domingo, 18 de julio de 2010

VI. Por amor al arte.





Tumbada en una toalla con trato de princesa a un lado: tú, al otro: el infinito, ruedo, la hierba fría se pega a mi cara y mi pelo se ensucia de tierra, nada importa si es contigo, no si eres tú quién tiró de ella y quién al instante rueda sobre mí, hace frío, es cierto y el relente moja nuestras ropas, mis pies fríos se agitan; en mis botas muevo los deditos intentando volver a sentirlos, así a un palmo del suelo huele a tierra y a frío, huele a ti por encima de todo, los olores se entremezclan con el aire que corta mis pulmones y me ahoga, te ríes en mi oído y el sonido de tu risa cantarina me permite olvidar por unos instantes.



Quédate ahí calladito y sin hacer ruido, confinado a ese lugar de mi memoria en el que se esconden todas las cosas bonitas, allí donde todo es música y las notas redondas y juguetonas se me enredan en el pelo tras las orejas, quédate ahí y ponte cómodo para no irte nunca, para no tener que enfrentarte al resto del mundo, de mi mundo, cierra la puerta por dentro que ahí, no quiero que entren los monstruos no, ahí no, es en ese lugar de mi conciencia donde ellos no tienen acceso, ese lugar de mi conciencia inconsciente es donde ellos no pueden entrar. Quédate ahí, aunque pertenezcas a las tierras de fuera, porque ahí no te harán daño, porque ahí, no me harás daño, porque ahí no puedo verte, y es ahí donde se quedan siempre todas las cosas bonitas, en mi inconsciencia, para permanecer inexorables, para ser un reducto de humanidad entre este mudo frío.


Estate ahí, calladito, aunque entraras sin permiso, no sé por qué ahora tienes que haberte ido, y no sé por qué tuviste que dejar la puerta abierta, ahora de ahí las cosas bonitas se han ido, y tú deambulas perdido entre el resto de mi mundo, intentando encontrar un nuevo sitio en el que encajar, antes ahí estabas escondido entre las cosas bonitas y no tenía a ti acceso, pero te dejaste, la puerta abierta, inconsciente, o quizá sólo cruel, ahora ni las veo, ni ahí están y tú, aún así sigues deambulando dentro mía, sin temor a hacerme daño, sin pensar las consecuencias ¿por qué no pudiste quedarte ahí? en aquel lugar al que no pertenecías, aquel lugar de acceso vetado, que tú habías usurpado, y yo, inocente te lo había permitido, te dejé jugar con mis cosas bonitas, te dejé jugar con mi inocencia, y una la rompiste y las otras por tu culpa se han perdido.


Quédate ahí calladito sin hacer ruido Elías, quédate ahí calladito, en aquel lugar de mi conciencia, aquel del que era inconsciente…



Entro en la ducha, los azulejos están fríos al contacto con mi piel tersa, mi mano inconsciente y mecanizada busca la llave que los alivie, como un aguacero el agua cálida cae sobre mi piel templándola y barriendo de ella las impurezas del tiempo y esta se estremece con cada torrente más cálido que el anterior a medida que mi mano gira la llave hasta el tope. El agua actúa efectiva y enrojece las partes más pálidas de mi piel, aún hoy me pregunto, cómo el agua tan cálida puede refrescar de tal modo mi alma. El aroma del jabón y la espuma se entremezclan en la atmósfera cargada, y densa, esa atmósfera gris que ahoga cada pensamiento y nos permite olvidar por unos instantes.



Hoy quiero olvidar esos fragmentos, esas atmósferas y recordar tan sólo esos momentos que me hacían olvidar. No se puede recordar el olvido. Cuando estás solo entre en millón de personas, cuando estoy sola aún estando conmigo, cuando estoy sola en tu compañía. Y quiero por encima de todo dejar de amarle, dejar de amarle sin que esto me reporte nada, porque por mucho que me duela está… está…


Me hace gracia que cuando me llamaron para decírmelo todo el mundo evitaba la palabra, “ha fallecido”, quizás es que fallecer sea menos grave que morirse, y también tal vez por eso a mí también me cueste decirlo, fallecer suena lejano, aséptico, tal vez no sea más que un eufemismo, pero aun hoy me cuesta decir que está muerto.



