jueves, 1 de diciembre de 2011

Epitafio de un verso inacabado.


Calienta el sol mediterráneo y dicharachero el trigo, que como si conocedor de su finalidad fuera, por el se deja mecer y sonríe a los cálidos torrentes.

Hoy es un día gris, y aun así, muy a mi pesar brilla el sol incólume a los terribles acontecimientos que hoy he presenciado atónita en un vagón de metro. Había allí una lágrima escondida por miradas indiferentes, y aun así no se atrevía el traqueteo a secarla, ni su dueña a reprimirla. Nadie podía pedírselo, no entre esa apatía, no con ese dolor.

Y es que es impensable la vivencia constante del dolor propio, mientras que el ajeno no nos seduce ni si quiera a la comprensión, tal vez solo sea debido a la deficiencia de flores secas color rosa, al té de vainilla, y el carmín bermellón. Tal vez, simplemente, nos den igual los demás y nos esforzamos en creer lo contrario por todo lo que ello implica. Por hoy y tras esa terrible visión escogeré la opción del carmín.

Vi hoy también un espectáculo maravilloso, que sirvió a levantar mi ánimo tan solo por una millonésima de segundo, ya que adolecía de la misma atención a la que he hecho referencia previa. Y es que nadie se conmovió de esta risa pequeñita y amarilla, llena de gusanitos y de besos.

Y es que es inefable la vivencia propia de la alegría, mientras que la ajena no nos seduce si quiera regocijo, tal vez solo sea debido a la deficiencia de caricias rotas y grisáceas, al café amargo, al perfume de sándalo. Tal vez, simplemente, nos dé igual toda otredad, y nos esforzamos en pensar lo contrario por lo que ello nos supone. Por hoy y tras tal dichosa visión escogeré la opción del sándalo.

No estoy triste, no vayan a creérselo, esto es solo una visión, es solo un fragmento, un cuadro coloreado rápido y a lo loco, que solo explica aquello que no les importa y que por supuesto a mí, tampoco.

Y es que no es esto más que un epitafio, de uno de estos versos inacabados que somos todos, de una lágrima cálida y una sonrisa de gusanitos.

Oph**

Fotografía por: Gregorio Castro.

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