sábado, 25 de septiembre de 2010

XVI. Silencio.




Silencio eso es lo que ahora obtienen, ¿qué más cabe esperar tras este tumulto de pensamientos mal digeridos?, ¿qué más podrían sinceramente esperar ustedes?, ¿Es que enserio se pensaban que todo esto de mi provenía?
Tal vez lo hiciera, pero eso es algo que ustedes nunca sabrán y que no necesitan saber, sin embargo, sé que curarán su conciencia haciéndose creer que sí sin dudarlo ni por un instante; sin embargo, tal vez, como dijo El lobo estepario esto no sea más que una de las diferentes almas que en mi habitan, una de esas que no he llegado a reconocerme y que pugnando por existir aquí se deja caer, para ser la tinta asimilada, absorbida, por el papel, y las palabras, por la mente, o el corazón, en el mejor de los casos.
Y saber que es el camino a ninguna parte, al único fin, al fin sin medios, ya que tal vez estos fueran el camino, o tal vez no exista ningún fin más allá de los propios medios, y en estos se encuentre el único camino, tal vez por ello es por lo que podemos seguir adelante aun sin haber encontrado un fin; porque ya los encontraron todos en la infructuosa búsqueda, y en el fondo sabemos que así lo hicimos, aunque sea duro aceptarnos, reconocemos que este es el único fin, el silencioso final, sin bombos ni platillos, ni grandes descubrimientos, sin grandes finalidades ni recompensas, sin nada, con todo y para todos, solo silencio y ecuanimidad, la más absoluta, tal vez de ahí su carácter divino, tal vez de ahí el miedo que le profesamos.
Tal vez, como siempre: quizás, y como siempre, trato de convencer al resto de cosas que creo más de lo que quisiera, de cosas que ni yo misma quiero creer y por ello la mayor desgracia es el éxito, el convencimiento ajeno, porque este abre la puerta a la razón, a la que no tengo en lo que al raciocinio se refiere, si es que quiero creer que no existe un fin, pero sí la razón que otros me dan; esa que me hace perder el sentido, y que acaba por convencerme de eso que tanto temía creer, de la suficiencia de los medios, de su insuficiente suficiencia y del ser como una rata si nada más existe que el camino, y de no valer más que un perro al ser el raciocinio nuestra arma y miseria, la que nos hace creernos más sagrados y merecedores de algo más por el simple hecho de ser racionales, por el simple hecho de poder quererlo.

Y es que alguien se cree que esto ha acabado, que tras finalizar este torrente es como si todo hubiera acabado como si nunca nada hubiera habido pues. Mientras ustedes aun son capaces de recordarlo sin intencionalidad alguna, mientras son capaces de tener el deseo de olvidarlo, de borrarlo y de convertirlo en su mero pasado, pero no mientras esto siga siendo intencional, no mientras a alguien le sigan doliendo mis penas y mientras en ellas no haya otra cosa más que la eterna pregunta de mis formas aquí formulada, “¿Quién es ese?” Enunció un pasado sabio, pero la pregunta es quién es cada uno de nosotros, qué es y que le hace igual o distinto del resto, no solo del resto de personas, sino del resto de seres, esa es la pregunta de nuestras vidas, esa nuestra gran incógnita, la mía al menos, la que puede dar sentido, aquella basada en todas sus otredades, en la mía propia, el sentido de nuestra vida, y lo único que puede aportarle alguno a esta o quitárselo del todo, su infinita búsqueda su profunda incertidumbre.

