jueves, 25 de febrero de 2016

Los peces de arena.


En nueve pestañeos me contaron la historia
de unas tierras rojizas repletas de peces,
que habitaban bancos de arena.

Eran peces ya sin ojos
ya sin bocas
pero hambrientos, sedientos,
peces de arena.

Boqueaban los peces
sin tragar si quiera barro,
nadaban pescados
sin saberse apenas ósmosis,
que no pueden morirse los muertos,
ni llorar los peces de arena.

Pueden reír a un calor rojizo,
-de sonrisas arcaicas-
que calienta pero no mata,
de vientos secos y pesados,
que ahogan pero cobijan,
de tormentas
cuyas olas sacuden las hamadas,
mágicas y expoliadas
hasta de sus peces de arena.

Pero no es el viento quien les descubre las escamas
y no es el Draa quién les seca los granos
y no los pesca el cayuco,
ni alimentan barrigas tiempo.
Que a estos peces los descubren anzuelos,
los secan poblaciones invertebradas,
los pescan bayonetas,
y alimentan tierras apropiadas.

Pero no están tristes,
que no saben llorar los peces de arena,
solo sonríen
en tierras demasiado secas para el llanto,
demasiado rojas para la pena
que es azul como los mares.
Así ríen historias
historias que se cuentan en nueve pestañeos,
de arenas,
de bancos
y de peces.

domingo, 21 de febrero de 2016

Mañanita de niebla, tarde de paseo.

Hojas enfermas en el suelo,
enfermas de hongos y de inviernos:
en procesión,
obedientes de las estaciones.

Calla y presta atención entre el ruido,
¡calla!, ¡calla y deja de gritar!
que hasta las ramas se agarran,
enredan y estrangulan,
ramas cableadas,
enfermas de ciudad.

-Ramita que tratas de cuidar- 

Dos cláxones se ríen estridentes a lo lejos,
hasta las hojas tiemblan,
resuenan.
Dos músicas emergen cableadas,
-¡la' odio!-
enfermas de ciudad.

-Música que tratas de alegrar-

Tan cerca resuenan,
que hasta las pieles tiemblan.
¿Bailan?
Un cuerpo sumerge reposado,
enfermo de cables y de ciudad.

Aun sentada en la tierra se ha mirado,
entre las bolsas de plástico,
y las latas oxidadas
que ella también está toda cableada,
toda enferma de ciudad.

Pero la ciudad respira y respira en el ruido,
suda y suda del carbón,
y los cables solo se le enquistan
y las pieles se le abren
y al descubierto quedan los huesos
huesos que no respiran,
que los huesos ni sangran,
ni saben llorar.

Debajo de unos cables había un pulmón,
atravesado y putrefacto,
contaminado,
sacudido,
y sus manos lo agarran
enredan y estrangulan,
manos cableadas,
enfermas de ciudad.

Y el pulmón aún late,
aún respira,
a pesar de apretar y apretar.

El sol se pone y la luz dorada del atardecer insulta su enfermedad,
pero aún quema,
eso debe ser buena señal.


jueves, 18 de febrero de 2016

Qué razón tenía Platón.


Lejos fue siempre una unidad relativa,
convencionalmente medida en pliquis,
tradicionalmente agregados en centones,
en un intento de entender el desarraigo,
fallido encerrar el corazón.

Pero yo no estoy lejos,
por no estar no lo estoy ni de mi misma
y por no estar cerca
no lo estoy ni de Madrid.

Mi enfermedad es más bien la simultaneidad,
tan bicéfala y simultánea en los husos
que no me queda ni horario para dormir.
Tan miscelánea en la estancia,
que no me queda ni el aquí para existir.
Una historia mínima ya del fondo del vaso,
ya solo distorsionada por una última gota,
demasiada concentración para unificar,
saturación.

Lejos que hasta temo romperme,

Yo que tanto luché me hallo:
disociada y dualista.
“Noche oscura, negro infierno”.
Lejos que hasta me siento en diferido.

Yo que tanto huí me hallo:
Acá en la falta del otro,
allá en la ausencia de un nosotros.

Presencia dual y fría como una línea,
múltiple como sus puntos.
Abrupta y unitaria como un amanecer,
que se sabe noche del otro lado.
Violenta y silenciosa como una noche,
que se conoce mañana,
y que se sabe a café y a insomnios. 

miércoles, 17 de febrero de 2016

Esos locos bajitos.

