lunes, 29 de noviembre de 2010

Errores.


La realidad no es estética, cierto; pero a veces aparecen errores, y es entonces cuando el sentido del mundo, ese que nosotros le damos, depende únicamente de si existió proximalmente contacto de entre nuestros cuerpos, o el vacío que de normal les rodea sigue quemando, atenuante del resto de la realidad, como ya, de por vida, condicionado, tal vez incluso de manera operante, a recordar la ausencia que de tu olor, al no estar, se destile de entre las sábanas.

Y esa ausencia, que es el dolor, no es más que el alivio de saber que estás viva, y se entremezcla con la dulce incertidumbre de no saber por cuanto tiempo, esa que nos permite hasta crear la infantil e ingenua sensación de infinitud, mientras cada vez que nos vemos creemos a ciencia cierta que nunca será la única, que siempre podría ser la última; aunque de nuestros recuerdos sabemos que siempre alguna lo es, así como lo será el día en que ya no despertemos, lo que es incluso más complejo, ya que se trata de un hecho del que aun no tenemos experiencia, más que la ajena, y que sin embargo por ello no nos asusta menos, sino más, al saber, que lo otro es soportable, incluso superable, en el mejor de los casos, sin que ya nada importe, por no haber despertado, o tal vez, simplemente haberlo hecho sin que nadie de ello diera cuenta ,que es al fin y al cabo lo mismo o simplemente totalmente diferente, al no poder estar nunca seguros de vuestra existencia más allá de la mía, y de no saber qué será de vosotros cuando yo deje de pensaros, cuando tal vez al no despertar, os olvide, ni qué será de vuestras vidas, al no poder continuar para mi incólume mente, y sin saber cómo ni de qué forma, sé que ese día llegará, si es que no lo hizo ya, sin avisarnos de su venida y entonces será cuando de verdad tengamos que derivar el sentido de nuestra vida a otras cosas más superfluas, menos profundas, que si de hoy tu mano, siempre sin rumbo, pero con intención, rozó mi brazo y se me erizó la piel en la espalda, o si de mi pelo se enredó entre tus hombros y mis labios y me sonrojé entre cálido tironeo, y tus mejillas se encendían, dulces, como lo son cada vez que se crispan y tú sonríes, como lo son cada vez que no lo haces, y es por ello que tengo que esforzarme en que no se me olviden, en que vuelvan a hacerlo lo antes posible.

Y sigo sin saber qué sentido le daré entonces a todo y qué sentido tendrá para mi pues lo que hago yo hoy, quizás eso último no importe, por el simple hecho de que hoy no parece determinante para seguir, y tal vez fuera entonces un tiempo perdido, no, no lo creo, preciosa, no fue más que uno ganado, uno que te hizo tal y como hoy eres, y no podrías ser mejor, aunque se haya ido; debes agradecerlo, y alegrarte por haberle tenido, hacerlo como yo nunca supe hacer y así demostrarme que es posible, y que yo también podré hacerlo cuando esto acabe.

Y mientras, pienso en buscarle un sentido alternativo a la infinitud, esa que sé que no existe, ahora que tal vez vuelva a creer en el presente, vuelva a creer en eso que siempre había dicho era el sentido de todo, y sonrío sorprendida, con esa extraña sensación de descubrir, de la ajena conversación de un desconocido-conocido, que era mejor de lo que debería haber sido, y esta, sin embargo, no es más que una de esas explicaciones de repuesto para cuando ya te has ido, una de aquellas de segunda mano, de esas que se centran en la felicidad ajena, esa que ninguna importancia parece tener sino revierte en la propia, aunque por el mero hecho sea de ver sonreír, y es entonces cuando me decepciono y pierdo, al darme cuenta de que al ser más bueno de lo que debería no es más feliz, sino que solo lo fueron los de su alrededor, como a tantos otros ocurrió, y de todos es bien sabido que esto imposibilita cualquiera de la felicidades y que sin embargo nos hace sentir bien con nosotros mismos en la más absoluta incongruencia, esa que teóricamente y de manera lógica nos haría felices, y sin embargo no lo hace, sino que nos rompe, y sí, es que las personas también se rompen, como las cosas, aunque sin hacer ruido, y es por ello que recomponerlas es si cabe más complejo, porque no solo hay que juntar los trozos, hay que saber que lo necesita.

Y redescubrir, a cada tarde de invierno, la importancia de volver a ser la chica del pañuelo rojo, y es que solo sé sentirme bonita, si me veo en tus ojos.

Oph**

martes, 16 de noviembre de 2010

Ilusiones y mentiras.


