sábado, 24 de julio de 2010

VIII. Del libre albedrío.





Del diario de Carmen:


Demasiado cansada para escribir, demasiado tarde para pensar, demasiado joven para llorar demasiado vieja para reír, para llorar, para lamentarme. Encerrada en la encrucijada de una cuenta atrás, perdida entre dos edades, no sé quién soy, ni me importa, se quién eres tú y por hoy eso tal vez es suficiente, o al menos lo que hay, lo que puedo decir.


Ella miró al horizonte desorientada dilucidando dónde ir, hoy me pesa más el corazón que la mochila, el silencio, mordido por el crujido de las hojas le restalla en los oídos, no quiere mirar atrás no quiso olvidar, anoche no pudo dormir. Ella buscó en sus recuerdos desconsolada un motivo por el que seguir, hoy es más duro mirar hacia delante que hacia atrás, allí todo está dicho, aunque fuere en abril, anoche, ella no pudo dormir. Titubeó, una y mil veces sobre qué camino reescribir, hoy no se extraña del presente, el futuro es incierto, el pasado tortuoso, no tomó decisiones, ellas la tomaron sin permiso, anoche no pudo dormir.


A quien culpar o qué esperar, cuando no sabes qué pensar del pasado o que esperar del futuro, cuando pensar que todo es un gran error duele demasiado, cuando ves que eres vieja y que nada tuvo sentido, que estás sola y olvidada, que ya nadie llorará por ti, que en realidad nunca nadie lo habría hecho, y que de no ser así esos pocos seres ya se cansaron de hacerlo, camino con las mejillas hundidas en la bufanda y el corazón perdido en un sinrazón, el viento sopla en mi contra, en mi viaje con destino a ninguna parte, intento tan solo escapar del punto de no retorno y avanzar.


No sé quién soy, ni me importa, creo saber quién eres tú, y eso por hoy es suficiente.


Dime que miras desde el otro lado del camino, dime que a veces miras atrás, dime que a veces no entiendes el mundo, dime que a veces quisieras quererme, dime que a veces quisieras olvidarme y aun así no puedes evitar recordar el pasado, aquel lejano y precioso pasado, y dime sobre todo dime que a veces me odias y que otras tan solo quisieras poder odiarme, poder olvidarme.



-¿Me quisiste algún día?


-¿Qué es querer? Tú me dabas sexo y me dejabas llamarte puta barata en la cama, eso es quererte, a mi modo, no querías mi respeto, no lo merecías, solo querías mi aprecio.


-No quería tu respeto, lo necesitaba, lo necesitaba, porque nunca había tenido el de nadie, y tú te aprovechaste de la falta que me hacías, de lo mucho que te quería y de lo mucho que te quiero después de todo, del daño que me haces, y de lo mucho que te dejo.


-Carmen, sabes que te quiero, que te he querido cada día, y tú nunca has sabido apreciar ese amor que yo te brindo, solo has querido más y más, has chupado de mi, sin dar nada…solo pidiendo, es más importante querer que, que te quieran.


-Exacto, pero estoy harta de quererte, de solo querer yo, de tus cambios de humor, ahora Sofía se ha ido, y sin ella no puedo con esto, ella me recuerda lo que fui, me recuerda que lo tuve todo, que podría seguir teniendo, su ausencia solo me recuerda lo que ya nunca volveré a ser, lo que tal vez no haya sido nunca, me recuerda que debo odiarte, y no puedo hacerlo, y duele y lo peor de todo es que me recuerda el por qué, me recuerda que también tu puedes quitármelo todo, que ya lo has hecho y que no te importa, que no pareces ser consciente de ello, que en realidad nunca te he importado, y ella tampoco…


-No tienes vergüenza- le escupió en la cara- Sofía se ha ido por tu culpa, por tu pusilanimidad, por tus exigencias, por tu narcisismo, por no serte nunca suficiente, por decírselo a ella, por no esconderle tu tristeza ¿quién querría vivir esta miseria, esta podredumbre? Esa que destilas por cada poro, que infecta esta casa, que infecta tu aura. ¿Quién soporta ese olor nauseabundo que desprendes? Solo lo hago yo y lo hago porque te quiero, ella lo hizo por daño mientras no tenía otro remedio.


Tal vez a ti no te quiera, pero a ella nunca le puse la mano encima, ¡Era sangre de mi sangre! ¿O es que te extraña que la quiera porque no lo era? ¿Me engañas?- Grita ahogado por el llanto.


-¡¡No!! Román, nunca te he engañado y lo sabes, nunca he estado con otro hombre, ni antes ni después, y créeme que me arrepiento, ¡tanto amor tirado a tus pies, y no eres capaz de agacharte a recogerlo!


-¡Puta! ¿Cómo te atreves? ¿Quieres estar con otro hombre? Pues hazlo, acuéstate con todos, pero tráeme el dinero a casa, ¿crees que me importa? No me importa nada, porque eres una mierda, y puedes hacer lo que te plazca, es más nunca me ha importado, pero no sé quién iba a quererte vieja y arrugada como estás, miserable…



(…)



-Debo salir, salir, de esta casa infestada de cadáveres…-murmura nervioso.



Él se retorcía las manos de manera descontrolada, era algo que llevaba haciendo compulsivamente durante muchos años, quizás era porque aún le impresionaba demasiado ver como la piel se arrugaba por los estragos de la edad en el nervioso movimiento y las uñas aparecían descoloridas y quebradizas, se movía de un lado a otro de la habitación mirando alternativamente en todas direcciones como un animal enjaulado que espera un ataque, no podía pensar con claridad, no podía si quiera llorar, no tenía derecho a lamentarse por su dolor porque él era el único culpable y merecía sufrir sin siquiera tener el consuelo del llanto, si es que esto era un consuelo y no un castigo, tenía miedo a cerrar los ojos desearía poder soñar, desearía poder tener al menos una pesadilla, pero se sentía vacío, sentía como si estuviera muerto, como si se le hubiera llevado, no veía más que oscuridad y miseria, era un monstruo, quizás los animales menores no sueñen, como las ratas, quizás por eso no soñaba, estaba claro: era una rata, era una rata enjaulada o era incluso peor que una rata que acostumbra a comerse a sus crías porque lo hace como parte de su condición, pero él, él no, él debía haber sido una buena persona unos años más, ni siquiera muchos más debido a la edad que tenía, a lo mejor habrían bastado unos meses más, pero ¿y si no había sido nunca bueno?¿y si ese había sido desde siempre su fin último? A lo mejor había sido una rata toda su vida pero nunca había sido capaz de admitírselo, a lo mejor no era tan malo. Sí, eso era, no podía ser tan malo, él nunca podría haber hecho algo así, así que no era malo, o no había sido él el verdadero hostigador, tal vez fuera tan solo eso, el simple hostigador, marioneta de su maldad, estaba claro tenía que haberlo imaginado, o de no ser así tenía que ser sin ninguna duda porque el acto no era malo en sí mismo, quizás en su caso no lo era, porque no era premeditado o a lo mejor estaba justificado en casos como el suyo al no ser más que el ejecutor, de cualquier modo si para la sociedad no lo estuviera ¿qué importaba?¿quién decidía lo que estaba bien y lo que estaba mal? Y ¿quién decide lo que importa?



“Todas las personas están divididas en cierto modo en ordinarias y extraordinarias. Las ordinarias deben vivir en la obediencia y no tienen derecho a trasgredir la ley, porque ya ven ustedes, son ordinarias. Pero las extraordinarias si tienen el derecho de cometer todo género de delitos y trasgresiones de la ley, sólo por el hecho de ser extraordinarias.”



¿Y si no era más que un acto connatural al hombre? Otro como crecer o respirar, o a lo mejor no tanto, quizás era como hacer el amor, si eso era, estaba claro era como hacer el amor, hay hombres que nunca llegan a hacerlo pero quizás no son hombres completos, no han madurado, no han dado ese último paso que les hace íntegros, les falta esa experiencia de la vida, él era ya viejo y cómo habría hecho cualquiera había aprovechado su última oportunidad, pero ahora que sabía qué tipo de acto era se preguntaba ¿estaba preparado? Quizás lo hizo tan rápido y no lo disfrutó lo suficiente o a lo mejor ella no era la adecuada.


