martes, 19 de noviembre de 2013

"Los posesos"





       "Nunca he podido aborrecer nada. Por lo tanto nunca podré amar. Sólo soy capaz de la negación, de negación mezquina"

Bien he de admitir que a mi me regalaron el apasionamiento, y si en un primer momento pienso inevitablemente que no se podía aborrecer en la Rusia del XIX es posible que no se pueda amar en la España del XXI. Si algo atraviesa las edades sin que de ningún modo dude de su existencia, si algo me cala allá donde pose mis ojos es el ya gastado "adolezco, peno y muero". Tal vez solo esto sea la invariante, el sentimiento común que nos hermana, que nos hace uno y a su vez otros; que nos iguala y diferencia.
Ni aun si esto fuera todo podríamos decir que es poco, tal vez todo nuestro ideario se desprende de esta idea, y nada es sino por comparación con lo mismo.

Permítanme  alguna batalla personal, que a una ya se le va envejeciendo el alma y entre cabezadas se le escapan pedazos de espíritu si nadie la escucha. Permítanme decirles que la felicidad es siempre dudosa y pasajera, que la confundimos con la alegría y la olvidamos en seguida, que no he visto a nadie que tuviera que curarse de ella. Que la pena es siempre clara y resuelta, que largo tardamos en desprendernos de ella si es que alguna vez conseguimos hacerlo y siempre espera para inundar el cuerpo en el menor de los descuidos. Que la abundancia siempre es dudosa y pasajera, que la confundimos con la suficiencia y que a penas se nos escapan los bastantes. Que no conozco a nadie que no adolezca gravemente de las cosas que son las más importantes: del tiempo, de la vida, y tal vez del amor. Y la muerte, permítanme que no les diga nada de la muerte, que si puedo dudar de los que existen no hay duda de que hasta esa duda termina.

Creo que de este recuento solo se me escapa tal vez el miedo, y aunque sea innegable que este existe voy a conformarme con decir que también se desprende de aquel rosario.

Y sí, probablemente a estas alturas ya tengan claro que yo aborrezco, fuerte y claramente. Y que no sé si amo, porque no sé qué es eso. Aunque no recuerdo que nadie me explicara qué era aborrecer y he pasado menos tiempo masticando esa idea, tal vez tanta masticación sólo facilite el vómito.

Y aún así Stavrogin se confiesa ante Liza, aún así todo pobre diablo quiere aprender a amar. Todos buscan de cuidados y esperanza.

    "¡Curarlo! No quiero curarlo. No quiero ser para usted una hermana de la caridad. ¡Pídaselo a Dasha! ¡Es un perro que lo seguirá a donde sea!
Y no tenga pena por mí, sabía de antemano lo que me esperaba, siempre supe que si me iba con usted me llevaría a un sitio donde viviría una araña monstruosa del tamaño de un hombre, que nos pasaríamos la vida mirando la araña y temblando de miedo y que en eso quedaría nuestro amor".


Oph.

lunes, 21 de octubre de 2013

A propósito de la quinta hija.



Escondió su cara enrojecida entre sus manos y trató de olvidar lo que había creado, no hizo falta esperar al séptimo día para ver que era malo, para descansar; así que, inmediatamente, cuando aún a penas se mantenía en pie abandonó su creación a su suerte.

Así nació una de tantas hijas bastardas, así es como dimos la espalda a la hija primogénita, sin tan si quiera pintar de rojo nuestras puertas. Esta, la mayor, tiene una condición aun más oscura que la hija adolescente; tal vez, por el simple hecho de que su enfermedad no es pasajera, y tan solo se cura con la muerte para la cual, entonces, no tiene sentido buscar una cura, ni si quiera un alivio. Por eso no solo se la abandona y repudia, sino que la olvida, a pesar de que como hija bastarda reconcome la conciencia de cada miembro de la familia; temeroso de acabar como ella, de ser el peor de los ejemplos, y avergonzado del abandono.

Si no, no puede explicarse de ninguna otra forma que hayamos ido a confundir la acumulación de saberes y experiencias con la desposesión absoluta de valores y actitudes, como pérdida total de la vida. Que si bien quisiera decirse que es por estar más cerca de la muerte, también lo está la niñez y nadie va mirándola con esos ojos, a pesar de que esta hija si está desprovista de toda razón, a pesar de que a ella le quede todo por saber y lo único que puede decirse de ella es que aun no ha errado, y ésta de estar de estar de alguna forma sea desbordante.

