domingo, 30 de noviembre de 2014

"Por fin otoño" De nuevo.

Hoy se me ha metido un otoño por la pupila, tan abruptamente que me ha dejado a un paso de las lágrimas, pero ya llovía fuera, así que me ha parecido exagerar. No importa cuánto lo necesitara.

Hoy me ha comenzado el otoño tan violentamente que casi me acaba.
A lo mejor ya estaba ahí fuera de antes, pero yo no le había visto.
A lo mejor me quedo yo aquí dentro de después, pero eso a penas lo espero, desde luego no lo deseo.

Hoy "por fin otoño", aunque este haya arrancado todos sus colores a la primavera y nos los haya tirado por la ventana antes de tiempo, todos brillantes y mojados.

Hoy tal vez solo se puede esperar que llegue el invierno: yerto, frío y seco, para poder refugiarse uno del color y el brillo.

Que sí... hoy se me han metido en la pupila hasta las lágrimas.

29/11/14
Oph.

jueves, 20 de noviembre de 2014

La vieja y la mar.



Nunca había sentido el ahogo con tanta intensidad, la palpitación desbocada en las sienes, el ardor en la tráquea, la imposibilidad de respirar, los pulmones rebosantes de un aire ligero y anóxico y el corazón repleto de un dolor pesado y anímico. 

Nunca pensé que la tempestad pudiera arrancarte de la deriva hacia el cauce. Para llevarte a una playa frágil y húmeda, con olor a luna y a lágrimas. 

Nunca pensé que a la vuelta de las arenas movedizas, en el temor epistémico, pudiera encontrarme con un consuelo cualquiera, esculpido en la idea de estética teórica, como toda episteme, muy contra-natura, clamando al alma la inexistencia de la misma. 

Y es que hay consuelos tan frágiles que de existir se romperían, que el mero hecho de conocerlos los destruye. Y tal vez ese sea el único consuelo, la existencia de una natura y la imposibilidad de conocerla, por encarnada y redescrita entonces. 

La existencia de un yo incognoscible, y por tanto inviolable, una última frontera sagrada, animal, con olor a sangre y a sexo.

Un último yo que no pueda decepcionarnos. 
Un último tú que pueda ahogarme hasta el final, sin pararse después a mirar la mugre bajo las uñas.

Oph. 

domingo, 26 de octubre de 2014

Ó.




“-I’d prefer the world not to end. Wouldn’t you?
-Probably”

“Esto no es un corazón roto”, es un corazón herido, como se hiere el papel con los trazos del bolígrafo, es un corazón sobreescrito, marcado, aunque ahora haya secado la tinta.

“There’s a poetry in small spaces, isn’t there? Confinement can be utterly beautiful, but only if it’s a matter of choice”

“Esto no es un corazón roto”, es un corazón liberado. Él está en todas partes aunque yo haya decidido que es momento de irme, y eso está bien. Es natural, está como están las perchas y las lavadoras en la casa y en el aire, y nadie levanta la ceja cuando se lo cruza por la casa en un libro o en una postal, porque ahí está, aunque ya no se le espere. Y es que ese ha sido el único y rápido reajuste, como un corte rápido y certero al cordón umbilical, uno que daba dos vueltas. Sí, les juro que me he repasado el cuerpo y no queda un solo cable que nos ate, pero no estoy sola, simplemente suelta, aunque desde el principio era yo quien agarraba. Y a veces la liberación es un insulto.

“Esto no es un corazón roto”, solo un corazón confuso de encontrarse de nuevo no sabiendo amar, y lo que tal vez sea peor, no deseándolo. Tú tampoco amabas, eso lo sabemos los dos, pero aún así te parecía suficiente. La fuente epistémica es contingente en el amor, y en cualquier caso nunca suficiente, balbuceo entre la confusión del adiós. Pero esa herida ya la conocía, esa solo la sobreescribes.

“Esto no es un corazón roto”, es solamente un corazón despeinado en las idas y venidas. Más bien un corazón en venida. Ven-ida, y ahí es a donde voy un poco contrariada. Como si hubiera alguna otra opción.


“Esto no es un corazón roto”. 

Oph

domingo, 19 de octubre de 2014

Oda a la violencia.

