miércoles, 4 de enero de 2012

Noche oscura, negro infierno.




Que en esta triste historia que es el amor no hay vencedores ni tan si quiera hay vencidos, solo tal vez, haya héroes, tal vez incluso salvados.

Habíase acostumbrado Emilita a ser demasiado feliz, peligrosamente cándida, que al haber nacido entre la miseria, y al haberse hallado entre esta dichosa, no entendía que el amor, de tan dulce naturaleza, ese que sentía en su corazón, hubiera de doler. Y es que había nacido sin nadie a quien amar, y el odio nunca la había lastimado.

Mal arreglo tienen aquellos que desean el amor, pero odian las lágrimas, desesperan en el llanto, y de la tristeza manchan el puro nombre con sus maldiciones; que no existe sin esta la gloria, ni el cálido abrazo, ni la mirada tierna. Que no es esta ansiedad sino la que favorece el amor, que no es sin esta más que respeto mutuo, ternura contractual.

Le arranca el sol del atardecer, entre la suciedad y los enredos de su pelo, destellos cobrizos, que al rosado atardecer deslucen, y aun ahora que ha comprendido que el corazón se le ha roto, no es capaz de comprender si ha de llorar o regocijarse, que no sabe tan si quiera qué procede, qué será más doloroso.

Y es que nunca había asumido el dolor como parte de su desdichada vida; y de la ausencia de ventura, nace en el mundo un ser sin pena, un ser risueño, que no está preparado para que una realidad tan frívola, y a todas luces innecesaria pueda herirla, cuando el hambre ha hecho peligrar su vida, y el frío, sus dedos, pero es que no existe cobijo para el frío que ahora siente, no quien sacie un anhelo que no entiende.

Oph**


"Mi amor es una fiebre que incesante...
Mi amor es una fiebre que incesante
ansía lo que su virus alimenta,
porque en mi mal mi gusto se apacienta
y es por sí enfermo el apetito amante.
Ya, viendo mi doctor (la vigilante
razón) que no haga del caso ni cuenta,
me abandonó, y el ánima sedienta
corre a su abismo, aunque lo ve adelante.
Salvación para mí, ni la hay ni la quiero:
todo yo soy locura, inquietud, ira;
loco en cuanto imagino y vocifero,
y víctima infeliz de una mentira

te juré honrada y franca; y mi amor tierno
¿qué halló en ti? Noche oscura, negro infierno."

W.S

martes, 20 de diciembre de 2011

Aleph



Una cálida luz rosácea bañaba mi calle hasta prácticamente inundarla en un tierno amanecer, casi tanto como habría sido harmoniosa la caricia rosa de Juan Ramón Jiménez, casi tan tímida como la pálida luz de la mañana, que relevándola coronaba el día y era su despertar más cansino que furioso, más impetuoso que vago; pero es que así eran las más bellas mañanas de invierno que sus ojos hubieran visto nunca.

Reflejaban todas y cada una de las partes de la escena la luz, como un vertiginoso y desafiante caleidoscopio de formas y colores. Una densa bruma se sumía sobre su corriente de pensamientos y los condensaba hilvanándolos sin ningún sentido, haciendo que de la unidad y coherencia no naciera sino una terrible confusión, que al olvido de toda creencia llevaba.

Así fue, la ventana que para ella se abrió, un frío y húmedo día de invierno, aquella de la que ya había oído hablar, aquella de la que otros más grandes ya habían versado, aquello que habían acabado por llamar “el aleph”.

Y así vio las “travesuras de una niña mala” a la que algún desquiciado había tenido la suerte de darle un látigo, sonrío un cisne patoso y vio llorar a un mago, aun en un mundo maravilloso en una ciudad, en la que se perdió a los perros, vio payasos y criaturas extrañas, inimaginables que no hacían sino ajustarse a su propia idea de la perfección y la adecuación, se desconcertó del todo y es que no estaba “el paraíso en la otra esquina” y tuvo que dejar de conformarse con “la luna de enfrente”, pasaron todos, y se fueron, como si para su divertimento allí se hallaran, alocada mente la suya, que se atreve a evocar tal idea.

