI. Silencio.




Silencio eso es lo que ahora obtienen, ¿qué más cabe esperar tras este tumulto de pensamientos mal digeridos?, ¿qué más podrían sinceramente esperar ustedes?, ¿Es que enserio se pensaban que todo esto de mi provenía?
Tal vez lo hiciera, pero eso es algo que ustedes nunca sabrán y que no necesitan saber, sin embargo, sé que curarán su conciencia haciéndose creer que sí sin dudarlo ni por un instante; sin embargo, tal vez, como dijo El lobo estepario esto no sea más que una de las diferentes almas que en mi habitan, una de esas que no he llegado a reconocerme y que pugnando por existir aquí se deja caer, para ser la tinta asimilada, absorbida, por el papel, y las palabras, por la mente, o el corazón, en el mejor de los casos.
Y saber que es el camino a ninguna parte, al único fin, al fin sin medios, ya que tal vez estos fueran el camino, o tal vez no exista ningún fin más allá de los propios medios, y en estos se encuentre el único camino, tal vez por ello es por lo que podemos seguir adelante aun sin haber encontrado un fin; porque ya los encontraron todos en la infructuosa búsqueda, y en el fondo sabemos que así lo hicimos, aunque sea duro aceptarnos, reconocemos que este es el único fin, el silencioso final, sin bombos ni platillos, ni grandes descubrimientos, sin grandes finalidades ni recompensas, sin nada, con todo y para todos, solo silencio y ecuanimidad, la más absoluta, tal vez de ahí su carácter divino, tal vez de ahí el miedo que le profesamos.
Tal vez, como siempre: quizás, y como siempre, trato de convencer al resto de cosas que creo más de lo que quisiera, de cosas que ni yo misma quiero creer y por ello la mayor desgracia es el éxito, el convencimiento ajeno, porque este abre la puerta a la razón, a la que no tengo en lo que al raciocinio se refiere, si es que quiero creer que no existe un fin, pero sí la razón que otros me dan; esa que me hace perder el sentido, y que acaba por convencerme de eso que tanto temía creer, de la suficiencia de los medios, de su insuficiente suficiencia y del ser como una rata si nada más existe que el camino, y de no valer más que un perro al ser el raciocinio nuestra arma y miseria, la que nos hace creernos más sagrados y merecedores de algo más por el simple hecho de ser racionales, por el simple hecho de poder quererlo.

Y es que alguien se cree que esto ha acabado, que tras finalizar este torrente es como si todo hubiera acabado como si nunca nada hubiera habido pues. Mientras ustedes aun son capaces de recordarlo sin intencionalidad alguna, mientras son capaces de tener el deseo de olvidarlo, de borrarlo y de convertirlo en su mero pasado, pero no mientras esto siga siendo intencional, no mientras a alguien le sigan doliendo mis penas y mientras en ellas no haya otra cosa más que la eterna pregunta de mis formas aquí formulada, “¿Quién es ese?” Enunció un pasado sabio, pero la pregunta es quién es cada uno de nosotros, qué es y que le hace igual o distinto del resto, no solo del resto de personas, sino del resto de seres, esa es la pregunta de nuestras vidas, esa nuestra gran incógnita, la mía al menos, la que puede dar sentido, aquella basada en todas sus otredades, en la mía propia, el sentido de nuestra vida, y lo único que puede aportarle alguno a esta o quitárselo del todo, su infinita búsqueda su profunda incertidumbre.

Temo que tal vez en el entramado de la historia hayan perdido de vista el objetivo inicial de esta historia, tal y como yo misma en algún momento ya hice, que no era tan solo entretenerles con las alocadas visiones de un demente en su lecho de muerte, si es que esto es lo que creen haber escuchado, y todo lo que él creyó que le acontecía en medio de una crisis, de un delirio del que nadie más fue consciente y que sin embrago constituyó para él una realidad tan válida y vívida como lo habría sido cualquier otra para nadie, para todos, y que no es por tanto ni más parte real de una historia ni menos que si en vez de tratarse del delirio de un moribundo se hubiera tratado de las disertaciones que yo misma tengo cuando camino sola bajo la lluvia, y es que nada es más real ni más mentira que lo que para cada uno su mente quiere que lo sea, es por ello que no deben juzgar esta historia ni más verdad ni más mentira que si de su propia vida se tratara narrada desde lo más íntimo de su ser.
Una vez aclarado el simple hecho de la plausibilidad y verosimilitud por la que tanto nos preocupamos y que al final nada importa, más que para el mundo de los otros, me gustaría llamar su atención sobre el trasfondo de lo que aquí a nadie tal vez más que a mí se le ocurra deducir, es cómo de las vidas y como de fuera del relativismo, desde el objetivismo counductista mayor que he podido tener y desde la explicación más exhaustiva que me ha sido posible de los hechos relevantes que llevan a cada uno de mis queridos (sí queridos, por mucho que parezca que les hice sufrir, más me lo hicieron ellos a mí, como una madre con sus hijos, podría casi decirse) personajes a realizar una u otra acción que puesta en el entredicho de la dicotomía de la existencia de la humanidad de estos y por ende la de todas las personas, y no está en mi mano juzgarla ni si quiera puede estarlo en la vuestra que pretendéis verlo desde fuera, no está en mi mano juzgar si Román es realmente un enfermo o tan solo otro pobre diablo que en algo tiene que excusarse, si en realidad Marie puede justificar sus faltas en el dolor, o si Sofía toma el camino correcto al encerrarse en sí misma. No puedo juzgar si Carmen fue una víctima tan solo o si tuvo más que ver en su asesinato que el propio Román, no puedo juzgar si de estar enfermo las faltas de Román están justificadas, si de no estarlo es malo, si de ser malo su vida es sagrada, no puedo juzgar si de estar Román enfermo su vida vale menos, de estar en un estado de conciencia diferente, de carecer de ella, no sé si puede ponérsele si quiera a la altura de un feto, de esos que matamos cada día sin preguntarnos si es correcto y no puedo sobretodo juzgar si es incluso menos que este al no contar si quiera con la posibilidad de ser algo más, si es que está enfermo, no puedo juzgar si es él el que está enfermo o nosotros los que encerrados en nosotros mismos no somos capaces de entender las necesidades de los otros, o si es que la cultura nos a ahogado hasta tal punto que no podemos ver más allá de el etnocentrismo más profundo, que va más allá de la religión hasta ahogar simples conductas como diferentes a la “norma”, no sé si puedo justificar que yo misma tenga que llegar a plantearme si existen personas más sagradas que otras, mejores que otras, más bondadosas al menos, cuando soy consciente de que todo lo por mi observado es tan solo eso, un punto de vista, sin embargo espero que ustedes sí lo hagan como en el fondo llevo haciéndolo yo todo este tiempo.
Y tal vez es por ello por lo que se lo cuento a todos ustedes, para no sentirme tan culpable, por tratar de juzgarlos, de juzgarme a mí misma, y a todos ustedes, para que alguien más, empujado por mí a la catarsis, en el mejor de los casos, tenga que poner de manifiesto ese pequeño complejo de inferioridad que todos tenemos y que ante alguno que consideramos inferior sale a la superficie y se da palmadas en el pecho gritando como un loco para que a nadie le quede la menor duda de que ese que lo hace, es mejor que al menos uno de los otros que está siendo juzgado.