Temo que tal vez en el entramado de la historia hayan perdido de vista el objetivo inicial de esta historia, tal y como yo misma en algún momento ya hice, que no era tan solo entretenerles con las alocadas visiones de un demente en su lecho de muerte, si es que esto es lo que creen haber escuchado, y todo lo que él creyó que le acontecía en medio de una crisis, de un delirio del que nadie más fue consciente y que sin embrago constituyó para él una realidad tan válida y vívida como lo habría sido cualquier otra para nadie, para todos, y que no es por tanto ni más parte real de una historia ni menos que si en vez de tratarse del delirio de un moribundo se hubiera tratado de las disertaciones que yo misma tengo cuando camino sola bajo la lluvia, y es que nada es más real ni más mentira que lo que para cada uno su mente quiere que lo sea, es por ello que no deben juzgar esta historia ni más verdad ni más mentira que si de su propia vida se tratara narrada desde lo más íntimo de su ser.
Una vez aclarado el simple hecho de la plausibilidad y verosimilitud por la que tanto nos preocupamos y que al final nada importa, más que para el mundo de los otros, me gustaría llamar su atención sobre el trasfondo de lo que aquí a nadie tal vez más que a mí se le ocurra deducir, es cómo de las vidas y como de fuera del relativismo, desde el objetivismo counductista mayor que he podido tener y desde la explicación más exhaustiva que me ha sido posible de los hechos relevantes que llevan a cada uno de mis queridos (sí queridos, por mucho que parezca que les hice sufrir, más me lo hicieron ellos a mí, como una madre con sus hijos, podría casi decirse) personajes a realizar una u otra acción que puesta en el entredicho de la dicotomía de la existencia de la humanidad de estos y por ende la de todas las personas, y no está en mi mano juzgarla ni si quiera puede estarlo en la vuestra que pretendéis verlo desde fuera, no está en mi mano juzgar si Román es realmente un enfermo o tan solo otro pobre diablo que en algo tiene que excusarse, si en realidad Marie puede justificar sus faltas en el dolor, o si Sofía toma el camino correcto al encerrarse en sí misma. No puedo juzgar si Carmen fue una víctima tan solo o si tuvo más que ver en su asesinato que el propio Román, no puedo juzgar si de estar enfermo las faltas de Román están justificadas, si de no estarlo es malo, si de ser malo su vida es sagrada, no puedo juzgar si de estar Román enfermo su vida vale menos, de estar en un estado de conciencia diferente, de carecer de ella, no sé si puede ponérsele si quiera a la altura de un feto, de esos que matamos cada día sin preguntarnos si es correcto y no puedo sobretodo juzgar si es incluso menos que este al no contar si quiera con la posibilidad de ser algo más, si es que está enfermo, no puedo juzgar si es él el que está enfermo o nosotros los que encerrados en nosotros mismos no somos capaces de entender las necesidades de los otros, o si es que la cultura nos a ahogado hasta tal punto que no podemos ver más allá de el etnocentrismo más profundo, que va más allá de la religión hasta ahogar simples conductas como diferentes a la “norma”, no sé si puedo justificar que yo misma tenga que llegar a plantearme si existen personas más sagradas que otras, mejores que otras, más bondadosas al menos, cuando soy consciente de que todo lo por mi observado es tan solo eso, un punto de vista, sin embargo espero que ustedes sí lo hagan como en el fondo llevo haciéndolo yo todo este tiempo.
Y tal vez es por ello por lo que se lo cuento a todos ustedes, para no sentirme tan culpable, por tratar de juzgarlos, de juzgarme a mí misma, y a todos ustedes, para que alguien más, empujado por mí a la catarsis, en el mejor de los casos, tenga que poner de manifiesto ese pequeño complejo de inferioridad que todos tenemos y que ante alguno que consideramos inferior sale a la superficie y se da palmadas en el pecho gritando como un loco para que a nadie le quede la menor duda de que ese que lo hace, es mejor que al menos uno de los otros que está siendo juzgado.