-¿En qué piensas Marie?-


-En él, y digo él, porque no hacen falta nombres para que sepas de quien hablo.


Yago asintió casi imperceptiblemente con la cabeza.


-Y digo él, porque designarle me parece siempre… sucio, al no hacer su nombre justicia a su persona, al no poder hacerlo ningún otro. Siempre te empeñas en nombrarme, en reducirme, casi en cosificarme, los nombres fueron puestos para que otros extraños y ajenos hablaran de nosotros y en ellos nos alienaran, nunca para que nosotros los utilizáramos…


-Ay… es cierto que me gusta llamarte, me hace sentirte cerca, sentirte aquí conmigo porque puedes contestarme cuando te llamo, y te llamo sobre todo para ayudarles a ellos, además de para darle énfasis, el extraño valor que roza la demagogia, ese vocativo escapado, pero esto es al fin y al cabo, princesa, un escrito y ay pobres de los lectores sin mis vocativos cansinos…


Ella le miró y sus ojos brillaron comprensivos.


-Yago… -dijo con la voz húmeda andando hacia él- le echo tanto de menos- y su corazón una vez más se rompió en pedazos abrazándola.


-Te quiero, y también le quería a él, espero que lo suficiente.


-Te quiero, gracias.





Una noche más la almohada huele a él, a Román, a su ausencia, a su pelo, a su cuello, una noche más la almohada huele a su risa, a sus caricias azules, quizás no sea más que un producto de mi neurosis obsesiva que aflora en esta noche de Mayo, o quizás sea el jabón de Marsella al hacer espuma con el agua el único culpable, para ser francos, no quiero saberlo para poder seguir permitiéndome el beneficio de la duda, para poder mirarme al espejo mañana, cuando despierte, si es que lo hago, o cuando me levante, en el peor de los casos. Aplasto la cabeza contra ella, tratando de conservar en mi su olor, tratando de concentrarme en no llorar, tratando de olvidar, tratando de concentrarme en dormir, otra noche no, son ya demasiadas, demasiadas tribulaciones para el alma sencilla, es como a mí me gusta llamarlas, esas que se resumen en lágrimas secas, y tras las cuales todo sigue igual, sigues escudriñando, esperando el sonido de la puerta, esperando que llegue sano y salvo, todo sigue igual, solo que tú eres más vieja.


Insomnio, he oído que lo llaman algunos, quizás no sea exactamente lo mismo, o al menos a mi no me parece patológico, a no ser, claro, que se trate de una rara enfermedad del corazón, esa continua sensación de cansancio y ese cerrar los ojos, los párpados pesan y tu cerebro quiere descansar, pero ahí te encuentro, en la noche, en el silencio, cuando todo se va, tú quedas, cuando se acaban las risas y los atardeceres, los golpes y los llantos solo me quedáis tú, y esa puta almohada que se empeña en oler a ti una y otra vez, el viento mece la luna y canta y me desvela en tu nombre, y yo doy vueltas y más vueltas en la cama aprisionándome con las sábanas frías, frías de tu ausencia, y extiendo la mano cuando caigo en el letargo y al no encontrarte, despierto, es entonces cuando pienso en todo aquello que nunca hice, y en todo aquello que nunca haré, en las cosas que nunca querrás escuchar, y en aquellas que nunca querré contarte, en lo que pude pero nunca fui, y en lo que ya nunca seré, porque es el único momento en el que puedes aceptarte las cosas sin que nadie crea que tiene capacidad de consolarte, quizás el no dormir sea fruto del no tener con qué soñar, porque no sepas lo que quieres, por no saber si quiero que vuelvas o que te vayas de una vez por todas y por no saber si no eres más que un sueño nacido de un beso marchito, quizás no más que un sueño alienado, como todo lo que me rodea, quizás el problema estuvo en creer que podía encontrar en ti la felicidad y así me aliene en ti, en mi mentira , porque nunca fuiste como yo te supe, como yo te quise, y por ello ni siquiera te molestabas en existir, ojala los sueños no pudieran irse para dejarme sola no sé cómo puedo echar tanto de menos algo que nunca tuve, quizás ese fue el problema de alienar en ti mi sueño, no sé cómo puede desaparecer algo que nunca existió, ese amor tuyo que nunca tuve.