Se dice incluso que no pueden ponerse al día, que se estanca, que ya ni si quiera quiere seguir, pues observen dos veces y piensen que mucho más desfase hay en el infante, y todos corren presurosos a suplirlo, y que es desleal pedirle a nadie que se asome a hombros de gigantes temblorosos y menuditos cuando está bien firme en grandes estandartes. Cómo puede pedírseles que pasen de nuevo el frío de la incertidumbre tras haberlo conocido, tras haberse agarrado con uñas y dientes y las pocas seguridades que aporta una vida.

Créanme cuando les digo que yo no conozco ningún viejo, conozco solo personas que la sociedad ha desterrado, y conozco algunos que ya no quieren volver, que están atrapados en un exilio personal. Nadie es exiliado mientras no se le impida pertenecer al grupo que quiere hacerlo, como todos estos sólo querían pertenecer a ellos mismos, tal vez solo a la vejez se adquiere el valor necesario para hacerlo, para enfrentarse al problema de la identidad, para dejar que nos ahogue.


Tal vez solo entonces pueda uno asomarse a sí mismo, sin miedo a caerse solo, a quedarse lejos. Tal vez por ello los demás que aun no sabemos si podremos tomar la valiente decisión llegado el momento nos refugiamos en el abandono, en el olvido, que no hace sino corroer y por supuesto, que hace enfermar, que hace acabar en la vejez.

Oph**

miércoles, 31 de julio de 2013

"La musa y sus ojeras"



Tan perdida como están las palabras de este mundo, tan inexacta, pero tan sensible, tan usada y tan poco comprendida…


Con frecuencia la gran tragedia de la vida es que no hay tragedia alguna, que no hay apenas convulsión, que 
es sólo marasmo, que no hay apenas euforia, que es solo calma; que es, tanto lo bueno, como lo malo un halo gris que es incluso difícilmente discernible que apenas puede superarse lo bueno con tan poco malo, que apenas puede uno apreciar lo malo desde tan poco bueno. Que difícilmente queda uno sin aliento y que tanto duele cuando lo hace que hace falta demasiado valor para quedarse en el momento, para sufrir sin refugio, para aguantar, y para mirar lo hay escrito. Que tanto agobia la euforia que les he visto saltar para deshacerse de la sensación, les juro que lo he visto. 
Que no es solo que encuentren a faltar, que es que lo buscan, que es que la catársis ya no es el fin, que ni si quiera es ahora un medio; que no es que no haya, es que no quieren tener, que ya cansa demasiado encontrar como para andar buscando, que hoy parece que ya nacimos cansados y que ni sanación buscamos hasta encontrar la muerte, solo, tal vez, cobijo. 

 A pesar de esa trampa de que “todo lo bueno pasa, todo lo malo queda”

Tanto es así que apenas merece la pena pararse a mirar los pedazos rotos, cuanto menos a reconstruir cuando apenas hay con qué hacerlo. Tanto es así que hay a quien rara vez se le humedecen los ojos, que no es que esté embrutecido, que lo está el mundo, que no es sino para este humano para el que se ha aprendido cierta historia ni cierta historia podía dar sino aqueste humano. Creánme que ya los tenemos que ni si quiera aman, incluso he oído que algunos a penas ríen, que los hay que ya ni sueñan. 

Tal vez para sufrir de cosa solo era necesario zambullirse, sin miedo alguno a morir ahogado, la única manera de sobrevivir a la finitud de la vida, al marasmo, a la falta de significatividad es no temer morir entre agonías, es morir un poco, como dicen los poetas, a cada latido, para estar más cerca, para estar más preparado, para aun así seguir sin entender nada. Tal vez es solo un agarrarse a un clavo, y pararse a sacarlo con los dientes y a clavárselo a en los ojos, por si tal vez nos recuerda que aun no estamos muertos, o incluso que aun no querríamos estarlo. 


Y si van a protestar diré que necesariamente, como siempre todo intento de literatura una agresión, pero no como diría el Señor Montero, sino a uno mismo.


Todo lo demás queda dicho, que hay muchos más epítetos tras la tercera línea, y casi cualquier cosa que quiera añadirse no se hace sino por el valor de un oxímoron.  

 Oph**





“Por mi parte afirmo que la voluptuosidad única y suprema del amor radica en la certidumbre de hacer el mal. Y tanto el hombre como la mujer saben, de nacimiento, que en el mal se encuentra toda voluptuosidad”. Baudelaire.

domingo, 7 de abril de 2013

Y cuentan que aun así moría.

