domingo, 7 de septiembre de 2014

De la ambigüedad, y cómo esta hace sufrir a las almas.




Siempre ha existido ese tipo de ánimas que sólo florecen solas y en la oscuridad, que solo en la sequía y la adversidad pueden encontrarse, ya que no son sino una vela con la cuerda ya húmeda, pero presta a iluminar. Son tal vez la forma más baja de todas las existencias, pues no son sino el destilado de los otros y renacen en el sufrimiento ajeno, aunque no sin pena, ni sin dolor. Sin embargo, son las más valoradas por aquellos que sufren, a los que el dolor les impide ver con claridad, pues todos hemos oído alguna vez eso de que "el dolor le nublaba la vista", pues bueno, superado el dualismo nubla también el corazón.

En este caso, a pesar del extraño funcionamiento de esta ánima que hoy nos ocupa, todos a su alrededor; tal vez agradecidos, tal vez confundidos en su aparente dureza, y desde luego inundados en sus lágrimas, no hacían sino por buscarle cobijo y cuidados en los que ella se mustiaba tras a penas respirar la brisa fresca y refrescarse en el rocío de la mañana. Ella misma, víctima de una normalización frustrada, y en realidad, solo embebida con éxito en prejuicios sobre sí misma y sobre la existencia plena y satisfactoria buscaba esa paz y ese abrazo que la asfixiaban y anulaban su esencia. Pues sí, tanto daño puede hacer eso de educar para ser feliz, y por eso ella solo creía querer ser filántropa. De nuevo aquí, una muestra de su calidad de apéndice de lo humano. De no más que parte de una otredad, en el mejor de los casos, del amor. 

Era desde luego para algunos una “enemiga de la humanidad”, para otros simplemente un ánima malograda con claros beneficios para los que menos la querían. Y así, aquellos que lo hacían nunca pudieron tenerla. Tal vez, esta incapacidad para personarse el en objeto que los otros deseaban era su única ventaja, aunque ella no podía desear otra cosa que esa pertenencia plena, pues como hemos dicho no podía sino existir d’en los otros. Y como imaginan, de nuevo y otra vez decepcionaba a los cercanos y no enjugaba su dolor, que la ahogaba aun más por saberse culpable.

Así pues, esa vela cálida y potente para los desconocidos era una luz que titilaba a lo lejos y llegaba siempre húmeda y fría a los suyos, en busca de ese consuelo que terminaba por apagarla, aunque tal vez fuera esta la única forma de descanso que ella podía conocer. Y desde luego que les amaba, aun con todo les amaba, más si cabe que a aquellos lejanos y dolientes. Aunque su existencia no terminara sino por matarla.


Pero “el amor siempre es amor, ya se manifieste como amor por la vida misma o como pasión desenfrenada, el amor es sinónimo de simpatía por cuanto tiene de vida orgánica el conmovedor y voluptuoso abrazo de lo que nace abocado a convertirse en polvo; la caridad está, sin duda, tanto en la pasión más admirable como en la más desaforada. ¿Ambigüedad? ¡Dejemos que sea ambiguo el significado del amor, ¡por Dios! Esa ambigüedad es vida y es humanidad, y sería una muestra de una falta de inteligencia terrible preocuparse por esa ambigüedad”

Oph*

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