Y al llegar a este punto no puedo sino sentir que esto no es una novela, sino un ensayo de tipos humanos, de esos que cada uno llevamos dentro y entre los que podemos escoger hasta cierto punto, tal vez menos de lo que me gustaría creer, qué queremos ser.
Me asusta no saber si esta parte del experimento sociológico, que es la vida, la controlo yo, o me ha estado controlando siempre ella a mí, si el final no es feliz porque ellos no quisieron o si de los cabos sin atar seré capaz de torturar aun más a los pobres personajes de está nivola que es la vida, con la intención de conducirme a mi misma a la catarsis una vez más, donde ustedes ya poco parecen importar, y donde el experimento sociológico se convierte en psicológico y casi místico y no trato de entender más que mi alma propia en el hipotético caso de que exista, más que mi mente si es que eso es lo único que queda, más que por encima de todo, mi humanidad, lo sagrado de mi vida, de mi existencia, que por el contario, sino fuera debido a ese sentimiento de inferioridad que todos tenemos y que me hace llegarme a creer mejor que los demás no necesitaría preguntármelo al estar convencida de poder amar, y así poder hacerlo, al estar convencida de poder creer, y así poder hacerlo, al estar convencida de poder sentir y así poder hacerlo, y que dejara por una vez y como siempre de ahogar mis instintos más animales y menos humanos (el sentimiento) bajo los más humanos, (el pensamiento) y ya que extrañamente este (el sentimiento) es el que más se asocia a la humanidad (en su sentido profundo) poder sentirme humana al ser más animal. Y por ello tal vez no necesitar sentirme especial ni a ellos diferente ni mi vida más sagrada, más que por el hecho de saber que la vivo.

Y tal vez no pueda juzgarlo ni sobre ello discernir por la mayor de mis faltas, por una que sé y creo muchos de ustedes comparten conmigo: la gran incapacidad para estudiar en movimiento, esa incpacidad que me lleva a someter cualquier digresión al reposo, y esa incapacidad que hace escribir un libro, para poder estudiar las hisotiras y relaciones con tranquilidad, con la lentitud propia que caracteriza nuestros pensamientos y que se estrella contra la rapidez de nuestros movimientos y reacciones, y es por ello que no vemos la vida sino a través de ojos de pez, tratando de retratar su alocado movimiento en nuestra calmada inmovilidad que clama, tratando de fijar sus colores y aromas, de transformarlos y de así poder estudiarlos extrápolándolos a una inmóvil ilusión que cristaliza en nuestras retinas matando nuestra poca perspectiva, y cristaliza hasta convertirse en lo que nos parece lo único, y así lo creemos como verdad absoluta, y se detiene la vida y muere, y es por ello tal vez que no entendamos nada, creyendo lo que nosotros mismos hemos creado y olvidando que en su día así fue, pero como siempre quiero dejarlo a su propio y libre albedrío, aunque este a veces nos lleve a tamñas distorisiones y conduzca a situaciones esperpénticas, esas ya serán las suyas, las mías aquí parecen haber casi acabado, a propósito, espero noticias de las suyas.

***
La luz sepia del atardecer entra por la ventana y me baña en el agua cálida, que suave desdibuja y recorta la línea de mi cadera sobre la que morena resbalan las gotas con avidez hacia el piso, tras la ventana borrosa, como lo es el ruido de risas que por ella se cuela, y ese ruido borroso que perdió su condición de sonido muere en el restallar del agua contra el suelo cuando escapan las gotas a mi cuerpo tímido y desnudo que incólume a esta ligera pérdida se estremece a los aromas que suavemente me golpean inundando la estancia en olor a vainilla, ese suave y dulce aroma que no puede hacer más sino a ti recordarme, al a ti recordarte a mi la misma fragancia que a mi se pega, como el pelo al cuerpo, que mojado se alisa y amolda a lo que tras de él queda

Y para acabar cumpliendo viejas promesas, de esas que últimamente me ha dado por reabrir, y que solo tú bien sabes, y tal vez cerrándo del todo tu capítulo, regalarte ese pedacito de cielo azul, ese que un día, no muy lejano al fin, me pediste y yo te prometi conseguiría, ese que en su día y tras el fin muchas veces quise darte y ahora ni lo mereces ni nunca vendrás a recibirlo, por eso aquí lo dejo, para mí, para todos, pero para ti, si algún día lo quieres, es tuyo, como lo fue siempre, como en realidad nunca lo supiste y nunca lo recibirás, aunque ya poco te importe, y a mi tal vez incluso menos.



Oph**

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