Poder mirarme mañana al espejo y decirme que no le quiero, poder dejar de quererle, de quererle por nada y para nada.





Sofía entró en el tren, temblorosa y se dirigió a su asiento habitual apartado del resto a fin de sentirse protegida de miradas indiscretas, buscó en el bolso con avidez y miró inquisitivamente de un lado a otro antes de sacar a la luz su pequeño secreto, tiró a un lado la cartera de cuero desvencijada y posó la carta en sus rodillas desnudas.


Para la mujer insomne.


Rasgó el sobre con las manos temblorosas rompiendo el papel amarillento, perfumado con jazmines posiblemente, olía bastante a como solía oler ella misma, sacudió la cabeza para apartar de sí esos pensamientos, un papel escrito a pluma con tinta escarlata, era demasiado bonito, demasiado bohemio para ser verdad.



Déjame que me duerma en tus ojos, arrullado por esa voz suave que me abraza,


Déjame que me duerma y desperdicie tus caricias grises, tus verdes ojos,


Déjame que me duerma en tu garganta seca y olvide tus manos gastadas que se inflaman de cariño,


Déjame que me duerma en la blancura infinita de tu alma, y que me duerma en la luminosa palabra alegría, que pronuncias como rota,


Déjame que me duerma entonces en la palabra melancolía,


Déjame que me duerma y quizás sueñe con ella, aunque tú, no puedas cerrar ya los ojos, por miedo a no hallarla en mis brazos, por miedo a no poder siquiera soñarla,


Así que déjame que me duerma en tus lágrimas, aquellas vivas y despiertas, que se derraman sobre el lecho,


Déjame que me duerma y que sean ellas quienes limpien la negrura de tu alma,


Porque yo, quizás ya no despierte más que cuando tú sueñes.



Y ahí estaba él, al otro lado de la vía invadiendo ese espacio que nunca se había atrevido a violar, con una sonrisa tímida en el bolsillo y una flor mustia entre las mejillas, ella se quedó bloqueada en medio del andén mientras el viento hacía golpear la falda contra sus piernas, que galopantes que pugnaban por correr y las sintió temblar sobre sus tacones. Él se acercó dubitativo hacia ella y se detuvo a escasos centímetros, azorado.



-Creo que me he enamorado de ti, y de tu tristeza, y de la falta que me haces.


-No me conoces, no sabes nada de mí.


-No tengo prisa ninguna, pero estoy cansado de solo mirar y verte vacía y rota.


-Adiós.


-Si te vas así saltaré- Dijo acercándose a la vía.


-Salta, si es lo que quieres, pero no trates de hacerme responsable.


-Estás llorando.


-No es por ti, si es lo que piensas.


-Lo sé, y eso es lo que me preocupa, que tal vez por ello no pueda arreglarlo. Estoy enamorado, déjame demostrártelo.


-No existe el amor, no quiero que me demuestres un montón de mentiras.- Espetó y se fue sin volver la vista atrás mientras las lágrimas rodaban veloces por sus mejillas.


Solo rogaba que no fuera demasiado tarde, para poder olvidarlo todo, arrugó la carta con furia y la tiró a una papelera. Toda la cartera estaba llena de pétalos del clavel ya roto, así que sacó los que pudo llena de ira tirándolos con fuerza contra el suelo, perdiendo el equilibrio y cayó ella misma sobre el asfalto mojado mientras todos la miraban, sucia y mojada. Llamó a la señora diciendo que no se encontraba bien, que no iría a trabajar y entró en la primera cafetería que encontró a su paso.


