viernes, 14 de diciembre de 2012

“El verdadero rostro” o del placer de perderse.


Al cabo, 



A ella la amó más que a ninguna a la que dejaba que gravitara su esencia en el resonar del piano, en la que se mezclaba con el sutil olor a perfume en el ambiente de lágrimas y alcohol, de dulzura y serenas sonrisas, la de las constelaciones por lunares, la retóricamente apasionada, la que solo hubiera podido conformarse con hacer el amor a besos, a versos, la de la despedida larga, la del amor corto.

A ella la amó más que a ninguna por el maravilloso desprecio que ella le profesaba, por el desapego explícito, por su violencia, por su sordidez. Por cómo podía ir y venir sobre él, sin que para ella tuviera la más mínima importancia, estratosférica y exagerada, extensiva sin pretenderlo, tal vez porque lo era, porque se fue sin decir adiós, sin haber si quiera dicho nunca “aquí estoy”. Tal vez porque fue la única que no lo quiso, o la única que ni tan siquiera lo intento.

A ella la amó más que a ninguna tal vez por ser la primera, por no haber aprendido aun a amar, a desquerer porque aun pudo entonces enamorarse en la inocencia, en cómo se le agitaba el ánimo, o de las últimas primeras veces, de las últimas y de la más malquerida, de la única que tuvo que olvidarlo todo.

A ella la amó más que a ninguna por quererla por querer, tal vez por no quererla en absoluto, por no hacerlo más que una noche, más que en profusa compañía, tal vez porque amaba su libertad, su desespero y entrega, sus flores en el pelo a ella que era como un verano cálido y eterno, como la risa del mar, el restallar de las olas, que aun al amanecer seguía sin tener un nombre pero seguía sin perder la alegría.  

A ella la amó más que a ninguna. A la que amo lento y pausado, a la que amó más prolongado, a la de a lo largo de los años, a la que colmó con rosas, a la que lo llenó de atenciones y caricias. A la que más cuidó, a la buena esposa, a la amante entregada y sumisa a la que pudo ir dejando de querer poco a poco y sin resignación, a la que fue dejando de querer, con infinita paciencia. 

 A ella la amó más que a ninguna.

¿O no?

 Y es que él lo quería todo ahora, todo para siempre, todo lo había querido nunca: una vida rápida y una muerte joven, una vejez reposada y dichosa, una amarga soledad, una plena compañía, la deliciosa locura, la lacerante cordura.

Había querido siempre ayudar, ser necesario y contingente del resto, pero cierto gusto por la tragedia no parecía hacerle feliz tampoco cuando su dicha era tal que todo podía darlo. Quería haberlas amado a todas, pero solo a ella la amó más que a ninguna, todo quería haberlo sido, pero tuvo que conformarse con ser él por encima de todo, por serlo, por serlos todos, existiendo siempre donde estuviera, pero estando siempre en su existencia.

Vaya descalabro recitar así como lo hacen todos (vaya huachafería, no hacerlo) sobre la propia vida, sobre las propias mujeres, sobre el propio yo con el desprecio y la simplificación con que solo puede hablarse de otros, con la alienación  de las pasiones, con la trashumancia de los cuerpos (de las cabezas) que aparecen prestos, maniqueos y en que cualquiera lo es todo en un instante y nada toda la vida si realmente quiere serlo, que se puede ser más en un pedazo de papel que en un año de amor, todo depende del cristal, del apuro.

Ahora bien, ha llegado el momento de la retrospectiva, y como siempre me ocurre, por partida doble, váyanse a imaginar el pálpito, la amargura que de pronto me inunda, a cuántos de esos invertebrados e inexistentes seres de esta nuestra España tendré que aguantar ahora, cuántos toleraré sin romperme, sin revelarme y gritar, con el rostro empapado en rabia y pasiones. Cuántas vidas de arquetipos, cuántos sueños universalizados, cuantos sueños compartidos, prestados, regalados, comprados.

Que no quieras, tan solo, todo serlo, que ahogo, qué desdicha. Has escogido, lo sé, lo sé aunque no me mires, aunque no me lo digas.
Has escogido y ahora solo puedes ahogarte o respirar de entre las aguas. En la autocracia de la seguridad, en la dictadura de la incertidumbre.

-¿Quién eres?
-Pues mire usted, ni lo sé, ni quiero saberlo. –

Que no es que no me importe, es que quiero serlo todo, yo, usted y el de más allá, y si va a conformarse con menos, allá usted con su conciencia, allá con su identidad, con su finitud.
Y bueno, no vaya a ser ahora tan hipócrita de preguntar cómo estoy, que cualquiera mínimamente atento ya debería saber la respuesta.

Aunque haya sido con prisas, con pausas.

Oph*

martes, 4 de diciembre de 2012

"Travesuras"

A la espera...




-¿Y era ella mala?
-Con todas sus fuerzas.
-¿Cómo era eso?, peruanito.
-Verás, la chilenita era mala hasta decir basta, hasta saber que lo era.
-Váyase usté a saber. Así habría definido yo la bondad.
-Tal vez por eso la amo tanto.
-Qué raros son allá en el Perú.

-Qué muertos que están ustedes-

lunes, 19 de noviembre de 2012

Militia est vita hominis super terra.