Y esto es, lo que se podría decir, el: “derivado” de ese odio mío a los recuerdos por su inexactitud, ese que por una vez acabó en letras y no en lágrimas, como tantas otras veces, como tal vez debiera y haría más a menudo, si no fuera, a su manera sutilmente complejo y amenazador, de mi propia intimidad, y de la vuestra, de la de todos y si no se escapara entre mis manos antes de aquí llega, volátil y mudable, como lo soy yo para el mejor de los casos.

Y lo escribo por ello deformado, como no podría ser de otra manera, cuando, por razones a mí externas, y tal vez incluso a mi propia historia, me veo abocada a reescribir, una y otra vez, lo que algunos pueden llegar a tildar que ha sido mi vida, aquellos que menos me conozcan, sin duda alguna; y digo reescribir, en el sentido más estricto de la palabra, no tan estricto, como lo sería, tal vez, la de repetir lo que ya hice, pero tampoco tan abstracto, como si de porrománticas concepciones me creyera en la empresa de cambiar el curso de esta, la que es mi historia; en un futuro que tal vez ni existe hoy ni tal vez existiera nunca. De lo que se trata por ello, es de reinventar la historia, mi propio pasado, ese que irremediablemente ya aconteció, y hacerlo desde mis propias circunstancias, desde mi “yo”, el más actual y actualizable, para que mi historia permanezca lo más inmutable posible, y que por el contrario no permanezca yo, ante ésta incólume, tras su abstracta recuperación.
Y puede, sin embargo, que no sea exactamente igual que en su día aconteció, por mi limitada capacidad de percepción y memoria, pero no es por ello menos verdad sino más, ya que no son sino mis contingentes recuerdos los que constituyen la necesaria base de mi existencia hoy, a mal que nos pese, ya que por obvias razones no soy más que lo que sé que fui, no al menos para mí misma. Y todo lo que tal vez me aconteciera, no lo hizo en realidad en mi historia ni en ninguna otra si es que hoy ya nadie puede recordarlo, así como todo lo que tal vez no lo hiciera con la exactitud que aquí lo narro existió más fuertemente que lo otro, tanto que aun sin existir fue capaz de cristalizar en mi cabeza, y hoy salir a bocajarro y sin previo aviso cristalizándose de nuevo y trastocándose de nuevo en esa sutil distorsión que implicará cada una de las palabras, por su infinito carácter interno, de cada una de las palabras que de manifiesto ponen, para ustedes, hoy, mi historia, esta parte, al menos.
Sin embargo, aunque lo que haga no sea sino escribir mi historia, una vez más, es esta vez por motivos y para razones diferentes, como si de una vez menos se tratara; es así que es la historia, como de costumbre alienada.

Y te fuiste más dolorosamente que si al instante hubieras vuelto, como hacías a veces, porque lo hiciste sin saber a dónde íbamos y sin tan si quiera saber, si es que íbamos a algún sitio para así no tener que cerrar los ojos para remendar esa sonrisa tuya, que dulce dolor infringe. “Túmbate de nuevo”, dijiste tierno, autoritario, “aunque sea un momento”, y el aroma lila crepitaba en su mejilla, sin que a distinguir su color alcanzaras, dibujando su contorno entre la pared y el techo, en esa esquina que de su conjunción se formaba, y hacia atrás fugaba desde mis ojos allí tumbados y parecía que se te llevase, y tú volvieras para estar más cerca a cada segundo, como si a contra corriente te encontraras y la marea no hiciera más que marear mi pobre corazón, cuando a tu cuerpo nada le importaba; y como en un tímido lapso, tímidamente, tal vez, nos separamos y el espacio entre estas, nuestras caras, a la vez que quema me permite delimitar más claramente tus rasgos, y ese espacio relaja mis pupilas, epilépticas, que trataban de reconstruir el todo, huyendo de una a cada otra de las partes, centrándose en todas y en ninguna de ellas a la vez, y sin embargo, ahora que el espacio es mayor del soportable es mi mejilla la que fuga entre los cuadrantes de tu cavernoso hombro, para mancharlo con mi olor y la humedad de mi respiración y que si a ti también te parece que las líneas me fuguen, te parezca también que es solo para marear a tu pequeño corazón; y en cierto y extraño modo, algún recoveco no cubierto, por lo que pretendía ser mi cara permite la entrada de ese oxígeno que tú parecías no necesitar nunca, ese que como es bien sabido envejece las células y mata, ese que es nuestra droga electa, que para ti, como si sobrehumano o anóxico fueras parece tratarse de prescindible, y si quiera experimentas síndrome de abstinencia, y cuando todo lo que esperaba era ese olor de color y cadencia malvas, cuando tal vez debiera haber sido a camelia, ya saben, por su importancia poética y el brillo de sus ausencias, fue esta vez, tu mano la que apareció en mi busca, para mancharse de sonrisa y llenar mis ojos con los tuyos, y desbordarlos aunque estos últimos se encuentren entrecerrados velados por sus infinitos rizos.
Surgió este escrito, o tal vez, de la grotesca asociación existente entre el verbo y la verdad, entre intimar, y la palabra intimidad, que por la simple existencia de la primera, es la segunda la que pierde en cierto modo su sutil tono romántico de candencia melancólica y gana por esta la otra el simple derecho de que por ella suspire; desde el profundo conocimiento de que se trata, al fin y al cabo de una grotesca asociación y de que no mucho tienen que ver la una con la otra.