Barullo, platos y cubiertos que restallan, hace calor, más del que debería o quizás sea solo yo la que lo tenga, en la mesa hay un cerco que nunca se borrará ni nadie volverá a intentarlo, una mancha de cerveza y una servilleta manchada de carmín, la camarera la mira con desprecio sin ninguna intención de recogerla, las conversaciones y las risas retumban en mis oídos, en los suyos, el olor a sudor y a whisky se entremezcla con la atmósfera cargada de humos y exhalaciones, un extraño, enfrente mía me sonríe, es una sonrisa hueca, de esas que todos regalamos por el simple hecho de que nos miran, y nos han pillado mirando, una sonrisa de esas que nos permite olvidar, al menos, por unos instantes.


Tal vez ni siquiera importe si el amor existe o no, simplemente el hecho de tener que planteárnoslo quizás impida su existencia, el hecho de no saber sentirlo, como sentimos el miedo, el hambre o el frío, tal vez sea porque nuestra condición animal supera a la humana en estos términos, cuando pensamos, tal vez debiera ser al revés, pero cuanto más lo pienso, y más humana me considero por el simple hecho de planteármelo, más difícil me es también encontrar ese amor del que todos hablan, ese que no puedo sentir aunque me esfuerce en ello una y otra vez, y tal vez el problema sea mío y tan solo mío, o es que el resto se engaña demasiado, o simplemente tal vez haya querido dejar la ingenuidad a un lado, y convertirme en ese corazón coraza, del que ya Benedetti nos habló un día: Porque te tengo y no


“Porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza


(…)


Porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.”



Uno que tal vez me impida sufrir, que tal vez me impida vivir o amar si es que eso es posible, si ambas opciones no se contradicen los términos, o tal vez no intervenga y esto no sean más que nuestros anhelos, que lo que querríamos que fuera, y si es que se encuentra inscrito en nosotros y nos es connatural, solo de ese modo podríamos llegar a hacer algo que no entendemos, como respirar, de no ser así, y al parecer no lo es, sería completamente imposible y sé que no lo sabremos, porque solo se sabe lo que se sabe explicar, y durante siglos lo hemos intentado infructuosamente una y otra vez, sin embargo tal vez como al respirar tengas el inconveniente de: al darte cuenta de que lo haces, tener que seguir haciéndolo, y descompasar la respiración, que deja de parecernos natural e inmanente, para la que ahora tenemos que esforzarnos al notar su presencia.


Tal vez debiera ser tan sencillo amar como vivir, si nos fuera tan propio, tan propio como nos es cuestionarnos, tan propio como morir, tal vez amar sea morir, en nuestro amor propio y entregarlo, y tal vez por ello morir sea difícil, y nos de miedo, “amar es darle a alguien la capacidad de destrozarte y confiar en que no lo hará” , tal vez simplemente amar requiera un sacrificio, y tal vez ese sacrificio sea matar una parte de nosotros mismos, y en beneficio de evitarlo nos convencemos de su inexistencia, en beneficio de evitar su dulce daño, o tal vez, si así fuera, también me plantearía la posibilidad de morir, si es que de verdad pudiera evitar su evidencia tornándola en inexistencia por querer evitar su daño, su exposición, y al no hacerlo, acabo creyendo que el amor no existe. Tal vez lo único importante sea estar equivocada en todo esto, para poder seguir planteándomelo, para no dejar de preguntármelo nunca, para que siga quedando esperanza.


Y de tanto pensar el oxígeno es consumido por mi cerebro, y la habitación se encuentra con la extrema anoxia de la soledad, entre multitudes, entre alcohol café y cigarrillos baratos que matan cualquier ínfima expresión de buen gusto o delicadeza, que matan cualquier sutileza, cualquier sensibilidad, “y en un vaso olvidada, se desmaya una flor.”



