domingo, 18 de julio de 2010

VI. Por amor al arte.





Tumbada en una toalla con trato de princesa a un lado: tú, al otro: el infinito, ruedo, la hierba fría se pega a mi cara y mi pelo se ensucia de tierra, nada importa si es contigo, no si eres tú quién tiró de ella y quién al instante rueda sobre mí, hace frío, es cierto y el relente moja nuestras ropas, mis pies fríos se agitan; en mis botas muevo los deditos intentando volver a sentirlos, así a un palmo del suelo huele a tierra y a frío, huele a ti por encima de todo, los olores se entremezclan con el aire que corta mis pulmones y me ahoga, te ríes en mi oído y el sonido de tu risa cantarina me permite olvidar por unos instantes.



Quédate ahí calladito y sin hacer ruido, confinado a ese lugar de mi memoria en el que se esconden todas las cosas bonitas, allí donde todo es música y las notas redondas y juguetonas se me enredan en el pelo tras las orejas, quédate ahí y ponte cómodo para no irte nunca, para no tener que enfrentarte al resto del mundo, de mi mundo, cierra la puerta por dentro que ahí, no quiero que entren los monstruos no, ahí no, es en ese lugar de mi conciencia donde ellos no tienen acceso, ese lugar de mi conciencia inconsciente es donde ellos no pueden entrar. Quédate ahí, aunque pertenezcas a las tierras de fuera, porque ahí no te harán daño, porque ahí, no me harás daño, porque ahí no puedo verte, y es ahí donde se quedan siempre todas las cosas bonitas, en mi inconsciencia, para permanecer inexorables, para ser un reducto de humanidad entre este mudo frío.


Estate ahí, calladito, aunque entraras sin permiso, no sé por qué ahora tienes que haberte ido, y no sé por qué tuviste que dejar la puerta abierta, ahora de ahí las cosas bonitas se han ido, y tú deambulas perdido entre el resto de mi mundo, intentando encontrar un nuevo sitio en el que encajar, antes ahí estabas escondido entre las cosas bonitas y no tenía a ti acceso, pero te dejaste, la puerta abierta, inconsciente, o quizá sólo cruel, ahora ni las veo, ni ahí están y tú, aún así sigues deambulando dentro mía, sin temor a hacerme daño, sin pensar las consecuencias ¿por qué no pudiste quedarte ahí? en aquel lugar al que no pertenecías, aquel lugar de acceso vetado, que tú habías usurpado, y yo, inocente te lo había permitido, te dejé jugar con mis cosas bonitas, te dejé jugar con mi inocencia, y una la rompiste y las otras por tu culpa se han perdido.


Quédate ahí calladito sin hacer ruido Elías, quédate ahí calladito, en aquel lugar de mi conciencia, aquel del que era inconsciente…



Entro en la ducha, los azulejos están fríos al contacto con mi piel tersa, mi mano inconsciente y mecanizada busca la llave que los alivie, como un aguacero el agua cálida cae sobre mi piel templándola y barriendo de ella las impurezas del tiempo y esta se estremece con cada torrente más cálido que el anterior a medida que mi mano gira la llave hasta el tope. El agua actúa efectiva y enrojece las partes más pálidas de mi piel, aún hoy me pregunto, cómo el agua tan cálida puede refrescar de tal modo mi alma. El aroma del jabón y la espuma se entremezclan en la atmósfera cargada, y densa, esa atmósfera gris que ahoga cada pensamiento y nos permite olvidar por unos instantes.



Hoy quiero olvidar esos fragmentos, esas atmósferas y recordar tan sólo esos momentos que me hacían olvidar. No se puede recordar el olvido. Cuando estás solo entre en millón de personas, cuando estoy sola aún estando conmigo, cuando estoy sola en tu compañía. Y quiero por encima de todo dejar de amarle, dejar de amarle sin que esto me reporte nada, porque por mucho que me duela está… está…


Me hace gracia que cuando me llamaron para decírmelo todo el mundo evitaba la palabra, “ha fallecido”, quizás es que fallecer sea menos grave que morirse, y también tal vez por eso a mí también me cueste decirlo, fallecer suena lejano, aséptico, tal vez no sea más que un eufemismo, pero aun hoy me cuesta decir que está muerto.



