domingo, 20 de febrero de 2011

Amapola.


Su cuello era pálido y flexible, pero frágil, como lo es una amapola que se troncha suave al peso de los pétalos, rojos, como lo fueron un día sus labios carmín, y hoy la luz desvaída los torna, rosados, secos y entreabiertos, dando la sensación de ser estos más ávidos y de tener más sed, de ser más expectantes al beso; palpitantes y sin embargo enjutos y contraídos en una mueca de dolor. Y los ojos secos ya no lloran, aunque no por falta de ganas, murió en ella la tristeza, y los ojos almendrados perdieron su pasión, y así castaños se tornan débiles y marchitan, cuando de cansancio deja caer las pestañas, agotada; y sus párpados hinchados de la falta de sueño relajan sus arrugas y se tersan so las mejillas grises. Grises y sin embargo aún juguetonas, sombra de lo que antaño fueron, de su lucidez y el brillo de su parte cava.
Las manos le reposan sin vida sobre la sábana fría, que su cuerpo cansado ya no alcanza a calentar, y sus pechos, abúlicos han ido a morir sobre su costado derecho, deformándose de tanto no querer ya mantener la postura. Sufre, a cada instante convulsiones, que no son sino pequeños fragmentos de dolor, en los que difícilmente podría sufrir más; su vientre, de un tiempo a esta parte abultado ha seguido creciendo, deforme y picudo sin poder robarle belleza a ese su cuerpo que un día fue altivo y seguro, ese cuerpo que paseaba desnuda a caballo, emulando a Lady Godiva, y mirando displicente a los hombres mientras sus ojos centelleaban y le caía el pelo en bucles sobre los pechos.
No está triste, seguramente nunca más llegue a estarlo, y no siente si no la desesperación porque no cree ya estar viva, y sin embargo algo de ella lo está, como queriendo huir de ese escombro y cárcel chupa toda su energía antes de estar por fin preparado del todo a escapar, pero como resignado y condenado al cadalso, con persistencia, pero sin ganas, como quien lima las ligaduras sabiendo que tras los barrotes da igual que suelte las manos estará condenado a muerte.
Y ella cuenta las horas que de vida le restan, no más de dos noches a lo sumo, no sabe si será suficiente, ni para qué aguantarlo, ni qué sentido tiene, no sabe si está bien lo que hace o si hace tiempo debiera haberse pegado un tiro; el cabello oscuro le cae ralo y sucio en trenzas adornadas de flores marchitas, y sus ojos cuentan hacia atrás, esperanzados porque saben que llegará el final, como un reo, a muerte condenado que no quiere más que evitar la angustia de las horas que aún le restan de mísera existencia. Y en lo más hondo de su ser se repugna, más porque sabe que si permanece es por ella y nada más que por ella y que puede un engendro estar creando, y que morirá solo, y ella ni siquiera estará allí para enterrar su pobre cuerpo, que ningún placer recibirá nunca; las pústulas en axilas e ingles ya le supuran y los sudores fríos la atormentan; perecerán sus cuerpos a los gusanos, y morirá de hambre el ganado allá fuera, o tal vez en el mejor de los casos también enferme y muera.
Y ya fuera atardece, o eso le parece tras sus párpados traslúcidos que tornan en un bello anaranjado el exterior y se le contrae el vientre y le duele más de lo que imaginaba y tiene más miedo del dolor que de la muerte, y no solo del suyo propio, sino también del desamparo de este, y empuja, más para salvar el dolor que para ningún fin concreto y vomita a un lado antes de perder el conocimiento.
Huele a sangre, y un muerto sin si quiera tener nombre llora, hasta callar de agotamiento y dejar de respirar de desamparo, aun unido a su madre. La podredumbre invade la habitación y se tiñe de desesperanza.
El ganado bala y la luna sube para iluminar tras la ventana a los fenecidos, triste, de no poder enterrarlos, consolada, de que tengan la compañía que ella ni si quiera podría desear, y la Madre muerte, como la Madre vida hizo un día les acoge en su seno.