Evocó con lágrimas en los ojos lo que sintió al yacer por primera vez con una mujer, no era exactamente lo mismo, pero el corazón se le aceleró de igual forma, en el momento justo no sintió dolor ni arrepentimiento, sólo adrenalina, sólo la sensación de ser Dios por un instante, de no controlar su cuerpo, sus actos, eso le salvaba de ser una rata, ahora podía sentirse mal y quizás podría llorar y estirarse de los cabellos plateados pasado un tiempo, si seguía sintiendo esa necesidad, no era una rata, porque le dolía, era un hombre bueno que había acabado su fin último en la vida.



“-Bueno, ¿Y los que son verdaderamente geniales?, Esos que tienen el derecho de matar. ¿Esos no deben de sufrir en absoluto, ni siquiera por la sangre derramada?-¿A qué viene la palabra deben? Aquí no hay ni derecho ni prohibición. Que sufra si le da lástima de la victima…El sufrimiento y el dolor son siempre obligatorios para una mente amplia y un corazón profundo.”



Ella le había querido de manera insuficiente a lo largo de todo ese tiempo, cierto es que le había cuidado durante su larga enfermedad y le había preparado sopas aguadas, pero también había sido cascarrabias con sus retoños, ella no tenía derecho a gritarle, para ella no era más que un recipiente que la acogió un tiempo , ella tampoco tenía derecho a enfurruñarse conmigo sin ninguna razón, ni con razón siquiera, debería haberme agradecido todo lo que hice por ella, todo el tiempo que le regalé a cambio de su triste amor, ella nunca me valoró como me merecía y yo la vi llorar atemorizada cuando vio mis ojos, pero yo no sentí más que pasión, era un buen hombre y ella lo merecía, nunca nadie lo sabría, aunque quizá acabara él mismo contándolo, qué importaba si al fin y al cabo no era malo, ella era una rata, y él la había matado.



Solo habían sido un par de golpes, como tantos otros, como tantos días, y ahí encontró la paradoja de la vida humana, la sutileza de su existencia, de su pérdida, su fragilidad, lo poco que valía. Ahora ella solo era un cuerpo flácido igual de feo que minutos antes, igual de triste que minutos después, no había nada de mágico, nada especial ni místico en lo que había ocurrido, solo había dejado de moverse, al igual que podía haberlo seguido haciendo, a nadie le importaba, simplemente el corazón había dejado de latir, ¿era acaso algo más? Ella no. Ella no era más que lo que él en ella proyectaba, que lo que él la dejaba ser, esto era solo un paso más, le había dejado ser un poco menos, si es que alguna vez le dejó ser algo, si es que alguna vez ella fue algo, ¿existió ella antes de conocerle? No veía la manera, era demasiado débil, demasiado sumisa, demasiado poco inteligente, si no hubiera sido él lo habría hecho otro, era como debía ser. Es como si hubiese nacido ya muerta, al estar condenada a esta, es como si en realidad nunca hubiera vivido. Ella había sido tan estúpida de reducir su corta vida a él, que nunca la quiso, a su hija, que fue siempre más suya que de ella, y ahora al haber perdido a ambos, al darse cuenta de que nunca los tuvo, había muerto, era natural, ya no podía ser reflejo de nadie, ya no podía existir, no era nadie más para nadie, era su más dura instigadora, su muerte era NATURAL, no era un asesinato. Tal vez al principio lo pareciera, pero ahora no se sentía culpable de nada, y como nada había hecho, nada debía hacer, la arrastró a unos cubos de basura y la dejó allí, como nada era, nadie la vio en días y días.



Ella me quería, o eso aun intento creer cada vez que miro esos ojos vacíos que ya nada quieren contestarme, sin motivo alguno, de un tiempo a esta parte parece que me ha desaparecido de su vida, en un infructuoso intento por borrarme del tiempo, y es que sin ella yo casi ya ni existo, sin que ella me piense no soy más que un recuerdo borrado a escobazos, apartado de su mente sin si quiera querer herirme, ya que para eso es necesaria cierta intencionalidad, y eso es lo que aun más duele; que ni siquiera se viera en el entredicho de tomar esa decisión, de poder sentirse mal con ella misma por haber tenido que tomarla. Tal vez la decisión haya sido la que le ha tomado a ella.


Y sí, yo quizás le hice daño un día, pero ella necesitaba tanto ese dulce engaño, ese dolor intenso, ese sutil ahogamiento que pedía a silenciosos gritos en los que se desgarraba la garganta, y a los que yo siempre acudía, siempre que me necesitó ahí estuve, dispuesta, entregada y sumisa haciéndole derramar lo mejor de ella misma, que caliente y ligero corría a extinguirse, tal vez de tanto hacerlo quedo vacío y ya por ello nada de ella quede. Tal vez ninguna decisión ha tenido que ser tomada, porque nunca hubo nada entre nosotros, y ahora que yo he caído en la cuenta me cuesta más que olvidarla, encontrar mi propia existencia, mi propio lugar ahora que he quedado relegada a ese pequeño espacio de su mente, donde ya nunca nadie entra a ver si allí aun me encuentro, o si he huido en un desesperado intento de recuperar mi dignidad.



Y así le busco cada vez que miro a esos ojos inmóviles, desde atrás, dubitativa y temerosa cada vez de si los encontraré en el mismo estado, o de si esta vez será demasiado tarde, para ese hambre voraz que nos acecha y me pregunto ¿por qué ya en mí no piensa?, ¿por qué ya no me saca a pasear en las tardes de invierno como hacía antaño?, incluso cuando sé que hace frío, aun cuando fuera el viento sopla, y dentro hay tormenta allí sigo olvidada.
Y no sé por qué aquí aun sigo, cuando todos ya se han ido, y tal vez por ello me encuentro tan sola, y su alma incólume ya no se estremece a mi paso, como si nunca lo hubiera hecho, y es difícil recordar que alguna vez fue diferente, que alguna vez me pensó, o me llamó en vano para evitar la culpa, tal vez hoy no sea más que un reflejo de lo que otros sienten aun por ella y por ello aquí aun me cristalizo, aquí donde en realidad siempre estuve, y donde nunca más podré estar, hay quien dice, que tengo el don de la ubicuidad, vayan olvidándose, porque sin ella, sin vosotros, si es que así es en realidad el caso, yo me muero, para hacerle compañía, para que no esté tan sola, ni tan gris, extraña compañera buscaron sus allegados para tamaña situación, pero eso no me toca a mi juzgarlo.


Hoy solo tengo miedo de apagarme por completo, de que ya nadie de ella se acuerde, de que yo me extinga como todos lo hicieron, de dejar de oír el eco del llanto, dolorosamente finito. Y por ello en él me recreo aunque su alma siga incólume a pesar de mis esfuerzos, y con él juego, y con sus lágrimas respiro, sin que el agua inunde los pulmones que nunca tuve, y cada exhalación me recuerda lo que no soy, y lo que nunca fui, lo que nunca pude haber sido…
Y es que no soy más que esa vieja miseria de la que todos huyen, esa de la que todos tratan de esconderse, y a la que claman cuando todo va mal, para maltratarla sin temor al daño, al engaño, tal vez no sea más que su propia convicción, esa que necesitan para creerse superiores, para creerse humanos, y la que exprimen para su propia vanagloria. Y es que no soy más que ese tabú del que todos huyen, ese que nadie quiere reconocer cuando lo siente y del que se jactan cuando me he ido, ese al que nadie agradece el consuelo prestado, ese que nunca se había atrevido a reclamar atención, a sabiendas de la maldición que sobre él recae, desde siempre, desde nunca, y es que soy esa palabra maldita, que ahora quedo atrapada en este cuerpo sin vida, este cuerpo que se fue sin de mi despedirse, sin decirme adiós, ni agradecerme mi presencia, me vapuleó y aquí me dejó encerrada en este rincón, posiblemente como único reflejo viviente de lo que fue.



