sábado, 25 de septiembre de 2010

XVI. Silencio.




Silencio eso es lo que ahora obtienen, ¿qué más cabe esperar tras este tumulto de pensamientos mal digeridos?, ¿qué más podrían sinceramente esperar ustedes?, ¿Es que enserio se pensaban que todo esto de mi provenía?
Tal vez lo hiciera, pero eso es algo que ustedes nunca sabrán y que no necesitan saber, sin embargo, sé que curarán su conciencia haciéndose creer que sí sin dudarlo ni por un instante; sin embargo, tal vez, como dijo El lobo estepario esto no sea más que una de las diferentes almas que en mi habitan, una de esas que no he llegado a reconocerme y que pugnando por existir aquí se deja caer, para ser la tinta asimilada, absorbida, por el papel, y las palabras, por la mente, o el corazón, en el mejor de los casos.
Y saber que es el camino a ninguna parte, al único fin, al fin sin medios, ya que tal vez estos fueran el camino, o tal vez no exista ningún fin más allá de los propios medios, y en estos se encuentre el único camino, tal vez por ello es por lo que podemos seguir adelante aun sin haber encontrado un fin; porque ya los encontraron todos en la infructuosa búsqueda, y en el fondo sabemos que así lo hicimos, aunque sea duro aceptarnos, reconocemos que este es el único fin, el silencioso final, sin bombos ni platillos, ni grandes descubrimientos, sin grandes finalidades ni recompensas, sin nada, con todo y para todos, solo silencio y ecuanimidad, la más absoluta, tal vez de ahí su carácter divino, tal vez de ahí el miedo que le profesamos.
Tal vez, como siempre: quizás, y como siempre, trato de convencer al resto de cosas que creo más de lo que quisiera, de cosas que ni yo misma quiero creer y por ello la mayor desgracia es el éxito, el convencimiento ajeno, porque este abre la puerta a la razón, a la que no tengo en lo que al raciocinio se refiere, si es que quiero creer que no existe un fin, pero sí la razón que otros me dan; esa que me hace perder el sentido, y que acaba por convencerme de eso que tanto temía creer, de la suficiencia de los medios, de su insuficiente suficiencia y del ser como una rata si nada más existe que el camino, y de no valer más que un perro al ser el raciocinio nuestra arma y miseria, la que nos hace creernos más sagrados y merecedores de algo más por el simple hecho de ser racionales, por el simple hecho de poder quererlo.

Y es que alguien se cree que esto ha acabado, que tras finalizar este torrente es como si todo hubiera acabado como si nunca nada hubiera habido pues. Mientras ustedes aun son capaces de recordarlo sin intencionalidad alguna, mientras son capaces de tener el deseo de olvidarlo, de borrarlo y de convertirlo en su mero pasado, pero no mientras esto siga siendo intencional, no mientras a alguien le sigan doliendo mis penas y mientras en ellas no haya otra cosa más que la eterna pregunta de mis formas aquí formulada, “¿Quién es ese?” Enunció un pasado sabio, pero la pregunta es quién es cada uno de nosotros, qué es y que le hace igual o distinto del resto, no solo del resto de personas, sino del resto de seres, esa es la pregunta de nuestras vidas, esa nuestra gran incógnita, la mía al menos, la que puede dar sentido, aquella basada en todas sus otredades, en la mía propia, el sentido de nuestra vida, y lo único que puede aportarle alguno a esta o quitárselo del todo, su infinita búsqueda su profunda incertidumbre.

Temo que tal vez en el entramado de la historia hayan perdido de vista el objetivo inicial de esta historia, tal y como yo misma en algún momento ya hice, que no era tan solo entretenerles con las alocadas visiones de un demente en su lecho de muerte, si es que esto es lo que creen haber escuchado, y todo lo que él creyó que le acontecía en medio de una crisis, de un delirio del que nadie más fue consciente y que sin embrago constituyó para él una realidad tan válida y vívida como lo habría sido cualquier otra para nadie, para todos, y que no es por tanto ni más parte real de una historia ni menos que si en vez de tratarse del delirio de un moribundo se hubiera tratado de las disertaciones que yo misma tengo cuando camino sola bajo la lluvia, y es que nada es más real ni más mentira que lo que para cada uno su mente quiere que lo sea, es por ello que no deben juzgar esta historia ni más verdad ni más mentira que si de su propia vida se tratara narrada desde lo más íntimo de su ser.
Una vez aclarado el simple hecho de la plausibilidad y verosimilitud por la que tanto nos preocupamos y que al final nada importa, más que para el mundo de los otros, me gustaría llamar su atención sobre el trasfondo de lo que aquí a nadie tal vez más que a mí se le ocurra deducir, es cómo de las vidas y como de fuera del relativismo, desde el objetivismo counductista mayor que he podido tener y desde la explicación más exhaustiva que me ha sido posible de los hechos relevantes que llevan a cada uno de mis queridos (sí queridos, por mucho que parezca que les hice sufrir, más me lo hicieron ellos a mí, como una madre con sus hijos, podría casi decirse) personajes a realizar una u otra acción que puesta en el entredicho de la dicotomía de la existencia de la humanidad de estos y por ende la de todas las personas, y no está en mi mano juzgarla ni si quiera puede estarlo en la vuestra que pretendéis verlo desde fuera, no está en mi mano juzgar si Román es realmente un enfermo o tan solo otro pobre diablo que en algo tiene que excusarse, si en realidad Marie puede justificar sus faltas en el dolor, o si Sofía toma el camino correcto al encerrarse en sí misma. No puedo juzgar si Carmen fue una víctima tan solo o si tuvo más que ver en su asesinato que el propio Román, no puedo juzgar si de estar enfermo las faltas de Román están justificadas, si de no estarlo es malo, si de ser malo su vida es sagrada, no puedo juzgar si de estar Román enfermo su vida vale menos, de estar en un estado de conciencia diferente, de carecer de ella, no sé si puede ponérsele si quiera a la altura de un feto, de esos que matamos cada día sin preguntarnos si es correcto y no puedo sobretodo juzgar si es incluso menos que este al no contar si quiera con la posibilidad de ser algo más, si es que está enfermo, no puedo juzgar si es él el que está enfermo o nosotros los que encerrados en nosotros mismos no somos capaces de entender las necesidades de los otros, o si es que la cultura nos a ahogado hasta tal punto que no podemos ver más allá de el etnocentrismo más profundo, que va más allá de la religión hasta ahogar simples conductas como diferentes a la “norma”, no sé si puedo justificar que yo misma tenga que llegar a plantearme si existen personas más sagradas que otras, mejores que otras, más bondadosas al menos, cuando soy consciente de que todo lo por mi observado es tan solo eso, un punto de vista, sin embargo espero que ustedes sí lo hagan como en el fondo llevo haciéndolo yo todo este tiempo.
Y tal vez es por ello por lo que se lo cuento a todos ustedes, para no sentirme tan culpable, por tratar de juzgarlos, de juzgarme a mí misma, y a todos ustedes, para que alguien más, empujado por mí a la catarsis, en el mejor de los casos, tenga que poner de manifiesto ese pequeño complejo de inferioridad que todos tenemos y que ante alguno que consideramos inferior sale a la superficie y se da palmadas en el pecho gritando como un loco para que a nadie le quede la menor duda de que ese que lo hace, es mejor que al menos uno de los otros que está siendo juzgado.