-¿En qué piensas Marie?-


-En él, y digo él, porque no hacen falta nombres para que sepas de quien hablo.


Yago asintió casi imperceptiblemente con la cabeza.


-Y digo él, porque designarle me parece siempre… sucio, al no hacer su nombre justicia a su persona, al no poder hacerlo ningún otro. Siempre te empeñas en nombrarme, en reducirme, casi en cosificarme, los nombres fueron puestos para que otros extraños y ajenos hablaran de nosotros y en ellos nos alienaran, nunca para que nosotros los utilizáramos…


-Ay… es cierto que me gusta llamarte, me hace sentirte cerca, sentirte aquí conmigo porque puedes contestarme cuando te llamo, y te llamo sobre todo para ayudarles a ellos, además de para darle énfasis, el extraño valor que roza la demagogia, ese vocativo escapado, pero esto es al fin y al cabo, princesa, un escrito y ay pobres de los lectores sin mis vocativos cansinos…


Ella le miró y sus ojos brillaron comprensivos.


-Yago… -dijo con la voz húmeda andando hacia él- le echo tanto de menos- y su corazón una vez más se rompió en pedazos abrazándola.


-Te quiero, y también le quería a él, espero que lo suficiente.


-Te quiero, gracias.





Una noche más la almohada huele a él, a Román, a su ausencia, a su pelo, a su cuello, una noche más la almohada huele a su risa, a sus caricias azules, quizás no sea más que un producto de mi neurosis obsesiva que aflora en esta noche de Mayo, o quizás sea el jabón de Marsella al hacer espuma con el agua el único culpable, para ser francos, no quiero saberlo para poder seguir permitiéndome el beneficio de la duda, para poder mirarme al espejo mañana, cuando despierte, si es que lo hago, o cuando me levante, en el peor de los casos. Aplasto la cabeza contra ella, tratando de conservar en mi su olor, tratando de concentrarme en no llorar, tratando de olvidar, tratando de concentrarme en dormir, otra noche no, son ya demasiadas, demasiadas tribulaciones para el alma sencilla, es como a mí me gusta llamarlas, esas que se resumen en lágrimas secas, y tras las cuales todo sigue igual, sigues escudriñando, esperando el sonido de la puerta, esperando que llegue sano y salvo, todo sigue igual, solo que tú eres más vieja.


Insomnio, he oído que lo llaman algunos, quizás no sea exactamente lo mismo, o al menos a mi no me parece patológico, a no ser, claro, que se trate de una rara enfermedad del corazón, esa continua sensación de cansancio y ese cerrar los ojos, los párpados pesan y tu cerebro quiere descansar, pero ahí te encuentro, en la noche, en el silencio, cuando todo se va, tú quedas, cuando se acaban las risas y los atardeceres, los golpes y los llantos solo me quedáis tú, y esa puta almohada que se empeña en oler a ti una y otra vez, el viento mece la luna y canta y me desvela en tu nombre, y yo doy vueltas y más vueltas en la cama aprisionándome con las sábanas frías, frías de tu ausencia, y extiendo la mano cuando caigo en el letargo y al no encontrarte, despierto, es entonces cuando pienso en todo aquello que nunca hice, y en todo aquello que nunca haré, en las cosas que nunca querrás escuchar, y en aquellas que nunca querré contarte, en lo que pude pero nunca fui, y en lo que ya nunca seré, porque es el único momento en el que puedes aceptarte las cosas sin que nadie crea que tiene capacidad de consolarte, quizás el no dormir sea fruto del no tener con qué soñar, porque no sepas lo que quieres, por no saber si quiero que vuelvas o que te vayas de una vez por todas y por no saber si no eres más que un sueño nacido de un beso marchito, quizás no más que un sueño alienado, como todo lo que me rodea, quizás el problema estuvo en creer que podía encontrar en ti la felicidad y así me aliene en ti, en mi mentira , porque nunca fuiste como yo te supe, como yo te quise, y por ello ni siquiera te molestabas en existir, ojala los sueños no pudieran irse para dejarme sola no sé cómo puedo echar tanto de menos algo que nunca tuve, quizás ese fue el problema de alienar en ti mi sueño, no sé cómo puede desaparecer algo que nunca existió, ese amor tuyo que nunca tuve.