Oph*



(Cada 3 ó 4 días intentaré publicar un nuevo capítulo de la historia, repetiré esta información al final de cada capítulo, que os remitirá aquí, para que leáis desde el principio y no fragmentos inconexos, de cualquier modo, leer un solo capítulo resulta en la mayor parte de los casos bastante sencillo y no suele imposibilitar la comprensión del fragmento, espero que os guste.)


martes, 13 de julio de 2010

V. Reminiscencia.




Ha pasado cierto tiempo, cierto tiempo que aunque quizás ustedes pudieran medirlo en horas minutos y segundos resulta a mi razón completamente inconmensurable, por lo que no referiré la abstracción que cabe esperar, ya que esta no tiene valor alguno respecto a las tribulaciones que mi alma ha soportado cada mísero segundo de mi existencia hasta este momento.


Se acabó la farsa, el eterno simulacro, es la hora de la verdad, esta vez sí habrá llamas, sí quemarán, sí saldrán llagas…


Bendita ignorancia ensayística, pero ha llegado la hora, tal vez esperada, tal vez más temida que otra cosa, la hora de las decisiones, de mirar atrás y resumir todo lo pasado, de poder mirarlo con perspectiva, de poder sobreponerse a ese vacío histórico de lo inmediato, de poder tener una opinión sobre nosotros mismos y nuestras posibilidades, de mirarnos con dureza, de distanciarnos de lo que quisimos ser y de ver a dónde podremos llegar, lo que podríamos ser, el momento de enfrentarse a todo, de dejar de “tener toda la vida por delante”, el momento de darte cuenta de que eres un fracasado, que nunca harás nada especial y que se te va acabando el tiempo de soñar, el momento aquel en el que mirar al futuro es verte sentado en una oficina tratando de ser feliz como el resto del mundo, sin conseguirlo por tener más certezas del futuro y de tu propio yo de las que querías y de esas que no hacías más que buscar esperanzado, esperando siempre una respuesta diferente, creyéndote especial una y otra vez.



Alguien me dijo una vez, que lo peor que te puede pasar es auto conocerte, ver tus propias limitaciones, dejar de ser un niño al fin y al cabo y decepcionarte en tu propia esencia, porque ya nada se arreglará con una piruleta y una sonrisa, solo quiero que se dilate el tiempo, que dure eternamente este punto de inflexión, esta farsa de autómatas, este momento de crisis, porque sé que salir de ella será aún más desesperanzador que ella en sí misma.


Sí, es así como ocurre, es así como sucede la historia, no es más que una crisis tras otra, que nos aboca a hacer algo, algo que solo haríamos cuando no queda tiempo para farsas, para ensayos, para mirar hacia otro lado y seguir retrasando la decisión. Creo que de lo único de lo que podemos sentirnos orgullosos es de nuestra capacidad de modificar ligeramente las cosas, de nuestra capacidad mínima para decidir el orden de las crisis que suponen el cambio. Personal, e histórica o histórica y personal, y es que esa es la única historia verdadera, no la que pasa de generación en generación, sino la que nos pasa a cada uno de nosotros, es la única no relativista ni simplista, la única sensible y apasionada, como cada uno de nosotros, como la vida humana, tal vez haya llegado el momento de avanzar un paso más en mi historia, sólo espero dilatar lo suficiente los cambios para atrasar lo que ya nunca podré hacer, solo una página más de lo que algunos habrían llamado intrahistoria y mientras tanto el miedo es amarillo…


Sin saber muy bien como ni lo que ha pasado de un tiempo a esta parte he acabado aquí en esta ciudad perdida y alejada de todo lo que algún día fui, quizás por el simple hecho de poder olvidar, de querer hacerlo al menos.


Y podríamos decir que mi vida pasa con una facilidad relativa en la que me encuentro tan embotada y desbordada por los acontecimientos que casi es difícil saber qué siento en cada momento o hasta que punto me duele cada cosa. Estoy aquí como pudiera haber estado en cualquier otro sitio, haciendo esto, como podría haber hecho cualquier otra cosa, tal vez todo sea una cuestión de azar, o pasara lo que pasara esto era lo mío, no sé cuál de las dos opciones me descorazona más, si la teoría de la casualidad, lo indefinido, o la de la predestinación, en cualquiera de las dos no parece que yo tenga mucho que decir al respecto.