Si Dulcinea pudiera decir, y téngase en mente que tanto o tan poco pudiere como cualquiera de vuesas mercedes, estoy segura que aun en su espíritu virtuoso y noble no diría sino estruendosa carcajada apuntando a todos aquellos que de su existencia se burlan sin conocer la naturaleza de la suya misma, o más bien, la de aquellos que se jactan de conocer. ¡Vive Dios!,  que de esta nada difieren y que es sólo loco aquel que no sea capaz de representarse como contingente su propia experiencia.

Tiene por ello gracia que justamente tú te empeñes en llamarme Dulcinea, tú que nada pareces saber de mí, porque si lo supieras no hubieras escogido este apelativo, y por ello mismo no puede haber sido más acertado.

“En cada error hay una realidad que por serlo es cierta”.

Claro que soy consciente de que pongo a Cervantes y al lector por inexistentes, pero temo que si los añado queden ustedes más confundidos, y yo más inexistente. No quiero ni pensar qué ocurriría si como para todos existiera también para ella un Lofraso cualquiera. 

No se atrevan a pensar por esta humilde elipsis que a tanto llega mi inocencia, solo trato de hacerme compresible, para ahorrarles trabajo, que ya no aspiro a comprensión alguna.

A compartir, tal vez a eso aún aspiro, pero no a que me compartas, claro, a que te compartas, únicamente conmigo, sin yo compartirte con nadie, que de tanto compartir acabarías por romperte y si bien eso no me gustaría, temo aun más desaparecer yo de tanto vaivén, o perder alguno de los pedazos ya comprimidos, alguno de esos aun por comprender.

Aunque alguien se pierda, por si nadie se encuentra.

"Vivirás mientras alguien vea y sienta
Y esto pueda vivir y te dé vida."

Oph*

martes, 6 de noviembre de 2012

Por ensalmo y descuido.




Una serenidad inflamada, un suspiro anóxico, unos pulmones que al contacto con el oxígeno arden en busca de una ausencia, porque ya te has ido y ni siquiera puedo recordar claramente que estuviste, que tal vez hubieras estado, cerca o lejos ya no importa, simplemente que exististe. Como si de un tiempo a esta parte te fueras, como si de silencios te perdieras, tal vez eras uno de esos seres que necesita de una eternidad para quedarse, una de esas almas ansiosas y volubles, como si de un ser no autoconsciente trataras, una que del pensar de otros necesitara para existir, para ser, cual obra sin proyecto, sin nombre más que el que tal vez saliera de mis labios y aun ahora ya voy notando cómo me canso al tratar de recordar lo que nunca existió, lo que nunca fue por entero e independiente, lo que nunca pudo estar construido por sí solo, más allá de mi propia construcción de lo mismo y es que tan siquiera puedo pensarte sin tener que inventarte y ni tan siquiera esta invención puedo cuidar, esta que dudoso esfuerzo supone, y terrible daño ejerce por disonancia, por traición, cómo cuidar entonces de tu débil y quebradizo espíritu, que a cada paso debía reconstruir, cómo acercarte, cómo haberte siquiera alejado cuando no eras sino lo que por mí existías.

¿Cómo, nostalgia inmanente?

Oph*

viernes, 19 de octubre de 2012

Rima 84.




Fue así, casi como por descuido que se abrazaron presurosos de oscuridad, de silencio, sin haber decidido tan si quiera que lo harían. Fue así, casi de improviso que se dieron cuenta de que lloraban, de que temblaban y sudaban; no importó esto a unos, ni tampoco al otro. Ambos entendieron que no podía haber sido de otra manera, no para estos tan temerosos, para los que eran tan conscientes. Así que no les separó la pena, ni lo hizo la soledad. Tampoco ayudó esta a que se abrazaran más tierno, ni tampoco más fuerte, estaban paralizados, en “íntima compañía”, no podía ser de otra manera.

Hacía frío; aunque con toda probabilidad, no era esa la causa del titilar de sus cuerpos, fuera aullaban los demonios, y a hurtadillas la soledad se fue a jugar con ellos, a conspirar contra los hombres, a herir a las mujeres. Al irse, ella la vio desdibujarse contra el marco de la ventana, difusa y violenta. Ya se escondió la noche, ya venía el día; y no había en este, lugar para la soledad clara. A partir de entonces, habría de conformarse con la velada. Tuvo miedo, de que por escondida siguiera allí de todos modos, y refugió su cabeza en su hombro.

Él tembló, como si escuchase aquel pensamiento trémulo y vergonzoso de sí, pero no tuvo si quiera dónde esconder su corazón. Así que ella se lo cogió con las manos y con ternura lo besó, a ver si así se le pasaba un poco la congoja; a ver si así seguía atronándola con sus latidos un poco más.

Fue así, como se dio cuenta de que se había obrado un cambio, y entonces fue ella quien tembló  un poco.

Oph**

domingo, 7 de octubre de 2012

"El amor se acaba al amanecer"




Era la luz tan clara y pálida que dibujaba texturas en las ajadas páginas del libro, tan clara que aun no había salido el sol.
Tal vez nunca hubiera reparado en ella de no ser por esa luz dorada que inundaba el vagón envolviendo sus cabellos, resaltando su sonrisa, conduciéndole sus efluvios, tal vez por esa misma razón hoy no puede recordarla aislada de esa tenue atmósfera de perfume y anaranjada luz que entre sus pestañas gravitaba; tal vez, sea simplemente que ninguna otra luz haga justicia a su belleza, a lo mejor es que las criaturas como aquella solo vivían de la luz de la mañana, a lo mejor es que no eran más que eso, eso que también se ha llamado rayo de luna.

