miércoles, 7 de julio de 2010

III. De lo que es llamado "amor".





Del diario de Carmen:


De lo que quisiste ser, de lo que pretendiste y de lo que para mi fuiste a lo que eres hay más que un paso todo un sendero, porque fuiste mejor de lo que sabes ser, lo que debería ser más noble que mezquino, pero por serlo solamente por ese interés que hoy atisbo, ese interés, que parece envolverlo todo, ese interés oscuro que dice llamarse amor, o quizás tan solo enamoriscamiento, que todo rodea y corrompe pretendiendo ser puro y tierno, pero que no produce más que la propia vanagloria de creerse mejor y ser libre de la culpa, cual es mi desilusión al no poder siquiera creer en la bondad de ese sentimiento, ni siquiera creer en su existencia, no es más que una ficción de nuestra propia moral, para encontrar un porqué seguir y una verdad imaginaria con la que engañarse y que lo permite todo por ser buena en su ideal como si de un claro fin que todo lo justificase se tratase.


Porque me trataste mejor de lo que merecía y jugaste a ser feliz en el trato y yo me creí esa dulce farsa aun ya estando desengañada, solo espero que ahora que cae el telón de esta tragicomedia, como lo es siempre el llamado amor, y ahora que te has quitado la máscara, sea esto para revelar a la persona que yo siempre vislumbré tras de ésta, y que la persona aún agraviada tenga el valor de ser mejor que el personaje, que no fueras tan solo esa ficción tan cómoda y dulce, esa ficción que a veces es tan fuerte como para ser corpórea, de no ser así temo seguir perdonando la dulce mentira y el cruel engaño, que me pasa por encima una vez más sin haberlo querido creer en mucho tiempo, es posible que simplemente me haya cansado de mirar hacia otro lado y fingir que nada ocurre, o quizás simplemente fuera mi culpa por permitir que todo ocurriera.


Finalmente espero una vez más estar equivocada, no sólo en esto, sino en todo, estar equivocada para poder confiar en el mundo que me rodea y no creer que su giro es una ficción en mi contra, poder estar equivocada para volver a confiar en mí y en las personas, para volver a confiar en ti, para volver a esperar que de verdad ocurra y vivir yo también bajo esa ficción que da sentido a nuestras vidas, de nuevo me asusta más que nada tener razón en algo de lo que pienso o algo de lo que escribo.


Me odia, sé que me odia, sé que ella ha perdido en mí toda la confianza, y no puedo recriminarle nada cuando yo misma he perdido toda la confianza en mí. Pero no puedo dejarle, después de ella que me odia solo me queda él, y su extraño amor, ese doloroso aprecio, no podría seguir conmigo si no me quisiera al menos un poco, si no fuera el menos para él importante, cuando no lo soy para nadie más, cómo voy a exigirle nada más, quién dice que merezca algo más, o que no sea yo él el que me haga un favor a mi por no apartarme por completo de su vida.



Tras la muerte de Elías, Román estaba aún más violento que antes, bebía más y llegaba a casa más tarde. Sufría. De un tiempo a esta parte no me atrevo a afirmar que le quisiera, al igual que dudo si es capaz de amar a alguien, pero él había sido siempre lo que él no pudo ser, y por ello nunca fue, todo lo que siempre había admirado, aquello a lo que aspirar y que le hacía ser mejor persona. Carmen nunca había tenido en cuenta este hecho, no pensó cuando se enteró de ello que la muerte de Elías fuera a repercutir en él tan duramente, ahora se daba cuenta la importancia para él de su hermano pequeño, ese que siempre había sido para con Román lo más cercano al padre que nunca tuvo, o a la madre que nunca le quiso.