Y al llegar a este punto no puedo sino sentir que esto no es una novela, sino un ensayo de tipos humanos, de esos que cada uno llevamos dentro y entre los que podemos escoger hasta cierto punto, tal vez menos de lo que me gustaría creer, qué queremos ser.
Me asusta no saber si esta parte del experimento sociológico, que es la vida, la controlo yo, o me ha estado controlando siempre ella a mí, si el final no es feliz porque ellos no quisieron o si de los cabos sin atar seré capaz de torturar aun más a los pobres personajes de está nivola que es la vida, con la intención de conducirme a mi misma a la catarsis una vez más, donde ustedes ya poco parecen importar, y donde el experimento sociológico se convierte en psicológico y casi místico y no trato de entender más que mi alma propia en el hipotético caso de que exista, más que mi mente si es que eso es lo único que queda, más que por encima de todo, mi humanidad, lo sagrado de mi vida, de mi existencia, que por el contario, sino fuera debido a ese sentimiento de inferioridad que todos tenemos y que me hace llegarme a creer mejor que los demás no necesitaría preguntármelo al estar convencida de poder amar, y así poder hacerlo, al estar convencida de poder creer, y así poder hacerlo, al estar convencida de poder sentir y así poder hacerlo, y que dejara por una vez y como siempre de ahogar mis instintos más animales y menos humanos (el sentimiento) bajo los más humanos, (el pensamiento) y ya que extrañamente este (el sentimiento) es el que más se asocia a la humanidad (en su sentido profundo) poder sentirme humana al ser más animal. Y por ello tal vez no necesitar sentirme especial ni a ellos diferente ni mi vida más sagrada, más que por el hecho de saber que la vivo.

Y tal vez no pueda juzgarlo ni sobre ello discernir por la mayor de mis faltas, por una que sé y creo muchos de ustedes comparten conmigo: la gran incapacidad para estudiar en movimiento, esa incpacidad que me lleva a someter cualquier digresión al reposo, y esa incapacidad que hace escribir un libro, para poder estudiar las hisotiras y relaciones con tranquilidad, con la lentitud propia que caracteriza nuestros pensamientos y que se estrella contra la rapidez de nuestros movimientos y reacciones, y es por ello que no vemos la vida sino a través de ojos de pez, tratando de retratar su alocado movimiento en nuestra calmada inmovilidad que clama, tratando de fijar sus colores y aromas, de transformarlos y de así poder estudiarlos extrápolándolos a una inmóvil ilusión que cristaliza en nuestras retinas matando nuestra poca perspectiva, y cristaliza hasta convertirse en lo que nos parece lo único, y así lo creemos como verdad absoluta, y se detiene la vida y muere, y es por ello tal vez que no entendamos nada, creyendo lo que nosotros mismos hemos creado y olvidando que en su día así fue, pero como siempre quiero dejarlo a su propio y libre albedrío, aunque este a veces nos lleve a tamñas distorisiones y conduzca a situaciones esperpénticas, esas ya serán las suyas, las mías aquí parecen haber casi acabado, a propósito, espero noticias de las suyas.

***
La luz sepia del atardecer entra por la ventana y me baña en el agua cálida, que suave desdibuja y recorta la línea de mi cadera sobre la que morena resbalan las gotas con avidez hacia el piso, tras la ventana borrosa, como lo es el ruido de risas que por ella se cuela, y ese ruido borroso que perdió su condición de sonido muere en el restallar del agua contra el suelo cuando escapan las gotas a mi cuerpo tímido y desnudo que incólume a esta ligera pérdida se estremece a los aromas que suavemente me golpean inundando la estancia en olor a vainilla, ese suave y dulce aroma que no puede hacer más sino a ti recordarme, al a ti recordarte a mi la misma fragancia que a mi se pega, como el pelo al cuerpo, que mojado se alisa y amolda a lo que tras de él queda

Y para acabar cumpliendo viejas promesas, de esas que últimamente me ha dado por reabrir, y que solo tú bien sabes, y tal vez cerrándo del todo tu capítulo, regalarte ese pedacito de cielo azul, ese que un día, no muy lejano al fin, me pediste y yo te prometi conseguiría, ese que en su día y tras el fin muchas veces quise darte y ahora ni lo mereces ni nunca vendrás a recibirlo, por eso aquí lo dejo, para mí, para todos, pero para ti, si algún día lo quieres, es tuyo, como lo fue siempre, como en realidad nunca lo supiste y nunca lo recibirás, aunque ya poco te importe, y a mi tal vez incluso menos.



Oph**

domingo, 19 de septiembre de 2010

XV. Catarsis.



Quema, quema en la garganta el aire al entrar de nuevo a borbotones tras mucho tiempo estático en ella, y fuera de ésta todo es barullo, ruido para las imágenes, entre el que no se distinguen sonidos ni fotogramas definidos, prisas ni agitación ni nervios, sentimientos entre los que solo se ve el miedo, y la aprehensión, y de sabores, entre los sentidos atrofiados que solo distinguen el amargo del sueño, ese sabor que sea cual sea la situación siempre podemos encontrar sin esfuerzo, que siempre aparece al despertar, y que parece encontrarnos a nosotros, sin intencionalidad ni esfuerzo, mientras que debemos esforzarnos por darle cabida a otros, como si lo peor siempre fuera lo más fácil, tal vez porque esta es la causa de su maldad, el nada exigirnos, el aparecer cristalino a la claridad del día, tras la soledad de la noche, al aparecer cuando algo parece que distinguimos y cuando finalmente dilucidamos cierta verdad.
Y así despierta en una realidad que le es ajena, en la que la claridad de los colores le deslumbra y la lentitud de los movimientos que se entrecortan y superponen le marean, una claridad en la que ya no puede él escoger nada, en la que se ve de nuevo abocado a permanecer hierático, sin ser capaz de comprenderla, de abstraerla, una realidad que ni tan siquiera puede percibir, que le produce nauseas, y le ahoga con cada sutil cambio, al no poder asimilarlo, cada sutil cambio del que nadie le pide opinión y se sucede conforme a una lógica ilógica y externa, cada sutil cambio para el cual a nadie parece importarle su criterio.