Y como tú bien dijiste, da igual que seamos contingentes, en el sentido estricto, aunque bien horrible es esto ya de por sí, lo más horrible, y sin embargo, lo más mágico es que lo sabemos, y de ello somos conscientes y de ello nos jactamos cuando contraponemos nuestro parecer al de cualquier otro, sin darnos cuenta y evidenciar que esta es la mayor causa de nuestro sufrimiento, y que es usada para el simple hecho de paliar todas las demás, que son, como ya sabemos completamente prescindibles si de esta vida no se nos derivara ese miedo, ese que convierte nuestra existencia en esta apoteósica convulsión, que es solo soportable si la compartimos, sobre todo si lo hago convosigo, y… ese miedo que tenéis a la muerte, ese que me gustaría tener en vez del que tengo a la vejez, esa que espero tener el privilegio de bien vivir, no es sino otra evidencia de que esto merece la pena más de lo que nos gustaría, por mucho que nuestro sufrimiento sea inabarcable a comprensión por nuestra propia causa y esta nuestra mayor desgracia.

Oph**

domingo, 7 de noviembre de 2010

caleidoscopio.


Porque una vez más decidí que te había olvidado y la mayor sorpresa fue que por una vez era verdad, y entonces fue cuando tuve que dejar de esforzarme por olvidarte, para empezar a esforzarme por recordarte, y eso también duele, a su manera, porque no es más sino otra constatación de que todo ese tiempo en realidad no sirvió de mucho ,de que todo ese tiempo ,que tal vez estuvo perdido,¿ en qué?, ya casi ni lo recuerdo y, sé que solo está perdido si lo comparo con este, tal vez ganado, o tal vez solo me parezca así ahora, y sé que es cruel hacerlo, que nunca debiera haberlo hecho, y tal vez esto nunca hubiera ocurrido si la luz de aquella vela no hubiera iluminado tan tenuemente tu hombro y el olor rosa no hubiera flotado en el ambiente, redondo y duro hombro, como la luna, que constelada sonreía al ver nuestras caras, y sí es posible que incluso Dios estuviera allí si es que existe, y por ello no fuera menos íntimo, sino más profundo, y sé con seguridad que duele, que duele haberte olvidado, es de los pocos sentimientos que hoy no tengo que plantearme, el dolor, la melancolía, ya el dolor es siempre físico, el que me recuerda cómo esto en realidad duele y me impide confundirlo con otros sentimientos, de esos que se entremezclan siempre y no atisbo a delimitar, y es por ello cuando me preguntas que si existe algo más que el cuerpo, eso que alguna vez, entre nosotras y siempre muy bajito, nos hemos atrevido a llamar alma, sonrío, porque aunque no lo hiciera, resulta que este, nuestro cuerpo, también puede sufrir por externas cosas a los humores, y qué más da si al final acaba, si no lo hiciera, tal vez el tedio se ocupara de llevarnos al output profundo del sueño eterno, y es que vivir la eternidad, a todos parece encantarnos a priori, pero a cualquiera asustaría, si lo piensa detenidamente, es por ello que cuando me dices que quieres morir de viejo tuerzo el gesto, y tú te horrorizas cuando soy yo la que quiere decidir, siempre, y sin embargo creo que no podríamos seguir viviendo si no fuera a acabarse algún día, creo que sería demasiado duro enfrentarnos eternamente a esta vida, o a cualquiera, por perfecta y placentera que esta fuera .Y obstinada, sigo escribiendo aunque no quede nada que decir, por el simple hecho de que sé que algún día no podré seguir haciéndolo, aunque en realidad no lo haya tenido nunca, pero ahora puedo seguir, aun sin nada que decir, solo a modo de incorpórea sonrisa, de lágrima seca, ya que pesaba que de felicidad solo se lloraba en las películas, esas de las que vives, y así buscarme cuando estoy perdida entre tus brazos, y decidir cada segundo y vivirlo como si fuera el último, deseando que no lo sea, y que nunca suene la alarma, deseando que nunca toquen las campanas, pero confiando en que algún día lo harán y solo quede el viento frío del recuerdo, ese que deja de serlo cuando el recuerdo no se torna ya feliz, sino irrelevante, y es entonces cuando quema, en lo que una vez heló.