Ella misma fue en cierto modo la gran salvación que Román esperaba, que siempre había necesitado, alguien que no se mostrase superior ante él y le tratase como a un igual, o quizás incluso mejor, Carmen atrapada en una época pasada tenía costumbre de tratar así a los hombres y de mostrarse sumisa con ellos, de idolatrarles como Román idolatrara a Elías, el arquetipo de mujer florero era su sueño desde niña, el ser querida y protegida por un varón fuerte y valiente, que la tratase con cierta displicencia y que se mostrase superior ante ella, como siempre había visto en su madre, como era connatural. Carmen no llegaba a entender el por qué de esa reprobación por parte de su hija, cuando estaba haciendo al fin y al cabo lo único que una mujer honesta puede llegar a hacer en su vida, sin perder su honor, su honra, su feminidad. O al menos así comenzó toda la historia. En este punto esta se había radicalizado y distorsionado de tal modo que el resultado era el de un caleidoscopio de sueños aplastado contra el suelo, había caído en su propia trampa, y era por ello que ella era la única culpable, nunca podría culparle a él de nada tras haberle puesto en el camino de actuar así, habían llegado al punto de no retorno, lo único que podía esperar de él, era que no empeorara, de ella, que perdonase, y de lo que de sí misma quedara no quedaba nada que esperar, solo una hastiada supervivencia para no decepcionar más a Sofía, y para no abandonarse a él, que al fin y al cabo era una pobre criatura maltratada por su destino y su contemporaneidad.



Las cosas son o blancas o negras, ni él es tan bueno, ni yo tan mala, no nos queda otra, nos guste o no provocar la existencia de matices significa relativizar, significa quitar importancia, este, aunque no nos lo parezca y lo aceptemos como normal es un proceso que solo podemos llevar a cabo tras un estudio detenido de el hecho en cuestión y un olvido, de la rabia el dolor o felicidad que de él sentimos.


Quizás parezca, que simplifico hasta el punto de limitar y quizás así sea, no puedo negar lo evidente, pero es siempre esto, lo más evidente, lo que vosotros llamáis gris.
Así que soy yo la que me decanto y me expongo a la crítica pero no callo lo que veo y lo que siento. Cuando me siento desgraciada eso es negro, y en ese momento no caben los grises, los “otra vez será”, los “no ha sido cosa tuya”. Cuando estamos felices el corazón se nos desboca y lucha contra las costillas para salir al exterior, no existe, el puede estropearse, el no es algo verosímil, o el quizás te esté engañando.


Y cierto es, que podríais alegar que en ese lapso de tiempo entre el regocijo y la desgracia es cuando vemos la máxima gama cromática del gris, pero yo creo sin embargo que es en este lapso de tiempo cuando no pensamos ni sentimos nada, cuando tan solo nos dejamos llevar por la corriente si plantearnos tan siquiera a que puerto no lleva.


Y seamos sinceros con nosotros mismos, yo soy más feliz pensando que mi vida es negra, qué más que el conjunto de todos los colores, una vida digna de misericordia, de pena, que no una vida gris, suframos sí, pero sin quitarle importancia, nuestra vida no es una vida más, otro ente que vaga por el mundo olvidado, algo más que un alma incorpórea más parecida a las demás que así misma. Somos individuales, somos únicos reconozcámonos como tales, y reconozcamos también por ello nuestros valores y sueños, reconozcámonos como lo que somos.


Todo esto y mi gran incapacidad para asimilarlo es lo que me hace seguir en esta situación día tras día.



-¡Mírala, ahí sentada, ociosa como todo el día!- La sobresaltó Román- Como si fuera una mosquita muerta, si esperas a ver si te mueres tendrás que ponerle más ahínco.


- Ya has llegado, cielo, qué alegría, ¿qué tal el trabajo?- preguntó ella dudosa.


Carmen se levanta y se acerca servil para cogerle el abrigo.


-¿Que cómo me ha ido el trabajo?, encima tendrás la poca vergüenza de reírte de mí.


Ella se encuentra a unos solos pasos de él, Román la golpea en la cara con furia y ella cae al suelo, sin ninguna intención de levantarse o protestar, cuando está en el suelo Román le da una patada en el vientre con todas sus fuerzas, y entonces lo siente, eso que tanto tiempo llevaba sin ocurrirle está ahí de nuevo como la aurora de la mañana que siempre vuelve tras la más oscura de las noches.