Y al llegar a este punto no puedo sino sentir que esto no es una novela, sino un ensayo de tipos humanos, de esos que cada uno llevamos dentro y entre los que podemos escoger hasta cierto punto, tal vez menos de lo que me gustaría creer, qué queremos ser.
Me asusta no saber si esta parte del experimento sociológico, que es la vida, la controlo yo, o me ha estado controlando siempre ella a mí, si el final no es feliz porque ellos no quisieron o si de los cabos sin atar seré capaz de torturar aun más a los pobres personajes de está nivola que es la vida, con la intención de conducirme a mi misma a la catarsis una vez más, donde ustedes ya poco parecen importar, y donde el experimento sociológico se convierte en psicológico y casi místico y no trato de entender más que mi alma propia en el hipotético caso de que exista, más que mi mente si es que eso es lo único que queda, más que por encima de todo, mi humanidad, lo sagrado de mi vida, de mi existencia, que por el contario, sino fuera debido a ese sentimiento de inferioridad que todos tenemos y que me hace llegarme a creer mejor que los demás no necesitaría preguntármelo al estar convencida de poder amar, y así poder hacerlo, al estar convencida de poder creer, y así poder hacerlo, al estar convencida de poder sentir y así poder hacerlo, y que dejara por una vez y como siempre de ahogar mis instintos más animales y menos humanos (el sentimiento) bajo los más humanos, (el pensamiento) y ya que extrañamente este (el sentimiento) es el que más se asocia a la humanidad (en su sentido profundo) poder sentirme humana al ser más animal. Y por ello tal vez no necesitar sentirme especial ni a ellos diferente ni mi vida más sagrada, más que por el hecho de saber que la vivo.

Y tal vez no pueda juzgarlo ni sobre ello discernir por la mayor de mis faltas, por una que sé y creo muchos de ustedes comparten conmigo: la gran incapacidad para estudiar en movimiento, esa incpacidad que me lleva a someter cualquier digresión al reposo, y esa incapacidad que hace escribir un libro, para poder estudiar las hisotiras y relaciones con tranquilidad, con la lentitud propia que caracteriza nuestros pensamientos y que se estrella contra la rapidez de nuestros movimientos y reacciones, y es por ello que no vemos la vida sino a través de ojos de pez, tratando de retratar su alocado movimiento en nuestra calmada inmovilidad que clama, tratando de fijar sus colores y aromas, de transformarlos y de así poder estudiarlos extrápolándolos a una inmóvil ilusión que cristaliza en nuestras retinas matando nuestra poca perspectiva, y cristaliza hasta convertirse en lo que nos parece lo único, y así lo creemos como verdad absoluta, y se detiene la vida y muere, y es por ello tal vez que no entendamos nada, creyendo lo que nosotros mismos hemos creado y olvidando que en su día así fue, pero como siempre quiero dejarlo a su propio y libre albedrío, aunque este a veces nos lleve a tamñas distorisiones y conduzca a situaciones esperpénticas, esas ya serán las suyas, las mías aquí parecen haber casi acabado, a propósito, espero noticias de las suyas.

***
La luz sepia del atardecer entra por la ventana y me baña en el agua cálida, que suave desdibuja y recorta la línea de mi cadera sobre la que morena resbalan las gotas con avidez hacia el piso, tras la ventana borrosa, como lo es el ruido de risas que por ella se cuela, y ese ruido borroso que perdió su condición de sonido muere en el restallar del agua contra el suelo cuando escapan las gotas a mi cuerpo tímido y desnudo que incólume a esta ligera pérdida se estremece a los aromas que suavemente me golpean inundando la estancia en olor a vainilla, ese suave y dulce aroma que no puede hacer más sino a ti recordarme, al a ti recordarte a mi la misma fragancia que a mi se pega, como el pelo al cuerpo, que mojado se alisa y amolda a lo que tras de él queda

Y para acabar cumpliendo viejas promesas, de esas que últimamente me ha dado por reabrir, y que solo tú bien sabes, y tal vez cerrándo del todo tu capítulo, regalarte ese pedacito de cielo azul, ese que un día, no muy lejano al fin, me pediste y yo te prometi conseguiría, ese que en su día y tras el fin muchas veces quise darte y ahora ni lo mereces ni nunca vendrás a recibirlo, por eso aquí lo dejo, para mí, para todos, pero para ti, si algún día lo quieres, es tuyo, como lo fue siempre, como en realidad nunca lo supiste y nunca lo recibirás, aunque ya poco te importe, y a mi tal vez incluso menos.



Oph**

domingo, 19 de septiembre de 2010

XV. Catarsis.



Quema, quema en la garganta el aire al entrar de nuevo a borbotones tras mucho tiempo estático en ella, y fuera de ésta todo es barullo, ruido para las imágenes, entre el que no se distinguen sonidos ni fotogramas definidos, prisas ni agitación ni nervios, sentimientos entre los que solo se ve el miedo, y la aprehensión, y de sabores, entre los sentidos atrofiados que solo distinguen el amargo del sueño, ese sabor que sea cual sea la situación siempre podemos encontrar sin esfuerzo, que siempre aparece al despertar, y que parece encontrarnos a nosotros, sin intencionalidad ni esfuerzo, mientras que debemos esforzarnos por darle cabida a otros, como si lo peor siempre fuera lo más fácil, tal vez porque esta es la causa de su maldad, el nada exigirnos, el aparecer cristalino a la claridad del día, tras la soledad de la noche, al aparecer cuando algo parece que distinguimos y cuando finalmente dilucidamos cierta verdad.
Y así despierta en una realidad que le es ajena, en la que la claridad de los colores le deslumbra y la lentitud de los movimientos que se entrecortan y superponen le marean, una claridad en la que ya no puede él escoger nada, en la que se ve de nuevo abocado a permanecer hierático, sin ser capaz de comprenderla, de abstraerla, una realidad que ni tan siquiera puede percibir, que le produce nauseas, y le ahoga con cada sutil cambio, al no poder asimilarlo, cada sutil cambio del que nadie le pide opinión y se sucede conforme a una lógica ilógica y externa, cada sutil cambio para el cual a nadie parece importarle su criterio.