Y así miro y miro ansiosa a sus ojos desde atrás, desde dentro, esperando que aun no hayan sido pasto de los gusanos, y hoy soy yo la que llora, tal vez ella murió por llorar demasiado, por usarme demasiado y de tanto llorar se quedó vacía,” las lágrimas, son trozos de alma suicida que precipitan al olvido”, y cuando ellas van, yo quedo, y tras él por completo vaciarse, son los otros lo que me exprimen en su causa, tratando de conservar para siempre lo único que de ella pueden, lo único que seguirá siendo real por más tiempo, pase lo que pase, venga lo que venga, obligándome a maltratarme a mí misma, y a gritar por lo que ya no queda, y a lamentarme por lo único que aun hay, eso de lo que más les cuesta desprenderse, eso a lo que nunca conceden el descanso eterno, por miedo a olvidar, a dejar de ser humanos, a perder esa convicción, esa palabra maldita, esa que es mi esencia y mi nombre: Tristeza.



Oph**




(Cada 3 ó 4 días intentaré publicar un nuevo capítulo de la historia, repetiré esta información al final de cada capítulo, que os remitirá aquí, para que leáis desde el principio y no fragmentos inconexos, de cualquier modo, leer un solo capítulo resulta en la mayor parte de los casos bastante sencillo y no suele imposibilitar la comprensión del fragmento, espero que os guste.)





jueves, 22 de julio de 2010

VII. Autómatas: el llanto en llamas.

Sale el sol y en el horizonte se recortan las briznas de césped y azuladas se desdibujan en el suelo mis primeros contornos ya olvidados tras la última de mis tres muertes diarias, momento en el cual, como en una infinita jactancia los demás aprovechan para llenar sus barrigas miserables y prosaicas como mi existencia, aunque no más que la suya, sin acordarse si quiera de rezar un réquiem por la dolorosa muerte de una servidora a quien estiran sin reparar en daños hasta que desaparezco por completo, una vez más.

Les sigo, me alargo y estrecho a su merced, les acompaño mientras me es posible, adopto formas diferentes e inimaginables solo para que al mirar atrás no se encuentren solos, sigo sus pasos y sueño en sus anhelos, crezco con ellos para perderme en el viento con sus cenizas, los niños me juegan, inconscientes de mi dolor y sin llegar a entender muy bien qué es lo que soy, y los adultos más inocentes aún que los niños y cansados de mi compañía me olvidan, demasiado maduros para ir de la mano de nadie me pisan y me miran con la desaprobación fruto de su propia falta de autoestima.

Y así me siento fría y sola, y cuando me sonríen les devuelvo una sonrisa rota, que no llegan ni a imaginar, olvidada por la mayoría, sin poder dar más de mí, porque ya no queda nada: "soy una sombra que vaga por el mundo".

Un nuevo desmayo sin explicación, una nueva tarde sinsabor, nuevas sonrisas vacías, y así seguían Marie y Yago, demasiado mutilados para separarse, demasiado rotos para seguir juntos, demasiado solos para olvidar. Y como autómatas día tras día se levantan y siguen su camino sin poder preguntarse por qué, por miedo a caer, por miedo a no poder levantarse de nuevo tras la respuesta encontrada, tras la nueva incógnita sin resolver, y como autómatas temen que el mecanismo falle al ser forzado, que se desencajen las piezas y todo estalle en mil pedazos, sin posibilidad de hacer nada más de lo que hacen, ni nada menos, tal vez porque a ello estuvieran destinados o tal vez simplemente porque estaban destinados a cualquier otra cosa, y eso es lo único que les queda, y los hilos invisibles parecen sacudir sus cuerpos, sin vida, sin fuerza, sin esperanza, sin amor, esos que simplemente pugnan por sobrevivir. El teléfono suena.

Al otro lado, una respiración, asustada, huidiza:

-¿Marie?

- Sí, ¿Sofía?, estaba preocupada, ¿estás bien?

-Sí, me fui de casa, estoy en Paris, ¿sabes algo de mis padres?

-No, hace al menos una semana que no sé nada de ellos.

-¿Tú cómo estás?

-Bien, estoy con Yago, él me cuida.

-Sí, lo sé, te quiere. ¿Puedes hacerme un favor?

-Claro.

-Necesito que te pases por mi casa y compruebes que todo anda bien, cuando me fui… no sé, ya sabes cómo es Román, tengo miedo.

-Esta tarde tengo que pasarme por el médico, mañana por la mañana iré a ver qué tal está todo bien y te llamo.

-Gracias- Se le quiebra la voz- Lo siento.-Cuelga.

Al otro lado Marie deja el teléfono sobre la manta raída y se recuesta agotada de nuevo, hace frío, es miércoles, gira la cabeza y sus ojos se topan con una de sus cajas, ve su maquillaje, lleva sin usarlo desde…

Se sienta y lo esparce entre el hueco que dejan sus piernas cruzadas, sí, volverá a ser ella. Y se colorea los labios, y se perfila los ojos, y sus mejillas vuelven a brillar rosadas, y el espejo le devuelve la mirada y se siente mejor. Aparta el pelo de su cara con horquillas y se pone pendientes de nuevo, y su cara brilla, por primera vez en mucho tiempo.

Yago llama a la puerta y pasa sin esperar respuesta, huele a perfume, es buena señal, está preciosa y no necesita decírselo porque ella lo lee de sus ojos como si se lo gritara a todo pulmón, solo que más sincero, con menos dudas que si lo dijera, de ser así se vería obligada a desconfiar, a pensar que lo dice por agradarla. Y entonces todo parece ir mejor, todo parece ir bien por unos instantes, esos momentos de felicidad, esos pequeños instantes en los que parece que el mundo gira de nuevo al mismo ritmo que antes, y que parece que ha dejado de intentar dejarte atrás en ese apresurado devenir, mientras te levantas, mientras lo intentas al menos, esa pequeña felicidad, esas pequeñas cosas, pequeñas sonrisas, ese olor a perfume, ese maquillaje bien aplicado, ese sentirse guapa de nuevo, y mirarse al espejo sonriente, confiada.

El aroma de una fragancia fresca libre y luminosa corretea entre los suspiros reprimidos de las almas exhaladas, almas insomnes y retraídas que se asfixian en sus reprimidos suspiros.

La fragancia alegre sonríe jactándose de la dulce asfixia equidistante a corazones jubilosos y hesitantes, ¿por qué sonríe cruel y maquiavélica una fragancia rosa que procede de caricias rosas y de sonrisas dulces?... quizás porque su sangre es negra y su corazón marchito de cansancios y ahogos en podredumbres sulfúricas…

Entonces la pregunta es ¿Sólo se ríe de poder asfixiar en dulces aromas y vengar de forma agridulce y mínimamente satisfactoria los dolores no compartidos? probablemente así sea.

Probablemente la efímera felicidad no sea más que una sutil venganza asfixiante, y por encima de todo probablemente nunca lo sabremos.

Dejen exhalar a sus temblorosas e insomnes almas una vez más antes de ahogarlas de manera irreversible…

Y un mazazo que la evapora, tal vez para siempre, y la emisión es la misma, la inmisión inexistente, una palabra, y los ojos se vuelven a llenar de lágrimas: Cáncer.

Y es que en un suspiro el mundo entero se tambalea y se rompen todos los esquemas, se da paso a la ¿vida? O tal vez a algo nuevo que no sabemos encajar, que amenaza todo lo demás que conocíamos, que creíamos inamovible, constante necesario, se torna de repente contingente, algo nuevo que no queremos aceptar, que no podemos, que tal vez preferiríamos no haber sabido nunca, que nos asusta y que no llegamos a entender, que sabemos que es malo, sin entender el por qué, que lo es simplemente en su esencia, en su existencia, cruel ésta pues, que nos devasta sin previo aviso, tal vez fuera mejor que el mazazo fuera aun más rápido, que no existiera este punto de inflexión, este que se extiende de manera inexacta en el tiempo inconmensurable, tal vez estos vayan a ser los meses más largos de su vida, mientras espera a morirse tras cada latido, cuando debieran ser los más cortos, los más ansiosos y vertiginosos y de nuevo piensa que es demasiado, que no lo soportará, pero eso ya lo pensó antes, ¿es esto acaso mayor que lo anterior? Sería horrible pensarlo… se trata simplemente de un añadido, tal vez, tal vez lo deseó tanto internamente que finalmente llegó, y ahora que está ahí no puede sino llorar.