Se abalanza sobre ella, le arranca el vestido veraniego desgarrando uno de los tirantes, Carmen rehúye asustada pegándose contra la pared.


-¡Eres mi mujer! Deberías estar agradecida- Brama Román empezando a frustrarse.


Le da la vuelta, brusco y la deja tumbada contra el suelo, le araña las piernas al bajarle las medias con prisa, rompiéndolas y se aprovecha de ella. Carmen llora tendida en el suelo esperando a que pase, lo que más le duele es el orgullo, lo que queda de su exigua dignidad él se la está comiendo a cucharadas, y la siente desgarrarse con cada nuevo empellón, con cada nuevo gruñido de placer.


Como en un remolino de pensamientos desordenados que ninguno de los presentes llega a asimilar la puerta se abre de golpe, y ellos están ahí en el pasillo, en el suelo, Sofía está en el marco de la puerta con un grito mudo entre sus labios, en el suelo todo es silencio y quietud, solo resuenan los hipidos de Carmen embotando todas las cabezas allí encontradas. Sofía trata de reaccionar, cierra la puerta y corre escaleras abajo, no sabe dónde va, pero sabe que no volverá.


Mañana por la mañana cuando ninguno de los dos esté en casa recogerá las cosas y se marchará para siempre. No puede llegar más allá del portal, se sienta en el suelo contra la pared del piso y llora sin que una vez más eso ayude en algo, esta vez ha sido demasiado.



Román se levanta y huye sin saber bien donde va, Carmen se queda en el suelo tal como él la deja, desmadejada, sin saber si podrá levantarse. Román vuelve apresurado, Carmen se encoje.


-Lo siento no quería que ella lo viera.- Empieza tierno- Oh Dios mío, cariño, estás toda llena de sangre.


Se acerca a ella y la mece en sus brazos, como tratando de consolar a una niña pequeña que llora sin razón alguna, Carmen se deja hacer, y su cuerpo se estremece de placer entre esos brazos tiernos, y ella se odia a ella misma por dejar que esto ocurra.


-Sabes que lo siento, por favor no me mires así, sabes que te quiero más que a nada, sabes que no podría hacer nada que te hiciera daño- La voz de Román está mojada al igual que sus ojos.


Carmen también llora, aunque por demasiadas cosas tal vez.


-¿Tú también me quieres verdad?, sé que nunca me harías daño, y por eso, yo a ti te lo hice sin querer, ahora me doy cuenta de que soy un burro, no sé qué va a pasar con Sofía.


Román habla como un niño pequeño que no tiene ninguna conciencia de sus actos, y que solo parece darse cuenta del perjuicio que estos causan al ver la reacción de su hija, igualmente como un niño amonestado llora.


Carmen le besa tierna en los labios, y juguetea con su pelo, soñadora de que ese momento no vaya a desvanecerse de un momento a otro, pero que ella relaje la postura le hace ver un cambio en el rostro de Román, nada ha cambiado, y el dolor vuelve tan nítido como allí había estado momentos antes, como si nunca se hubiera ido y a él, el odio.



Le miró, tratando de vaciar sus ojos de toda emoción intentando no sentir aprehensión, era la única manera que tenía de tratar que él creyese que le odiaba, te odio, pensó con todas sus fuerzas tratando de sentirlo y sin saber porqué las palabras se materializaron en su boca, y no pudo sin embargo evitar que los ojos se le anegaran en lágrimas delatoras, el corazón le dolía en el pecho, palpitante, pugnando por retraerse, por poder sentir menos, por poder pensar más, le dolía más aún que cuando creía simplemente amarle.


La miró con esa ternura infinita con la que siempre la miraba en aquellas ocasiones, como sin comprender, como el que mira algo bonito y no encontró más que una mirada vacía que no podía sostener, no entendía cual era el problema ni se sentía con fuerzas de buscarlo mirando a esos ojos tristes, te odio, dijo ella y sus ojos se le arrasaron en lágrimas, en ese mismo instante supo que había ganado, que sería suya para siempre que le quería, que siempre había sido así.