Y todo a su alrededor son tubos trasparentes que le envuelven y rodean y aprisionan y son luces blancas y movimientos lindos como de estrellas límpidas, del cine, encerradas en un ballet donde pueden mostrar su talento solo bajo la presión del directo, del tiempo, y de ahí su nerviosismo, y su poco control de la situación y sus elegantes movimientos torpes. Y está también el sonido del teléfono esos que tantos ya nunca esperaban volver a escuchar, al menos para él, y la inseguridad de haber contado la historia, de que tal vez alguien haya tenido la suficiente bondad para querer escucharla, la suficiente intencionalidad como para haber querido leerla, el miedo de que realmente la haya entendido y el pavor a que esto no haya sido así y siga siendo el mismo incomprendido, la sorpresa que rebasa los límites de lo aceptable y acaba en llanto hasta la buena nueva de la vida, de la no muerte, si es que aun dudamos en llamar vida por su carácter sagrado a este tipo de existencia.
Y el fin del distanciamiento poético, la muerte del narrador, al morir su conciencia, al ser él mismo el que muere al despertar y por no ser lo que había sido, lo que había creído ser aun en su concepción más pesimista, y no ser nada en despierto y serlo todo en dormido, un dormido que no es sueño sino ser solo un inconsciente, pero que a este bastante se parece, un delirio tal vez fuera la palabra, una crisis, (otra más recuerda a su lado una voz tierna), gritan a lo lejos las voces chillonas, que nada entienden y todo quieren saber de este, y la luz busca la pupila huidiza y el labio seco pugna por salir del tubo, y un chasquido a lo lejos de algo que se rompe llena el suelo de cristales sin remedio que brillan y se retuercen por el estruendo asustados.

Quema, quema en la garganta el llanto ajeno que quisiéramos poder compartir, pero es que hemos sufrido tantas veces que la desgracia es palpable que nos hemos acostumbrado tanto a ella que ya nada importa y ya nada preocupa, que mejora, tanto mejor, o tanto peor si lo pensamos con detenimiento, que acabó el delirio y ahora debe vivir en este mundo del cruel devenir, debe de intentarlo al menos, por razones desconocidas, debe tratar de adaptarse a él lo más posible sin que a nadie la importe la posibilidad de ninguna otra cosa, sin que a nadie le parezca esto si quiera una alternativa, a causa de su poco entendimiento, de su poca gana de entenderlo, en realidad, tal vez por el simple miedo a planteárselo, para qué si al final es como todo acabará , porque un delirio nunca dura eternamente, ni aunque nosotros queramos que así sea, porque tal vez en cierto modo no sea más que un delirio de Dios, y es por ello que él vuelve una y otra vez, para dejar de atormentarse a sí mismo, para hacerlo de nuevas formas, para compartir ese tormento al menos, y descargar parte de su peso sobre los hombros de los que en su camino nos cruzamos.

Y quema la blancura de las sábanas bajo su piel amarilla y arrugada, amarillo ictérica, al igual que lo era su miedo en el delirio, al menos algo parece concretarse, algo que puede abstraer y que al menos pude producirle un sentimiento, de horror, algo que puede al menos hacerle una persona, una cierta identificación real, tan real que es más abstracta que cualquier otro de los estímulos que le sobrecogen. Y aprieta con fuerza el colchón mojado y de él emana el olor a rancio de su propio cuerpo, el olor de viejo y de triste, el olor a lágrimas y a locura, y el colchón se encoge bajo la presión de sus manos, haciéndole creer por un momento que puede llegar a tener cierto efecto sobre la realidad, que puede modificarla en cierto modo, que realmente se encuentra en esta, que no solo en sus delirios es un habitante del hábitat, que existe una realidad compartida en la que más son los que deciden y de la que él en cierto modo puede participar, como uno más, robándole esto toda su identidad su necesareidad, la contingencia de esta, toda su fuerza, su autenticidad y valor, al reducirle a uno más de un mundo infestado de seres iguales a su propio ser, sin ningún valor más allá de este, sin ninguna bondad, sin ser su vida sagrada en absoluto, y paradójicamente cuanto más lo es para él mismo al distanciarse de ellos y sus realidades, al ser más único y especial menos lo es para los otros, al entenderle menos, al serles más diferentes, y en cada pequeña de sus muertes, los otros ven recuperación, al alienarse en una realidad para la que no nació, que nunca entenderá y que no quiere entender, porque le reduce y convierte en contingente la suya propia, y sobre todo porque temen ser menos que él, a no poder asimilar esa incertidumbre como todos los que ellos llaman locos ya han hecho.

Y esto en realidad no conduce a nadie a la catarsis más que a sí mismo o a todos aquellos de entre ustedes que también sufran de locura, todos aquellos que quisieran sentirse especiales por ser diferentes al resto, por querer buscar un sentido a su vida, y por tratar de vivirla, sin que esta sea la que les viva a ustedes, tal vez si de entre los que intenten entender esta historia se encuentra alguno de los de esta clase también este sea conducido a la catarsis, tal vez esto no sea necesario y sea este loco uno aislado sin precedentes, y sea esta historia completamente innecesaria, y como el que crea un bonito dibujo para agradar a la vista yo haya creado esta bonita historia para agradar a la razón, a la mía propia al menos, haciéndola tan antiestética cómo es posible, para que nuestra razón pueda en ella deleitarse al encontrarse más bella, y por ello superior, igual que hacía el loco, igual que hacían todos los locos en ese infructuoso intento por encontrarle una divinidad a su vida, en ese infructuoso intento de todos los locos de morir antes de recobrar la cordura, para poder hacerlo en paz, para morir sin saber, sin temer nada, para morir de esa realidad que les es propia y les hace especiales y felices, sin ese amargo sabor de boca del despertar, si es que ese es el fin último de la vida, tal vez sea este el único camino para hallarlo, si es que no se trata de este, tal vez sea otro camino como cualquier otro, otro camino que nadie se debería de atrever a juzgar, o quizás sí, pero nunca más allá del suyo propio.

En este nuestro mundo, este del que Román huía en su delirae, en su salida del surco recto, la verdad se encuentra de parte de quien grita más fuerte, del populacho más enfurecido, y del menos reflexivo, de aquel que nada cree tener que cuestionarse, al tal vez creerse superior y especial al no sentir el miedo que le conduce a la catarsis y le lleva al razonamiento, al creerse superior por vencerlo y al haber perdido toda sensibilidad, para ser más fuerte, tal vez por no hacerla tenido nunca, o simplemente por nunca habérsela reconocido a sí mismo, y es por ello, la locura una característica atribuible a la mayor parte de la población, tanto si lo que quiere es dejar de ser populacho, como si lo que quiere es serlo más que nadie, porque ninguna de estas expectativas puede ser suficiente para los que esperamos más de la vida, para los que esperamos hacerla sagrada, y cualquier otra cosa no es aceptable para todos los demás.