Y todo a su alrededor son tubos trasparentes que le envuelven y rodean y aprisionan y son luces blancas y movimientos lindos como de estrellas límpidas, del cine, encerradas en un ballet donde pueden mostrar su talento solo bajo la presión del directo, del tiempo, y de ahí su nerviosismo, y su poco control de la situación y sus elegantes movimientos torpes. Y está también el sonido del teléfono esos que tantos ya nunca esperaban volver a escuchar, al menos para él, y la inseguridad de haber contado la historia, de que tal vez alguien haya tenido la suficiente bondad para querer escucharla, la suficiente intencionalidad como para haber querido leerla, el miedo de que realmente la haya entendido y el pavor a que esto no haya sido así y siga siendo el mismo incomprendido, la sorpresa que rebasa los límites de lo aceptable y acaba en llanto hasta la buena nueva de la vida, de la no muerte, si es que aun dudamos en llamar vida por su carácter sagrado a este tipo de existencia.
Y el fin del distanciamiento poético, la muerte del narrador, al morir su conciencia, al ser él mismo el que muere al despertar y por no ser lo que había sido, lo que había creído ser aun en su concepción más pesimista, y no ser nada en despierto y serlo todo en dormido, un dormido que no es sueño sino ser solo un inconsciente, pero que a este bastante se parece, un delirio tal vez fuera la palabra, una crisis, (otra más recuerda a su lado una voz tierna), gritan a lo lejos las voces chillonas, que nada entienden y todo quieren saber de este, y la luz busca la pupila huidiza y el labio seco pugna por salir del tubo, y un chasquido a lo lejos de algo que se rompe llena el suelo de cristales sin remedio que brillan y se retuercen por el estruendo asustados.

Quema, quema en la garganta el llanto ajeno que quisiéramos poder compartir, pero es que hemos sufrido tantas veces que la desgracia es palpable que nos hemos acostumbrado tanto a ella que ya nada importa y ya nada preocupa, que mejora, tanto mejor, o tanto peor si lo pensamos con detenimiento, que acabó el delirio y ahora debe vivir en este mundo del cruel devenir, debe de intentarlo al menos, por razones desconocidas, debe tratar de adaptarse a él lo más posible sin que a nadie la importe la posibilidad de ninguna otra cosa, sin que a nadie le parezca esto si quiera una alternativa, a causa de su poco entendimiento, de su poca gana de entenderlo, en realidad, tal vez por el simple miedo a planteárselo, para qué si al final es como todo acabará , porque un delirio nunca dura eternamente, ni aunque nosotros queramos que así sea, porque tal vez en cierto modo no sea más que un delirio de Dios, y es por ello que él vuelve una y otra vez, para dejar de atormentarse a sí mismo, para hacerlo de nuevas formas, para compartir ese tormento al menos, y descargar parte de su peso sobre los hombros de los que en su camino nos cruzamos.

Y quema la blancura de las sábanas bajo su piel amarilla y arrugada, amarillo ictérica, al igual que lo era su miedo en el delirio, al menos algo parece concretarse, algo que puede abstraer y que al menos pude producirle un sentimiento, de horror, algo que puede al menos hacerle una persona, una cierta identificación real, tan real que es más abstracta que cualquier otro de los estímulos que le sobrecogen. Y aprieta con fuerza el colchón mojado y de él emana el olor a rancio de su propio cuerpo, el olor de viejo y de triste, el olor a lágrimas y a locura, y el colchón se encoge bajo la presión de sus manos, haciéndole creer por un momento que puede llegar a tener cierto efecto sobre la realidad, que puede modificarla en cierto modo, que realmente se encuentra en esta, que no solo en sus delirios es un habitante del hábitat, que existe una realidad compartida en la que más son los que deciden y de la que él en cierto modo puede participar, como uno más, robándole esto toda su identidad su necesareidad, la contingencia de esta, toda su fuerza, su autenticidad y valor, al reducirle a uno más de un mundo infestado de seres iguales a su propio ser, sin ningún valor más allá de este, sin ninguna bondad, sin ser su vida sagrada en absoluto, y paradójicamente cuanto más lo es para él mismo al distanciarse de ellos y sus realidades, al ser más único y especial menos lo es para los otros, al entenderle menos, al serles más diferentes, y en cada pequeña de sus muertes, los otros ven recuperación, al alienarse en una realidad para la que no nació, que nunca entenderá y que no quiere entender, porque le reduce y convierte en contingente la suya propia, y sobre todo porque temen ser menos que él, a no poder asimilar esa incertidumbre como todos los que ellos llaman locos ya han hecho.

Y esto en realidad no conduce a nadie a la catarsis más que a sí mismo o a todos aquellos de entre ustedes que también sufran de locura, todos aquellos que quisieran sentirse especiales por ser diferentes al resto, por querer buscar un sentido a su vida, y por tratar de vivirla, sin que esta sea la que les viva a ustedes, tal vez si de entre los que intenten entender esta historia se encuentra alguno de los de esta clase también este sea conducido a la catarsis, tal vez esto no sea necesario y sea este loco uno aislado sin precedentes, y sea esta historia completamente innecesaria, y como el que crea un bonito dibujo para agradar a la vista yo haya creado esta bonita historia para agradar a la razón, a la mía propia al menos, haciéndola tan antiestética cómo es posible, para que nuestra razón pueda en ella deleitarse al encontrarse más bella, y por ello superior, igual que hacía el loco, igual que hacían todos los locos en ese infructuoso intento por encontrarle una divinidad a su vida, en ese infructuoso intento de todos los locos de morir antes de recobrar la cordura, para poder hacerlo en paz, para morir sin saber, sin temer nada, para morir de esa realidad que les es propia y les hace especiales y felices, sin ese amargo sabor de boca del despertar, si es que ese es el fin último de la vida, tal vez sea este el único camino para hallarlo, si es que no se trata de este, tal vez sea otro camino como cualquier otro, otro camino que nadie se debería de atrever a juzgar, o quizás sí, pero nunca más allá del suyo propio.

En este nuestro mundo, este del que Román huía en su delirae, en su salida del surco recto, la verdad se encuentra de parte de quien grita más fuerte, del populacho más enfurecido, y del menos reflexivo, de aquel que nada cree tener que cuestionarse, al tal vez creerse superior y especial al no sentir el miedo que le conduce a la catarsis y le lleva al razonamiento, al creerse superior por vencerlo y al haber perdido toda sensibilidad, para ser más fuerte, tal vez por no hacerla tenido nunca, o simplemente por nunca habérsela reconocido a sí mismo, y es por ello, la locura una característica atribuible a la mayor parte de la población, tanto si lo que quiere es dejar de ser populacho, como si lo que quiere es serlo más que nadie, porque ninguna de estas expectativas puede ser suficiente para los que esperamos más de la vida, para los que esperamos hacerla sagrada, y cualquier otra cosa no es aceptable para todos los demás.

