viernes, 23 de octubre de 2015

El barro.

Los seres creados del barro solo de barro pueden hacer el amor.
Con las manos y los cuerpos; con las costillas.
Con las costillas con las que conocen. Con los pulmones con los que aman.

Créanme, que les he visto modelar al otro las carnes,
Apoyarse en su primera herramienta epistémica:
allá al lado del labio,
un poco después acá en la palma.
Sucia de un barro caliente que resbala hasta el codo, por el alvéolo y por los hígados.
Tan primera que no se la arrebatan, más que si ellos mismos se la arrancan.

Créanme, que les he visto arrancársela,
Sacarse una costilla y usarla como palanca:
allá al lado del pulmón,
un poco después acá en el ventrículo.
Quebradiza y maltratada, y luego tallada y cuneiforme para volver al barro.
Tan secundaria que más que para hacer sirve para contar.

Los seres creados de barro solo de barro pueden contarse el amor.
Contárselo hasta amarse un poco más, hasta dolerse un poco menos.
Y prometerse que se harán de nuevo. Y que repondrán la costilla, y que besarán el pulmón.
Con esa área de al lado del labio primero, primera herramienta.

Con esa palma sucia después, que está del lado del latido.

Oph 

.

Uno a uno te sacarán los huesos,
Una a una te quemarán las raíces,
Las de aquel lugar en que me criaste,
Aquellos huesos con que me formaste.

Uno a uno, para cambiarlos por piezas de plástico,
Una a una, para recordarme que no puedo cortar las más,
Que de la tierra no se cae el cielo,
Que una vez de barro cubierta no se florece.

Uno a uno, para recordarme que se nos pasa el tiempo,
A los dos y a cada uno, aunque ya no te encuentre al otro lado de la mesa volcado en la televisión.

Una a una, aunque ya no nos escondamos en un anochecer que se hace tarde,
Que barre sus propias raíces debajo de los muebles

Porque sabe que por mucho que se saque nunca se vacía.
Que por mucho que se queme nunca se corta:

De raíz. 

Oph.

viernes, 9 de octubre de 2015

,

Tal vez me voy, sin ti. Tal vez a dormir, contigo.

Porque no puedo explicarte que te quiero con la lengua amputada sobre una bandeja de plata fría y brillante.

Allí la han dejado tendida, en un escaparate violento y epiléptico junto a esa melena que se cae y enreda la pesadilla que no llega.

Allí, colgando de unas pinzas que se le clavan hasta los goterones de sangre y saliva insomne contra el suelo. A su derecha un maniquí blanco y anoréxico que no la mira, ni se atreve a mirar a su izquierda.

El maniquí abre su boca fría y exhala silencios. Y traga, mirando hacia otro lado.

Tampoco él tiene lengua, ni puede explicarle nada con sus miembros amputados. Ni si quiera tiene sangre, ni saliva, ni gotera.

Y ella tal vez se vaya, contigo. Tal vez a dormir, sin ti.

.

En una ciudad sin noche no debería esperarse tampoco amanecer. Puede ofrecerte ciruelas a las 4 de la mañana y parecerte que ni si quiera es tarde, pero no le pidas amor a las 2, ni brisa a las 6.

La noche es tan larga que la ciudad no tiene mañanas.

Y si se la usurpa se la ha visto escupir y tirar las tazas de café, tan lejos que uno piensa en contaminar con él su subsuelo, a ver si así despierta. Pero es tu mismo suelo, ese suelo, que conceptualmente llega hasta allá. Que realmente apenas me sostiene.

La noche se pasa, se la llevan los trenes.

Y es tan oscura que apenas se distingue entre el barullo.

La mañana es tan corta que temo salir a verla de nuevo.

Es tan íntima que es la noche de los muertos y el deber de los esclavos.

Oph.