Oph*

lunes, 1 de noviembre de 2010

Ciudadela


Fue así, como la pequeña ciudad obscura implosionó, estallando en miles de millones de fragmentos, millones de partículas que apenan alcanzaban la millonésima parte de un átomo, gravitando y flotando a nuestro alrededor, alrededor desde el cual, y su centro observábamos antes de asistir a nuestra propia muerte, al no poder nadie sobrevivir a la existencia de la cuidad, al no poder hacerlo nadie a su inexistencia, por el simple hecho de la pérdida de esa pequeña certidumbre que ni siquiera sabíamos tener, y que tan dolorosa era en su esencia que luchábamos porque en el viento se perdiera, ensordecidos, al estar sobreexpuestos a su excesiva acústia, que resuena fría desafinado las leyes temperamentales, y en ellas la luz reverbera cegando y empequeñeciendo nuestras pupilas, que de tanto encogerse se desdoblan sobre sí mismas impidiéndonos la visión, que se trastoca errónea al darse la vuelta guiada por nuestras pupilas, ya ciegas, que siguen emitiendo indoloras la última imagen que creyeron haber recibido, y así esta queda grabada de manera constante, sin dolor ni lágrimas, ni conciencia, y así, el olor a azufre atiborra nuestro olfato que no puede recordar sino este dolor que atrofiado olvida todos cuantos un día lejano llegó a poder absorber, y así olvida el olor a mujer, a sombra e incluso a libros, y es el dolor tan fuerte que la sensibilidad se nos nubla y no recordamos más que el golpe en la cabeza antes de perder la conciencia de esas cosas que nunca hicimos.
Es así, como asistimos a la pequeña destrucción de cada una de nuestras pequeñas ciudadelas, esas a las que algunos se atrevieron, tal vez en otra época a tildar de ideas, tal vez no fuera exactamente lo mismo, sino esas que pasan veloces sin dejar poso en nuestra mente que ya cansada, que inexacta y metafísica no puede guardar nada en espacio inexistente y es por ello que olvidamos, y es tras morir cuando en esa lluvia de polvo de estrellas que gravita y a nuestro alrededor se desvanece en neblina incorpórea, parece que tal vez quisimos recordar esa que llamamos inspiración y que tanta facilidad tiene para embarrarnos los poros como para dispersarse a la menor brisa, mudable, como lo son todas las fortunas de tal envergadura esa que algunos de los románticos poetas, quisieron darle nombre de mujer, como lo es su cadencia y su cuerpo que frágil tilita en la neblina que nunca recordarán.
"Era duro renunciar a creer que una flor puede ser hermosa para la nada; era amargo aceptar que se puede bailar en la oscuridad. Si algún consuelo les quedaba era pensar que también él se movía en la misma ambigüedad, orquestando una obra cuya legítima primera audición, debía ser, quizá el más absoluto de los silencios.”
Como lo es siempre el arte, irreverente, silencioso e inocuo, como lo son en el fondo todas las cosas buenas de la vida, todas las que merecen la pena. El cielo gris llora la bohemia, hay tanta belleza escondida en el mundo y nadie quiere verla… de tanto que duele mirarla… al saber que nunca podremos alcanzarla o de ella dejar constancia, de que existió, de que de ello tuvimos experiencia.
Y el olor del libro desvencijado y amarillento entre mis manos muere al coñac y al rímel corrido tras las lágrimas, por haber matado ese olor, la dulce concepción luminiscente que reverbera entre este y mis uñas, y sin embargo qué más azaroso, que el giro que sobre este impone la sombra y hace caer una lágrima inconsciente de su propio recorrido y existencia, una que se ve impelida a su periplo por mi incómodo corazón y mi ya rota inocencia, esa que se dio cuenta de que se puede a tener sexo sin hacer el amor, que se puede tener amor sin musa y musa sin inspiración.

A su manera, y la de tantos otros, ojalá pudiera serlo más---

Oph*