Poder mirarme mañana al espejo y decirme que no le quiero, poder dejar de quererle, de quererle por nada y para nada.





Sofía entró en el tren, temblorosa y se dirigió a su asiento habitual apartado del resto a fin de sentirse protegida de miradas indiscretas, buscó en el bolso con avidez y miró inquisitivamente de un lado a otro antes de sacar a la luz su pequeño secreto, tiró a un lado la cartera de cuero desvencijada y posó la carta en sus rodillas desnudas.


Para la mujer insomne.


Rasgó el sobre con las manos temblorosas rompiendo el papel amarillento, perfumado con jazmines posiblemente, olía bastante a como solía oler ella misma, sacudió la cabeza para apartar de sí esos pensamientos, un papel escrito a pluma con tinta escarlata, era demasiado bonito, demasiado bohemio para ser verdad.



Déjame que me duerma en tus ojos, arrullado por esa voz suave que me abraza,


Déjame que me duerma y desperdicie tus caricias grises, tus verdes ojos,


Déjame que me duerma en tu garganta seca y olvide tus manos gastadas que se inflaman de cariño,


Déjame que me duerma en la blancura infinita de tu alma, y que me duerma en la luminosa palabra alegría, que pronuncias como rota,


Déjame que me duerma entonces en la palabra melancolía,


Déjame que me duerma y quizás sueñe con ella, aunque tú, no puedas cerrar ya los ojos, por miedo a no hallarla en mis brazos, por miedo a no poder siquiera soñarla,


Así que déjame que me duerma en tus lágrimas, aquellas vivas y despiertas, que se derraman sobre el lecho,


Déjame que me duerma y que sean ellas quienes limpien la negrura de tu alma,


Porque yo, quizás ya no despierte más que cuando tú sueñes.



Y ahí estaba él, al otro lado de la vía invadiendo ese espacio que nunca se había atrevido a violar, con una sonrisa tímida en el bolsillo y una flor mustia entre las mejillas, ella se quedó bloqueada en medio del andén mientras el viento hacía golpear la falda contra sus piernas, que galopantes que pugnaban por correr y las sintió temblar sobre sus tacones. Él se acercó dubitativo hacia ella y se detuvo a escasos centímetros, azorado.



-Creo que me he enamorado de ti, y de tu tristeza, y de la falta que me haces.


-No me conoces, no sabes nada de mí.


-No tengo prisa ninguna, pero estoy cansado de solo mirar y verte vacía y rota.


-Adiós.


-Si te vas así saltaré- Dijo acercándose a la vía.


-Salta, si es lo que quieres, pero no trates de hacerme responsable.


-Estás llorando.


-No es por ti, si es lo que piensas.


-Lo sé, y eso es lo que me preocupa, que tal vez por ello no pueda arreglarlo. Estoy enamorado, déjame demostrártelo.


-No existe el amor, no quiero que me demuestres un montón de mentiras.- Espetó y se fue sin volver la vista atrás mientras las lágrimas rodaban veloces por sus mejillas.


Solo rogaba que no fuera demasiado tarde, para poder olvidarlo todo, arrugó la carta con furia y la tiró a una papelera. Toda la cartera estaba llena de pétalos del clavel ya roto, así que sacó los que pudo llena de ira tirándolos con fuerza contra el suelo, perdiendo el equilibrio y cayó ella misma sobre el asfalto mojado mientras todos la miraban, sucia y mojada. Llamó a la señora diciendo que no se encontraba bien, que no iría a trabajar y entró en la primera cafetería que encontró a su paso.