"Las pruebas de la muerte son estadísticas y nadie hay que no corra el albur de ser el primer inmortal"


No más que la respiración exangüe que se da tan solo contra la bolsa de plástico, confusa alma anóxica y bien atada por todos y bien callada por ella.
Era de una sexualidad tan explosiva como explotada, era ésta no más que el retrato del alma perdida y mal querida por todos, y mal tratada por ella.
No era más que una estética mutilada, que se da tan solo en el contento alma pervertida (que no perversa) y bien creada por todos, y bien destruida por ella.
Era de una moral tan restrictiva como restringida era esta no más que el retrato del alma adoctrinada y mal hallada por todos, y mal aventurada por ella.


cuentan que aun así moría.

Oph*






« Même pieds nus la pluie n'irait pas danser »

viernes, 22 de marzo de 2013

Infinito.



El tiempo como lo conocemos es una entelequia finita y humana, empieza tan tarde como aparece la primera aspiración y tan pronto acaba como la última expiración. Y de entre estas: todo. Que por todo serlo entre dos abismos ha de ser considerado como nada.

Nunca pensé que la nada pudiera doler tanto, pero es en realidad lo único por lo que duele todo, por esa nada que ahoga el pensamiento y embota la emoción, esa que cuando a todo debiera quitar sentido connota aquello que acontece, denota lo que nunca aconteció y torpemente mueren los ocasos mientras a ciegas vagamos, a gritos y golpes de la nada los todos. –En una circularidad inmensa, más inmensa sin ella-

Ya no recuerdo la tristeza de ayer, no puedo evocar la de mañana porque no hay yoes, porque no hay tiempo, solo hay una historia mal narrada que no se almacena en parte alguna, historia que se mancilla a cada a paso, a cada evocación, que se destruye con cada recuerdo y se construye de cada mañana inexistente e incierto.

Solamente los tres hilos que unen sensaciones que  como tal solas no sabemos almacenar, que no existen discretas, que resultan incognoscibles, solo tres hilos: Dino, Enio y Pefredo.

Rueda por la cuenca infinita un ojo – y por supuesto, su cuerpo, claro –  

Oph*

domingo, 17 de febrero de 2013

Esperar, 'espero'.


Así fue siempre su vida, como una estación de trenes, sin que dudara nunca de la legitimidad de su modo de devenir, siempre abarrotada de esperas, tristezas y prisas; en ese sentido, era el maquinista su mejor compañero, el tren su mejor remedio para una vida corta. 

Esperaba ansiosa la llegada del próximo tren sin destino, del primer tren sin pasajes, esperaba con tal traqueteo del tren inferior que hasta las vías golpeadas se acallaban acobardadas. Esperaba con la confianza que solo puede esperar el que no quiere nada en absoluto, el que aun no ha decidido si quiera que es lo que espera que deje de suceder. Soñaba con el maquinista que celéreo la acercaba al final de las vías y una vez allí debía despertar pues no había destino alguno, soñaba que en ese momento despertaba y aun esperaba en la estación, con un beso en los labios de un caballero con flor en la solapa, o de un poeta que apestara a alcohol, o con el deshamor propio de la olvidada. Esperaba que de esta segunda ensoñación despertara aun en la primera donde esperaba impaciente que no llegara el tren. 

De cuando en cuando iba de estación en estación para renovar las esperas, para actualizar las caras tristes y encontrar nuevas miradas vacías que llenaran sus horas, de esas que de tanto esperar hasta la ansiedad se les pasaba a sus coetaneos, no porque hubiera llegado eso que ansiaban, sino porque había llegado el tiempo de la espera. 

Cierta mañana, al ocaso de un cálido invierno supo, como por ensalmo, aun sin ser consciente de ello, que aquel apuesto maquinista, ulceroso y obscuro nunca podría llevarla a ninguna parte- por rápido, por lento que fuera el viaje- mientras ella siguiera ignorando a dónde conducían las vías. Mientras estas siguieran calladas a la espera de su voz. Y es que hubiera sido tan fácil como escoger destino, tan difícil como un billete de ida, como no tener billete de vuelta. 

Fue entonces, en una mugrienta estación a la que no había llegado, en la que no (la) esperaba nadie dejó de esperar. Que no es que al fin encontrara aquello que había estado buscando es simplemente que era de las esperas la única que tenía certeza de que llegaría, y por tanto la única que no esperaba, la única que aparecía con claridad en los deseos, en los miedos.