Pero a él le gusta pensar que no fue así. Que aunque ya no le sea posible encontrarla sigue existiendo, que aunque ya no siga siendo la misma es el recuerdo reflejo de la verdad, que aquellos ojos grises y almendrados eran en realidad tan puros como los recuerda, tan tristes como los sentía, los labios tan gruesos y tan dulces como los imaginó, las manos tan inexpresivas, tan temblorosas y quebradas. 

Recuerda las mejillas apagadas, coloreadas con polvos de color rosa y el color aun más oscuro de debajo de sus ojos.

Recuerda el punzante dolor en el pecho, la inmensa pena, más cercana que ningún otro sentimiento que nunca hubiera tenido al amor. Recuerda el ensordecedor traqueteo, el violento movimiento, lo agobiante de la gente, la insultante claridad de las paredes, recuerda como pensó que todo aquello la rompería, recuerda como casi deseo que lo hiciera, que brotaran las lágrimas, que se desgajara el alma.

Fue por ese parón, preludio del desastre, fue por ese levantar de los ojos, que rompió la ilusión; tal vez, solo fuera por la coronación solar, fue entonces que la vio en todo su esplendor, en toda su miseria, y al instante acalló el dolor del pecho, al instante ella se rompió.

Pero ya no importaba.

“El amor se acaba al amanecer”

Oph*

domingo, 23 de septiembre de 2012

20. Hermética.


Se inflaman cianes las nubes por el cálido sol que asoma en un vergonzoso “buenos días” y hace enrojecerse al claro fondo anaranjado, aun se desdibuja la luna, blanca pero sin brillo, como en lápiz blanco sobre un cielo que ya clarea de azul. A estas horas, a lo lejos, ya solo titilan las farolas, aun conscientes de su inadecuada actuación, aun conscientes de que todos las miran con una sonrisa entre los dientes y una duda más bien pequeña en el corazón.

Así aun cuando no somos capaces de entender la actuación, de comprender los motivos, cuando cada explicación difiere ligeramente de la próxima, cuando seguir hacia delante es incierto, y mirar hacia atrás doloroso, es entonces cuando no podemos sino seguir titilando henchidos, porque aun conscientes de lo incorrecto de nuestro proceder, de la imposibilidad del cambio no podemos ignorar que el mundo es un lugar maravilloso.

La misma luna ya no hace blanquear sino el mismo pavimento. Aunque quien lo ignore ya no pueda ser el mismo por mucho tiempo, aunque no pueda sino caer en el azar, en la indeterminación, en la entropía, aunque se aferre a una identidad que ya no le pertenece, aunque a los demás quiera hacer creer que aun lo es, porque sabe lo que duele el engaño, lo oscuro del perderse.

Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Oph*

"Aunque este sea el último dolor que ella me causa, 
y estos los últimos versos que yo le escribo" 

À bientôt. 

viernes, 31 de agosto de 2012

Las pobres gentes.




A veces me pregunto si estas aun existen, si acabaron con el yo, o si éste siempre existió aunque no se le conociera como tal, pues desde el momento que este apareciera no existe ni podrá existir nunca lugar para la pobreza, para la tristeza del alma continuada y sin vistas a un fin; que tal vez, la constancia, el saber lo que somos y la imposibilidad de ser pobres gentes sea la cúspide de nuestra desgracia. Que si estas alguna vez existieron tal vez fueran dichosas en su miseria, pues tal como no puedo concebir al hombre sin tristeza ni pesar; tampoco puedo, por mero agravio comparativo concebirlo sin alegría, y no puede existir esta sin la pena, como mal conoceríamos el calor sin saber lo que es el frío.

Y es que es la vida demasiado agitada y tortuosa para permanecer en un estado constante, que es la conciencia demasiado grande y límpida para ser pobre durante un lapso infinito de tiempo, que no se puede ser pobre sin haber sido antes dichoso, y que si pobres gentes hubiera no serían sino dichosas o al menos inconscientes de su desgracia, como hojas arrojadas al viento con los nombres escritos de aquellos que ya no recordamos, de aquellos que sin conciencia extensa han quedado y por la mera imposibilidad del sufrimiento reflejado, de la felicidad compartida, no ríen ni lloran, no creo tan si quiera, que aun existan. 


Oph**

martes, 31 de julio de 2012

Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.




“Tal vez este sea nuestro único problema, aunque la mera enunciación del mismo como tal me quite la razón de un plumazo y se la devuelva a la ingenuidad de cada una de las almas que se esfuerza por seguir avanzando, como desde pequeños hemos sido instruidos para lo mismo, para caminar y poner un pie ante el otro sin importar cuál fuera la meta, olvidando aquel sabio proverbio de que cualquier tiempo pasado fue mejor nosotros siempre nos obstinamos en no permanecer parados ni un segundo, ni siquiera para coger aire, ni siquiera para orientarnos y pensar, como si el mero hecho de hacer fuera a descubrirnos que estamos equivocados en nuestro empeño por avanzar, en nuestro empeño por seguir siendo parte de esa inercia inexistente, que no es capaz de moverse y por ello permanece estancada, pudriéndose.

