jueves, 25 de febrero de 2016

Los peces de arena.


En nueve pestañeos me contaron la historia
de unas tierras rojizas repletas de peces,
que habitaban bancos de arena.

Eran peces ya sin ojos
ya sin bocas
pero hambrientos, sedientos,
peces de arena.

Boqueaban los peces
sin tragar si quiera barro,
nadaban pescados
sin saberse apenas ósmosis,
que no pueden morirse los muertos,
ni llorar los peces de arena.

Pueden reír a un calor rojizo,
-de sonrisas arcaicas-
que calienta pero no mata,
de vientos secos y pesados,
que ahogan pero cobijan,
de tormentas
cuyas olas sacuden las hamadas,
mágicas y expoliadas
hasta de sus peces de arena.

Pero no es el viento quien les descubre las escamas
y no es el Draa quién les seca los granos
y no los pesca el cayuco,
ni alimentan barrigas tiempo.
Que a estos peces los descubren anzuelos,
los secan poblaciones invertebradas,
los pescan bayonetas,
y alimentan tierras apropiadas.

Pero no están tristes,
que no saben llorar los peces de arena,
solo sonríen
en tierras demasiado secas para el llanto,
demasiado rojas para la pena
que es azul como los mares.
Así ríen historias
historias que se cuentan en nueve pestañeos,
de arenas,
de bancos
y de peces.

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