Y vio “ficciones” del mismo “libro de sueños salidas” y se emocionó aun sin comprender nada en absoluto, pareció aprehenderlo todo y por fin, deslumbrada, aplaudir.
Tal vez fuera para cada alma el aleph algo distitno, tal vez por ello no se ajustaba a la descripción, más allá de por contenerlo todo y ser un caótico e inexplicable sueño, como si de una obra de arte ya preestablecida se tratara.

Y entonces sonrió, al saber que no hace falta más que un simple titubeo para volver a nacer.

Gracias. Masculló, y con una última mirada pestañeó y la dejó caer a sus pies, que ya huían hacia la próxima aventura.

Oph**

lunes, 5 de diciembre de 2011

"You are my sweetest downfall"


Sentosé en la silla e irguió su espalda, se derramaba el vestido granate en sus piernas hasta rozar levemente el suelo; para aliviar la tensión se espalda, y el oscilar de su nervioso pie derecho en un zapato de raso encerrado. Dibujábase entre seda la forma de sus senos suaves y sutiles como el camafeo que los coronaba. Las manos pálidas y quebradizas trataban en vano de esconder un rizo exiguo que le concedía la graciosa apariencia de una criatura.

Sus ojos cerúleos dejaron escapar un suspiro y coquetearon sus pestañas, el contenido ya había sido derramado. La cicuta había quedado completamente diluida en el mimosa adquiriendo esta un color más acaramelado y una densidad más sobria.

“Eres mi dolor más dulce”, le dijo acariciándole la mejilla, suave y empolvada y te querré siempre que me lo permitas, somos muy afortunados, mírate, eres preciosa, eres mi suerte, Déjame ser tu esposo. Déjame ser el padre de aquello que engendras, nunca importará de quién es, al igual que no importa hoy de quién seas. Ni si quiera importa si han decidido volverte la espalda.

Surgió en un momento y sin previo aviso una lágrima de un ojo suyo, murió si cabe más inesperadamente en un beso de él. Él sonreía. Tendió en el suelo un paño e hincó la rodilla frente a ella. Cásate conmigo. No era una petición, era una súplica, casi una exhortación. Podía escuchar ella desde el otro lado del mundo en el que se encontraba revolotear su corazón contra las costillas, y el resollar de su respiración, como la de un tísico moribundo. Era hermoso, de eso no cabía duda, el anillo, por supuesto, su prometido era un chico de ciudad venido a menos, nada más, uno de esos pálido y sudoroso.

Ja, ja, ya se imaginaba como se hubiera reído luego de esa escena con las chicas, cómo habría despreciado su ofrecimiento, pero por un momento pensó que sería divertido aceptar la proposición; al fin y al cabo, a ella le daba igual, y aunque no fuera a disfrutar de la diversión del desenlace, ese estúpido momento ya estaba siendo delicioso.

Me casaré contigo. Sonrió, y acto seguido levantó la copa en un alarde de grandeza, él se incorporó trabajosamente y bridó aliviado. Por nuestra unión, y el principio de una era. Dijo y tomó un largo trago, tenía un sabor amargo, casi tanto como sería su sorpresa.

Sí, tenía gracia, había merecido la pena, tal vez solo por ese instante todo lo demás diera igual, al poco se sintió indispuesta, vaya contrariedad, al final no sería como ella hubiera querido, estúpida frivolidad la suya al haber querido poner volición a aquello que era siempre ajeno a nosotros.


Oph**


Fotografía por Belén Roldán.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Epitafio de un verso inacabado.


Calienta el sol mediterráneo y dicharachero el trigo, que como si conocedor de su finalidad fuera, por el se deja mecer y sonríe a los cálidos torrentes.

Hoy es un día gris, y aun así, muy a mi pesar brilla el sol incólume a los terribles acontecimientos que hoy he presenciado atónita en un vagón de metro. Había allí una lágrima escondida por miradas indiferentes, y aun así no se atrevía el traqueteo a secarla, ni su dueña a reprimirla. Nadie podía pedírselo, no entre esa apatía, no con ese dolor.

Y es que es impensable la vivencia constante del dolor propio, mientras que el ajeno no nos seduce ni si quiera a la comprensión, tal vez solo sea debido a la deficiencia de flores secas color rosa, al té de vainilla, y el carmín bermellón. Tal vez, simplemente, nos den igual los demás y nos esforzamos en creer lo contrario por todo lo que ello implica. Por hoy y tras esa terrible visión escogeré la opción del carmín.