El médico espera paciente a que se tranquilice un poco, y la mira como quien miraría a una figurita de cristal rota en el suelo tras un manotazo torpe, de un hombre torpe que rompe tantas al día que su ternura acaba por distenderse, un salvador de vidas, de alma que ha acabado por perder su valor, su importancia y lo hace simplemente por costumbre, por obligación. Yago en el asiento de al lado parece ido, muerto, pero no lo está, tal vez esté peor que muerto.

-¿Cuánto me queda de vida?

- Eso no puedo saberlo hasta que no estudiemos el cáncer con mayor detenimiento, e incluso cuando lo hagamos, y descubramos en qué estado se encuentra, no podremos darle una fecha con exactitud, hay mucha gente que lo supera, y lleva una vida normal y feliz el resto de su vida…

Marie rompió a llorar, y su llanto estalló en llamas.

***

-¡Buenos días señora!, ¿Cómo va todo esta mañana?

- Ay hija mía, ya empiezo a sentirme pesada, creo que soy demasiado mayor para tener más hijos, esto es una locura…

Mira hoy quiero que lleves a Enrique al mercado cuando vayas, van a venir aquí unas amigas de Eloísa a merendar y el niño siempre acaba importunándolas, además él parece pasarlo muy bien con usted.

- Yo encantada señora, así me hace compañía durante la compra, antes de nada ¿quiere que vaya a por algo en especial para la merienda o que prepare alguna cosa?

- No hace falta bonita, lo está preparando ella conmigo que le hace mucha ilusión, tú puedes ir a hacer otra cosa.

- Muchas gracias señora.

Así Sofía empezaba a estar preocupada, hacía días que había llamado a Marie y esta había prometido llamarla esa misma tarde tras ocuparse de que sus padres estaban bien, pero nunca había llegado a recibir esa llamada, y empezaba a impacientarse, por un lado, no quería volver a llamarla, porque entendía que ella también debía estar pasándolo mal por todo lo de Elías, y no tenía ninguna necesidad de preocuparse también por sus asuntos, al fin y al cabo ella no era más que la sobrina de su marido muerto. Tal vez eso la dejara en una situación incómoda para ella, y quizás hubiera decidido cortar las relaciones con la familia, porque dolía demasiado, o simplemente, porque no le aportaba nada el seguir vinculada a una familia destrozada, en la que ella ya nada pintaba. No quería llamar a su madre, no quería arriesgarse a que fuera su padre quien cogiera el teléfono, no quería que la voz de su madre la ablandara, y no sabía si podría soportar oírla llorar, tal vez la decisión de irse de casa hubiera sido precipitada, y estuviera terriblemente equivocada en su determinación, pero ya había pasado por el sufrimiento de tomar esa determinación, y ya habría hecho sufrir suficientemente a sus padres, si era equivocada era su decisión y aunque se diera cuenta de que no era correcta y lo supiera al cien por cien, no trataría de volver al estado original de las cosas, porque sabía que ese ya no existiría que no estaría a su alcance por mucho que ella quisiera, y que era demasiado tarde. De un tiempo a esta parte parecía ser demasiado tarde para todo una y otra vez.

Y una vez más, mientras yo estaba perdida en mis pensamientos Enrique vino a mí, y me hizo dejar el teléfono en el tiempo justo, tras solo un timbre, era el fijo de la casa, así que nunca lo reconocerían ni devolverían la llamada.

Hagamos las cosas a la antigua usanza, comencemos desde cero, salga lo que salga, pase lo que pase...

Hay quien una vez dijo que el invierno es el tiempo de meditación, quizás tuviera razón o quizás solo el corazón demasiado frío, la luna llora y llueve, la lluvia queda prendida a nuestra piel fría y dolorosa, nos congela o refresca, inunda o da de beber. El mundo gira demasiado deprisa, la atmósfera ejerce demasiada presión, existen demasiados pocos amigos, no se valora el amor.

“Las lágrimas son trozos de alma suicida que se precipitan al olvido”

Intenté hablar claro, con los ojos rojos, pero la voz también me salió mojada, muchos quisieran haberlo escucharlo, pocos quisieran haberse preocupado... ¿En qué consiste la sinceridad?, en contar y confiar, pero no eres más sincero por contar muchas cosas sino por escuchar más las que se te regalan.

Hace un tiempo escaso la luna lloraba, y a mí me dolían los gritos de su ausencia, la sociedad me manipula, me estira, me aprieta me asfixia y me corrompe, me pretende para ciertas cosas para las que no doy la talla, y me insulta pretendiendo ciertas cosas que me subestiman en alto grado, sin embargo, en una pasada época los eminentes decían que ninguna parte es anterior al todo.

¿No son entonces las personas anteriores a la sociedad?, a lo que la sociedad son cadenas las personas son cuerdas, a lo que la sociedad es metano, las personas son oxígeno, a lo que la sociedad es hielo las personas son agua.

Qué existe más puro que una persona, más bello que un corazón, más profundo que un alma. Permítaseme que sueñe pues con el individuo y olvide al todo, que odie los estereotipos de los que hice gala hace un momento y que me emocione por la gente, que no desconfíe de nadie, que siga viendo oportunidades, que siga encontrando regalos, regalos como Enrique, como Elías, que subsisten en una ciudadela llamada mundo, infestada de ratas.

“Mi corazón, este corazón, única cosa que me enorgullece, única fuente de fuerza, de felicidad y de infortunio. ¡Ah! Lo que yo sé cualquiera lo puede saber; pero mi corazón sólo lo tengo yo.” Ese del que tanto me vanagloriaba y del que hoy me siento muy decepcionada.

Cuando una gota cae y sientes que ya nada tiene sentido, cuando estas asfixiado y desengañado del mundo, regalos, personas, una parte y no el todo es lo que le devuelve el sentido al mundo, tal vez el sentido de mi mundo pudiera ser tan solo él, el pasado y el futuro, Elías, Enrique…

Tal vez el pasado no pueda ayudarlo ya, pero hoy temo el presente cada día, temo que le llegue el día. Tal vez esta decisión o haya sido más que populacho, que lo que de mí se esperaba, y aun no sé si me subestimaba, u ofendía, si soy mejor o incluso peor.

Dulces remolinos de alegres frutas, nubes y algodón, suaves caricias de sueños, sueños de sencillos recuerdos, sonrisas de inocencia, princesas, castillos y sobre todo sueños, sueños, y más sueños.

Solo puedo soñar los recuerdos y recordar que sueño. El tiempo pasa y las certezas desgarran la inocencia, creemos vivir la ficción pasada, pero las nubes nublan, las caricias arañan, los príncipes mienten. Se nos rompió la inocencia de tanto jugar con ella, ahora solo quedan vidrios bajo el agua. No es una sombra, nunca la sombra de un sueño es tenue es luminosa y almizclada, no es la sombra de un recuerdo... ¿Qué quedo tras los arcoíris grises y los carruseles olvidados?... Obligaciones, cadenas al viento, ataduras imposibles, ¿cómo atar lo infinito?, como atar sueños y recuerdos, ¿pero como no hacerlo? Cuando los remolinos te tornan bruscos y nuestro corazón frágil es resfriado con cualquier viento, pero ¡ay! del que intente hacerlo no existe condición humana sin amor ni ilusión ni lágrimas. Las lágrimas proceden de las primeras nubes como lluvia inconclusa cada vez más fría y es que el algodón no es siempre dulce, pero al fin y al cabo un paraíso de lágrimas es siempre más aceptable que un recuerdo dormido.