Y quema, queman las agujas en su piel al hundirse y el nerviosismo externo, y como un favor último, quizás el único de su vida que su cuerpo nunca le hizo: le permitió dejar de respirar, y aunque no recuerde ni atisbe ni pueda imaginar lo que pasó los segundos posteriores, aquellos antes de la muerte fueron los de más paz.

Y quema su identidad al desprenderse de su cuerpo, en ese breve tiempo inconmensurable como lo es cada punto de inflexión y quema su alma al volatilizarse quemando al no tener si quiera el qué quemar, y quema y duele el perder ese referente unitario y vapuleado y utilitario, y así perderse sin saber quién es menos aun que lo sabía al pretenderse unitario y encontrado, perdido en la unidad, ahora se encuentra perdido en la inexistencia en el éter más figurado, en la ambigüedad. Y es que aun sin sentidos puede ver su cuerpo amarillo sobre la sábana blanca, y la voz estridente de la tragedia que resuena en sus oídos lejanos y que anuncia la hora de la muerte en voz queda y carente de emoción, siempre y cuando sigamos aceptando que una vez hubo vida y que no estamos más que en una nueva locura, tan loca y absurda como la anterior, tan grotesca y difuminada a sus sentidos como pudiera haberlo sido cualquier otra, con la única y nimia diferencia de que esta era para él solo, y que nunca estaría a juicio de ningún otro, ni siquiera al vuestro, que lo leéis porque nunca intentareis siquiera entenderlo al respetarlo como una realidad que os es ajena y sagrada, al temerla y saber que no es más que lo que vosotros no podeis alcanzar por el infundado temor a la muerte, por su profundo desconocimiento, por su carácter místico y sagrado, ese que otorgamos a todo lo que desconocemos sin parar a pensar ni tan si quiera que tal vez es simplemente nuestro entendimiento el que sea demasiado corto y no su carácter demasiado grande, o divino como para éste, reconociendo el valor de aquellos que lo hicieron y que sin embargo sabemos no por propia iniciativa ni con conocimiento de causa y superaron ese pequeño punto de inflexión y de tal vez, dolor, ese del que está teñido como todos los han estado siempre todos: de incertidumbre y de miedo.

Oph**

domingo, 12 de septiembre de 2010

XIV. Desideario.






Finalmente ha llegado el día en el que me dispongo a atentar contra mí mismo, sin importar las consecuencias, ni lo que pase después, si es que lo hay, estas consecuencias serán obviamente nulas, al menos para lo que al mundo exterior se refiere, y mi interior a nadie le importa. Hoy daré los argumentos en contra de mi persona, esos que son los válidos, y los únicos que aceptaré, porque son al fin y al cabo los verdaderos. Lo hago finalmente confiando en vuestra magnanimidad para aceptarme tal como soy y lo hago quizá para poder contármelo a mí mismo y poder mirarme a los ojos sabiendo que soy miserable y mezquino, y aún así tener la cabeza alta por el simple hecho de saberlo, de no tener que negarlo como todos ustedes ven la necesidad de hacer.
Por último permítanme no sé si a modo de licencia poética o a modo de suavizar mi propio ataque, que me refiera a mi mismo en tercera persona, también, obviamente, para no entorpecer la narración.

Él era uno de tantos hombres que había desperdiciado la mejor y mayor parte de su vida sin tener razón de peso alguna para hacerlo, más allá claro, de su propio egoísmo e incapacidad para superarse, y por supuesto de su propio orgullo para consigo mismo. Se dedicó toda la vida a decir millones de cosas que no venían a cuento y a tapar con su ruido las ideas que le pasaban por la cabeza, con especial interés dedicó su vida a pudrirse lentamente en su inmundicia y a recordarse lo que no pudo haber sido, y por lo tanto nunca fue, pero las cosas no suceden de manera tan sencilla por lo que contaré su historia, es decir mi historia, desde el principio, sin omisión, más que lo que de mi ya saben, que no es poco, pero no es suficiente para entender aun.

Como todas las historias autobiográficas, ésta debería empezar con un número referente a un concreto y definido atrás en el tiempo, pero esto me es difícil incluso a mí, ya que nunca llegué a conocer su edad con exactitud, simplemente digamos que fue encontrado hace unos cuarenta años, llorando en un maizal abandonado rodeado de podredumbre y miseria, como continuó toda su vida. Durante su infancia fue un niño normal, al menos entre los de su clase: se magulló las rodillas como el que más, bebió agua de los charcos, comió lo que encontró por la basura y se dedicó a soñar con ser uno de esos hombres que veía cada día con altos sombreros de copa y elegantes trajes, soñaba con zapatos con suela de madera quizá incluso si llegaba a ser un hombre rico con un bastón con la punta de metal, del más sonoro, soñaba con tener una mujer y las miraba con asombro infantil en su trajinar de aquí para allá, de allá para acá, siempre tan atareadas y golpeadas por esa bella extenuación que él encontraba adorable en cómo sus mejillas sonrosadas del esfuerzo se inflaban y desinflaban para coger aire o como subía y bajaba su pecho cuando acarreaban a sus pequeñuelos largos trechos.
Como niño, fue un niño feliz, o al menos tan feliz como la mayoría, no tenía nada ni nada necesitaba, nada le preocupaba, ni por nada necesitaba hacerlo, o eso creía él, equivocado, como cualquiera a su edad.
Lo que nuestro joven personaje necesitaba por encima de todo era esa infantilidad, esa inocencia que le permitía seguir soñando con cambiar su vida algún día y con poder ser cualquier otra persona, ya que era al fin y al cabo eso en lo que basaba todos sus sueños infantiles, en dejar de ser eso que tan irremediablemente odiaba hasta el hastío por el propio aburrimiento de odiarse.