Barullo, platos y cubiertos que restallan, hace calor, más del que debería o quizás sea solo yo la que lo tenga, en la mesa hay un cerco que nunca se borrará ni nadie volverá a intentarlo, una mancha de cerveza y una servilleta manchada de carmín, la camarera la mira con desprecio sin ninguna intención de recogerla, las conversaciones y las risas retumban en mis oídos, en los suyos, el olor a sudor y a whisky se entremezcla con la atmósfera cargada de humos y exhalaciones, un extraño, enfrente mía me sonríe, es una sonrisa hueca, de esas que todos regalamos por el simple hecho de que nos miran, y nos han pillado mirando, una sonrisa de esas que nos permite olvidar, al menos, por unos instantes.


Tal vez ni siquiera importe si el amor existe o no, simplemente el hecho de tener que planteárnoslo quizás impida su existencia, el hecho de no saber sentirlo, como sentimos el miedo, el hambre o el frío, tal vez sea porque nuestra condición animal supera a la humana en estos términos, cuando pensamos, tal vez debiera ser al revés, pero cuanto más lo pienso, y más humana me considero por el simple hecho de planteármelo, más difícil me es también encontrar ese amor del que todos hablan, ese que no puedo sentir aunque me esfuerce en ello una y otra vez, y tal vez el problema sea mío y tan solo mío, o es que el resto se engaña demasiado, o simplemente tal vez haya querido dejar la ingenuidad a un lado, y convertirme en ese corazón coraza, del que ya Benedetti nos habló un día: Porque te tengo y no


“Porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza


(…)


Porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.”



Uno que tal vez me impida sufrir, que tal vez me impida vivir o amar si es que eso es posible, si ambas opciones no se contradicen los términos, o tal vez no intervenga y esto no sean más que nuestros anhelos, que lo que querríamos que fuera, y si es que se encuentra inscrito en nosotros y nos es connatural, solo de ese modo podríamos llegar a hacer algo que no entendemos, como respirar, de no ser así, y al parecer no lo es, sería completamente imposible y sé que no lo sabremos, porque solo se sabe lo que se sabe explicar, y durante siglos lo hemos intentado infructuosamente una y otra vez, sin embargo tal vez como al respirar tengas el inconveniente de: al darte cuenta de que lo haces, tener que seguir haciéndolo, y descompasar la respiración, que deja de parecernos natural e inmanente, para la que ahora tenemos que esforzarnos al notar su presencia.


Tal vez debiera ser tan sencillo amar como vivir, si nos fuera tan propio, tan propio como nos es cuestionarnos, tan propio como morir, tal vez amar sea morir, en nuestro amor propio y entregarlo, y tal vez por ello morir sea difícil, y nos de miedo, “amar es darle a alguien la capacidad de destrozarte y confiar en que no lo hará” , tal vez simplemente amar requiera un sacrificio, y tal vez ese sacrificio sea matar una parte de nosotros mismos, y en beneficio de evitarlo nos convencemos de su inexistencia, en beneficio de evitar su dulce daño, o tal vez, si así fuera, también me plantearía la posibilidad de morir, si es que de verdad pudiera evitar su evidencia tornándola en inexistencia por querer evitar su daño, su exposición, y al no hacerlo, acabo creyendo que el amor no existe. Tal vez lo único importante sea estar equivocada en todo esto, para poder seguir planteándomelo, para no dejar de preguntármelo nunca, para que siga quedando esperanza.


Y de tanto pensar el oxígeno es consumido por mi cerebro, y la habitación se encuentra con la extrema anoxia de la soledad, entre multitudes, entre alcohol café y cigarrillos baratos que matan cualquier ínfima expresión de buen gusto o delicadeza, que matan cualquier sutileza, cualquier sensibilidad, “y en un vaso olvidada, se desmaya una flor.”



Oph*



(Cada 3 ó 4 días intentaré publicar un nuevo capítulo de la historia, repetiré esta información al final de cada capítulo, que os remitirá aquí, para que leáis desde el principio y no fragmentos inconexos, de cualquier modo, leer un solo capítulo resulta en la mayor parte de los casos bastante sencillo y no suele imposibilitar la comprensión del fragmento, espero que os guste.)


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