Oph**

martes, 15 de febrero de 2011

Me gustas cuando callas.

http://www.megustascuandocallas.com/2011/02/ternura-es-nombre-de-mujer/

Colaboración en Me gustas cuando callas.

Oph**

martes, 8 de febrero de 2011

La naturaleza de los sueños, y su materia: alargadas.


“La sombra del ciprés es alargada” y las sonrisas, y las líneas discontinuas de la carretera son asimismo alargadas, y así es como el alargamiento, la largura, nos convida a entender la naturaleza de los sueños; no más que vanas sombras de lo que nuestra vida podría ser, sombras de lo que tal vez deseamos pero nunca querríamos tener, sombras, como lo es la más pura ambición, y es cada sueño, nada si no la “sombra de una sombra”; al no ser si no lo que ansiamos y del ansia anhelamos esa falta, y no ansiamos más que a esta, por ese sutil y dulce dolor que nos hace estar vivos, vivos, en un frágil equilibrio, como frágil es la felicidad de las sonrisas, alargadas, como lo es la euforia del momento, y ese innato gesto despreocupado, elocuente y espontáneo, una de las mentiras más fácilmente aceptadas, una de las más reforzadas, uno de los engaños más dulces por ser, tal vez, uno de los menos creíbles, y no es si no así, por esta extraña naturaleza de lo onírico, que hoy describimos, discontinua, azarosa y desordenada como lo es cada camino cuando desistimos; o cuando simplemente paramos a tomar aire, o a besar, antes de continuar camino, tal vez guiados; aunque siempre sin saber a ciencia cierta dónde vamos, de lo que no tenemos más que la causalidad fruto de la experiencia y esta parece tornarse saber para nuestras ingenuas mentes, y nuestras pálidas frentes, para entonces y para cuando este saber desaparezca solo espero que sigas quitándome todos los besos que se me queden en los labios.
Y tristemente para soñar solo hay que mover alocada y desacompasadamente los ojos, y el corazón, según parece; lástima que sean solo eso los sueños, lástima que no haya más que sueños; y que se nos cansen los ojos, cuando el alma ha descansado lo suficiente y crea, errando como de costumbre estar preparada para la vida real, y el claro y redondo amanecer, creyendo poder olvidar la largura de la noche, que más larga es cuanto mayor es la soledad, y el día más corto, cuanto mejor la compañía.
Y es que resulta difícil jugar a imaginar cuando acompasas tu vida a los latidos de la razón, por ello solo cuando ésta razón mal llamada corazón pierde sus válvulas y se ralentiza para recuperar la forma que adquiere en los sueños, recurrente y sencilla, como todos quisiéramos que todo fuera, sencillo y agradable, para poder disfrutarlo y jactarnos ante ello de nuestra complejidad, esa que mata y acompasa, y hace que tras el alocado movimiento volvamos a la fase uno, en el mejor de los casos, para recuperar el sueño, como una pausa en una continuidad mayor; y a veces, sin embargo es entonces cuando nos toca despertar, y enfrentarnos a los ritmos, nuestros y de todos, y sacrificar ese corazón por aquellas válvulas que bien trabajan, y por ello sacrificamos los sueños, por aquello que bien nos conviene, y a quien queremos por quien bien nos quiere, y paradójicamente es este corazón más redondeado para mantener el equilibrio y no es sino el redondo sol quien hace proyectar las alargadas sombras preludio de la noche, y de su fin de la existencia de algo diferente, de la vida, y de la futilidad y volatilidad que la caracteriza; y no es sino la luna, la que nos explica estas incongruencias, que al lector despistado pueden pasársele, y es que no sé cuando es esta más linda, si cuando se sonrisa de gato es alargada, o cuando llena brilla en todo su esplendor, por la misma razón no sé si soy más feliz si dormida sueño, o si lo hago despierta, aun cuando entonces, sé que no son más que mentiras que tal vez, como tú dijiste algún día podrían dejar de serlo.

Oph**

martes, 1 de febrero de 2011

Me gustas cuando callas.

Colaboración en el blog: "Me gustas cuando callas":
40.


Oph**