Sin importar cuál sea el carácter de estos sueños infantiles que todos tenemos, todos se derrumban un día, sin previo aviso, ni estruendo alguno, un día de repente ya no están y es entonces cuándo empieza a uno a faltarle el aire para respirar en los momentos de angustia y te cuesta levantarte cada mañana sin tener ninguna razón para hacerlo, he oído de gente que puede superar esta pérdida, quizá sea algo que viene dado por los zapatos de madera o los bastones con puntas de metal, no lo sé, y nunca podré comprobarlo, pero eso ahora ya no importa, la cuestión es que él (o sea yo) no lo hizo.
Nunca sabré cómo ni por qué, pero su vida cambió de forma radical, aunque nunca dejó de hacer las mismas cosas, robar comida cuando se prestaba la ocasión y mirar, mirar a las gentes que deambulaban con un lugar al que ir, que se apresuraban por que tenían a dónde llegar. De niño como un juego él a veces lo hizo, ir corriendo a ninguna parte como si llegara tarde o alguien le esperara, como recordándole a la sociedad lo que pudo haber sido de haber ocurrido todo de alguna manera diferente, reclamando el beneficio de la duda que sobre él nunca nadie parecía tener que formularse categorizándolo de antemano, y corría, como recalcando día tras día su sombra sobre el asfalto para que allí quedase grabada y con el paso de los años al menos éste le recordase, y le recordara lo que nunca pudo haber sido, y por lo tanto nunca fue. Tal vez el único problema fue que esa situación dejó de ser temporal y olvidó las miras al cambio, o quizás fue simplemente su debilidad de espíritu la que le llevó a abandonarse de tal modo al vicio de la miseria, porque, sí, han oído bien, “la miseria no es más que un vicio”, quizás vivimos la pobreza como una obligación o simplemente la padecemos, pero no ocurre lo mismo con la miseria como ya es bien sabido por todos desde que lo dijeran los sabios.

Así, al perder su inocencia de niño, perdió también la capacidad de asombrarse por todo, cierto es que está bien visto no hacerlo, como un acto de orgullo, como si ya todo lo conocieras o a todo fueras tan superior que no tuvieras la necesidad de de ello servirte y aprovecharte en el caso de que esto fuera necesario, esa situación en la que todo lo tienes y nada necesitas. Pero ahora con el paso de los años incluso yo me doy cuenta de que no fue la opción correcta, es más necio el que no se asombra de nada y nada observa, que el que lo hace reconociendo sus faltas y aprendiendo cosas nuevas a cada momento, así pasó su vida sin levantar más la vista hacia las muchachas bonitas ni los dulces calientes en los escaparates de las tiendas, y tanto fue así y a tanto llegó su desdicha que se le olvidó que estos existían o que habían existido alguna vez, al olvidar cómo asombrarse, también perdió el respeto hacia todo lo que a él le era externo , ya que asombrarse por las cosas es hasta cierto punto respetar lo que nos es externo y reconocerlo, como sería en el amor reconocer las otredades, y no pretender cambiarlas.
Cayó en ese peligroso egoísmo de los desdichados que no son capaces de ver más allá de su propia inmundicia y en ella se ahogan como en agua fría que inundara sus pulmones, y ellos, como si estuvieran muertos ni siquiera chapotean para tratar escapar de ella, simplemente dejan que les inunde más y más, quizá simplemente sea porque no es cierto que estén realmente vivos, por haber perdido su integridad hasta tal punto que no pueda considerárseles vivos ni capaces, por vivir simplemente en la corriente, sin que el sentimiento de autoprotección les permita morir, qué digo sentimiento, sino es más que una pulsión, como la que tienen los fetos de cerrar los puños fuertemente para poder agarrarse al pelo de la madre al nacer, qué desilusión debe haber en esas caritas cuando nacen y descubren que no somos monos y no hay pelo al que agarrarse, y no necesitan ni intentarlo tras tanto inservible esfuerzo.
Puede ser que ese sea el mayor problema de nuestra raza, que las comodidades nos superan y nos permiten olvidar el instinto de supervivencia para que nos dediquemos a cuestiones más líricas, y cuando no se da esta situación no podemos pues considerarnos humanos aunque es cuando más se da, cuando menos humanos nos sentimos.

De este modo nuestro personaje había perdido todo el interés por las cosas buenas de la vida, ni siquiera lo tenía ya por las cosas malas, vivía como arrastrado por la corriente, vapuleado por ella más bien, sin embargo, siempre hacia adelante, sin poder ni querer siquiera volver la vista atrás, por miedo a encontrar que se estaba fallando a sí mismo y que era posible ser feliz, porque ya lo había sido antes, por miedo a darse cuenta de que el único culpable de sus sufrimientos era él mismo y de que no era nada más que su oscuro pesimismo, al que alimentaba con su miseria, el culpable de todo.
Sin embargo, por muy solo que estuviera y muy desgraciado que se sintiera, las cosas no eran estrictamente así, y de ningún podrían ustedes haber pretendido que así fueran, ya que esto no es al fin y al cabo más que un recuerdo, uno de esos que creemos recordar con exactitud debido a que lo interpretamos y completamos como buenamente Dios y nuestro estado de ánimo nos dan a entender en cada momento, tratando de caer en ese engaño del que cree recordar con objetividad, ese engaño que nos permite decidir cómo vivimos nuestra vida pasada sin que esta tenga que haber sido necesariamente así con sus propios problemas de contingencia.

Como tantos hombres consideraba la frialdad en el trato una virtud del caballero, del bien educado, del que era de alto espíritu y nada a nadie le debía, siempre trató peor de lo que merecían a todo el mundo, porque eso le permitía estar en un estadio moral superior a sus ojos aún siendo lo que era. Le permitía sentir que a nadie nada debía y que era superior a ellos por el simple hecho de saberlo, él no necesitaba curar su conciencia regalando gestos amables o miradas tiernas, y es más estos los consideraba un rasgo de debilidad e incluso habría sentido ofendida a su propia persona de haberlos realizado. Es posible que éste, el orgullo, fuera el único rasgo humano que conservó durante mucho tiempo y la verdad no sé bien porqué, quizá porque era lo único que podía proteger pasara lo que pasase, lo único que no iban a robarle y lo único que le recordaba que pudo haber sido, alguien que nunca fue.

Nunca supe el momento de su nacimiento, como ya reconocí al principio del relato, pero de manera irreversible durante este tiempo perdí aún más la situación de lugar, dejó de contar las horas, los días, los meses y los años, porque ya no le importaba el tiempo de vida que le restara, porque dejó de atesorarla como algo precioso, y dejó de vivirla, cayendo en una de las más peligrosas trampas humanas, comenzó a sufrir su propia vida, a ser no un protagonista, sino una víctima de esta , sin ninguna esperanza de escapar de ella, porque esta vía de escape le era tan desconocida que no suponía un mejoría de manera rigurosa.
Durante su infancia, le hablaron de un Dios que en él contenía todos los bienes y bondades, pero desde el primer momento esta idea le pareció disparatada, ya que no podían caber en un solo ser todas estas cosas, también le contaron que ellos habían sido creados a su imagen y semejanza. Y llegado a ese estadio de su vida, su propio aspecto era tan vergonzoso, que supo que no podía haber un Dios de esas características, y que de haberlo, no sería el Dios bondadoso que le habían contado, un Dios de ese tipo no le dejaría pudrirse entre las ratas durante los mejores años de su vida y durante los que también fueron los peores, y así la opción más atrayente era el falaz Dios engañador que le hacía creer diferente de lo que en realidad vivía, locura, lo llaman algunos.