Y quema, queman las agujas en su piel al hundirse y el nerviosismo externo, y como un favor último, quizás el único de su vida que su cuerpo nunca le hizo: le permitió dejar de respirar, y aunque no recuerde ni atisbe ni pueda imaginar lo que pasó los segundos posteriores, aquellos antes de la muerte fueron los de más paz.

Y quema su identidad al desprenderse de su cuerpo, en ese breve tiempo inconmensurable como lo es cada punto de inflexión y quema su alma al volatilizarse quemando al no tener si quiera el qué quemar, y quema y duele el perder ese referente unitario y vapuleado y utilitario, y así perderse sin saber quién es menos aun que lo sabía al pretenderse unitario y encontrado, perdido en la unidad, ahora se encuentra perdido en la inexistencia en el éter más figurado, en la ambigüedad. Y es que aun sin sentidos puede ver su cuerpo amarillo sobre la sábana blanca, y la voz estridente de la tragedia que resuena en sus oídos lejanos y que anuncia la hora de la muerte en voz queda y carente de emoción, siempre y cuando sigamos aceptando que una vez hubo vida y que no estamos más que en una nueva locura, tan loca y absurda como la anterior, tan grotesca y difuminada a sus sentidos como pudiera haberlo sido cualquier otra, con la única y nimia diferencia de que esta era para él solo, y que nunca estaría a juicio de ningún otro, ni siquiera al vuestro, que lo leéis porque nunca intentareis siquiera entenderlo al respetarlo como una realidad que os es ajena y sagrada, al temerla y saber que no es más que lo que vosotros no podeis alcanzar por el infundado temor a la muerte, por su profundo desconocimiento, por su carácter místico y sagrado, ese que otorgamos a todo lo que desconocemos sin parar a pensar ni tan si quiera que tal vez es simplemente nuestro entendimiento el que sea demasiado corto y no su carácter demasiado grande, o divino como para éste, reconociendo el valor de aquellos que lo hicieron y que sin embargo sabemos no por propia iniciativa ni con conocimiento de causa y superaron ese pequeño punto de inflexión y de tal vez, dolor, ese del que está teñido como todos los han estado siempre todos: de incertidumbre y de miedo.

Oph**

domingo, 12 de septiembre de 2010

XIV. Desideario.






Finalmente ha llegado el día en el que me dispongo a atentar contra mí mismo, sin importar las consecuencias, ni lo que pase después, si es que lo hay, estas consecuencias serán obviamente nulas, al menos para lo que al mundo exterior se refiere, y mi interior a nadie le importa. Hoy daré los argumentos en contra de mi persona, esos que son los válidos, y los únicos que aceptaré, porque son al fin y al cabo los verdaderos. Lo hago finalmente confiando en vuestra magnanimidad para aceptarme tal como soy y lo hago quizá para poder contármelo a mí mismo y poder mirarme a los ojos sabiendo que soy miserable y mezquino, y aún así tener la cabeza alta por el simple hecho de saberlo, de no tener que negarlo como todos ustedes ven la necesidad de hacer.
Por último permítanme no sé si a modo de licencia poética o a modo de suavizar mi propio ataque, que me refiera a mi mismo en tercera persona, también, obviamente, para no entorpecer la narración.

Él era uno de tantos hombres que había desperdiciado la mejor y mayor parte de su vida sin tener razón de peso alguna para hacerlo, más allá claro, de su propio egoísmo e incapacidad para superarse, y por supuesto de su propio orgullo para consigo mismo. Se dedicó toda la vida a decir millones de cosas que no venían a cuento y a tapar con su ruido las ideas que le pasaban por la cabeza, con especial interés dedicó su vida a pudrirse lentamente en su inmundicia y a recordarse lo que no pudo haber sido, y por lo tanto nunca fue, pero las cosas no suceden de manera tan sencilla por lo que contaré su historia, es decir mi historia, desde el principio, sin omisión, más que lo que de mi ya saben, que no es poco, pero no es suficiente para entender aun.

Como todas las historias autobiográficas, ésta debería empezar con un número referente a un concreto y definido atrás en el tiempo, pero esto me es difícil incluso a mí, ya que nunca llegué a conocer su edad con exactitud, simplemente digamos que fue encontrado hace unos cuarenta años, llorando en un maizal abandonado rodeado de podredumbre y miseria, como continuó toda su vida. Durante su infancia fue un niño normal, al menos entre los de su clase: se magulló las rodillas como el que más, bebió agua de los charcos, comió lo que encontró por la basura y se dedicó a soñar con ser uno de esos hombres que veía cada día con altos sombreros de copa y elegantes trajes, soñaba con zapatos con suela de madera quizá incluso si llegaba a ser un hombre rico con un bastón con la punta de metal, del más sonoro, soñaba con tener una mujer y las miraba con asombro infantil en su trajinar de aquí para allá, de allá para acá, siempre tan atareadas y golpeadas por esa bella extenuación que él encontraba adorable en cómo sus mejillas sonrosadas del esfuerzo se inflaban y desinflaban para coger aire o como subía y bajaba su pecho cuando acarreaban a sus pequeñuelos largos trechos.
Como niño, fue un niño feliz, o al menos tan feliz como la mayoría, no tenía nada ni nada necesitaba, nada le preocupaba, ni por nada necesitaba hacerlo, o eso creía él, equivocado, como cualquiera a su edad.
Lo que nuestro joven personaje necesitaba por encima de todo era esa infantilidad, esa inocencia que le permitía seguir soñando con cambiar su vida algún día y con poder ser cualquier otra persona, ya que era al fin y al cabo eso en lo que basaba todos sus sueños infantiles, en dejar de ser eso que tan irremediablemente odiaba hasta el hastío por el propio aburrimiento de odiarse.