          




          Hay orgasmos tan violentos que resquebrajan el cuero, ya quisiera uno que fuera en este caso el alma. Pero no, esa no tiene cura, ni se la quiere. Entonces el abrazo es lo único que te hace encontrar tu cáscara. Cáscara que ha abdicado y ha pasado a formar parte del mundo, bien sabes que solo te quedan las entrañas y que ahí es donde está toda la mierda. Pero aun ciega palpas para recuperarla, aunque solo sea para que abrigue al cuerpo sudoroso. 
   
          Hay sollozos tan violentos que resquebrajan el alma, entonces no conforta el abrazo. Entonces el abrazo es lo único que impide que te esparzas en mil pedazos dejando el piso perdido. Pero eso es lo único que deseas, zafarte del calor y abrirte en dos el pecho, hundiendo los dedos entre las costillas. Con uñas, con dientes si hace falta para exponer el corazón y los pulmones al aire frío y ligero que araña al respirar en la altura. Para darlo todo, porque ya no te queda nada. Y si aun siguiera doliendo, arrojarte en tu locura contra las paredes, al menos hasta la inconsciencia. 

          Y luego eso pasa. Todos sabemos que solo entonces llega la peor parte. Uno a penas puede saber si vive, o si hay cuerpo. Y se agarra al dualismo para encontrar algo que le haga caminar hacia el trabajo, aquí parece que aun peno un poco, allá parece aun duele la garganta, que "hay que vivir", aunque solo sea porque estamos acostumbrados a pensar que eso es lo que hacemos. Y no, el pensamiento no cambia aunque ya haya cambiado la conducta. 

Oph


domingo, 21 de septiembre de 2014

(Re)encuentro

      

     Cualquiera puede encontrar su alma perdida en el sudor de un bar de una noche de verano. Ya me imagino que se han echado como locos a pensar en el alcohol barato y el ambiente compacto y arremolinado del humo de los cigarrillos besados. Y tal vez tengan razón, tal vez allí uno también puede (re)encontrar su alma, pero no es de eso de lo que yo hoy hablo. Esa noche no hubo jazz ni largas miradas a los ojos, solo tal vez alguna breve conversación inacabada.

     Hablo más bien de un alma melancólica, perdida al romper todos sus versos, abandonada solo a un recuerdo pictórico, demasiado temerosa de no existir, -de no haber existido nunca- como para reunir el valor de explicitarse mediante la palabra, cuanto menos de articularse o empaparse en tinta.

     Quién hubiera podido decir que se hallaría en medio de otra soledad encontrada, que podría conectar con la multitud y con las risas, y bailar hasta desfallecer al ritmo de tambores africanos. 

      Quién hubiera esperado encontrar tan diversa humanidad, tan vibrante y compartida.  

     Quién no hubiera querido abrazar esa noche sin luna hasta la muerte, como si toda la humanidad pudiera reducirse al latir colectivo, a la confusión y la casualidad. 

    No crean que les exagero en lo más mínimo. Cualquier fisura hubiera sanado en ese abrazo, cualquier solipsista, como ella misma era, se hubiera reconvertido (al menos por un instante infinito) y hubiera deseado seguir temblando de alegría y agotamiento hasta el último amanecer.

      No cerraron el bar, (ya deberían haber visto venir que esta noche va contra los clichés aunque sea desinteresadamente, y tal vez por eso merezca la pena escribir su historia, para todos aquellos que buscan en ellos sin encontrar) no les hacía falta, tampoco cerraron el corazón. 

Oph

domingo, 7 de septiembre de 2014

De la ambigüedad, y cómo esta hace sufrir a las almas.




Siempre ha existido ese tipo de ánimas que sólo florecen solas y en la oscuridad, que solo en la sequía y la adversidad pueden encontrarse, ya que no son sino una vela con la cuerda ya húmeda, pero presta a iluminar. Son tal vez la forma más baja de todas las existencias, pues no son sino el destilado de los otros y renacen en el sufrimiento ajeno, aunque no sin pena, ni sin dolor. Sin embargo, son las más valoradas por aquellos que sufren, a los que el dolor les impide ver con claridad, pues todos hemos oído alguna vez eso de que "el dolor le nublaba la vista", pues bueno, superado el dualismo nubla también el corazón.

