lunes, 5 de diciembre de 2011

"You are my sweetest downfall"


Sentosé en la silla e irguió su espalda, se derramaba el vestido granate en sus piernas hasta rozar levemente el suelo; para aliviar la tensión se espalda, y el oscilar de su nervioso pie derecho en un zapato de raso encerrado. Dibujábase entre seda la forma de sus senos suaves y sutiles como el camafeo que los coronaba. Las manos pálidas y quebradizas trataban en vano de esconder un rizo exiguo que le concedía la graciosa apariencia de una criatura.

Sus ojos cerúleos dejaron escapar un suspiro y coquetearon sus pestañas, el contenido ya había sido derramado. La cicuta había quedado completamente diluida en el mimosa adquiriendo esta un color más acaramelado y una densidad más sobria.

“Eres mi dolor más dulce”, le dijo acariciándole la mejilla, suave y empolvada y te querré siempre que me lo permitas, somos muy afortunados, mírate, eres preciosa, eres mi suerte, Déjame ser tu esposo. Déjame ser el padre de aquello que engendras, nunca importará de quién es, al igual que no importa hoy de quién seas. Ni si quiera importa si han decidido volverte la espalda.

Surgió en un momento y sin previo aviso una lágrima de un ojo suyo, murió si cabe más inesperadamente en un beso de él. Él sonreía. Tendió en el suelo un paño e hincó la rodilla frente a ella. Cásate conmigo. No era una petición, era una súplica, casi una exhortación. Podía escuchar ella desde el otro lado del mundo en el que se encontraba revolotear su corazón contra las costillas, y el resollar de su respiración, como la de un tísico moribundo. Era hermoso, de eso no cabía duda, el anillo, por supuesto, su prometido era un chico de ciudad venido a menos, nada más, uno de esos pálido y sudoroso.

Ja, ja, ya se imaginaba como se hubiera reído luego de esa escena con las chicas, cómo habría despreciado su ofrecimiento, pero por un momento pensó que sería divertido aceptar la proposición; al fin y al cabo, a ella le daba igual, y aunque no fuera a disfrutar de la diversión del desenlace, ese estúpido momento ya estaba siendo delicioso.

Me casaré contigo. Sonrió, y acto seguido levantó la copa en un alarde de grandeza, él se incorporó trabajosamente y bridó aliviado. Por nuestra unión, y el principio de una era. Dijo y tomó un largo trago, tenía un sabor amargo, casi tanto como sería su sorpresa.

Sí, tenía gracia, había merecido la pena, tal vez solo por ese instante todo lo demás diera igual, al poco se sintió indispuesta, vaya contrariedad, al final no sería como ella hubiera querido, estúpida frivolidad la suya al haber querido poner volición a aquello que era siempre ajeno a nosotros.


Oph**


Fotografía por Belén Roldán.

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