Tras tantos año,s una de las cosas que más me sorprenden es que es hoy el primer día que lloro después de tantas desdichas, es hoy mientras escribo estas líneas y ante estos folios cuando me doy cuenta de todo lo que hice, y cuando finalmente puedo llorar, puedo abandonarme a mi dolor, hoy que tengo más motivos para ser feliz que ningún otro día de mi vida es cuando encuentro ese consuelo entre mis propias lágrimas cálidas, la primera vez que me entrego a mis temblores, quizá sea porque ahora soy lo suficientemente afortunado como para soportarlo, como para poder seguir adelante tras ellos, como para poder no hacerlo, ahora que soy consciente de lo que me aconteció, de la mayor parte de ello al menos, ahora que sé el modo en que he desperdiciado mi vida, es ahora cuando puedo llorar, y cuando sobretodo puedo acoger el final con calma, con cariño, es la primera noche que recuerdo dormir frente a una ventana y no ser yo el que se moje, es la primera noche que recuerdo poder ver la luna mojada por la lluvia y aun así desluce a las estrellas, gordas de tanta noche, es la primera noche que oigo restallar la lluvia contra el suelo sin salpicarme y que estoy caliente y es sin embargo la primera noche que me siento morir, porque superé la adversidad no tengo que seguir luchando, ya lo hice demasiado tiempo y hoy por fin podré descansar, en esta cama blanda y cálida y cerrar mis ojos sin necesidad de tener que abrirlos de nuevo, y poder dormir en ese sueño infinito del que no cabe despertar, porque pude superarlo, porque pude sobreponerme, porque una mañana de Julio fui recogido de una calle de Madrid medio muerto, a la que me había abandonado, y porque hubo un alma caritativa que se ocupó de mi, para que dejara de sufrir y para que pudiera morir, nunca habría ocurrido así si allí me hubiera quedado por la simple obstinación de no ser vencido.

Este es el único argumento que aceparé contra mí, no como una injuria ni como un alago, simplemente como la cruda verdad, tampoco tras haber muerto, no les pido que me entiendan ni si quiera que me compadezcan, quizás solo escribo esto a modo de testamento al no tener nada que dejar, para que sea un agradecimiento a ese alma caritativa que me ayudó, para que sea una explicación sincera, para Sofía, si es que sigue existiendo en algún lugar del mundo o de mi cabeza. De ningún modo se trata de una nota de suicidio es simplemente una declaración de intenciones, las últimas, una mirada atrás de esas que hacía tanto que no me atrevía a echar por miedo al dolor, es tan solo un adiós ahora que tengo a quien dárselo, un adiós y por encima de todo un gracias de todo corazón, un gracias teñido de lo sientos, por no haber podido aprovechar tu cariño de otra manera y por dejarte aquí ahora con el pesar que sé que te quedas, por favor, no te quedes con ese dolor y no pienses en mi, más que como en un alma sencilla a la que ayudaste más de lo que debías, piensa por consiguiente en ti misma, como un alma pura que hizo más de lo que era posible y sonríe al leer estas torpes líneas, y que por de ellas leer las mentiras, que no son más que mis verdades puede juzgarme de manera diferente, y sonríe a lo largo de tu larga vida, recordando todo lo que yo hice, para no caer en mis mismos errores, sonríe porque me acogiste cuando todos me olvidaron, y porque lo hiciste sin conocerme, sin juzgarme. No estoy en condiciones de dar lecciones morales a nadie, ni mucho menos a ti, pero si lo estoy, en condiciones de pedirte que me hagas un último favor quizá aún mayor que el que ya me has hecho, si existiera ese cielo del que me hablaron regálame el placer de poderte verte feliz desde allí cada día y cada noche, y de poder velarte durante mucho tiempo, de poder velar esos dulces ojos grises, que son lo único que recuerdo con cariño de mucho tiempo a esta parte.

Para querer morirse hay que ser muy dichoso, o muy desgraciado, lástima haya tenido que ser la segunda de estas.

Mi más sentido agradecimiento.

Mi pésame más dichoso.

Román.



Oph**

domingo, 5 de septiembre de 2010

XII. Café.




Era tarde y al llegar a la estación Joan estaba allí, agachó la cabeza nada más verla ocultándole sus lágrimas al saber ahora que nada podría curar su sufrimiento, porque ella no quería que acabara, porque por alguna razón lo necesitaba allí con ella, le necesitaba así, triste y penoso, porque le hacía recordar algo, algo que ciertamente no quería olvidar por mucho que se engañara diciéndose que sí, y su tristeza seguía latiendo púrpura entre el humo del tren, su bella tristeza aumentaba en su electa soledad que grácil jugaba entre su fingida sonrisa, entre sus ágiles movimientos y su arte para ignorar su presencia.


Moriría sola porque no se creía digna de estar con nadie, porque no creía que existiera ese algo especial que daba sentido a la vida de muchos y del que se jactaban mintiéndola para asegurar su infelicidad, y porque no estaba dispuesta a engañarse con la existencia de algo en lo que no creía, por ello moriría sola, porque no tenía el valor de exponerse lo suficiente, de ser lo suficientemente vulnerable, porque no se creía con derecho a estropear la triste existencia de ese romántico, de ese vividor con su melancolía y sus versos, esos que ella no haría más que mancillar, y otro encuentro no significa más que otra noche sin dormir pensando en si hace lo correcto, tal vez simplemente sea una manera de castigarse por su pecado, de castigarse eternamente, negándose la felicidad.


La había dejado sola, a su suerte y sin saber lo que podría pasarle, ahora incluso le daba vergüenza llamarla. Vergüenza y miedo.



-¿Sí?- contestó una voz ronca.


-¿Papá?, soy Sofía… ¿puedes pasarme con Mamá?


Escuchó como el teléfono caía contra el suelo, y como Román lloraba a su lado, sin saber cómo ni por qué supo exactamente lo que había pasado, y las piernas le fallaron y también ella cayó y así a ras de suelo se sintió morir ahogada en sus frías lágrimas, y sintió que era responsable y en cierto modo lo era, al igual que lo eran todos al volverle la espalda. Se ahogaba, necesitó vomitar para seguir respirando, así la encontró Eloísa al llegar a la cocina, y sin saber nada la abrazó todo lo fuerte que pudo, como si de la fuerza del contacto emanase el cariño y la cura, en esa fuerza, o tal vez de la fricción con su propio cuerpo quedase el dolor en ella impregnado, al compartirlo, al sufrir ella también como sufría empática.



