martes, 16 de noviembre de 2010

Ilusiones y mentiras.


Y esto es, lo que se podría decir, el: “derivado” de ese odio mío a los recuerdos por su inexactitud, ese que por una vez acabó en letras y no en lágrimas, como tantas otras veces, como tal vez debiera y haría más a menudo, si no fuera, a su manera sutilmente complejo y amenazador, de mi propia intimidad, y de la vuestra, de la de todos y si no se escapara entre mis manos antes de aquí llega, volátil y mudable, como lo soy yo para el mejor de los casos.

Y lo escribo por ello deformado, como no podría ser de otra manera, cuando, por razones a mí externas, y tal vez incluso a mi propia historia, me veo abocada a reescribir, una y otra vez, lo que algunos pueden llegar a tildar que ha sido mi vida, aquellos que menos me conozcan, sin duda alguna; y digo reescribir, en el sentido más estricto de la palabra, no tan estricto, como lo sería, tal vez, la de repetir lo que ya hice, pero tampoco tan abstracto, como si de porrománticas concepciones me creyera en la empresa de cambiar el curso de esta, la que es mi historia; en un futuro que tal vez ni existe hoy ni tal vez existiera nunca. De lo que se trata por ello, es de reinventar la historia, mi propio pasado, ese que irremediablemente ya aconteció, y hacerlo desde mis propias circunstancias, desde mi “yo”, el más actual y actualizable, para que mi historia permanezca lo más inmutable posible, y que por el contrario no permanezca yo, ante ésta incólume, tras su abstracta recuperación.
Y puede, sin embargo, que no sea exactamente igual que en su día aconteció, por mi limitada capacidad de percepción y memoria, pero no es por ello menos verdad sino más, ya que no son sino mis contingentes recuerdos los que constituyen la necesaria base de mi existencia hoy, a mal que nos pese, ya que por obvias razones no soy más que lo que sé que fui, no al menos para mí misma. Y todo lo que tal vez me aconteciera, no lo hizo en realidad en mi historia ni en ninguna otra si es que hoy ya nadie puede recordarlo, así como todo lo que tal vez no lo hiciera con la exactitud que aquí lo narro existió más fuertemente que lo otro, tanto que aun sin existir fue capaz de cristalizar en mi cabeza, y hoy salir a bocajarro y sin previo aviso cristalizándose de nuevo y trastocándose de nuevo en esa sutil distorsión que implicará cada una de las palabras, por su infinito carácter interno, de cada una de las palabras que de manifiesto ponen, para ustedes, hoy, mi historia, esta parte, al menos.
Sin embargo, aunque lo que haga no sea sino escribir mi historia, una vez más, es esta vez por motivos y para razones diferentes, como si de una vez menos se tratara; es así que es la historia, como de costumbre alienada.

Y te fuiste más dolorosamente que si al instante hubieras vuelto, como hacías a veces, porque lo hiciste sin saber a dónde íbamos y sin tan si quiera saber, si es que íbamos a algún sitio para así no tener que cerrar los ojos para remendar esa sonrisa tuya, que dulce dolor infringe. “Túmbate de nuevo”, dijiste tierno, autoritario, “aunque sea un momento”, y el aroma lila crepitaba en su mejilla, sin que a distinguir su color alcanzaras, dibujando su contorno entre la pared y el techo, en esa esquina que de su conjunción se formaba, y hacia atrás fugaba desde mis ojos allí tumbados y parecía que se te llevase, y tú volvieras para estar más cerca a cada segundo, como si a contra corriente te encontraras y la marea no hiciera más que marear mi pobre corazón, cuando a tu cuerpo nada le importaba; y como en un tímido lapso, tímidamente, tal vez, nos separamos y el espacio entre estas, nuestras caras, a la vez que quema me permite delimitar más claramente tus rasgos, y ese espacio relaja mis pupilas, epilépticas, que trataban de reconstruir el todo, huyendo de una a cada otra de las partes, centrándose en todas y en ninguna de ellas a la vez, y sin embargo, ahora que el espacio es mayor del soportable es mi mejilla la que fuga entre los cuadrantes de tu cavernoso hombro, para mancharlo con mi olor y la humedad de mi respiración y que si a ti también te parece que las líneas me fuguen, te parezca también que es solo para marear a tu pequeño corazón; y en cierto y extraño modo, algún recoveco no cubierto, por lo que pretendía ser mi cara permite la entrada de ese oxígeno que tú parecías no necesitar nunca, ese que como es bien sabido envejece las células y mata, ese que es nuestra droga electa, que para ti, como si sobrehumano o anóxico fueras parece tratarse de prescindible, y si quiera experimentas síndrome de abstinencia, y cuando todo lo que esperaba era ese olor de color y cadencia malvas, cuando tal vez debiera haber sido a camelia, ya saben, por su importancia poética y el brillo de sus ausencias, fue esta vez, tu mano la que apareció en mi busca, para mancharse de sonrisa y llenar mis ojos con los tuyos, y desbordarlos aunque estos últimos se encuentren entrecerrados velados por sus infinitos rizos.
Surgió este escrito, o tal vez, de la grotesca asociación existente entre el verbo y la verdad, entre intimar, y la palabra intimidad, que por la simple existencia de la primera, es la segunda la que pierde en cierto modo su sutil tono romántico de candencia melancólica y gana por esta la otra el simple derecho de que por ella suspire; desde el profundo conocimiento de que se trata, al fin y al cabo de una grotesca asociación y de que no mucho tienen que ver la una con la otra.

Y como tú bien dijiste, da igual que seamos contingentes, en el sentido estricto, aunque bien horrible es esto ya de por sí, lo más horrible, y sin embargo, lo más mágico es que lo sabemos, y de ello somos conscientes y de ello nos jactamos cuando contraponemos nuestro parecer al de cualquier otro, sin darnos cuenta y evidenciar que esta es la mayor causa de nuestro sufrimiento, y que es usada para el simple hecho de paliar todas las demás, que son, como ya sabemos completamente prescindibles si de esta vida no se nos derivara ese miedo, ese que convierte nuestra existencia en esta apoteósica convulsión, que es solo soportable si la compartimos, sobre todo si lo hago convosigo, y… ese miedo que tenéis a la muerte, ese que me gustaría tener en vez del que tengo a la vejez, esa que espero tener el privilegio de bien vivir, no es sino otra evidencia de que esto merece la pena más de lo que nos gustaría, por mucho que nuestro sufrimiento sea inabarcable a comprensión por nuestra propia causa y esta nuestra mayor desgracia.

Oph**

No hay comentarios:

Publicar un comentario