viernes, 31 de agosto de 2012

Las pobres gentes.




A veces me pregunto si estas aun existen, si acabaron con el yo, o si éste siempre existió aunque no se le conociera como tal, pues desde el momento que este apareciera no existe ni podrá existir nunca lugar para la pobreza, para la tristeza del alma continuada y sin vistas a un fin; que tal vez, la constancia, el saber lo que somos y la imposibilidad de ser pobres gentes sea la cúspide de nuestra desgracia. Que si estas alguna vez existieron tal vez fueran dichosas en su miseria, pues tal como no puedo concebir al hombre sin tristeza ni pesar; tampoco puedo, por mero agravio comparativo concebirlo sin alegría, y no puede existir esta sin la pena, como mal conoceríamos el calor sin saber lo que es el frío.

Y es que es la vida demasiado agitada y tortuosa para permanecer en un estado constante, que es la conciencia demasiado grande y límpida para ser pobre durante un lapso infinito de tiempo, que no se puede ser pobre sin haber sido antes dichoso, y que si pobres gentes hubiera no serían sino dichosas o al menos inconscientes de su desgracia, como hojas arrojadas al viento con los nombres escritos de aquellos que ya no recordamos, de aquellos que sin conciencia extensa han quedado y por la mera imposibilidad del sufrimiento reflejado, de la felicidad compartida, no ríen ni lloran, no creo tan si quiera, que aun existan. 


Oph**