Así, tras intercambiar una última mirada perdida con el vacío, un último tamborileo de sus zapatos cansados y nerviosos se atusó por vez última el cabello y calló tendida entre las vías frente a un tren que la devoró sin esperar que el cuerpo, que allí nunca estuvo, fuera retirado. 

Pero eso ya lo sabían, los trenes no esperan, solo los esperamos nosotros. 

Oph*

domingo, 27 de enero de 2013

Let's get lost.





Se despertó desmadejado de entre sus sueños si poder entender qué le habría llevado a ese estado de anestesia, de inconsciencia, que por turbulentos que fueran los sueños ningún sentido tendría tildarlos de más agobiantes o vertiginosos que la vigilia. Por muy empapado en sudor que hubiera despertado, por fría que se encontrara la cama más allá de la silueta de su maltratado cuerpo. Por mucho que pudiera dolerle lo que le quedara de alma tras las primeras respiraciones, tras el primer pestañeo despistado, y es que el sueño en su tremebunda insistencia era capaz incluso de posponerse un poco una vez abiertos los ojos. Para que se hiciera más patente que había podido olvidarla durante unos instantes, que se había ido llevándose incluso su dolor, que le había dejado sin alma, y tal vez sin cuerpo. Que había sucumbido y era su fisiología más fuerte que cualquier otra cosa, que no era la náusea tan profunda después del descanso; que se estaba curando, y una vez lo hubiera hecho, no le quedaría nada de ella, no lo quedaría ni si quiera su dolor sordo para acompañar la soledad, ni si quiera la tristeza, ni el ahogo, ni el sudor, ya ni siquiera tenía las noches en vela de lágrimas y frío. Incluso eso había conseguido arrebatarle el cuerpo, sin importarle ya lo que quedara de alma. Por segunda vez, esta vez el suyo propio.

Lo único que puede reprochársele a los muertos es eso que se llevan al irse, es por lo único que puede exigirse su vuelta, para obtener ese pedazo de alma herida que sin previo aviso nos hurtaron.

Aun así cerró los ojos, tan solo por un instante más, para que una vez sin cuerpo no quedara alma alguna. 



Oph*

martes, 22 de enero de 2013

Al alba.




Hacía tiempo que no viajaba sola, como si de la compañía se llegara antes, y si bien no es así probablemente llegue más lejos, por importante que sea la soledad y rígidas las vías de este tren del que rara vez salgo. Pero hoy voy sola en el traqueteo de una mañana púrpura que se entremezcla con el azul de los que solos me acompañan, y ya que el azul utilizo no debería importarme añadir que estos y mi reflejo despeinado son aquellos que me impelen a interrumpir lo único que me acompaña – aun así me escuece - para rendirme a la soledad de mis propias letras, que no pueden si quiera ser tal, y siento que en algún punto comparto contigo.

He oído decir, -o tal vez solo he leído- que no hay momento más triste para el alma que el de las dos luces, sin embargo por vespertina que sea, me es el de las del alba más inspirador; como un daguerrotipo a la espera del color, como un enamorado de la psicodelia sordo al color, o ciego a las estridencias, por exageradas, o por violentas. Y es que es eso y no otra cosa el alba por comparación al crepúsculo. El momento de la metamorfosis del que irremediablemente llegará tarde, la angustia del escarabajo, el sudor del espejo temeroso del contagio.

Sin embargo no genera esto en mi la mañana, tampoco lo hace la tarde, debe ser todo una distorsión del ánima que el ánimo ha acabado por trastocarme, pero de un tiempo a esta parte sólo a las luces pálidas y desleídas puedo callarme las miserias, que por no ser tal no merecen ese título que una vez más desmerece a quien lo enarbola con enjundia, como etiqueta descontextualizada, aunque así las sienta.

Aún así plaño esta noche, aunque impelida por esa alba, que “lo malo del tiempo es que cura las heridas, y lo bueno de los besos es que crean adicción”, así que déjense de tanta espera a la sanación, a la remisión espontánea, que mucho dice esta de la sinceridad de nuestro dolor, de la escasez de nuestras miserias - que embotan más el alama y el entendimiento que su presencia, sin ser estas nunca deseables - como mucho tendría que decir Zweig de la pureza de nuestra alma, y acompañen, que “hay veces que no se puede curar, pero sí se puede acompañar, y eso es tan importante como curar” con besos y si no tienen nada mejor, con versos.

Oph*