Y es que no existe un constructo más extraño e idealista que el de futuro, no existe un constructo que se nos quede más grande, ni más lejos, no hay un dragón más imposible ni un castillo en el aire que fuera a caer más fuerte haciendo pedazos nuestros sueños. Que su simple idea, es loca, que su posible resolución es imposible, y es que nada puede ser creado de lo que ya existe, será pues el futuro solo una recombinación de nuestros recuerdos, y nada tiene que decir aquí la imaginación, que no es sino aquello que hemos aprendido, y nada más absurdo que pensar en la creación de un futuro a partir de los recuerdos de nuestro pasado.

Tal vez por ello sea tan importante avanzar, porque es la única manera de seguir creando recuerdos, de enriquecer nuestros posibles futuros, de hacer más extensos y profundos nuestros sueños, que no es sino la experiencia lo que puede hacer al soñador volar, que no existe nadie que añore tanto el presente como aquel que siempre está mirando hacia delante, sin darse cuenta de que no es esto sino todo aquello que ya tiene, que nadie puede añorar el pasado, puesto que este siempre forma parte del mismo, que no tiene sentido querer avanzar, ni querer quedarse, que es la vida un devenir, que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”

Y dicho esto, sonrió. 

Oph**

martes, 26 de junio de 2012

Love.



Porque del aroma voluptuoso y embriagador de las flores solo había obtenido el amargo picor alérgico, porque el jazz y el tabaco solían enredarle la cabeza, y porque en el fondo de su alma sabía que amaba esas cosas por obligación, como se ama al canto de los pájaros, por expreso conocimiento de lo que debe ser amado, por comprensión de la importancia y belleza del acto.

Haber amado aquello que con esfuerzo había podido comprender, aquello que con esfuerzo trató de estudiar para alcanzar su dignidad, para notar su perfección. Había llegado a comprobar el tipo de acordes que la conmovían, la importancia del ritmo y la cadencia del poema, el poder del colorido de las palabras, y lo peor de todo es que era consciente de que podría reproducirlo de estudiarlo lo suficiente, como si fuera la resolución de una fórmula matemática, que podría conocer todos sus recovecos y sutilezas, y que estos podían ser guardados, que era un regalo eterno, que siempre estaría a su disposición.

Pero existía todo un mundo de belleza sencillo y puro al alcance de su corazón, fuera de los límites de su entendimiento, al que podía entregarse por completo sin llegar a preocuparse por nada en absoluto, del que podía participar y disfrutar sin pertenecer por ello a un elitista club ilustrado, tal vez por ello todos olvidaban su valor, su importancia, tal vez porque fuera un momento lleno de instantes a los que no se podía mirar desde lejos ni desde fuera y tratar de comprenderlos, tal vez porque cada instante era idiosincrático e incompartible, irrepetible e inexplicable, tal vez porque ni siquiera podían recordarse ni tratar de pensar en un sentimiento claro como de los que a menudo de tratan de jactar en la literatura, tal vez por ello muchos no encuentran aun la belleza en el amor en bruto, en el cariño, en la humanidad sin explicaciones, sin intermediarios.

Tal vez por ello solo nos jactamos de amar aquello que comprendemos, tal vez alguien solo cante, cuando esté a punto de morirse de hambre.

Oph* 

miércoles, 30 de mayo de 2012

Poética: Lo más complejo.


Lo más complejo, lo más inaccesible es a menudo aquello que se encuentra todo el tiempo delante de nuestras narices, nada más complejo para el viento que soplar, nada más difícil para la tierra que crecer. Y es que nunca había encontrado nada tan complejo como encontrar y conocer a una persona qué decir puedo de aquellos locos que quieren y pretenden conocer la humanidad, sus pasiones y sus designios, cuando se me escaba simplemente cómo asomarme al abismo dinámico y autoorganizado, de un solo ser, como es el universo, cómo tratar de entender uno diferente del que nada sabemos, aunque creemos presuponerlo todo. Uno para el que necesitamos permiso al entrar, y que solo puedes conseguirlo a veces, como si a aquel que pretende comprender las estrellas solo le dejaran mirarlas fijamente una vez de cuando en cuando; así es, con calma y tiento cuando has decidido otorgarle unas dimensiones cuanto menos similares a las del tuyo, cuando reconoces su complejidad y belleza, cuando tal vez puedas asomar tu entender.

Y una vez dentro, nada más difícil que mirar, que es que para comprender, no has de ver nada más que una instante, como un fotograma roto y mal escogido de una película quemada por el paso de los años, para tratar de adivinar algo de lo que dentro hay, que no hay nada más complejo que el dinamismo que ni tan si quiera queremos atisbar; y por ello, tratamos de agarrar un momento del efímero presente, que queda convertido en historia en un instante y no está sino teñido de todo aquello que está por venir. Pero incluso aunque sea un solo instante puede darse la curiosa conjunción y tal vez incluso creas entenderlo, será ese el momento más hermoso, el más personal de los lugares, no será sino aquel en el que encuentres otro, en el que al menos creas haberlo encontrado.