En este caso, a pesar del extraño funcionamiento de esta ánima que hoy nos ocupa, todos a su alrededor; tal vez agradecidos, tal vez confundidos en su aparente dureza, y desde luego inundados en sus lágrimas, no hacían sino por buscarle cobijo y cuidados en los que ella se mustiaba tras a penas respirar la brisa fresca y refrescarse en el rocío de la mañana. Ella misma, víctima de una normalización frustrada, y en realidad, solo embebida con éxito en prejuicios sobre sí misma y sobre la existencia plena y satisfactoria buscaba esa paz y ese abrazo que la asfixiaban y anulaban su esencia. Pues sí, tanto daño puede hacer eso de educar para ser feliz, y por eso ella solo creía querer ser filántropa. De nuevo aquí, una muestra de su calidad de apéndice de lo humano. De no más que parte de una otredad, en el mejor de los casos, del amor. 

Era desde luego para algunos una “enemiga de la humanidad”, para otros simplemente un ánima malograda con claros beneficios para los que menos la querían. Y así, aquellos que lo hacían nunca pudieron tenerla. Tal vez, esta incapacidad para personarse el en objeto que los otros deseaban era su única ventaja, aunque ella no podía desear otra cosa que esa pertenencia plena, pues como hemos dicho no podía sino existir d’en los otros. Y como imaginan, de nuevo y otra vez decepcionaba a los cercanos y no enjugaba su dolor, que la ahogaba aun más por saberse culpable.

Así pues, esa vela cálida y potente para los desconocidos era una luz que titilaba a lo lejos y llegaba siempre húmeda y fría a los suyos, en busca de ese consuelo que terminaba por apagarla, aunque tal vez fuera esta la única forma de descanso que ella podía conocer. Y desde luego que les amaba, aun con todo les amaba, más si cabe que a aquellos lejanos y dolientes. Aunque su existencia no terminara sino por matarla.


Pero “el amor siempre es amor, ya se manifieste como amor por la vida misma o como pasión desenfrenada, el amor es sinónimo de simpatía por cuanto tiene de vida orgánica el conmovedor y voluptuoso abrazo de lo que nace abocado a convertirse en polvo; la caridad está, sin duda, tanto en la pasión más admirable como en la más desaforada. ¿Ambigüedad? ¡Dejemos que sea ambiguo el significado del amor, ¡por Dios! Esa ambigüedad es vida y es humanidad, y sería una muestra de una falta de inteligencia terrible preocuparse por esa ambigüedad”

Oph*

domingo, 6 de julio de 2014

La caja de Pandora.

Todos sabemos, en lo más profundo, cuál es la caja de Pandora. No es la primera vez que alguien habla de caja –negra– para la mente, pero no es solo eso. No, aunque ya la negrura escondiera la idea de lo desconocido y aunque erróneamente se haya usado por los siglos el color negro para describir el miedo, ciegos sin duda al amarillo.

Cualquier metáfora de la mente ha de ir más allá de la negrura interior y conciliarla con la exterior. Ya Kant lo vislumbraba, pero él no piensa en nuestras cabezas tan fácilmente como lo hace Platón. Su verdad es más dolorosa y difícil de aceptar. Es, en definitiva una verdad, y hoy no todos pueden decir lo mismo.
A Kant, como nos hablan de él, podemos imaginarlo como a un tipo silencioso y solitario. Tan reflexivo que tal vez se hubiera tragado a sí mismo y su rutina fuera la piedra angular para mantenerse con vida, a algo agarrado, al saliente de la única cordura que le quedara. Yo tampoco puedo decir a ciencia cierta que éste fuera Kant, más allá de aquel que mi profesor recordaba, pero esa es, de nuevo, ésta mi verdad.

Lo que sí puedo decir, sin dudar yo misma de ello, es que es gracias a él que hoy sabemos que existen los dragones, y Dios quiera que también los Totoros. También hoy sabemos que la mente es plástica y entendemos fácilmente porque hay más de estas criaturas en la infancia. Hoy sabemos que si rompiéramos nuestra caja negra y ésta quedara abierta a la realidad sin filtro sensitivo alguno es posible que la realidad misma nos matara, y que salieran a la luz todos aquellos monstruos que ni tan si quiera podemos imaginar, especialmente el monstruo de nosotros mismos, que ahora sí, vive en la cueva.

Tal vez lo único que podamos hacer ahora es jugar a balancearnos en cada una de las aperturas de nuestra caja y hacer el ímprobo esfuerzo de usar tantos menos filtros adquiridos como sea posible, desprendernos de todo conocimiento sobre nuestras percepciones, y sentarnos a respirar, ya que eso es lo único que sabemos que es vivir.


Y para eso esta vida, para vivir, y tal vez, solo tal vez, para atisbar la verdad desde la cueva, sin miedo a monstruos y otras verdades.

Oph*