Sin importar cuál sea el carácter de estos sueños infantiles que todos tenemos, todos se derrumban un día, sin previo aviso, ni estruendo alguno, un día de repente ya no están y es entonces cuándo empieza a uno a faltarle el aire para respirar en los momentos de angustia y te cuesta levantarte cada mañana sin tener ninguna razón para hacerlo, he oído de gente que puede superar esta pérdida, quizá sea algo que viene dado por los zapatos de madera o los bastones con puntas de metal, no lo sé, y nunca podré comprobarlo, pero eso ahora ya no importa, la cuestión es que él (o sea yo) no lo hizo.
Nunca sabré cómo ni por qué, pero su vida cambió de forma radical, aunque nunca dejó de hacer las mismas cosas, robar comida cuando se prestaba la ocasión y mirar, mirar a las gentes que deambulaban con un lugar al que ir, que se apresuraban por que tenían a dónde llegar. De niño como un juego él a veces lo hizo, ir corriendo a ninguna parte como si llegara tarde o alguien le esperara, como recordándole a la sociedad lo que pudo haber sido de haber ocurrido todo de alguna manera diferente, reclamando el beneficio de la duda que sobre él nunca nadie parecía tener que formularse categorizándolo de antemano, y corría, como recalcando día tras día su sombra sobre el asfalto para que allí quedase grabada y con el paso de los años al menos éste le recordase, y le recordara lo que nunca pudo haber sido, y por lo tanto nunca fue. Tal vez el único problema fue que esa situación dejó de ser temporal y olvidó las miras al cambio, o quizás fue simplemente su debilidad de espíritu la que le llevó a abandonarse de tal modo al vicio de la miseria, porque, sí, han oído bien, “la miseria no es más que un vicio”, quizás vivimos la pobreza como una obligación o simplemente la padecemos, pero no ocurre lo mismo con la miseria como ya es bien sabido por todos desde que lo dijeran los sabios.

Así, al perder su inocencia de niño, perdió también la capacidad de asombrarse por todo, cierto es que está bien visto no hacerlo, como un acto de orgullo, como si ya todo lo conocieras o a todo fueras tan superior que no tuvieras la necesidad de de ello servirte y aprovecharte en el caso de que esto fuera necesario, esa situación en la que todo lo tienes y nada necesitas. Pero ahora con el paso de los años incluso yo me doy cuenta de que no fue la opción correcta, es más necio el que no se asombra de nada y nada observa, que el que lo hace reconociendo sus faltas y aprendiendo cosas nuevas a cada momento, así pasó su vida sin levantar más la vista hacia las muchachas bonitas ni los dulces calientes en los escaparates de las tiendas, y tanto fue así y a tanto llegó su desdicha que se le olvidó que estos existían o que habían existido alguna vez, al olvidar cómo asombrarse, también perdió el respeto hacia todo lo que a él le era externo , ya que asombrarse por las cosas es hasta cierto punto respetar lo que nos es externo y reconocerlo, como sería en el amor reconocer las otredades, y no pretender cambiarlas.
Cayó en ese peligroso egoísmo de los desdichados que no son capaces de ver más allá de su propia inmundicia y en ella se ahogan como en agua fría que inundara sus pulmones, y ellos, como si estuvieran muertos ni siquiera chapotean para tratar escapar de ella, simplemente dejan que les inunde más y más, quizá simplemente sea porque no es cierto que estén realmente vivos, por haber perdido su integridad hasta tal punto que no pueda considerárseles vivos ni capaces, por vivir simplemente en la corriente, sin que el sentimiento de autoprotección les permita morir, qué digo sentimiento, sino es más que una pulsión, como la que tienen los fetos de cerrar los puños fuertemente para poder agarrarse al pelo de la madre al nacer, qué desilusión debe haber en esas caritas cuando nacen y descubren que no somos monos y no hay pelo al que agarrarse, y no necesitan ni intentarlo tras tanto inservible esfuerzo.
Puede ser que ese sea el mayor problema de nuestra raza, que las comodidades nos superan y nos permiten olvidar el instinto de supervivencia para que nos dediquemos a cuestiones más líricas, y cuando no se da esta situación no podemos pues considerarnos humanos aunque es cuando más se da, cuando menos humanos nos sentimos.

De este modo nuestro personaje había perdido todo el interés por las cosas buenas de la vida, ni siquiera lo tenía ya por las cosas malas, vivía como arrastrado por la corriente, vapuleado por ella más bien, sin embargo, siempre hacia adelante, sin poder ni querer siquiera volver la vista atrás, por miedo a encontrar que se estaba fallando a sí mismo y que era posible ser feliz, porque ya lo había sido antes, por miedo a darse cuenta de que el único culpable de sus sufrimientos era él mismo y de que no era nada más que su oscuro pesimismo, al que alimentaba con su miseria, el culpable de todo.
Sin embargo, por muy solo que estuviera y muy desgraciado que se sintiera, las cosas no eran estrictamente así, y de ningún podrían ustedes haber pretendido que así fueran, ya que esto no es al fin y al cabo más que un recuerdo, uno de esos que creemos recordar con exactitud debido a que lo interpretamos y completamos como buenamente Dios y nuestro estado de ánimo nos dan a entender en cada momento, tratando de caer en ese engaño del que cree recordar con objetividad, ese engaño que nos permite decidir cómo vivimos nuestra vida pasada sin que esta tenga que haber sido necesariamente así con sus propios problemas de contingencia.

Como tantos hombres consideraba la frialdad en el trato una virtud del caballero, del bien educado, del que era de alto espíritu y nada a nadie le debía, siempre trató peor de lo que merecían a todo el mundo, porque eso le permitía estar en un estadio moral superior a sus ojos aún siendo lo que era. Le permitía sentir que a nadie nada debía y que era superior a ellos por el simple hecho de saberlo, él no necesitaba curar su conciencia regalando gestos amables o miradas tiernas, y es más estos los consideraba un rasgo de debilidad e incluso habría sentido ofendida a su propia persona de haberlos realizado. Es posible que éste, el orgullo, fuera el único rasgo humano que conservó durante mucho tiempo y la verdad no sé bien porqué, quizá porque era lo único que podía proteger pasara lo que pasase, lo único que no iban a robarle y lo único que le recordaba que pudo haber sido, alguien que nunca fue.

Nunca supe el momento de su nacimiento, como ya reconocí al principio del relato, pero de manera irreversible durante este tiempo perdí aún más la situación de lugar, dejó de contar las horas, los días, los meses y los años, porque ya no le importaba el tiempo de vida que le restara, porque dejó de atesorarla como algo precioso, y dejó de vivirla, cayendo en una de las más peligrosas trampas humanas, comenzó a sufrir su propia vida, a ser no un protagonista, sino una víctima de esta , sin ninguna esperanza de escapar de ella, porque esta vía de escape le era tan desconocida que no suponía un mejoría de manera rigurosa.
Durante su infancia, le hablaron de un Dios que en él contenía todos los bienes y bondades, pero desde el primer momento esta idea le pareció disparatada, ya que no podían caber en un solo ser todas estas cosas, también le contaron que ellos habían sido creados a su imagen y semejanza. Y llegado a ese estadio de su vida, su propio aspecto era tan vergonzoso, que supo que no podía haber un Dios de esas características, y que de haberlo, no sería el Dios bondadoso que le habían contado, un Dios de ese tipo no le dejaría pudrirse entre las ratas durante los mejores años de su vida y durante los que también fueron los peores, y así la opción más atrayente era el falaz Dios engañador que le hacía creer diferente de lo que en realidad vivía, locura, lo llaman algunos.