Porque no hemos de entender a las personas de manera diferente a la que construimos nuestros personajes, porque no hemos de tratar de entender más allá de lo que escapa a todos nuestros límites pero siempre debemos seguir soñando con que lo haremos como aún se atreve un niño a pensar que será adulto, o se atreve una semilla a soñar que alimentará a un pueblo, como yo me atrevo a soñar que siempre seguiré siendo capaz de sonreír.

Que no es la realidad sino una construcción personal influida por lo que sabemos: por nuestra historia y por nuestro conocimiento del mundo; que no es sino aquello que queremos que sea, nuestra motivación y nuestra emoción; y qué menos que lo que nos ocurre, qué más que su interpretación. Y es que es esto tanto para ellos como para nosotros mismos. Y mucho más allá habremos de entender que lo que se percibe como real es real en sus consecuencias.

Lo más complejo, tal vez sea que para llegar a querer si quiera atisbar otra realidad tenemos que desgranar la nuestra y como de costumbre haya ido demasiado lejos al decirles que creerían poder entender a otro, ni aun por un instante, sin si quiera haber reflexionado sobre lo poco que de nuestro ser sabemos, de su realidad, sus influencias, nuestra motivación, comprendernos a nosotros mismos, asomarnos a nuestro propio abismo antes de ostentar el de otro, porque cuando así lo hacemos, estamos actuando de manera burda y descuidada, y en la mayor parte de los casos lastimaremos su dinámica, su belleza, su unicidad. Como quien para agarrar una preciosa flor salpicada por pequeñas gotas azules no ha dejado aun su pala y su rastrillo. 

Oph**

jueves, 24 de mayo de 2012

Patria




Si bien nunca había entendido lo que era pertenecer y sentir esa pertenencia sin más explicación lo entendí en un momento. No hizo falta más que se atenuara levemente la música de mis auriculares y llegara a mis oídos un detalle, pronunciado por una voz familiar que nunca antes había oído. Debió de deberse a lo temprano de la hora, y es que aun sabiendo que la noche es el mejor momento para la profundidad; de un tiempo a esta parte, no trasnochaba lo suficiente, bastó por ello con madrugar más de la cuenta y reposar mi cabeza somnolienta y aun turbada por el sueño y el insomnio de una noche de ansiedad. Tal vez sea simplemente que ha llegado el verano a la ciudad y la algarabía de la fiesta trajo más nubes que soles, sin embargo no he oído de ninguna generación que no se creyera perdida, ni de ningún alma que se sintiera encontrada. Por un momento, me pareció que, aun sin encontrarse, la mía pudo decir aunque por un instante fuera que estaba hecha para este país, que pertenecía a una patria, que dolería de ser de ella arrancada.

Y así entumecida, y aun del susto desorientada encontró que existía un reducto de una sociedad a la que siempre había criticado que representaba lo que más importante hubiera podido parecerle en ese momento. Y de la separación física y psicológica pasó al acurrucamiento mientras luchaba con la música por seguir escuchando lo que aquella pareja de desconocidos se decía sin haber visto si quiera sus caras. Y es que nosotros “tenemos amigos que no son amigos, son hermanos” y tal vez, ese sea nuestro mayor problema. Tal vez, nuestra pertenencia no haga más que, en cierto modo, arrancarnos de la pertenencia de nosotros mismos, no haga sino por despersonalizarnos, por borrarnos y dejarnos perdidos como parte de un todo, sin ser parte de un uno.

Y ahora, al escribir, le cuesta imaginar lo que es la patria más allá de su gente y lo que es esta más allá de aquellos que conocemos, le cuesta aceptar que existe un carácter especial entre los que ha considerado suyos por un criterio arbitrario y una cultura compartida, por las mismas mentiras asumidas mientras cierra los ojos y se deja transportar por una música extraña a aquestos; procedente de una cultura lejana, written in English.  Et elle porte du rouge à lèvres, alea jacta est.  

Oph**

miércoles, 9 de mayo de 2012

La Ciudad de los Filántropos.



“Las verdes ideas incoloras duermen furiosamente”
Noam Chomsky.


Se contaba una historia terrible y apoteósica en los manuscritos calcinados de Alejandría, que hoy ya está perdida irremediablemente en mi memoria aturullada, que a tanto nuevo conocimiento se ha visto expuesta desde aquel dorado tiempo, que quedan emborronadas las palabras por el humo y las cenizas. Así que no puedo asegurarles que lo que estoy a punto de contar no sean los delirios de un viejo loco en su postrer suspiro, pero sin ninguna duda sé que es para mi esta historia tan cierta, como si yo mismo la hubiera vivido, y es que por alguna razón he de recordar sus frutos, cuando incluso mi propio nombre he olvidado, cuando alienado solo a ella quedo, y no recuerdo nada más, como de si una dama de zapatitos de charol y lánguida mirada se tratara y es que tal vez sea por esta palidez y fragilidad con la que la recuerdo, que no deja de resonar para mi el perfume de su respiración, que no veo sino inscrito su sello en todo lo hermoso que hoy miro.

