jueves, 18 de febrero de 2016

Qué razón tenía Platón.


Lejos fue siempre una unidad relativa,
convencionalmente medida en pliquis,
tradicionalmente agregados en centones,
en un intento de entender el desarraigo,
fallido encerrar el corazón.

Pero yo no estoy lejos,
por no estar no lo estoy ni de mi misma
y por no estar cerca
no lo estoy ni de Madrid.

Mi enfermedad es más bien la simultaneidad,
tan bicéfala y simultánea en los husos
que no me queda ni horario para dormir.
Tan miscelánea en la estancia,
que no me queda ni el aquí para existir.
Una historia mínima ya del fondo del vaso,
ya solo distorsionada por una última gota,
demasiada concentración para unificar,
saturación.

Lejos que hasta temo romperme,

Yo que tanto luché me hallo:
disociada y dualista.
“Noche oscura, negro infierno”.
Lejos que hasta me siento en diferido.

Yo que tanto huí me hallo:
Acá en la falta del otro,
allá en la ausencia de un nosotros.

Presencia dual y fría como una línea,
múltiple como sus puntos.
Abrupta y unitaria como un amanecer,
que se sabe noche del otro lado.
Violenta y silenciosa como una noche,
que se conoce mañana,
y que se sabe a café y a insomnios. 

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