Tras tantos año,s una de las cosas que más me sorprenden es que es hoy el primer día que lloro después de tantas desdichas, es hoy mientras escribo estas líneas y ante estos folios cuando me doy cuenta de todo lo que hice, y cuando finalmente puedo llorar, puedo abandonarme a mi dolor, hoy que tengo más motivos para ser feliz que ningún otro día de mi vida es cuando encuentro ese consuelo entre mis propias lágrimas cálidas, la primera vez que me entrego a mis temblores, quizá sea porque ahora soy lo suficientemente afortunado como para soportarlo, como para poder seguir adelante tras ellos, como para poder no hacerlo, ahora que soy consciente de lo que me aconteció, de la mayor parte de ello al menos, ahora que sé el modo en que he desperdiciado mi vida, es ahora cuando puedo llorar, y cuando sobretodo puedo acoger el final con calma, con cariño, es la primera noche que recuerdo dormir frente a una ventana y no ser yo el que se moje, es la primera noche que recuerdo poder ver la luna mojada por la lluvia y aun así desluce a las estrellas, gordas de tanta noche, es la primera noche que oigo restallar la lluvia contra el suelo sin salpicarme y que estoy caliente y es sin embargo la primera noche que me siento morir, porque superé la adversidad no tengo que seguir luchando, ya lo hice demasiado tiempo y hoy por fin podré descansar, en esta cama blanda y cálida y cerrar mis ojos sin necesidad de tener que abrirlos de nuevo, y poder dormir en ese sueño infinito del que no cabe despertar, porque pude superarlo, porque pude sobreponerme, porque una mañana de Julio fui recogido de una calle de Madrid medio muerto, a la que me había abandonado, y porque hubo un alma caritativa que se ocupó de mi, para que dejara de sufrir y para que pudiera morir, nunca habría ocurrido así si allí me hubiera quedado por la simple obstinación de no ser vencido.

Este es el único argumento que aceparé contra mí, no como una injuria ni como un alago, simplemente como la cruda verdad, tampoco tras haber muerto, no les pido que me entiendan ni si quiera que me compadezcan, quizás solo escribo esto a modo de testamento al no tener nada que dejar, para que sea un agradecimiento a ese alma caritativa que me ayudó, para que sea una explicación sincera, para Sofía, si es que sigue existiendo en algún lugar del mundo o de mi cabeza. De ningún modo se trata de una nota de suicidio es simplemente una declaración de intenciones, las últimas, una mirada atrás de esas que hacía tanto que no me atrevía a echar por miedo al dolor, es tan solo un adiós ahora que tengo a quien dárselo, un adiós y por encima de todo un gracias de todo corazón, un gracias teñido de lo sientos, por no haber podido aprovechar tu cariño de otra manera y por dejarte aquí ahora con el pesar que sé que te quedas, por favor, no te quedes con ese dolor y no pienses en mi, más que como en un alma sencilla a la que ayudaste más de lo que debías, piensa por consiguiente en ti misma, como un alma pura que hizo más de lo que era posible y sonríe al leer estas torpes líneas, y que por de ellas leer las mentiras, que no son más que mis verdades puede juzgarme de manera diferente, y sonríe a lo largo de tu larga vida, recordando todo lo que yo hice, para no caer en mis mismos errores, sonríe porque me acogiste cuando todos me olvidaron, y porque lo hiciste sin conocerme, sin juzgarme. No estoy en condiciones de dar lecciones morales a nadie, ni mucho menos a ti, pero si lo estoy, en condiciones de pedirte que me hagas un último favor quizá aún mayor que el que ya me has hecho, si existiera ese cielo del que me hablaron regálame el placer de poderte verte feliz desde allí cada día y cada noche, y de poder velarte durante mucho tiempo, de poder velar esos dulces ojos grises, que son lo único que recuerdo con cariño de mucho tiempo a esta parte.

Para querer morirse hay que ser muy dichoso, o muy desgraciado, lástima haya tenido que ser la segunda de estas.

Mi más sentido agradecimiento.

Mi pésame más dichoso.

Román.



Oph**

domingo, 5 de septiembre de 2010

XII. Café.




Era tarde y al llegar a la estación Joan estaba allí, agachó la cabeza nada más verla ocultándole sus lágrimas al saber ahora que nada podría curar su sufrimiento, porque ella no quería que acabara, porque por alguna razón lo necesitaba allí con ella, le necesitaba así, triste y penoso, porque le hacía recordar algo, algo que ciertamente no quería olvidar por mucho que se engañara diciéndose que sí, y su tristeza seguía latiendo púrpura entre el humo del tren, su bella tristeza aumentaba en su electa soledad que grácil jugaba entre su fingida sonrisa, entre sus ágiles movimientos y su arte para ignorar su presencia.


Moriría sola porque no se creía digna de estar con nadie, porque no creía que existiera ese algo especial que daba sentido a la vida de muchos y del que se jactaban mintiéndola para asegurar su infelicidad, y porque no estaba dispuesta a engañarse con la existencia de algo en lo que no creía, por ello moriría sola, porque no tenía el valor de exponerse lo suficiente, de ser lo suficientemente vulnerable, porque no se creía con derecho a estropear la triste existencia de ese romántico, de ese vividor con su melancolía y sus versos, esos que ella no haría más que mancillar, y otro encuentro no significa más que otra noche sin dormir pensando en si hace lo correcto, tal vez simplemente sea una manera de castigarse por su pecado, de castigarse eternamente, negándose la felicidad.


La había dejado sola, a su suerte y sin saber lo que podría pasarle, ahora incluso le daba vergüenza llamarla. Vergüenza y miedo.



-¿Sí?- contestó una voz ronca.


-¿Papá?, soy Sofía… ¿puedes pasarme con Mamá?


Escuchó como el teléfono caía contra el suelo, y como Román lloraba a su lado, sin saber cómo ni por qué supo exactamente lo que había pasado, y las piernas le fallaron y también ella cayó y así a ras de suelo se sintió morir ahogada en sus frías lágrimas, y sintió que era responsable y en cierto modo lo era, al igual que lo eran todos al volverle la espalda. Se ahogaba, necesitó vomitar para seguir respirando, así la encontró Eloísa al llegar a la cocina, y sin saber nada la abrazó todo lo fuerte que pudo, como si de la fuerza del contacto emanase el cariño y la cura, en esa fuerza, o tal vez de la fricción con su propio cuerpo quedase el dolor en ella impregnado, al compartirlo, al sufrir ella también como sufría empática.