-Eloísa…- llamó Enrique tímido, mucho después tal vez, cuando Sofía ya se había ido.- ¿Qué le pasaba a Sophie?


-Hay pequeñuelo…-dijo con la voz quebrada a la vez que le abrazaba triste- Sophie ha perdido a su madre, está muerta. (El eufemismo “fallecida” no se utiliza en este contexto por mucho que a ella le pese ya que se dirige a un niño pequeño que difícilmente entenderá ya de por sí la palabra muerta).


-Pero ya lo estaba, me lo dijo ella. –Dijo el niño muy seguro- Dijo incluso que tal vez le hubiera pasado algo peor, se puso triste contándomelo ¿sabes?...


Eloísa… ¿Tú también te crees eso de la muerte?


-Si cariño, por desgracia eso es verdad, no se encuentra sujeto a creencias.


-Tal vez muriera porque ella la dejó.


-No digas eso, no es verdad y Sophie se pondría triste si lo oyera.


-O tal vez la dejó porque ella quería morirse, aunque yo no me iría ni aunque mamá quisiera morirse, para que no lo hiciera, ¿sabes?


Eloísa asintió con la cabeza para evitar que se le quebrara la voz al hablar.


-Y… ¿Héctor?, ¿está también muerto?- Preguntó Enrique tímido.


-¿Quién es Héctor?- Susurró.


-Nuestro hermanito, ese que estaba dentro de mamá.


-Sí, está muerto.


-¿Sabes? Creo que es culpa mía.


-No es culpa tuya en absoluto, ¿Por qué dices eso?


-Sabes, creo que, si mientras le tuvimos, le hubiera contado lo bello que es esto, y le hubiera hablado de mamá, de lo buena que es con nosotros, de ti, y de lo bien que lo pasamos cuando me llevas a comprar dulces o cuando jugamos, de Sophie, de sus desayunos y de su cariño, no se hubiera ido, habría querido verlo por sí mismo, hubiera querido probarlo todo, nosotros le hubiéramos ayudado y…. ¿por qué tuvo que irse?


-Ay… esas cosas no se escogen, ni son culpa de nadie, simplemente suceden, nadie toma la decisión de morirse.


-¿Entonces yo podría morirme sin querer? Como cuando me hago pipí en la cama, que no puedo evitarlo.


-Sí, la gente se muere sin querer, pero eso no va a pasarte a ti, no ahora, es muy difícil que mueran los niños pequeños sin ninguna razón, pero los bebés como Héctor que aun no han sido traídos al mundo son muy débiles y mamá era ya muy mayor.


-¿Es culpa de mamá entonces? ¿Por ser tan mayor?


-¿Sabes pequeño? Cuando la gente como tú se empeña en echarle las culpas de algo como esto a alguien suele conformarse con echárselas a Dios es más cómodo, para todos- Dijo y se acabó dando cuenta, de que lo dijo más para ella misma que para él.


-Isa…-Dijo cariñosamente- no quiero morirme, tengo miedo.- Dos lágrimas regordetas de niño rodaron veloces por su cara compungida y sus preciosos mofletes rosados hasta morirse en sus labios mientras se abrazaba a Eloísa.


-Y tampoco quiero que muráis tú, ni mamá, ni Sophie…



***


Marie estaba una mañana más tumbada el regazo de Yago sin que eso hubiera significado más que tiernos abrazos fraternales, casi paternos, casi filiales, por su parte, si solo de ella se tratara la elección, por la de él, no eran más que un motivo para pasar las noches en vela, para la confusión y la melancolía.


Marie no mejoraba, parecía decidida a querer morirse, tal vez subconscientemente, tal vez porque en su fuero interno creía en alguna especie de reencuentro con Elías, tal vez por ello parecía estar muerta ya desde que le diagnosticaron la enfermedad, y por ello casi ni quejaba, ni lloraba ya por la pérdida, ni por el miedo, como quien ya está muerto y sin embargo solo espera en un cuerpo ajeno a lo que los demás se den cuenta.



Elías… desde que había muerto estaba mucho más presente en su vida que de un tiempo a esta parte había estado, tal vez por ese distanciamiento paradójico de aquello que no tememos perder porque confiamos en su presencia continuada y que al perderlo abre en nosotros una brecha, una herida, a la que nos agarramos como única manera de conservar parte de él, rasgándola y abriéndola al dolor, porque mientras duele aun sigue ahí, porque mientras duele de él aun nos queda algo.



-Esta mañana no trabajo, pequeña, hasta por la tarde, ¿sabes? tenemos tiempo para hacer lo que tú quieras. Dime ¿cómo te encuentras?


-Ahora mismo me encuentro bien, y estoy descansada, podríamos dar un paseo por el parque y desayunar en esa cafetería tan bonita de la esquina con Atocha, esa a la que una vez nos llevó Noemí, la de las teteras y tacitas de cuento.


-Claro, me parece una idea estupenda, ve a arreglarte.



Como costumbre había tomado Marie la de proceder a un engalalnamiento completo, de esos que le hacían sentir una persona otra vez, una al menos no tan maltratada por la vida, con color en las mejillas de nuevo, sin saber, sin embargo, por cuánto tiempo allí permanecerá haciéndole parecer viva aun.



Y así la mañana transcurre en el remolino de la cucharilla del café, con ese tierno olor a bollos calientes y esa cálida sonrisa innata de niña ciega de la mesa de enfrente, una de esas que a ella misma le cuesta reproducir, tal vez simplemente porque sabe lo que esa mueca significa y lo sabe de tan hondo que tenga miedo a mentirse a sí misma, a confundir el bienestar o la euforia con esos que algunos acaban en llamar felicidad, ese sencillo gesto instintivo, innato, que es sin embargo imposible pronunciar por gusto, con los ojos al menos, de verdad al fin y al cabo.


Y en la mañana el olor a flores del campo la mece y el bucólico parque la encandila, pero la sombra de la desgracia, temerosa de perder su peso la acecha a cada momento tiñendo cada sonrisa, tornándola en mueca, como un lastre en sus hombros que ya perdieron irreversiblemente si postura inicial, para estar ahora caídos y su bonita efigie haber perdido esa bella sutileza de bailarina, esa a la que ninguno podía evitar girarse. Los estragos habían aparecido más rápido de lo que ella mima habría podido imaginar.


Es así, coronados por las madreselvas, propias de las oscuras golondrinas, esas que de ellos se olvidaron y jamás volvieron, como surge una vez ese tema que se desliza entre conversación y conversación, de miradas vacías y sonrisas rotas.