Vi hoy también un espectáculo maravilloso, que sirvió a levantar mi ánimo tan solo por una millonésima de segundo, ya que adolecía de la misma atención a la que he hecho referencia previa. Y es que nadie se conmovió de esta risa pequeñita y amarilla, llena de gusanitos y de besos.

Y es que es inefable la vivencia propia de la alegría, mientras que la ajena no nos seduce si quiera regocijo, tal vez solo sea debido a la deficiencia de caricias rotas y grisáceas, al café amargo, al perfume de sándalo. Tal vez, simplemente, nos dé igual toda otredad, y nos esforzamos en pensar lo contrario por lo que ello nos supone. Por hoy y tras tal dichosa visión escogeré la opción del sándalo.

No estoy triste, no vayan a creérselo, esto es solo una visión, es solo un fragmento, un cuadro coloreado rápido y a lo loco, que solo explica aquello que no les importa y que por supuesto a mí, tampoco.

Y es que no es esto más que un epitafio, de uno de estos versos inacabados que somos todos, de una lágrima cálida y una sonrisa de gusanitos.

Oph**

Fotografía por: Gregorio Castro.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Si bien he de aceptar lo innegable.


Si bien he de aceptar lo innegable, nunca supe por entero lo que era la poesía, nunca supe construirla más allá de lo que para mí ya había venido dado, y aunque nunca entendí en el fondo lo que significaba bien una respiración desacompasada o una caricia rosa no pude dejarla ni tan solo un segundo de mi vida; que era sin ella, un suspiro sin aliento, era una caricia sin olor, un sueño roto contra el suelo del que no se derrama el líquido, porque no se tiró, si no que cayó y nada había ya dentro, sino el polvo de la espera.

Y mientras aun restalla en tus oídos el crujir del cristal, solo sentarte y ver como sobre ti se proyecta la sombra de otro asiento vacío, que ni ríe ni llora, pero consigue oprimirte con el abandono de su tristeza, mientras tu garganta te atenaza recordándote que el frío ya se ha apoderado del lugar.

Pero todo es más sencillo, cuando solo aspiras a ser el desenfoque de todos aquellos que ya se han cansado de mirar.

Y a veces, incluso, en el más alto páramo del más recóndito de los desiertos puede quedar dulzura suficiente, para que “en un vaso olvidada se desmaye una flor”; y es entonces, cuando te das cuenta que todo aquello que creíste que importaba ha pasado a ser irrelevante, solo pensar que ya ha pasado todo y que no queda más por venir que esa nada, que ya ni de menos echamos, aunque por bien seguro que de sobra conocemos.

Oph**


Fotografía por Gregorio Castro.


lunes, 24 de octubre de 2011

De Otero.


"Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos sus versos."



Aunque Blas había creído comprender, pasado un tiempo no hizo más que ser capaz de abrir los ojos y ver la evidencia de que echaba de menos el arte, de que no podía vivir sin ese fútil regalo. Y que aunque hubiera encontrado lo que creía que era divertimento más elevado para el alma, divertimento al fin y al cabo más pragmático y legítimo; y aunque, tal vez, fuera cierto que existe belleza en el crisol de lo cierto, no podía vivir sin poder si quiera afligirse del restallar de la lluvia contra el asfalto abúlico, o sin poder aun contemplar embelesado la sonrisa tímida y de carmín perfilada de una muchacha coqueta.

Pero también se dio cuenta nuestro Blas de que ahora le quedaba el camino más duro, el de desaprender todo aquello que se creía haber comprendido. El de subir y reescribir incansable todos los versos; porque el arte también necesita de culto y de esfuerzo, aunque lo que trate de descubrirse sea independiente de lo cierto o lo práctico. Y no pudo sino sonreír al darse cuenta de que había sido engañado por los ecos del progreso y por ello había llegado a creer comprender la fatalidad del tiempo, de su paso, su ida y su venida, la del amor herido, incluso tal vez atisbar la armonía de una vida de la que su sentido desconocemos, y que bajo este supuesto ningún fin tiene buscar la verdad; que no es comprensible a nivel práctico, la belleza de querer vivir cuando aun no sabemos el por qué de los esfuerzos de los que nos hacemos, o la magnificencia de la gratitud que nos une, la bajeda de la vergüenza que nos separa o la necesidad de la culpa que nuestro orden restituye.