-Eloísa…- llamó Enrique tímido, mucho después tal vez, cuando Sofía ya se había ido.- ¿Qué le pasaba a Sophie?


-Hay pequeñuelo…-dijo con la voz quebrada a la vez que le abrazaba triste- Sophie ha perdido a su madre, está muerta. (El eufemismo “fallecida” no se utiliza en este contexto por mucho que a ella le pese ya que se dirige a un niño pequeño que difícilmente entenderá ya de por sí la palabra muerta).


-Pero ya lo estaba, me lo dijo ella. –Dijo el niño muy seguro- Dijo incluso que tal vez le hubiera pasado algo peor, se puso triste contándomelo ¿sabes?...


Eloísa… ¿Tú también te crees eso de la muerte?


-Si cariño, por desgracia eso es verdad, no se encuentra sujeto a creencias.


-Tal vez muriera porque ella la dejó.


-No digas eso, no es verdad y Sophie se pondría triste si lo oyera.


-O tal vez la dejó porque ella quería morirse, aunque yo no me iría ni aunque mamá quisiera morirse, para que no lo hiciera, ¿sabes?


Eloísa asintió con la cabeza para evitar que se le quebrara la voz al hablar.


-Y… ¿Héctor?, ¿está también muerto?- Preguntó Enrique tímido.


-¿Quién es Héctor?- Susurró.


-Nuestro hermanito, ese que estaba dentro de mamá.


-Sí, está muerto.


-¿Sabes? Creo que es culpa mía.


-No es culpa tuya en absoluto, ¿Por qué dices eso?


-Sabes, creo que, si mientras le tuvimos, le hubiera contado lo bello que es esto, y le hubiera hablado de mamá, de lo buena que es con nosotros, de ti, y de lo bien que lo pasamos cuando me llevas a comprar dulces o cuando jugamos, de Sophie, de sus desayunos y de su cariño, no se hubiera ido, habría querido verlo por sí mismo, hubiera querido probarlo todo, nosotros le hubiéramos ayudado y…. ¿por qué tuvo que irse?


-Ay… esas cosas no se escogen, ni son culpa de nadie, simplemente suceden, nadie toma la decisión de morirse.


-¿Entonces yo podría morirme sin querer? Como cuando me hago pipí en la cama, que no puedo evitarlo.


-Sí, la gente se muere sin querer, pero eso no va a pasarte a ti, no ahora, es muy difícil que mueran los niños pequeños sin ninguna razón, pero los bebés como Héctor que aun no han sido traídos al mundo son muy débiles y mamá era ya muy mayor.


-¿Es culpa de mamá entonces? ¿Por ser tan mayor?


-¿Sabes pequeño? Cuando la gente como tú se empeña en echarle las culpas de algo como esto a alguien suele conformarse con echárselas a Dios es más cómodo, para todos- Dijo y se acabó dando cuenta, de que lo dijo más para ella misma que para él.


-Isa…-Dijo cariñosamente- no quiero morirme, tengo miedo.- Dos lágrimas regordetas de niño rodaron veloces por su cara compungida y sus preciosos mofletes rosados hasta morirse en sus labios mientras se abrazaba a Eloísa.


-Y tampoco quiero que muráis tú, ni mamá, ni Sophie…



***


Marie estaba una mañana más tumbada el regazo de Yago sin que eso hubiera significado más que tiernos abrazos fraternales, casi paternos, casi filiales, por su parte, si solo de ella se tratara la elección, por la de él, no eran más que un motivo para pasar las noches en vela, para la confusión y la melancolía.


Marie no mejoraba, parecía decidida a querer morirse, tal vez subconscientemente, tal vez porque en su fuero interno creía en alguna especie de reencuentro con Elías, tal vez por ello parecía estar muerta ya desde que le diagnosticaron la enfermedad, y por ello casi ni quejaba, ni lloraba ya por la pérdida, ni por el miedo, como quien ya está muerto y sin embargo solo espera en un cuerpo ajeno a lo que los demás se den cuenta.



Elías… desde que había muerto estaba mucho más presente en su vida que de un tiempo a esta parte había estado, tal vez por ese distanciamiento paradójico de aquello que no tememos perder porque confiamos en su presencia continuada y que al perderlo abre en nosotros una brecha, una herida, a la que nos agarramos como única manera de conservar parte de él, rasgándola y abriéndola al dolor, porque mientras duele aun sigue ahí, porque mientras duele de él aun nos queda algo.



-Esta mañana no trabajo, pequeña, hasta por la tarde, ¿sabes? tenemos tiempo para hacer lo que tú quieras. Dime ¿cómo te encuentras?


-Ahora mismo me encuentro bien, y estoy descansada, podríamos dar un paseo por el parque y desayunar en esa cafetería tan bonita de la esquina con Atocha, esa a la que una vez nos llevó Noemí, la de las teteras y tacitas de cuento.


-Claro, me parece una idea estupenda, ve a arreglarte.



Como costumbre había tomado Marie la de proceder a un engalalnamiento completo, de esos que le hacían sentir una persona otra vez, una al menos no tan maltratada por la vida, con color en las mejillas de nuevo, sin saber, sin embargo, por cuánto tiempo allí permanecerá haciéndole parecer viva aun.



Y así la mañana transcurre en el remolino de la cucharilla del café, con ese tierno olor a bollos calientes y esa cálida sonrisa innata de niña ciega de la mesa de enfrente, una de esas que a ella misma le cuesta reproducir, tal vez simplemente porque sabe lo que esa mueca significa y lo sabe de tan hondo que tenga miedo a mentirse a sí misma, a confundir el bienestar o la euforia con esos que algunos acaban en llamar felicidad, ese sencillo gesto instintivo, innato, que es sin embargo imposible pronunciar por gusto, con los ojos al menos, de verdad al fin y al cabo.


Y en la mañana el olor a flores del campo la mece y el bucólico parque la encandila, pero la sombra de la desgracia, temerosa de perder su peso la acecha a cada momento tiñendo cada sonrisa, tornándola en mueca, como un lastre en sus hombros que ya perdieron irreversiblemente si postura inicial, para estar ahora caídos y su bonita efigie haber perdido esa bella sutileza de bailarina, esa a la que ninguno podía evitar girarse. Los estragos habían aparecido más rápido de lo que ella mima habría podido imaginar.


Es así, coronados por las madreselvas, propias de las oscuras golondrinas, esas que de ellos se olvidaron y jamás volvieron, como surge una vez ese tema que se desliza entre conversación y conversación, de miradas vacías y sonrisas rotas.