Vivía muy apartada de toda civilización tal vez inexistente por aquellos días, la llamada a su muerte: “Ciudad de los filántropos” y reinaba en ella la extraña paz de la inocencia. Bien separados se encontraban en ella el mundo, de la mente sin nada que los uniera inextricablemente como hoy están, y qué decir sobre la insalvable distancia de los otros, era esta una línea fina, pero clara, al menos más claro tenían que nosotros dónde acababa el uno, dónde empezaba lo otro. Si bien es cierto, que hubo alguna rivalidad no podía existir entre ellos la maldad o la mentira y tampoco tenía cabida la pena, era por esto que se llamaba así esta ciudad; pero a pesar de ello, era su castigo más grande que el de todas las maldades hoy conocidas, era un castigo inconmensurable por un pecado aun no cometido, era inaudito y aun hoy su mero recuerdo me hace temblar de temor e incluso de ironía, y es que aunque no hubiera rastro de maldad alguna tampoco habían conocido el amor, ni la sublimación del placer y la pasión, llevaban consigo la penitencia de ser olvidados, de serlo incluso por ellos mismos, y es que eran todo sombras y tormento, tímidos barruntos, los de algunos que con algo de suerte daban una salida de lo más digna a su dolor.

¿Y eran humanos con esta carencia de sensibilidades?, tal vez se pregunten ustedes, ¡Pues vaya disparate! ¡Por supuesto que lo eran!, ¿o es que acaso se creen que somos menos necios que aquellos que aunque a tientas atisbaban la fatalidad de la miseria?, Váyanse ustedes a saber.
Existía, sin embargo, en ellos una esperanza muda, un sueño inconcebible, a cada nueva luz, a cada nuevo día. Así fue, que una noche lo escuchó por vez primera, y aun desde lejos y atenuado supo que todo había cambiado, nunca hasta entonces había escuchado nada parecido y el sonido trémulo y sencillo se acercó aun así a sus oídos palpitantes, deseosos de escuchar más, aunque nada comprendieran.

Ese simple sonido, casi cercano a un estertor mortal hizo que en la ciudad cundiera una alegría rayana el pánico nervioso; y por primera vez en su vida, como por obra divina fueron todos y cada uno de los habitantes del pueblo en contra de su instinto, corriendo calle abajo en pos del frío y de la música que aun retumbaba tenuemente en sus oídos. Incluso el viejo cascarrabias ya unido per sé a su miserable existencia dejó caer su cuerpo lánguido hacia el arrecife del que parecía provenir la nueva sustancia, el inexplicable olor, el cálido tacto.

Llegó el más joven y cándido de los filántropos con el corazón revoloteándole en las costillas, y el aliento ya extinguido y allí la vio, plantada y balbuciendo sin dar crédito, ruborizada hasta las orejas, tal vez del esfuerzo de tan precioso canto, o tal vez de la sorpresa y el aturdimiento que la embargaba; llegó el justo a tiempo para evitar que se rompiera la crisma cuando por fin hasta las piernas atónitas le fallaron y se le quebró la voz en un desmayo. ¡Qué hermoso fue aquel instante!

No puede ser que hayan vivido nunca, ni siquiera sido testigos de semejante agitación, de tan dulce tortura, o de tan dichoso pánico.

Y como por encanto, en poco tiempo, eran ya muchos los que parecían dominar aquel extraño fenómeno. Se desarrollaron además simultáneamente otros similares, algunos de ellos no emitían tan siquiera ese sonido tan característico del principio y todo era febril parloteo, de ese inadecuado y a destiempo.

De este modo, fueron ellos los invitados a asistir a la aparición de lo que habían decidido llamar ;“lenguaje”, ahora que ya tenían como, y tildaron al milagro no solo de eso, sino de precioso y referencial, guía de nuestros pensamientos y pasiones, que propició para todos aquellos, que habían sido llamado filántropos, la revolución del yo, y de los otros, y la indivisible confusión de los términos, que sin embargo traía consigo la irreversible separación del cuerpo con la mente, que se habían encontrado hasta entonces como una sola cosa definida y unitaria, hasta ahora que una fiebre taxonómica contra todos arreciaba y no parecía que pudieran ni quisieran hacer nada al respecto.

Existía entre ellos una dicha palpable, típica de aquellos que acaban de recibir algo muy esperado, pero aun no han explorado todas sus aristas, les parecía que hoy les hablaban hasta los juncos en su fru fru al son del viento en el páramo más seco, que hasta los débiles y más deficientes dominaban con sutileza y elegancia ese nuevo esplendor, que era incluso en las primeras ofensas fruto de una bondad hasta entonces inconcebible, de una buenaventura inexpugnable y así hablaron días y días sin parar, ansiosos de que alguien les arrebatara ese espléndido regalo, como si del mismo nunca pudieran saciarse.

Gracias a aquel don eran ahora capaces de ver, no solo con los ojos, sino con la mente, era ahora posible ver todo aquello que no estaba presente, era incluso posible imaginar lo que nunca había estado, casi desde el descubrimiento hablaban sin parar ni emitir sonido alguno, como si fuera regocijo suficiente para tal superfluo esfuerzo ese alegre soniquete en sus cabezas, como si desde siempre hubieran nacido para aquel fin, y tan pronto y tan de repente como apareció el lenguaje se difuminaron por entero sus límites para con sus hermanos, para con sus compañeros y amantes, al inflamarse la pasión de su delirio, y ahora que compartían más que nunca su condición, les permanecía incluso a ellos una porción más grande de la misma, una porción en el tiempo extensa, como una retahíla extraña que sin oírse guiaba aquello que esperaban de ellos mismos y aquello que incluso creían ser.