-Salut Sophie! ¡Entra, entra! Los niños te están esperando impacientes.- Dijo la señora con una sonrisa de oreja a oreja.- Yo tengo que irme, pero estaré aquí a la hora de comer.


Eloísa tiene deberes que hacer, por favor, tiene que acabarlos hoy, tenemos planes para el fin de semana. Me voy volando que llego tarde ¡cualquier cosa que necesites llámame!


-No dude que lo haré, ¡páselo bien señora!


La señora abandonó la casa al instante y los niños salieron a su encuentro abrazándosele a las rodillas. Tras las instrucciones iniciales Eloísa se fue a hacer los deberes y Enrique y ella se quedaron en el cuarto, acabando de desayunar.


Enrique era un niño dicharachero de unos cinco años, guapo y muy inteligente para su edad, adoraba a Sofía, y el sentimiento era recíproco por parte de esta, aunque hiciera poco tiempo que se conocían. Aquel día Enrique estaba meditabundo y tal vez incluso triste y jugueteaba con las galletas y la leche sin mucha intención de acabarlas en un tiempo razonable.


-Sophie, ¿crees que le pasa algo a mi mamá?


- No lo creo, ¿por qué dices eso corazón?


- Ha dicho que iba al médico y ha estado llorando…- dijo Enrique compungido.


-No sabía nada- Sofía pasa un brazo consolador por encima de su hombro- pero estoy segura de que no es nada, de todas maneras le preguntaremos en cuanto llegue ¿te parece bien?


El niño asintió con la cabeza.


-¿Crees que se va a morir?- Preguntó con lágrimas en los ojos.


-No digas eso, tu mamá está bien.


Enrique pareció creerlo al instante, como si esa frase fuera lo único que necesitaba oír, para creerlo con total seguridad.


- Sophie… ¿Qué es la muerte? Hace un tiempo el abuelo dejó de venir por aquí y mamá dijo que se había muerto, lloraba, y por eso sé que es malo, porque mamá lloraba, y porque no he vuelto a ver al abuelo.


- La muerte, es cuando alguien se va al cielo para siempre, no es malo en sí, sólo que les echamos de menos. Todo el mundo se muere, algún día, pero cuando son muy mayores, como lo era tu abuelo. Y ahora él está en un lugar mejor, sólo que tú no puedes verle, y le echas de menos, esa es la parte negativa.


- Yo… yo no creo en la muerte…


- La muerte es algo que está ahí pequeño, no puedes dejar de creer en ella.- Pero no pudo evitar sonreír ante tanta inocencia.


-Mi mamá nunca se iría y me dejaría aquí, por muy mayor que fuera. No, creo que no creo en la muerte en general, y menos en la de mi mamá. Y tú Sophie, ¿Tú te morirás algún día?


- Claro, como todos, pero dentro de mucho.


-¿Y yo me moriré algún día?


-Sí, pero aún queda mucho para eso.


- Tus padres se fueron ¿verdad? Se murieron, por eso nunca hablas de ellos, como mamá no habla del abuelo ya.


- Si cariño, mis padres se murieron- le tembló la voz- o quizás algo incluso peor- No pudo evitar añadir.


- Tú no te irás con ellos, ¿verdad? Te quedarás aquí conmigo y con Eloísa, para siempre.


- Claro, cuando yo me vaya, tú serás lo suficientemente mayor como para desearlo incluso más que yo.


-Yo nunca querré que te vayas, y yo nunca me iré ni aunque esté viejo y arrugado. No entiendo por qué la gente se muere, yo nunca querré irme, esto es demasiado bonito.


Una fina lágrima resbaló por la mejilla de Sofía, pero ella la recogió justo a tiempo para que Enrique no la viera.


-¿Has acabado ya el desayuno pequeñajo?