-Yago, ¿qué crees que pasará cuando me vaya?


-Quieres decir, cuando…


-Sí, cuando muera. ¿Crees que estaré con él?, ¿Crees que hay algo más?


-Yo creo que esa respuesta se responde fácilmente, si formulas la pregunta adecuada, ¿crees que tienes alma?


-Ahora mismo, me gustaría creer que sí, pero en realidad nunca lo he hecho. Ahora me da miedo pensar que no soy más que impulsos nerviosos, carne y reacciones químicas que se acabarán algún día, que la nada que recuerdo de antes, será la misma nada que nunca podré si quiera intentar recordar en el después.


-¿En serio puedes llegar a creer que eres igual que un animal, que todo lo que puedes llegar a sentir, es solo biológico?


-No, claro que no somos como animales, pero simplemente nuestro cerebro es más complejo, tiene más conexiones, más… electricidad, será como tirar del enchufe, y lo peor, es que sabré que eso va a ocurrir, y vosotros sabréis que habrá ocurrido sin llegar a entenderlo, esa es la gran miseria del raciocinio.


-Es al fin y al cabo una concepción egoísta, en la que tu cabeza, tu alma, es solo tuya, el budismo enseña que todas las cosas son cambiables en un constante estado de flujo, toda mi familia ha sido budista, ahora la tradición se va perdiendo. Todo es pasajero y no existe algo perenne. El error de creer en un "Yo" permanente es la fuente de los conflictos humanos y de los deseos mundanos. Tu “alma” seguirá fluyendo cuando tú te vayas, como parte de la energía del mundo, mejorando su karma, con un alma tan bella como la que tú tienes.


Tal vez algunos no sean más que los animales, pero de lo que de ti conozco no creo que esto pueda ser así, qué gran desperdicio sería, ningún Dios permitiría eso, y sobre si de tu antes no hay nada, me parece sin duda un desperdicio del tiempo imperdonable para cualquier Dios, el de tener tu alma encerrada en una botella para su propio deleite.- Sonrió, aunque a el mismo le costaba creer todo lo que había dicho, y le había costado mantener la voz monocorde y didáctica al dirigirse a sus ojos tristes.


-Es una bonita idea, la verdad, me gustaría poder creerte, me gusta que lo creas. Por eso no trataré de convencerte de lo contrario, porque hoy yo también necesito creerlo, ya no solo por mí, necesito creerlo también por él.



***


La luz cae hiriente y desdibuja el contorno redondo y descascarillado, desde la puerta y aún en penumbra él es capaz de vislumbrar su rostro claro, y los ojos tristes, ya no se le elevan las pestañas como antaño, las máscaras se amontonan en un cajón cerrado y polvoriento, ya no colorea sus labios y ha perdido esas mejillas frescas y graciosas, de un tiempo a esta parte toda ella parece forjada de un gris macilento y desvaído.



La luz cae hiriente y desdibuja el contorno redondo y descascarillado de una taza de café, en el fondo solo quedan posos marrones y aromáticos en los que ella ahoga un suspiro, oye el chirrido de la puerta de la calle y sabe que él espera que salga a recibirle, pero ella ya no tiene la fuerza de antaño y se le parte el alma al ver sus canas enmarcando su bello rostro partido por el dolor, no puede soportar la sombra de sus ojeras ni que pase más noches en vela en el lecho de su cama, el ya no ríe ni llora, de un tiempo a esta parte la miseria se ha convertido en un hábito.



La luz cae hiriente y desdibuja el contorno redondo y descascarillado de una taza de café, en el fondo solo quedan posos marrones y aromáticos, la cucharilla brilla con luz desvaída, y lo que un día pareció plata hoy ostenta el brillo del latón, él cree verla más bella cada día, cada día le trae flores y vela sus noches de fiebre, le trenza los cabellos cuando ella no tiene fuerza para hacerlo y lima sus uñas redondeadas, pero sus cabellos ya no tienen la fuerza de antaño y no brillan dorados, sus uñas se rompen frágiles, sin embargo ha aprendido a amarla de una forma más pura y profunda, vive por ella y aún de un modo amargo ha aprendido a ser feliz, de un tiempo a esta parte no se lamenta por lo que ha perdido sino que la mima como a una muñeca frágil que se deshace entre sus dedos.



La luz cae hiriente y desdibuja el contorno redondo y descascarillado de una taza de café, en el fondo solo quedan posos marrones y aromáticos, la cucharilla brilla con luz desvaída y lo que un día pareció plata hoy ostenta el brillo del latón, ella acerca su mano pálida y temblorosa al platillo se dispone a recoger su taza, a sentirse útil una vez más gracias a pequeñas cosas, pero últimamente son tan pequeñas, le mira de soslayo e intenta forzar una sonrisa que acaba en una mueca de dolor, hoy es uno de esos días malos en los que ni siquiera es feliz recordando los tiempos de antaño, hoy siente que si todo acabara él podría ser feliz, y que ella no es más que una carga, hoy se siente más inútil que de costumbre y le cuesta pensar con claridad, de un tiempo a esta parte son demasiados los días en los que se pregunta y se lamenta hoy quisiera que todo acabase.



La luz cae hiriente y desdibuja el contorno redondo y descascarillado de una taza de café, en el fondo solo quedan posos marrones y aromáticos, la cucharilla brilla con luz desvaída y lo que un día pareció plata hoy ostenta el brillo del latón, ella acerca su mano pálida y temblorosa al platillo nacarado de flores ese que a él tanto le gusta, ese que en su día ella pintó, la ve tan delgada, tan frágil, el camisón de seda rosa se le pega al cuerpo y por debajo asoman sus rodillas huesudas, amoratadas, la mira anonadado como el que ve a su hijo dar sus primeros pasos con ilusión, pero con miedo de que caiga y se lastime, el objeto de deseo de antaño ahora es como una hija para él, todo ocurre muy rápido, con una rapidez a la que no está acostumbrado, de un tiempo a esta parte los cambios se han ido haciendo notables tras meses, ve escurrírsele el plato y ve como su cara se desfigura en un gesto de dolor, la ve caer al suelo, siente como por un momento son dos los corazones los que se paran, uno muere, el otro se rompe.



La luz cae hiriente y desdibuja el contorno roto de una taza de café, a unos centímetros está la cucharilla y el sonido que aun produce, el plato que ella pinto en su día, que a él tanto le gusta, está roto a su lado, el aroma de los amargos posos del café inunda la habitación.



Ahora ella estará con él, ambos, fluyendo, y yo, aquí, creo que hay cosas peores que la muerte.



Oph**