Fueron unos días dorados para todos los habitantes del pueblo, hasta para los que en un principio habían sido más reacios. Se embriagaban ahora de palabras sin fin, se deleitaban en la categorización e invención de un nombre para todo aquello que no habían oído uno antes. Ponían incluso nombres a aquellos que los rodeaban y como ellos dominaban el lenguaje, primero genéricos, y luego al tiempo descubrieron que necesitaban para cada uno de ellos uno específico, e incluso uno cariñoso o despectivo para cada este con cada aquel, jugaban con el lenguaje como niños experimentaban y disfrutaban del más elevado de los placeres que hasta el momento habían conocido.

Existía una palpable reticencia al silencio, al menos a aquel que se prolongaba más de un nuevo aliento, temerosos de que volviera la ceguera, la locura, la oscuridad. Conocieron en ese dorado tiempo la mentira y el amor sublimado a las palabras, comprendieron que el amor también podía hacerse a besos, a versos. Que las intenciones no eran siempre lo que parecían ser y que aun el más cruel de sus habitantes encerraba tras de sí un ser tan complejo como cada uno de ellos. Surgió de esa contemplación de cada ser como divino un amor profundo por todos y cada uno de ellos, y aunque no pudieran admitirlo tras ser testigos de semejante belleza, surgió también un odio misterioso por algunos de los mismos.

Por fin, el pueblo pareció sumergirse en cierta calma, tal vez creyentes de que nadie sería capaz de arrebatares tan precioso regalo por fin callaron y disfrutaron del silencio, y lo salpicaron de palabras y opiniones, pero dichas con decoro y a su tiempo. Fue ese débil silencio el que llevó al pueblo de nuevo la agitación, no fue esta la excitación febril del principio, si no una excitación divina y consensuada, una excitación piadosa y recatada, en la que se oyó un terrible quejido, así fue que allí la encontraron, tratando de arrancarse la lengua a dos manos, presa del pánico y la ira, mientras no podía ya sollozar, sin que se le escaparan palabras mojadas.

Fue el mismo, el atónito espectador de su nacimiento el primero en presenciar su culminación, y en verla allí desmadejada y rota, mientras incomprensibles términos para el resto inundaban su cara y ahogaban su corazón. ¿Qué ocurre?, dijo él cogiéndola de las manos. Ella simplemente negó con la cabeza: “Os falta tanto por comprender, tanto por descubrir, no conocéis aun ni el olvido ni la muerte, no conocéis si quiera el peso de la libertad, pero ya veréis como duele ya veréis lo trágica que puede sentirse la existencia.”

Ahogado entre la verdad y la duda, sobrepasado su pensamiento por un mundo que a todas luces excede la capacidad humana, y a la espera se encuentra de quien los guíe en la bendita ciudad de los filántropos un corazón se para, otro se rompe.

Y ese sonido sordo es lo más parecido al silencio que en años se ha escuchado.

Oph**


lunes, 30 de abril de 2012

Me gustas cuando llueve.


No podrá parecerte que llueve si el corazón ríe, no es más que el cielo, que se cae, y desvanece con cada suspiro de todo aquel que le ve llorar, mientras que no hace sino esforzarse porque el sol vuelva a erigirse.

Y mientras tanto en suplica perdón o remienda de súbita recompensa no puede sino acercarte a aquel cielo anhelado, aunque solo sea por unos instantes.

Por eso me gustas cuando llueve,

Será porque me gusto cuando ríes. 

Oph**

martes, 3 de abril de 2012

Cierren la puerta al salir.




No creo que esto que estoy a punto de decir vaya a sorprender a ninguno de los presentes, sin embargo, me veo en la necesidad de hacerlo, por si alguno aun no se ha dado cuenta, a pesar de la obviedad espesa como la masa de piojos que carcomen el cerebro de aquellos que no se limpian el corazón.

Que en este mundo que nos han dejado vivir hoy no existe lugar para echar de menos lo que pasó, no existe lugar si quiera para agradecer lo que tenemos, existe solo, en el mejor de los casos, la posibilidad de añorar aquello que está por venir.

Que le hemos dado la vuelta a la vida con tanto invento y parece que ya nada nos importa, pues yo le doy la vuelta a los textos, ya no traigo lágrimas, traigo tan solo desidia, y no existe razón más triste y oscura para escribir. Razón más cercana a la vergüenza, al desamparo, al abandono.

Y es que vivimos tan rápido que se nos olvidó ya que existiera un pasado, y no es sino una herejía pensar en él, pensar en algo, que obligados estamos a seguir y seguir, con una sonrisa en la boca, y que se aguanten las preguntas de tu corazón, que el mundo para el que has sido creado es así, y si no te gusta, ya sabes donde tienes la puerta. Pero vete sin rechistar, que aquí el ruido, si no es de aplausos, ya no gusta.

Nos han quitado el derecho a quejarnos, y creen que lo compensan con el derecho a soñar como si eso alguna vez les hubiera pertenecido, como si no hubieran hecho ya bastante. Para sobrevivir no miren al pasado, que nunca más será nuestro. 