Esos locos bajitos
de acentos como latigazos,
que se repiten dos veces y te contestan en inglés:
-‘m sorry?, -Well, don’t be,
que yo no soy gringa,
y eso se lo inventaron ustedes.
¿Se entendieron, pues?
Nos comprendimos.
¿Bueno?
Claro,
en la misma lengua, en distinta octava.
¿Ocho, pues?
¿Variedades? Como espectáculos,
más bien ochocientas,
notas, tonos, rasgados
¿de guitarra?
¡vaya una huachafería!
¡semejante disparate!
de los ojos, nomás.
¿Mande?
Sí, sí. Atienda:
Ayer tarde conocí en el café unos hispanos no españoles
¿Hispano hablantes?
Claro
¿No les dicen latinos?
Yo más bien les digo perdona, para que repitan, ya sabe.
¿españoles que no hablan castellano?
ay, la madre patria
y su concha, que le dicen.
¿Que le llaman?
No, son más de correspondencia ellos, que saben que si no los coroneles se les enferman.
Bueno, todos menos el porteño,
ya se sabe que ellos hablan caste/sh/ano,
el español para los españolitos, le dicen
quién sabe dónde estará su Casti/sh/a, yo dudo que al lado de mi Mancha.
¡Pero qué quilombo!
¿Y ustedes?
¡un Babel!
¿Entonces?
Yo…
más bien balbuceo,
en ocho tonos,
en cinco notas,
en un rasgado.
¿Mande?
No, mandar no mando nada.

lunes, 15 de febrero de 2016

Plaza Castilla.

Ancha es Castilla:
ancha como sus campos,
como sus cielos de espiga,
como sus nubes de maíz.
Ancha como sus cosechas,
regadas de viento
y sus vientos empapados en sol.

Ancha es Castilla:
ancha como sus redondas plazas,
como sus semáforos gris,
como su asfalto apurado.
Ancha como sus multitudes,
regadas de ceño
y sus ceños empapados de cruz.

Castilla y sus molinos:
llenos de locos que no muelen ni el café de las duchas,
llenos de locos que no limpian, que no suelen ni dormir,
llenos de gigantes y elefantes en las habitaciones
que no se esconden ni en las margaritas,
ni se guardan en los cajones.
De locos que se miran y no se dicen,
que se quieren y no se tocan,
que abrazan y no se callan.

Su plaza y su paraíso,
de Adanes ateos y de Evas nomotéticas,
de frutos redondos:
de naranjas y de higos,
de nueces y de ciruelas.

Un paraíso de frutos de invierno prohibidos en un cesto,
un paraíso que tal vez supo a infierno,
un infierno que yo quise lamer,
un fuego en el que yo quise arder.

Arder entre vuestras palabras castellanas,
en vuestras veladas,
o en vuestro té.
Como me ardéis vosotros en la punta de los dedos,
cuando se me consume la mecha,
cuando ni con palabras os llego.

Palabras que no eran vuestras,
que no eran mías.
Palabras, que soplo y soplo
en las que sin remedio os coláis,
como se me cuelan los suspiros,
como se os dibujan los cuerpos
mal coloreados contra una pantalla
sin doler tal vez,
sin caer si quiera.

Palabras que os quieren
y os extrañan.
Que me vuelven en forma de paraísos a los que estoy invitada,
y me vuelven cuando no.
Como esta Castilla que nunca visité,
que solo pisaba de lejos,
con cuidado de no manchar,
con cuidado de no romper,
acariciándoos con el cristal-i-no,
guardándoos en una caja de teclas que ni suenan,
en una caja que pensaba:
 vacía de amor
llena de palabras redondas,


Castellanas.

viernes, 12 de febrero de 2016

Labarth.

Una cucharada más,
hasta que te salga por las orejas
que te he mirado bien adentro,
detrás de cada uno de los cartílagos
y entre pellejo y pellejo
que aún solo tienes cera.

Otra cucharada de crema para el lobo,
hasta que se le caigan los dientes,
hasta que se le pudran los estómagos,
hasta la séptima digestión,
hasta el quinto ácido biliar,
hasta regurgitar el páncreas,
y rumia y rumia
qué cruel el lobo,
que ni los niños lo miran si no se ha arrancado hasta las encías.

Otra cucharada más,
aun no vomitas.
Traga, traga,
aun queda mucho en la nevera
el invierno todo lo conserva
aun cuando se va la luz,
aún sin masticar,
aun sin digerir,
hasta retorcernos las tripas
y el metal bruñido
como el rechinar del cerrar el ojo
bruxismo,
como el golpe del abrir
carámbanos.

Una cucharada más,
que aun no te necrosa el estómago,
otra más,
que aun sientes algo,
otra por papá,
otra por mamá.

Abre, abre la boquita,
abre que aún no te has muerto. 

domingo, 7 de febrero de 2016

A veces simetría.

A veces se mira y solo se toca las grietas,
no ve si quiera los trozos
no huele a penas el polvo.
A veces el polvo en la nariz le encharca los ojos
y los ojos embarrados cercen gusanos,
pero crecen.

A veces se escucha y solo se ve los silencios,
no ve si quiera las comas
no huele a penas la ausencia.
A veces la ausencia en las palabras le corre la tinta
y el borrón nace a las sombras,
pero nacen.

A veces se toca y solo se oye las aristas,
no ve si quiera los agujeros
no huele a penas la herida.
A veces la herida contra el suelo le rompe las costillas
y del sollozo brotan las penas,
pero brotan.