domingo, 21 de septiembre de 2014

(Re)encuentro

      

     Cualquiera puede encontrar su alma perdida en el sudor de un bar de una noche de verano. Ya me imagino que se han echado como locos a pensar en el alcohol barato y el ambiente compacto y arremolinado del humo de los cigarrillos besados. Y tal vez tengan razón, tal vez allí uno también puede (re)encontrar su alma, pero no es de eso de lo que yo hoy hablo. Esa noche no hubo jazz ni largas miradas a los ojos, solo tal vez alguna breve conversación inacabada.

     Hablo más bien de un alma melancólica, perdida al romper todos sus versos, abandonada solo a un recuerdo pictórico, demasiado temerosa de no existir, -de no haber existido nunca- como para reunir el valor de explicitarse mediante la palabra, cuanto menos de articularse o empaparse en tinta.

     Quién hubiera podido decir que se hallaría en medio de otra soledad encontrada, que podría conectar con la multitud y con las risas, y bailar hasta desfallecer al ritmo de tambores africanos. 

      Quién hubiera esperado encontrar tan diversa humanidad, tan vibrante y compartida.  

     Quién no hubiera querido abrazar esa noche sin luna hasta la muerte, como si toda la humanidad pudiera reducirse al latir colectivo, a la confusión y la casualidad. 

    No crean que les exagero en lo más mínimo. Cualquier fisura hubiera sanado en ese abrazo, cualquier solipsista, como ella misma era, se hubiera reconvertido (al menos por un instante infinito) y hubiera deseado seguir temblando de alegría y agotamiento hasta el último amanecer.

      No cerraron el bar, (ya deberían haber visto venir que esta noche va contra los clichés aunque sea desinteresadamente, y tal vez por eso merezca la pena escribir su historia, para todos aquellos que buscan en ellos sin encontrar) no les hacía falta, tampoco cerraron el corazón. 

Oph

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