viernes, 18 de noviembre de 2011

Si bien he de aceptar lo innegable.


Si bien he de aceptar lo innegable, nunca supe por entero lo que era la poesía, nunca supe construirla más allá de lo que para mí ya había venido dado, y aunque nunca entendí en el fondo lo que significaba bien una respiración desacompasada o una caricia rosa no pude dejarla ni tan solo un segundo de mi vida; que era sin ella, un suspiro sin aliento, era una caricia sin olor, un sueño roto contra el suelo del que no se derrama el líquido, porque no se tiró, si no que cayó y nada había ya dentro, sino el polvo de la espera.

Y mientras aun restalla en tus oídos el crujir del cristal, solo sentarte y ver como sobre ti se proyecta la sombra de otro asiento vacío, que ni ríe ni llora, pero consigue oprimirte con el abandono de su tristeza, mientras tu garganta te atenaza recordándote que el frío ya se ha apoderado del lugar.

Pero todo es más sencillo, cuando solo aspiras a ser el desenfoque de todos aquellos que ya se han cansado de mirar.

Y a veces, incluso, en el más alto páramo del más recóndito de los desiertos puede quedar dulzura suficiente, para que “en un vaso olvidada se desmaye una flor”; y es entonces, cuando te das cuenta que todo aquello que creíste que importaba ha pasado a ser irrelevante, solo pensar que ya ha pasado todo y que no queda más por venir que esa nada, que ya ni de menos echamos, aunque por bien seguro que de sobra conocemos.

Oph**


Fotografía por Gregorio Castro.


1 comentario: