domingo, 6 de julio de 2014

La caja de Pandora.

Todos sabemos, en lo más profundo, cuál es la caja de Pandora. No es la primera vez que alguien habla de caja –negra– para la mente, pero no es solo eso. No, aunque ya la negrura escondiera la idea de lo desconocido y aunque erróneamente se haya usado por los siglos el color negro para describir el miedo, ciegos sin duda al amarillo.

Cualquier metáfora de la mente ha de ir más allá de la negrura interior y conciliarla con la exterior. Ya Kant lo vislumbraba, pero él no piensa en nuestras cabezas tan fácilmente como lo hace Platón. Su verdad es más dolorosa y difícil de aceptar. Es, en definitiva una verdad, y hoy no todos pueden decir lo mismo.
A Kant, como nos hablan de él, podemos imaginarlo como a un tipo silencioso y solitario. Tan reflexivo que tal vez se hubiera tragado a sí mismo y su rutina fuera la piedra angular para mantenerse con vida, a algo agarrado, al saliente de la única cordura que le quedara. Yo tampoco puedo decir a ciencia cierta que éste fuera Kant, más allá de aquel que mi profesor recordaba, pero esa es, de nuevo, ésta mi verdad.

Lo que sí puedo decir, sin dudar yo misma de ello, es que es gracias a él que hoy sabemos que existen los dragones, y Dios quiera que también los Totoros. También hoy sabemos que la mente es plástica y entendemos fácilmente porque hay más de estas criaturas en la infancia. Hoy sabemos que si rompiéramos nuestra caja negra y ésta quedara abierta a la realidad sin filtro sensitivo alguno es posible que la realidad misma nos matara, y que salieran a la luz todos aquellos monstruos que ni tan si quiera podemos imaginar, especialmente el monstruo de nosotros mismos, que ahora sí, vive en la cueva.

Tal vez lo único que podamos hacer ahora es jugar a balancearnos en cada una de las aperturas de nuestra caja y hacer el ímprobo esfuerzo de usar tantos menos filtros adquiridos como sea posible, desprendernos de todo conocimiento sobre nuestras percepciones, y sentarnos a respirar, ya que eso es lo único que sabemos que es vivir.


Y para eso esta vida, para vivir, y tal vez, solo tal vez, para atisbar la verdad desde la cueva, sin miedo a monstruos y otras verdades.

Oph*