Las lágrimas hicieron que ella se sintiera aún más humillada, desprotegida, expuesta, lo máximo que él podía mostrar era una desolación que se encontraba a años luz de la verdad, nunca sabría qué le dolía más si no poder odiarle o sentir que él nunca la había querido, trató de desviar su mirada ineluctable, lo había comprendido, ella había perdido, él había conseguido lo único que buscaba: saber que ella mentía, saber que le quería, saber que siempre había sido así y que por mucho que ella se esforzara nunca cambiaría.


No la quiero, no sé por qué es tan importante que ella si me quiera a mí, quizás sea porque lo que quiero no es a ella, quizás lo único que quiera sea eso que siente por mí, quizás lo único que le haga valer la pena es eso, lo único bello que de ella emana, lo único puro y no tan miserable. Quizás eso sea el mejor amor que él podía llegar a sentir, amar el daño, vencer el provecho, amar eso que ella por él sentía eso que en él derramaba y le entregaba, a lo mejor no importaba nada más y no era malo y qué si a costa de que él se llenara ella se vaciaba, ¿a él qué? Qué le importaba a él y de importarle qué más daba, si eso era odio y no amor.


Ella y sus ojos vacíos, de odio.


Él y los suyos vacíos de amor.


Ambos intentándolos llenar con eso que no tienen, para engañar al otro.



La besó de nuevo y él fue entregándose a su abrazo, a su perfume, al recuerdo de lo que habían sido, y por un momento quedaron unidos más fuertemente por el dolor que por cualquier otro sentimiento y los arañazos se volvieron caricias, y los golpes besos el frío suelo se tornó en el calor de su cuerpo, y los llantos parecieron sonrisas ocultas entre sus corazones, y el espacio que les unió, y lo hicieron, por todo lo que habían sido, y rieron por todo lo que ya nunca nada sería.



Sofía en la calle espera que caiga la noche, ya no hay luz en su casa y nadie se asomó para ver si allí estaba, llovía y estaba empapada, el vestido se le pegaba al cuerpo y las farolas caían en los charcos, cogió los zapatos de la mano y corrió para alejarse de allí sin rumbo fijo.


La luna llora su ausencia, y llueve, mas el cielo encapotado la esconde egoísta y misterioso y es por eso que no la oímos sollozar, es por eso que tan solo oímos los quiebros de su alma herida, los quiebros de esa alma que se resquebraja y cae.


Las lágrimas son trozos de alma suicida que se precipitan al olvido”.


Y es que bajo está luz crepuscular no puedo sino verlo tan claro… de dónde podrían provenir nuestras almas sino de esos tristes ojos grises de madre, esos ojos que velan nuestras noches y no pueden evitar las emociones.


Eso son nuestras almas, vestigios de emociones anteriores, nuestra principal causa de dolor y la única causa de alegría, qué son estos sino pensamientos una tarde de lluvia, y es que el agua cae tan bella mojando nuestros sueños algodonados y enfriando nuestros deseos…


Algunas de estas gotas caen hieren nuestra piel, algunas asolan ciudades e inundan países, otras salvan la vida de niños sedientos y limpian viejas asperezas.


Pero lo bello no es ser una gota ruidosa, recordada… frente a mi ventana un rayo de luz hace brillar las cadencias multicolores de estas cuando caen, y brillan con la misma intensidad cuando son perfectas y simétricas que cuando se estrellan contra el suelo.



Oph**

(Cada 3 ó 4 días intentaré publicar un nuevo capítulo de la historia, repetiré esta información al final de cada capítulo, que os remitirá aquí, para que leáis desde el principio y no fragmentos inconexos, de cualquier modo, leer un solo capítulo resulta en la mayor parte de los casos bastante sencillo y no suele imposibilitar la comprensión del fragmento, espero que os guste.)

También pedir perdón por una errata del capítulo anterior, donde pone Joel, es Yago, error de cálculo :)


1 comentario:

  1. Este es sin duda uno de mis capitulos preferidos! espero que cuelgues mas pronto!!

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