Oph**




(Cada 3 ó 4 días intentaré publicar un nuevo capítulo de la historia, repetiré esta información al final de cada capítulo, que os remitirá aquí, para que leáis desde el principio y no fragmentos inconexos, de cualquier modo, leer un solo capítulo resulta en la mayor parte de los casos bastante sencillo y no suele imposibilitar la comprensión del fragmento, espero que os guste.)



domingo, 18 de julio de 2010

VI. Por amor al arte.





Tumbada en una toalla con trato de princesa a un lado: tú, al otro: el infinito, ruedo, la hierba fría se pega a mi cara y mi pelo se ensucia de tierra, nada importa si es contigo, no si eres tú quién tiró de ella y quién al instante rueda sobre mí, hace frío, es cierto y el relente moja nuestras ropas, mis pies fríos se agitan; en mis botas muevo los deditos intentando volver a sentirlos, así a un palmo del suelo huele a tierra y a frío, huele a ti por encima de todo, los olores se entremezclan con el aire que corta mis pulmones y me ahoga, te ríes en mi oído y el sonido de tu risa cantarina me permite olvidar por unos instantes.



Quédate ahí calladito y sin hacer ruido, confinado a ese lugar de mi memoria en el que se esconden todas las cosas bonitas, allí donde todo es música y las notas redondas y juguetonas se me enredan en el pelo tras las orejas, quédate ahí y ponte cómodo para no irte nunca, para no tener que enfrentarte al resto del mundo, de mi mundo, cierra la puerta por dentro que ahí, no quiero que entren los monstruos no, ahí no, es en ese lugar de mi conciencia donde ellos no tienen acceso, ese lugar de mi conciencia inconsciente es donde ellos no pueden entrar. Quédate ahí, aunque pertenezcas a las tierras de fuera, porque ahí no te harán daño, porque ahí, no me harás daño, porque ahí no puedo verte, y es ahí donde se quedan siempre todas las cosas bonitas, en mi inconsciencia, para permanecer inexorables, para ser un reducto de humanidad entre este mudo frío.


Estate ahí, calladito, aunque entraras sin permiso, no sé por qué ahora tienes que haberte ido, y no sé por qué tuviste que dejar la puerta abierta, ahora de ahí las cosas bonitas se han ido, y tú deambulas perdido entre el resto de mi mundo, intentando encontrar un nuevo sitio en el que encajar, antes ahí estabas escondido entre las cosas bonitas y no tenía a ti acceso, pero te dejaste, la puerta abierta, inconsciente, o quizá sólo cruel, ahora ni las veo, ni ahí están y tú, aún así sigues deambulando dentro mía, sin temor a hacerme daño, sin pensar las consecuencias ¿por qué no pudiste quedarte ahí? en aquel lugar al que no pertenecías, aquel lugar de acceso vetado, que tú habías usurpado, y yo, inocente te lo había permitido, te dejé jugar con mis cosas bonitas, te dejé jugar con mi inocencia, y una la rompiste y las otras por tu culpa se han perdido.


Quédate ahí calladito sin hacer ruido Elías, quédate ahí calladito, en aquel lugar de mi conciencia, aquel del que era inconsciente…



Entro en la ducha, los azulejos están fríos al contacto con mi piel tersa, mi mano inconsciente y mecanizada busca la llave que los alivie, como un aguacero el agua cálida cae sobre mi piel templándola y barriendo de ella las impurezas del tiempo y esta se estremece con cada torrente más cálido que el anterior a medida que mi mano gira la llave hasta el tope. El agua actúa efectiva y enrojece las partes más pálidas de mi piel, aún hoy me pregunto, cómo el agua tan cálida puede refrescar de tal modo mi alma. El aroma del jabón y la espuma se entremezclan en la atmósfera cargada, y densa, esa atmósfera gris que ahoga cada pensamiento y nos permite olvidar por unos instantes.



Hoy quiero olvidar esos fragmentos, esas atmósferas y recordar tan sólo esos momentos que me hacían olvidar. No se puede recordar el olvido. Cuando estás solo entre en millón de personas, cuando estoy sola aún estando conmigo, cuando estoy sola en tu compañía. Y quiero por encima de todo dejar de amarle, dejar de amarle sin que esto me reporte nada, porque por mucho que me duela está… está…


Me hace gracia que cuando me llamaron para decírmelo todo el mundo evitaba la palabra, “ha fallecido”, quizás es que fallecer sea menos grave que morirse, y también tal vez por eso a mí también me cueste decirlo, fallecer suena lejano, aséptico, tal vez no sea más que un eufemismo, pero aun hoy me cuesta decir que está muerto.



-¿En qué piensas Marie?-


-En él, y digo él, porque no hacen falta nombres para que sepas de quien hablo.


Yago asintió casi imperceptiblemente con la cabeza.


-Y digo él, porque designarle me parece siempre… sucio, al no hacer su nombre justicia a su persona, al no poder hacerlo ningún otro. Siempre te empeñas en nombrarme, en reducirme, casi en cosificarme, los nombres fueron puestos para que otros extraños y ajenos hablaran de nosotros y en ellos nos alienaran, nunca para que nosotros los utilizáramos…


-Ay… es cierto que me gusta llamarte, me hace sentirte cerca, sentirte aquí conmigo porque puedes contestarme cuando te llamo, y te llamo sobre todo para ayudarles a ellos, además de para darle énfasis, el extraño valor que roza la demagogia, ese vocativo escapado, pero esto es al fin y al cabo, princesa, un escrito y ay pobres de los lectores sin mis vocativos cansinos…


Ella le miró y sus ojos brillaron comprensivos.


-Yago… -dijo con la voz húmeda andando hacia él- le echo tanto de menos- y su corazón una vez más se rompió en pedazos abrazándola.


-Te quiero, y también le quería a él, espero que lo suficiente.


-Te quiero, gracias.





Una noche más la almohada huele a él, a Román, a su ausencia, a su pelo, a su cuello, una noche más la almohada huele a su risa, a sus caricias azules, quizás no sea más que un producto de mi neurosis obsesiva que aflora en esta noche de Mayo, o quizás sea el jabón de Marsella al hacer espuma con el agua el único culpable, para ser francos, no quiero saberlo para poder seguir permitiéndome el beneficio de la duda, para poder mirarme al espejo mañana, cuando despierte, si es que lo hago, o cuando me levante, en el peor de los casos. Aplasto la cabeza contra ella, tratando de conservar en mi su olor, tratando de concentrarme en no llorar, tratando de olvidar, tratando de concentrarme en dormir, otra noche no, son ya demasiadas, demasiadas tribulaciones para el alma sencilla, es como a mí me gusta llamarlas, esas que se resumen en lágrimas secas, y tras las cuales todo sigue igual, sigues escudriñando, esperando el sonido de la puerta, esperando que llegue sano y salvo, todo sigue igual, solo que tú eres más vieja.


Insomnio, he oído que lo llaman algunos, quizás no sea exactamente lo mismo, o al menos a mi no me parece patológico, a no ser, claro, que se trate de una rara enfermedad del corazón, esa continua sensación de cansancio y ese cerrar los ojos, los párpados pesan y tu cerebro quiere descansar, pero ahí te encuentro, en la noche, en el silencio, cuando todo se va, tú quedas, cuando se acaban las risas y los atardeceres, los golpes y los llantos solo me quedáis tú, y esa puta almohada que se empeña en oler a ti una y otra vez, el viento mece la luna y canta y me desvela en tu nombre, y yo doy vueltas y más vueltas en la cama aprisionándome con las sábanas frías, frías de tu ausencia, y extiendo la mano cuando caigo en el letargo y al no encontrarte, despierto, es entonces cuando pienso en todo aquello que nunca hice, y en todo aquello que nunca haré, en las cosas que nunca querrás escuchar, y en aquellas que nunca querré contarte, en lo que pude pero nunca fui, y en lo que ya nunca seré, porque es el único momento en el que puedes aceptarte las cosas sin que nadie crea que tiene capacidad de consolarte, quizás el no dormir sea fruto del no tener con qué soñar, porque no sepas lo que quieres, por no saber si quiero que vuelvas o que te vayas de una vez por todas y por no saber si no eres más que un sueño nacido de un beso marchito, quizás no más que un sueño alienado, como todo lo que me rodea, quizás el problema estuvo en creer que podía encontrar en ti la felicidad y así me aliene en ti, en mi mentira , porque nunca fuiste como yo te supe, como yo te quise, y por ello ni siquiera te molestabas en existir, ojala los sueños no pudieran irse para dejarme sola no sé cómo puedo echar tanto de menos algo que nunca tuve, quizás ese fue el problema de alienar en ti mi sueño, no sé cómo puede desaparecer algo que nunca existió, ese amor tuyo que nunca tuve.