-Yago, ¿qué crees que pasará cuando me vaya?


-Quieres decir, cuando…


-Sí, cuando muera. ¿Crees que estaré con él?, ¿Crees que hay algo más?


-Yo creo que esa respuesta se responde fácilmente, si formulas la pregunta adecuada, ¿crees que tienes alma?


-Ahora mismo, me gustaría creer que sí, pero en realidad nunca lo he hecho. Ahora me da miedo pensar que no soy más que impulsos nerviosos, carne y reacciones químicas que se acabarán algún día, que la nada que recuerdo de antes, será la misma nada que nunca podré si quiera intentar recordar en el después.


-¿En serio puedes llegar a creer que eres igual que un animal, que todo lo que puedes llegar a sentir, es solo biológico?


-No, claro que no somos como animales, pero simplemente nuestro cerebro es más complejo, tiene más conexiones, más… electricidad, será como tirar del enchufe, y lo peor, es que sabré que eso va a ocurrir, y vosotros sabréis que habrá ocurrido sin llegar a entenderlo, esa es la gran miseria del raciocinio.


-Es al fin y al cabo una concepción egoísta, en la que tu cabeza, tu alma, es solo tuya, el budismo enseña que todas las cosas son cambiables en un constante estado de flujo, toda mi familia ha sido budista, ahora la tradición se va perdiendo. Todo es pasajero y no existe algo perenne. El error de creer en un "Yo" permanente es la fuente de los conflictos humanos y de los deseos mundanos. Tu “alma” seguirá fluyendo cuando tú te vayas, como parte de la energía del mundo, mejorando su karma, con un alma tan bella como la que tú tienes.


Tal vez algunos no sean más que los animales, pero de lo que de ti conozco no creo que esto pueda ser así, qué gran desperdicio sería, ningún Dios permitiría eso, y sobre si de tu antes no hay nada, me parece sin duda un desperdicio del tiempo imperdonable para cualquier Dios, el de tener tu alma encerrada en una botella para su propio deleite.- Sonrió, aunque a el mismo le costaba creer todo lo que había dicho, y le había costado mantener la voz monocorde y didáctica al dirigirse a sus ojos tristes.


-Es una bonita idea, la verdad, me gustaría poder creerte, me gusta que lo creas. Por eso no trataré de convencerte de lo contrario, porque hoy yo también necesito creerlo, ya no solo por mí, necesito creerlo también por él.



***


La luz cae hiriente y desdibuja el contorno redondo y descascarillado, desde la puerta y aún en penumbra él es capaz de vislumbrar su rostro claro, y los ojos tristes, ya no se le elevan las pestañas como antaño, las máscaras se amontonan en un cajón cerrado y polvoriento, ya no colorea sus labios y ha perdido esas mejillas frescas y graciosas, de un tiempo a esta parte toda ella parece forjada de un gris macilento y desvaído.



La luz cae hiriente y desdibuja el contorno redondo y descascarillado de una taza de café, en el fondo solo quedan posos marrones y aromáticos en los que ella ahoga un suspiro, oye el chirrido de la puerta de la calle y sabe que él espera que salga a recibirle, pero ella ya no tiene la fuerza de antaño y se le parte el alma al ver sus canas enmarcando su bello rostro partido por el dolor, no puede soportar la sombra de sus ojeras ni que pase más noches en vela en el lecho de su cama, el ya no ríe ni llora, de un tiempo a esta parte la miseria se ha convertido en un hábito.



La luz cae hiriente y desdibuja el contorno redondo y descascarillado de una taza de café, en el fondo solo quedan posos marrones y aromáticos, la cucharilla brilla con luz desvaída, y lo que un día pareció plata hoy ostenta el brillo del latón, él cree verla más bella cada día, cada día le trae flores y vela sus noches de fiebre, le trenza los cabellos cuando ella no tiene fuerza para hacerlo y lima sus uñas redondeadas, pero sus cabellos ya no tienen la fuerza de antaño y no brillan dorados, sus uñas se rompen frágiles, sin embargo ha aprendido a amarla de una forma más pura y profunda, vive por ella y aún de un modo amargo ha aprendido a ser feliz, de un tiempo a esta parte no se lamenta por lo que ha perdido sino que la mima como a una muñeca frágil que se deshace entre sus dedos.



La luz cae hiriente y desdibuja el contorno redondo y descascarillado de una taza de café, en el fondo solo quedan posos marrones y aromáticos, la cucharilla brilla con luz desvaída y lo que un día pareció plata hoy ostenta el brillo del latón, ella acerca su mano pálida y temblorosa al platillo se dispone a recoger su taza, a sentirse útil una vez más gracias a pequeñas cosas, pero últimamente son tan pequeñas, le mira de soslayo e intenta forzar una sonrisa que acaba en una mueca de dolor, hoy es uno de esos días malos en los que ni siquiera es feliz recordando los tiempos de antaño, hoy siente que si todo acabara él podría ser feliz, y que ella no es más que una carga, hoy se siente más inútil que de costumbre y le cuesta pensar con claridad, de un tiempo a esta parte son demasiados los días en los que se pregunta y se lamenta hoy quisiera que todo acabase.



La luz cae hiriente y desdibuja el contorno redondo y descascarillado de una taza de café, en el fondo solo quedan posos marrones y aromáticos, la cucharilla brilla con luz desvaída y lo que un día pareció plata hoy ostenta el brillo del latón, ella acerca su mano pálida y temblorosa al platillo nacarado de flores ese que a él tanto le gusta, ese que en su día ella pintó, la ve tan delgada, tan frágil, el camisón de seda rosa se le pega al cuerpo y por debajo asoman sus rodillas huesudas, amoratadas, la mira anonadado como el que ve a su hijo dar sus primeros pasos con ilusión, pero con miedo de que caiga y se lastime, el objeto de deseo de antaño ahora es como una hija para él, todo ocurre muy rápido, con una rapidez a la que no está acostumbrado, de un tiempo a esta parte los cambios se han ido haciendo notables tras meses, ve escurrírsele el plato y ve como su cara se desfigura en un gesto de dolor, la ve caer al suelo, siente como por un momento son dos los corazones los que se paran, uno muere, el otro se rompe.



La luz cae hiriente y desdibuja el contorno roto de una taza de café, a unos centímetros está la cucharilla y el sonido que aun produce, el plato que ella pinto en su día, que a él tanto le gusta, está roto a su lado, el aroma de los amargos posos del café inunda la habitación.



Ahora ella estará con él, ambos, fluyendo, y yo, aquí, creo que hay cosas peores que la muerte.



Oph**