Echen de menos el futuro, si les quedan fuerzas para hacerlo. Si no, salgan, y cierren la puerta al salir. 

Oph**

martes, 6 de marzo de 2012

Beauty.



“A veces hay tantísima belleza en el mundo que siento que no lo aguanto y que mi corazón se está derrumbando”
American Beauty.

La belleza de nuestros actos es infinita, no siempre lo es tanto la bondad de los mismos. No existe más justificación para nuestra acción que la nosotros podamos darle, y no será la del otro más que una interpretación alienada… es por ello, que nunca pueden reconocerse como tal los verdaderos héroes, aquellos que de su obra ningún beneficio sacan, y es que de serlo es una ofensa, una decepción de que todo lo que de la humanidad esperaste y en ti mismo elicitaste es una burda mentira, una sutil farsa, una impertérrita motivación que de poder ser cierta acabaría, y más perdidos y tristes nos encontraríamos entonces.
Es ahí donde radica la devastadora belleza de nuestros actos, en cada mirada caida, en cada avergonzado arrepentimiento, en cada nueva promesa a uno mismo de ser mejores, aun cuando sabemos que no es aquello ni por asomo plausible, no en nosotros al menos y por ello confiamos en aquellos que otros han llamado héroes, y es que por todo esto no somos menos bondadosos, simplemente más bellos.

“Nada más fácil que censurar al malhechor, nada más difícil que comprenderlo”
Dostoievsky.


Oph**

martes, 28 de febrero de 2012

Hambre.


Tal vez por eso pensé que había llegado a la última estación, tal vez por eso confundí con la flor de almendro a la nieve, y a la soledad con el silencio de los presentes. Porque es el alma lo más animal que nos queda de este cuerpo humanizado, y también se desnutre y enferma cuando olvidamos cuidarla, demasiado ocupados del mundo exterior, o demasiado temerosos de volver a ella.

Pero si algo la diferencia del resto del todo es su capacidad de perdonar, y es que no he visto aun ningún caso en el que quien haya vuelto a buscarla no la haya encontrado ávida de reencuentro; de lo que no me cabe duda, es de que habrá quien tenga  demasiado miedo para haber tratado si quiera de volver. Así es que no teman que se encuentre esquiva y áspera, teman tan solo del estado desmadejado y tenue que puedan encontrar, teman que haya pasado hambre de cultura y frío de amor, teman sobre todo de la soledad que ustedes mismos sufrieron durante su viaje. Porque cuando todo lo demás fallé seguirá ella allí, más dolorosa, más inexpugnable, pero dispuesta a darle su particular cobijo, su extraño arrobo.

Y es por extrañas razones, al revés que el resto del todo, que es el alma cuando se encuentra nutrida precede a la catarsis, y su descuido e inanición no han de llevar por tanto más que a una extraña insensibilidad, a un delicado olvido, a una sutil preocupación de la vida, mal entendida, que es como eminentemente se vive.

Oph**

miércoles, 4 de enero de 2012

Noche oscura, negro infierno.




Que en esta triste historia que es el amor no hay vencedores ni tan si quiera hay vencidos, solo tal vez, haya héroes, tal vez incluso salvados.

Habíase acostumbrado Emilita a ser demasiado feliz, peligrosamente cándida, que al haber nacido entre la miseria, y al haberse hallado entre esta dichosa, no entendía que el amor, de tan dulce naturaleza, ese que sentía en su corazón, hubiera de doler. Y es que había nacido sin nadie a quien amar, y el odio nunca la había lastimado.

Mal arreglo tienen aquellos que desean el amor, pero odian las lágrimas, desesperan en el llanto, y de la tristeza manchan el puro nombre con sus maldiciones; que no existe sin esta la gloria, ni el cálido abrazo, ni la mirada tierna. Que no es esta ansiedad sino la que favorece el amor, que no es sin esta más que respeto mutuo, ternura contractual.

Le arranca el sol del atardecer, entre la suciedad y los enredos de su pelo, destellos cobrizos, que al rosado atardecer deslucen, y aun ahora que ha comprendido que el corazón se le ha roto, no es capaz de comprender si ha de llorar o regocijarse, que no sabe tan si quiera qué procede, qué será más doloroso.

Y es que nunca había asumido el dolor como parte de su desdichada vida; y de la ausencia de ventura, nace en el mundo un ser sin pena, un ser risueño, que no está preparado para que una realidad tan frívola, y a todas luces innecesaria pueda herirla, cuando el hambre ha hecho peligrar su vida, y el frío, sus dedos, pero es que no existe cobijo para el frío que ahora siente, no quien sacie un anhelo que no entiende.

Oph**


"Mi amor es una fiebre que incesante...
Mi amor es una fiebre que incesante
ansía lo que su virus alimenta,
porque en mi mal mi gusto se apacienta
y es por sí enfermo el apetito amante.
Ya, viendo mi doctor (la vigilante
razón) que no haga del caso ni cuenta,
me abandonó, y el ánima sedienta
corre a su abismo, aunque lo ve adelante.
Salvación para mí, ni la hay ni la quiero:
todo yo soy locura, inquietud, ira;
loco en cuanto imagino y vocifero,
y víctima infeliz de una mentira

te juré honrada y franca; y mi amor tierno
¿qué halló en ti? Noche oscura, negro infierno."

W.S