Poder mirarme mañana al espejo y decirme que no le quiero, poder dejar de quererle, de quererle por nada y para nada.





Sofía entró en el tren, temblorosa y se dirigió a su asiento habitual apartado del resto a fin de sentirse protegida de miradas indiscretas, buscó en el bolso con avidez y miró inquisitivamente de un lado a otro antes de sacar a la luz su pequeño secreto, tiró a un lado la cartera de cuero desvencijada y posó la carta en sus rodillas desnudas.


Para la mujer insomne.


Rasgó el sobre con las manos temblorosas rompiendo el papel amarillento, perfumado con jazmines posiblemente, olía bastante a como solía oler ella misma, sacudió la cabeza para apartar de sí esos pensamientos, un papel escrito a pluma con tinta escarlata, era demasiado bonito, demasiado bohemio para ser verdad.



Déjame que me duerma en tus ojos, arrullado por esa voz suave que me abraza,


Déjame que me duerma y desperdicie tus caricias grises, tus verdes ojos,


Déjame que me duerma en tu garganta seca y olvide tus manos gastadas que se inflaman de cariño,


Déjame que me duerma en la blancura infinita de tu alma, y que me duerma en la luminosa palabra alegría, que pronuncias como rota,


Déjame que me duerma entonces en la palabra melancolía,


Déjame que me duerma y quizás sueñe con ella, aunque tú, no puedas cerrar ya los ojos, por miedo a no hallarla en mis brazos, por miedo a no poder siquiera soñarla,


Así que déjame que me duerma en tus lágrimas, aquellas vivas y despiertas, que se derraman sobre el lecho,


Déjame que me duerma y que sean ellas quienes limpien la negrura de tu alma,


Porque yo, quizás ya no despierte más que cuando tú sueñes.



Y ahí estaba él, al otro lado de la vía invadiendo ese espacio que nunca se había atrevido a violar, con una sonrisa tímida en el bolsillo y una flor mustia entre las mejillas, ella se quedó bloqueada en medio del andén mientras el viento hacía golpear la falda contra sus piernas, que galopantes que pugnaban por correr y las sintió temblar sobre sus tacones. Él se acercó dubitativo hacia ella y se detuvo a escasos centímetros, azorado.



-Creo que me he enamorado de ti, y de tu tristeza, y de la falta que me haces.


-No me conoces, no sabes nada de mí.


-No tengo prisa ninguna, pero estoy cansado de solo mirar y verte vacía y rota.


-Adiós.


-Si te vas así saltaré- Dijo acercándose a la vía.


-Salta, si es lo que quieres, pero no trates de hacerme responsable.


-Estás llorando.


-No es por ti, si es lo que piensas.


-Lo sé, y eso es lo que me preocupa, que tal vez por ello no pueda arreglarlo. Estoy enamorado, déjame demostrártelo.


-No existe el amor, no quiero que me demuestres un montón de mentiras.- Espetó y se fue sin volver la vista atrás mientras las lágrimas rodaban veloces por sus mejillas.


Solo rogaba que no fuera demasiado tarde, para poder olvidarlo todo, arrugó la carta con furia y la tiró a una papelera. Toda la cartera estaba llena de pétalos del clavel ya roto, así que sacó los que pudo llena de ira tirándolos con fuerza contra el suelo, perdiendo el equilibrio y cayó ella misma sobre el asfalto mojado mientras todos la miraban, sucia y mojada. Llamó a la señora diciendo que no se encontraba bien, que no iría a trabajar y entró en la primera cafetería que encontró a su paso.


Barullo, platos y cubiertos que restallan, hace calor, más del que debería o quizás sea solo yo la que lo tenga, en la mesa hay un cerco que nunca se borrará ni nadie volverá a intentarlo, una mancha de cerveza y una servilleta manchada de carmín, la camarera la mira con desprecio sin ninguna intención de recogerla, las conversaciones y las risas retumban en mis oídos, en los suyos, el olor a sudor y a whisky se entremezcla con la atmósfera cargada de humos y exhalaciones, un extraño, enfrente mía me sonríe, es una sonrisa hueca, de esas que todos regalamos por el simple hecho de que nos miran, y nos han pillado mirando, una sonrisa de esas que nos permite olvidar, al menos, por unos instantes.


Tal vez ni siquiera importe si el amor existe o no, simplemente el hecho de tener que planteárnoslo quizás impida su existencia, el hecho de no saber sentirlo, como sentimos el miedo, el hambre o el frío, tal vez sea porque nuestra condición animal supera a la humana en estos términos, cuando pensamos, tal vez debiera ser al revés, pero cuanto más lo pienso, y más humana me considero por el simple hecho de planteármelo, más difícil me es también encontrar ese amor del que todos hablan, ese que no puedo sentir aunque me esfuerce en ello una y otra vez, y tal vez el problema sea mío y tan solo mío, o es que el resto se engaña demasiado, o simplemente tal vez haya querido dejar la ingenuidad a un lado, y convertirme en ese corazón coraza, del que ya Benedetti nos habló un día: Porque te tengo y no


“Porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza


(…)


Porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.”



Uno que tal vez me impida sufrir, que tal vez me impida vivir o amar si es que eso es posible, si ambas opciones no se contradicen los términos, o tal vez no intervenga y esto no sean más que nuestros anhelos, que lo que querríamos que fuera, y si es que se encuentra inscrito en nosotros y nos es connatural, solo de ese modo podríamos llegar a hacer algo que no entendemos, como respirar, de no ser así, y al parecer no lo es, sería completamente imposible y sé que no lo sabremos, porque solo se sabe lo que se sabe explicar, y durante siglos lo hemos intentado infructuosamente una y otra vez, sin embargo tal vez como al respirar tengas el inconveniente de: al darte cuenta de que lo haces, tener que seguir haciéndolo, y descompasar la respiración, que deja de parecernos natural e inmanente, para la que ahora tenemos que esforzarnos al notar su presencia.


Tal vez debiera ser tan sencillo amar como vivir, si nos fuera tan propio, tan propio como nos es cuestionarnos, tan propio como morir, tal vez amar sea morir, en nuestro amor propio y entregarlo, y tal vez por ello morir sea difícil, y nos de miedo, “amar es darle a alguien la capacidad de destrozarte y confiar en que no lo hará” , tal vez simplemente amar requiera un sacrificio, y tal vez ese sacrificio sea matar una parte de nosotros mismos, y en beneficio de evitarlo nos convencemos de su inexistencia, en beneficio de evitar su dulce daño, o tal vez, si así fuera, también me plantearía la posibilidad de morir, si es que de verdad pudiera evitar su evidencia tornándola en inexistencia por querer evitar su daño, su exposición, y al no hacerlo, acabo creyendo que el amor no existe. Tal vez lo único importante sea estar equivocada en todo esto, para poder seguir planteándomelo, para no dejar de preguntármelo nunca, para que siga quedando esperanza.


Y de tanto pensar el oxígeno es consumido por mi cerebro, y la habitación se encuentra con la extrema anoxia de la soledad, entre multitudes, entre alcohol café y cigarrillos baratos que matan cualquier ínfima expresión de buen gusto o delicadeza, que matan cualquier sutileza, cualquier sensibilidad, “y en un vaso olvidada, se desmaya una flor.”



Oph*



(Cada 3 ó 4 días intentaré publicar un nuevo capítulo de la historia, repetiré esta información al final de cada capítulo, que os remitirá aquí, para que leáis desde el principio y no fragmentos inconexos, de cualquier modo, leer un solo capítulo resulta en la mayor parte de los casos bastante sencillo y no suele imposibilitar la comprensión del fragmento, espero que os guste.)


martes, 13 de julio de 2010

V. Reminiscencia.




Ha pasado cierto tiempo, cierto tiempo que aunque quizás ustedes pudieran medirlo en horas minutos y segundos resulta a mi razón completamente inconmensurable, por lo que no referiré la abstracción que cabe esperar, ya que esta no tiene valor alguno respecto a las tribulaciones que mi alma ha soportado cada mísero segundo de mi existencia hasta este momento.