Había descubierto al fin, que de nada sirve llenar a la persona de algoritmos, que es la persona simple, aunque infinitamente singular; y había comprendido, que no hacía falta preguntar cosas tan bobas, que a la belleza no se le ha de cuestionar, como no se cuestiona el amor o la suerte. Y por encima de todo, comprendió al olvidar lo comprendido, que no era su algoritmo, su singularidad, sino el arte y que sería siempre para él la ciencia un divertimento menor, contingente, que constituiría este pues, la certidumbre de que cualquier cosa que él llegara a proponer sería valiosa independientemente de su veracidad, por el simple hecho de haber sido dicha, de haber sido sentida, y en el mejor de los casos, tal vez escuchada. Nunca comprendida.

¡Qué necio era al haber querido comprender!,

¡Qué idea más loca!, ¡Qué idea más suya!

Tenía unas ganas locas de reempezar.

Oph**


Fotografía por Gregorio Castro.

viernes, 14 de octubre de 2011

Realidad.


Lo más terrible que puede ocurrirle a un ser humano es ser realista, el realismo del mundo es absolutamente intolerable; es por ello, que admiro tanto a la gente: admiro a la gente que está seria cada día, admiro a la que cada día sonríe, a los fuertes y a los débiles. Admiro la pluralidad humana, y sobretodo admiro su capacidad para engañarse, para seguir adelante, porque ¿saben qué es lo más terrible que puede acontecerle a un hombre? Estar distraído y de repente encontrarse uno, muerto, y sorprendido de su propia ida, cuando ninguna pregunta hacia su venida formuló jamás.

Existen como para casi todo en el mundo; para la literatura, desde el alma profunda, dos maneras básicas de entenderlo todo: la extasiada de la belleza y la ampulosidad y la enamorada de la decadencia, de lo sobrio, de lo oscuro y lo terruñero. Pero en lo que a mí respecta, estos dos entendimientos constituyen básicamente lo mismo, el mismo enamoramiento profundo de las mismas cosas, con una simple deficiencia por ambas partes para la narración; lástima que no sea ninguna de estas dos formas compatibles con el mundo en el que vivir nos ha tocado, en el que no puede existir, la literatura, ni el amor puro, ni por supuesto la realidad.

Y es que hoy en día no existe miseria, ni temor más grande, que aquel a la realidad. Es un mito, que se carezca hoy en occidente, de alimento y hace años que nadie muere de hambre, tampoco es ya nuestra la guerra. Aunque a lo lejos resuenen los ecos del fulgor de la batalla, no son nuestros campos regados con sangre, y no se mancharán nuestras mejillas de polvo ni de fango las botas; es esta la crisis de occidente, la de aquellos que aunque todo lo tienen se empeñan en luchar y auto compadecerse de su maldita suerte, por el imposible, por el amor, pero mientras que cualquiera de ellos sabría apreciar la carne es sin embargo, el amor placer de mayor refinamiento, un deleite para unos pocos que quieran apreciarlo, y es cuando todo lo tienes, cuando esto puede faltarte. Y es entonces, cuando acontecen las penas, a mi alrededor miro y no hay rostros hambrientos, ni miradas ateridas, pero ¡ay! Cuántos acosados, por el vacío, cuántos acosados por la pena, esta, la desgracia de aquellos que todo lo tienen, y que ya nada quieren. Aquellos cansados y confundidos sin hacer nada y en tal epidemia ahogados que ya no pueden sonreír con los ojos embargados de alegría frente a una cerveza aguada convidada, o al pan y al vino del día de fiesta; son estas y ninguna otra las maneras de entender el mundo que antes transgiversé, se trata de creer tenerlo o no tenerlo o de ver la belleza en todo aquello que nos falta, en todo lo que nunca tuvimos. Con cuidado de no ser nunca demasiado realistas, con la precaución de no soñar nunca imposibles.


Oph**