lunes, 29 de agosto de 2011

Para que las palabras cobren vida II

¿Te has enamorado alguna vez de un poeta?





Nunca lo hagas, si no es así, si por el contrario ya lo has hecho, nada tengo que contarte. Que se les acaba el amor, cuando se les desgastan los versos y resuenan amargas

las palabras al oído, y las mentiras les desgarran la garganta.


Un poeta no se enamora como lo hacen los vagabundos, no se enamora de tu cadencia, ni del paso del tiempo en tu sonrisa; no les llega para tanto ese romanticismo, que malgastan en versos y alcohol en vez de en mujeres. Se enamoran tan solo, por ello, de los versos que en tu nombre escribieron; así que, cuando el rojo carmín te abandone de besarlo, no se relamerá el poeta de tus labios desnudos, como el vagabundo haría, y añorará entonces el artificio; que no aman los poetas sino la forma, sin importar mucho el contenido.


Y cuando, de dormir a su lado, se te aplasten los rizos, te despreciará como a la ramera que huele a ginebra barato en las mañanas, en las que duele la cabeza, y su olor te da náuseas… y te rechazará de malos modos y te sacará a la puerta de los pelos con el vestido sin abrochar. Pero ¡ay! cuando lo haga, será entonces más desgraciado que aquel vagabundo que nunca te tuvo, enamorado de la melancolía de tus ojos, que no es si no lo que él siempre anheló, y amará tu tristeza y la añoranza por el tiempo pasado, y amará sobretodo tu ausencia, que no son capaces de amar los poetas, sino aquello que no tienen.


No te enamores nunca de un poeta, no te dejes nunca alienar en versos suaves recitados al oído, que no es sino enamorarse: “tomar veneno por licor suave”, no te enamores de un poeta, de esos que desgastan el romanticismo que cualquier otro en ti pondría, ya que solo cuando llores y gimotees y el rímel marque tus mejillas, amará él la ausencia de artificio, y tal vez solo entonces, llegue a quererte, tal vez, tan solo un poco, al amar la autocomplacencia que su melancolía le produce, al producirse de su alma tal beneplácito y poder de él en sus versos vanagloriarse.


Oph**

domingo, 28 de agosto de 2011

Reflexiones largas para una vida corta.

No existe en el hombre, dolor más grande y penoso que el de darse cuenta de que no es nuestro duelo más que la sucesión de pasos al hombre connatural; que no es este más puro, amargo o desesperado, que no es aquel sino una reproducción que de lo que él se esperaba, y que no constituye, perder a un hijo o a un esposo, algo trascendental o único, que no es sino ese dolor que ahoga, algo por todos compartido y que ni si quiera podemos sentirlo como especial o único, como si de un simple reflejo se tratara y no existe pena más grande ni amor más puro.

Y es por ello, que inexplicablemente existe esa necesidad de llorar y pasar el duelo a todos envidado, tal vez, simplemente a modo de escape de la locura y la monstruosidad que de no ser así nos invadiera al deshumanizarnos y así ser tal vez diferentes, tal vez humanos, negación, impotencia, culpa, enojo, duelo (pena, llanto), aceptación…

Es entonces cuando te das cuenta de que no existen los poetas, ni los músicos, ni los bailarines, ni los pintores, que no es el arte más que una farsa, la expresión de todo aquello que tal vez nos gustaría creer que somos, aunque duela esto más a su modo que la verdad, sea esta o no amarga siempre será más difícil de aceptar que una mentira, pues solución no tiene; reflexiones largas para una vida corta en la que nada pintan, que esta no es sino la gente que aun sigue contándose a sí misma que merece, el amor, la pena, que el dolor es puro y que no existe la soledad del alma sin la ausencia.

Sin embargo de nada de lo que sé puedo estar segura, que no es la certidumbre más que lo que la incertidumbre ya se ha cansado de plantearse; así, en este último suspiro de duda huye por mi aun entreabierta ventana veraniega cualquier vestigio de inspiración que en mí, quedase, cuando consciente de lo incognoscible de la verdad me avergüenzo de buscarla e inventármela diferente cada vez de nuevo en todos los escritos, sin que sea ninguna más mentira ni más cierta que la anterior, al habérmelas creído yo todas, ingenua de mí misma.


Oph**

lunes, 22 de agosto de 2011

Para que las palabras cobren vida

A continuación os dejo el primero de lo que espero que sean una serie de narraciones, para que las palabras cobren vida.


Espero que os guste.


Queridos personajes (sean quienes sean y lo que sean) de esta nuestra vida, en la que se intercalan pequeñas maldades tales para que podamos soportarlas, es posible que no escriba para nadie y ustedes no existan más que en mi imaginación o quizás en un reducto de mi memoria, de cualquier modo me siento más cómoda dirigiéndome a alguien.


Desconozco su naturaleza e incluso la mía si me apuran, y es posible que esto carezca de toda importancia, pero quizás ahí resida todo su interés. No pretendo enjuiciar a nadie con este escrito más allá de a la humanidad entera, a esa antigua desaparecida, de la que solo quedan hombres que desconocen el sentido de esta palabra. Son sus predecesores, hijos del avance, de la sucesión continua de hechos, esa que algunos erraron en llamar progreso y así ellos mismo en él confiados asistieron como pasivos espectadores a su propio suicidio silencioso e indoloro, y por encima de ello asistieron a él como sus inocentes instigadores.


Me despido de ustedes por último y sean quienes sean para dar paso a la historia y juzguen por ustedes mismos, si no actúan los hombres en beneficio de un recuerdo borroso al que intentar ser rigurosos, a ese recuerdo de la humanidad o si realmente siguen siéndolo, si en algún recóndito lugar de su alma queda un rescoldo de ella, o tan solo su recuerdo.


Oph**

viernes, 19 de agosto de 2011

Miedo.


Nada más inteligente existe que temer al miedo, nada más ridículo y paradójico, al fin y al cabo; sin embargo, es por todos alguna vez rechazado el terror nocturno y buscada la sábana suave que nuestra mejilla húmeda consuele, y el pecho cálido que la reconforte y llene como si desnutrida se hallara cuando no llega tan si quiera a estar asustada.

Es el amor necesidad más grande que ninguna otra, que sin él hasta los más fuertes se marchitan y temen, hacia atrás buscan con los ojos anegados y vuelven sobre sus pasos, que por oscuro que este fuera es siempre más claro el pasado que el incierto porvenir, y no hay mejor manera de enfrentar el temor que de una mano prendido.

Resulta; sin embargo, también el miedo necesario, porque si no ningún sentido tendía que ávidamente lo buscáramos cuando parece que nada halla que temer y en el futuro lo cristalicemos como fuente de un incierto mal que aun si quiera podemos atisbar como cierto.

Y es que, tal vez, sea necesario el miedo para sentirnos débiles y buscar el consuelo, y en lo que a mí respecta, íntimamente ligados parecen el miedo al amor. Sin amor no existe miedo que valga ni consuelo alguno, sin miedo no se hallará ni el amor salvador ni el consuelo que no se necesita. Tal vez sea que para mostrarnos vulnerables ante el ser amado necesitemos temer algo peor, o tal vez sean amor y miedo la misma cosa, preeminente a sí misma.

Pero ay, pobres de aquellos que a amar tengan miedo, ningún consuelo más allá de esa soledad que quema puede quedarles y aun así no atisbo a acertar si constituye esta: su miedo o su consuelo.


Oph**