Se acabó la farsa, el eterno simulacro, es la hora de la verdad, esta vez sí habrá llamas, sí quemarán, sí saldrán llagas…


Bendita ignorancia ensayística, pero ha llegado la hora, tal vez esperada, tal vez más temida que otra cosa, la hora de las decisiones, de mirar atrás y resumir todo lo pasado, de poder mirarlo con perspectiva, de poder sobreponerse a ese vacío histórico de lo inmediato, de poder tener una opinión sobre nosotros mismos y nuestras posibilidades, de mirarnos con dureza, de distanciarnos de lo que quisimos ser y de ver a dónde podremos llegar, lo que podríamos ser, el momento de enfrentarse a todo, de dejar de “tener toda la vida por delante”, el momento de darte cuenta de que eres un fracasado, que nunca harás nada especial y que se te va acabando el tiempo de soñar, el momento aquel en el que mirar al futuro es verte sentado en una oficina tratando de ser feliz como el resto del mundo, sin conseguirlo por tener más certezas del futuro y de tu propio yo de las que querías y de esas que no hacías más que buscar esperanzado, esperando siempre una respuesta diferente, creyéndote especial una y otra vez.



Alguien me dijo una vez, que lo peor que te puede pasar es auto conocerte, ver tus propias limitaciones, dejar de ser un niño al fin y al cabo y decepcionarte en tu propia esencia, porque ya nada se arreglará con una piruleta y una sonrisa, solo quiero que se dilate el tiempo, que dure eternamente este punto de inflexión, esta farsa de autómatas, este momento de crisis, porque sé que salir de ella será aún más desesperanzador que ella en sí misma.


Sí, es así como ocurre, es así como sucede la historia, no es más que una crisis tras otra, que nos aboca a hacer algo, algo que solo haríamos cuando no queda tiempo para farsas, para ensayos, para mirar hacia otro lado y seguir retrasando la decisión. Creo que de lo único de lo que podemos sentirnos orgullosos es de nuestra capacidad de modificar ligeramente las cosas, de nuestra capacidad mínima para decidir el orden de las crisis que suponen el cambio. Personal, e histórica o histórica y personal, y es que esa es la única historia verdadera, no la que pasa de generación en generación, sino la que nos pasa a cada uno de nosotros, es la única no relativista ni simplista, la única sensible y apasionada, como cada uno de nosotros, como la vida humana, tal vez haya llegado el momento de avanzar un paso más en mi historia, sólo espero dilatar lo suficiente los cambios para atrasar lo que ya nunca podré hacer, solo una página más de lo que algunos habrían llamado intrahistoria y mientras tanto el miedo es amarillo…


Sin saber muy bien como ni lo que ha pasado de un tiempo a esta parte he acabado aquí en esta ciudad perdida y alejada de todo lo que algún día fui, quizás por el simple hecho de poder olvidar, de querer hacerlo al menos.


Y podríamos decir que mi vida pasa con una facilidad relativa en la que me encuentro tan embotada y desbordada por los acontecimientos que casi es difícil saber qué siento en cada momento o hasta que punto me duele cada cosa. Estoy aquí como pudiera haber estado en cualquier otro sitio, haciendo esto, como podría haber hecho cualquier otra cosa, tal vez todo sea una cuestión de azar, o pasara lo que pasara esto era lo mío, no sé cuál de las dos opciones me descorazona más, si la teoría de la casualidad, lo indefinido, o la de la predestinación, en cualquiera de las dos no parece que yo tenga mucho que decir al respecto.



-Salut Sophie! ¡Entra, entra! Los niños te están esperando impacientes.- Dijo la señora con una sonrisa de oreja a oreja.- Yo tengo que irme, pero estaré aquí a la hora de comer.


Eloísa tiene deberes que hacer, por favor, tiene que acabarlos hoy, tenemos planes para el fin de semana. Me voy volando que llego tarde ¡cualquier cosa que necesites llámame!


-No dude que lo haré, ¡páselo bien señora!


La señora abandonó la casa al instante y los niños salieron a su encuentro abrazándosele a las rodillas. Tras las instrucciones iniciales Eloísa se fue a hacer los deberes y Enrique y ella se quedaron en el cuarto, acabando de desayunar.


Enrique era un niño dicharachero de unos cinco años, guapo y muy inteligente para su edad, adoraba a Sofía, y el sentimiento era recíproco por parte de esta, aunque hiciera poco tiempo que se conocían. Aquel día Enrique estaba meditabundo y tal vez incluso triste y jugueteaba con las galletas y la leche sin mucha intención de acabarlas en un tiempo razonable.


-Sophie, ¿crees que le pasa algo a mi mamá?


- No lo creo, ¿por qué dices eso corazón?


- Ha dicho que iba al médico y ha estado llorando…- dijo Enrique compungido.


-No sabía nada- Sofía pasa un brazo consolador por encima de su hombro- pero estoy segura de que no es nada, de todas maneras le preguntaremos en cuanto llegue ¿te parece bien?


El niño asintió con la cabeza.


-¿Crees que se va a morir?- Preguntó con lágrimas en los ojos.


-No digas eso, tu mamá está bien.


Enrique pareció creerlo al instante, como si esa frase fuera lo único que necesitaba oír, para creerlo con total seguridad.


- Sophie… ¿Qué es la muerte? Hace un tiempo el abuelo dejó de venir por aquí y mamá dijo que se había muerto, lloraba, y por eso sé que es malo, porque mamá lloraba, y porque no he vuelto a ver al abuelo.


- La muerte, es cuando alguien se va al cielo para siempre, no es malo en sí, sólo que les echamos de menos. Todo el mundo se muere, algún día, pero cuando son muy mayores, como lo era tu abuelo. Y ahora él está en un lugar mejor, sólo que tú no puedes verle, y le echas de menos, esa es la parte negativa.


- Yo… yo no creo en la muerte…


- La muerte es algo que está ahí pequeño, no puedes dejar de creer en ella.- Pero no pudo evitar sonreír ante tanta inocencia.


-Mi mamá nunca se iría y me dejaría aquí, por muy mayor que fuera. No, creo que no creo en la muerte en general, y menos en la de mi mamá. Y tú Sophie, ¿Tú te morirás algún día?


- Claro, como todos, pero dentro de mucho.


-¿Y yo me moriré algún día?


-Sí, pero aún queda mucho para eso.


- Tus padres se fueron ¿verdad? Se murieron, por eso nunca hablas de ellos, como mamá no habla del abuelo ya.


- Si cariño, mis padres se murieron- le tembló la voz- o quizás algo incluso peor- No pudo evitar añadir.


- Tú no te irás con ellos, ¿verdad? Te quedarás aquí conmigo y con Eloísa, para siempre.


- Claro, cuando yo me vaya, tú serás lo suficientemente mayor como para desearlo incluso más que yo.


-Yo nunca querré que te vayas, y yo nunca me iré ni aunque esté viejo y arrugado. No entiendo por qué la gente se muere, yo nunca querré irme, esto es demasiado bonito.


Una fina lágrima resbaló por la mejilla de Sofía, pero ella la recogió justo a tiempo para que Enrique no la viera.


-¿Has acabado ya el desayuno pequeñajo?


- Sí, ¿puedo ir a jugar?


- Claro, pero ten cuidado.



A la tarde cuando habló con la señora se enteró de que el problema era que estaba embarazada, le había pillado por sorpresa y aún no se lo había dicho ni al señor ni a los niños, le pidió que guardara el secreto y le prometió tranquilizar al pequeño, en unos meses serían uno más en la casa, obviamente era un motivo de alegría, pero nada más enterarse no pudo evitar que la desbordara la situación y no vio que el niño la había oído.



