domingo, 21 de febrero de 2016

Mañanita de niebla, tarde de paseo.

Hojas enfermas en el suelo,
enfermas de hongos y de inviernos:
en procesión,
obedientes de las estaciones.

Calla y presta atención entre el ruido,
¡calla!, ¡calla y deja de gritar!
que hasta las ramas se agarran,
enredan y estrangulan,
ramas cableadas,
enfermas de ciudad.

-Ramita que tratas de cuidar- 

Dos cláxones se ríen estridentes a lo lejos,
hasta las hojas tiemblan,
resuenan.
Dos músicas emergen cableadas,
-¡la' odio!-
enfermas de ciudad.

-Música que tratas de alegrar-

Tan cerca resuenan,
que hasta las pieles tiemblan.
¿Bailan?
Un cuerpo sumerge reposado,
enfermo de cables y de ciudad.

Aun sentada en la tierra se ha mirado,
entre las bolsas de plástico,
y las latas oxidadas
que ella también está toda cableada,
toda enferma de ciudad.

Pero la ciudad respira y respira en el ruido,
suda y suda del carbón,
y los cables solo se le enquistan
y las pieles se le abren
y al descubierto quedan los huesos
huesos que no respiran,
que los huesos ni sangran,
ni saben llorar.

Debajo de unos cables había un pulmón,
atravesado y putrefacto,
contaminado,
sacudido,
y sus manos lo agarran
enredan y estrangulan,
manos cableadas,
enfermas de ciudad.

Y el pulmón aún late,
aún respira,
a pesar de apretar y apretar.

El sol se pone y la luz dorada del atardecer insulta su enfermedad,
pero aún quema,
eso debe ser buena señal.


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