Sofía había encontrado algo parecido a la familia que nunca tuvo, en aquella casa, sobre todo en Enrique, en la medida de que, quizás simplemente por ser el más pequeño, la aceptaba de corazón, sin condiciones ni reparos. Eloísa ya era más mayor y le costaba más abrirse a ella, entre otras cosas, porque la veía como lo que era, y no como ninguna otra cosa, alguien a quien se le paga para que realice unas determinadas tareas, no le gustaba pensar que les quería porque la señora le pagaba para ello, ni que les cuidaba por ello, eso suena bastante a prostitución, le confortaba más la idea de que la señora le pagaba para que pudiera vivir, y ella les quería por el simple hecho de ser dos personitas que habían sanado parte su corazón.


Era domingo, y su jornada acababa antes que el resto de los días, pero quizás por ser desdichada odiaba esos ratos de tiempo libre, y los entretenía todo lo posible. Todos los domingos antes de ir a casa llevaba flores a la tumba de Cortázar, ahora que la tenía tan cerca, no podía evitar el gesto inútil, completamente estético y de sensibilidad infinita, luego dilataba el tiempo en una cafetería bohemia escuchando jazz, hasta la hora en la que pasaba el último tren a casa, cerca de las tres de la mañana, para dormir lo menos posible, para pensar lo menos posible.



Allí estaba ella sentada, como cada madrugada, dejándose llevar por el traqueteo del tren, adelante y atrás, tras cada tabla de la vía, adelante y atrás, contra el asiento recuperando la posición inicial, adelante y atrás sin ir en realidad a ningún sitio, permaneciendo ahí estática a pesar del incesante movimiento, igual que ocurre siempre cuando el movimiento es ajeno, dejarse llevar por la corriente es permanecer estático, impasible al cambio, solo nos mueve, lo que nos conmueve, eso es lo único que nos cambia.


Ahí estaba sentada ella, con un libro desvencijado entre las manos, por el que paseaba sus ojos grises de manera distraída, con los ojos perdidos en la hendidura del viento, leyendo sin leer, simplemente como el que recuerda una vieja historia que ya conoce, perdida entre los anhelos del tiempo, sus pupilas rebotan al llegar al final de la página volviendo al lugar del comienzo, sin adelantar nada realmente, porque ha leído lo que ya sabía sin la avidez de la nueva historia, por leer lo que ya conoce, y por hacerlo sin saber lo que hacía.


Aquí está ella sentada, pensando en porqué pensar y porqué planteárselo, reclina la cabeza sobre el asiento bamboleándose a cada nuevo movimiento más suave que el anterior, y así va quedando dormida, y sus uñas dejan de tamborilear la tapa gris del libro, quizás se esté quedando dormida o sólo esté demasiado cansada para enfocar la vista sobre las letras en movimiento, para qué planteárselo si es más fácil seguir, es más fácil dejar que el tren la lleve, moviéndola sin moverla, bamboleándola, vapuleándola como la muñeca de trapo que es, por dejar que esto ocurriese, por no planteárselo, por intentar seguir adelante sin tenerlo en cuenta, así todo pasaba por ella sin ella pasar por nada, por su miedo a llorar, por el miedo a sonreír, por el miedo a tener que escoger, a ser una persona íntegra, a abandonar el populacho, a ser independiente, a ser única, a que la gente se fije en ella, a tomar sus propias decisiones, por el miedo a equivocarse, otra vez, por el miedo a haberse equivocado y a que estas sean las consecuencias. Quizás no es una persona tan superflua como le gustaría, quizá sí que se lo esté planteando, quizá sea incluso esta su reflexión, y quizá sea ese el problema que no podemos no dar de lado aquello que nos duele, porque llega una y otra vez cuando bajamos la guardia, cuando miramos al horizonte con ojos melancólicos y alguien pregunta: “¿en qué piensas?” Y tú respondes: “nada”, no sé si por suerte o por desgracia nada es lo que nos gustaría pensar, pero no existe la nada y no podemos escoger qué es lo que nos importa y lo que no, y así nos pasa que pasan las cosas sin preguntarnos, y nos pasan sin nosotros pasar por ellas, como el viento que azota a las ramas, y nos dobla y nos quiebra…


Al llegar a la estación allí está él, como cada noche, tratando de que ella se fije en él, demasiado tímido para decirle nada, se va en cuanto ella dobla la esquina fingiendo no haberle visto una vez más y olvidándole al instante.


Echa hacia atrás su cabeza para que el pelo se le oxigene y ésta entre en contacto con el aire frío, y siente caer el cabello desordenándose al contacto con su cuero cabelludo, hacia atrás liberando cada poro del permanente abrigo y desprendiendo la fragancia suave del contacto con la luna, con placer pero con miedo, llevada por uno de esos miedos suaves y sutiles que tiernos nos convidan a hacer eso que tememos y que nos libera, que convida y empuja a cerrar los ojos y a recordar lo que ya olvidamos.


Y así cierra los ojos, como si los párpados insistieran en crear la oscuridad, evocando los recuerdos de aquello que nunca ocurrió, de todo aquello que aconteció a su prosaico día a día, sin poder ser más allá que una experiencia pasada que dejó de serlo al ser olvidada. Todos aquellos rostros que ella olvidó y todos aquellos gestos que no llegó a reconocer eran borrados de su mente sin que ésta dilucidara ni aún un instante sobre su importancia, qué terror el pensar que los suyos propios, aquellos sutiles regalos intencionados se perderían con la misma facilidad al ser olvidados, sin siquiera tener constancia de este hecho. Al igual que era ella borrada dejando de existir más que para sí misma en última instancia, y para sí misma recordando poco más allá de sus propios actos a veces quizás condicionados por los de su alrededor, pero no más que como circunstancias externas, sin ser tomados como verdaderos entes.


Es ahora con la brisa fresca sobre la piel cuando puede distinguir algo entre le masa turbulenta de recuerdos olvidados y sin nombre que la rodea, cuando entre esa masa que la aturde y golpea puede distinguir puntos de luz, aspiraciones que no fueron olvidadas de manera instantánea, aquellos a los que su mente por razones desconocidas les otorgó una leve segunda oportunidad antes de desecharlos de manera definitiva, aquellas personas que quedaron cristalizadas aquellos llamados amigos, y al así quedar como en cristales accedieron a todas y cada una de sus propiedades, la de brillar a la más leve luz, la de quebrarse en el olvido dolorosamente, o la de herirnos con su presencia o más aún la de arañarnos si somos nosotros los olvidados, los que desaparecemos por dejar de existir en aquella mente, o quizá por no haber existido nunca, por el hecho de no ser recordados y de que ya nadie pueda atestiguar nuestra existencia pasada.


Quizás lo malo de la vida no era morirse, sino ser olvidado, quizás por ello sus padres no estaban muertos, porque su miseria era demasiado grande para tan pequeño castigo, ojalá pudiera olvidarles, ojalá pudiera hacerlo de verdad, mientras se esforzara no los habría olvidado.


Cremación, esa es la solución para los cadáveres, tal vez lo fuera también para los recuerdos, tal vez también pudieran cremarse estos, pero quizás no estaba al alcance de todos, solo de aquellos con un mayor dominio de sí mismos, paradójicamente solo de la crema de la sociedad, ni cremas, ni cremaciones para mí, yo tengo que conformarme con lo que mi mente escoge por recordar, sin que una vez más yo tenga nada que añadir al respecto, bonito lugar para reflexionar sobre galicismos.



Me asusta no saber si esta esuna nueva de la que he tomado consciencia y de la que puedo esperar algo o solamente la segunda parte de la farsa que empezaré a llevar a cabo.


A la mañana siguiente no estaba él en el banco en el que ella siempre se sentaba cada mañana para esperar al tren, en su lugar había un papel mojado por la lluvia, con un clavel:


Para la mujer insomne.


La guardó en su cartera sin saber porqué sabiendo que debería haberla dejado ahí.



Oph**



(Cada 3 ó 4 días intentaré publicar un nuevo capítulo de la historia, repetiré esta información al final de cada capítulo, que os remitirá aquí, para que leáis desde el principio y no fragmentos inconexos, de cualquier modo, leer un solo capítulo resulta en la mayor parte de los casos bastante sencillo y no suele imposibilitar la comprensión del fragmento, espero que os guste.)