- Sí, ¿puedo ir a jugar?


- Claro, pero ten cuidado.



A la tarde cuando habló con la señora se enteró de que el problema era que estaba embarazada, le había pillado por sorpresa y aún no se lo había dicho ni al señor ni a los niños, le pidió que guardara el secreto y le prometió tranquilizar al pequeño, en unos meses serían uno más en la casa, obviamente era un motivo de alegría, pero nada más enterarse no pudo evitar que la desbordara la situación y no vio que el niño la había oído.



Sofía había encontrado algo parecido a la familia que nunca tuvo, en aquella casa, sobre todo en Enrique, en la medida de que, quizás simplemente por ser el más pequeño, la aceptaba de corazón, sin condiciones ni reparos. Eloísa ya era más mayor y le costaba más abrirse a ella, entre otras cosas, porque la veía como lo que era, y no como ninguna otra cosa, alguien a quien se le paga para que realice unas determinadas tareas, no le gustaba pensar que les quería porque la señora le pagaba para ello, ni que les cuidaba por ello, eso suena bastante a prostitución, le confortaba más la idea de que la señora le pagaba para que pudiera vivir, y ella les quería por el simple hecho de ser dos personitas que habían sanado parte su corazón.


Era domingo, y su jornada acababa antes que el resto de los días, pero quizás por ser desdichada odiaba esos ratos de tiempo libre, y los entretenía todo lo posible. Todos los domingos antes de ir a casa llevaba flores a la tumba de Cortázar, ahora que la tenía tan cerca, no podía evitar el gesto inútil, completamente estético y de sensibilidad infinita, luego dilataba el tiempo en una cafetería bohemia escuchando jazz, hasta la hora en la que pasaba el último tren a casa, cerca de las tres de la mañana, para dormir lo menos posible, para pensar lo menos posible.



Allí estaba ella sentada, como cada madrugada, dejándose llevar por el traqueteo del tren, adelante y atrás, tras cada tabla de la vía, adelante y atrás, contra el asiento recuperando la posición inicial, adelante y atrás sin ir en realidad a ningún sitio, permaneciendo ahí estática a pesar del incesante movimiento, igual que ocurre siempre cuando el movimiento es ajeno, dejarse llevar por la corriente es permanecer estático, impasible al cambio, solo nos mueve, lo que nos conmueve, eso es lo único que nos cambia.


Ahí estaba sentada ella, con un libro desvencijado entre las manos, por el que paseaba sus ojos grises de manera distraída, con los ojos perdidos en la hendidura del viento, leyendo sin leer, simplemente como el que recuerda una vieja historia que ya conoce, perdida entre los anhelos del tiempo, sus pupilas rebotan al llegar al final de la página volviendo al lugar del comienzo, sin adelantar nada realmente, porque ha leído lo que ya sabía sin la avidez de la nueva historia, por leer lo que ya conoce, y por hacerlo sin saber lo que hacía.


Aquí está ella sentada, pensando en porqué pensar y porqué planteárselo, reclina la cabeza sobre el asiento bamboleándose a cada nuevo movimiento más suave que el anterior, y así va quedando dormida, y sus uñas dejan de tamborilear la tapa gris del libro, quizás se esté quedando dormida o sólo esté demasiado cansada para enfocar la vista sobre las letras en movimiento, para qué planteárselo si es más fácil seguir, es más fácil dejar que el tren la lleve, moviéndola sin moverla, bamboleándola, vapuleándola como la muñeca de trapo que es, por dejar que esto ocurriese, por no planteárselo, por intentar seguir adelante sin tenerlo en cuenta, así todo pasaba por ella sin ella pasar por nada, por su miedo a llorar, por el miedo a sonreír, por el miedo a tener que escoger, a ser una persona íntegra, a abandonar el populacho, a ser independiente, a ser única, a que la gente se fije en ella, a tomar sus propias decisiones, por el miedo a equivocarse, otra vez, por el miedo a haberse equivocado y a que estas sean las consecuencias. Quizás no es una persona tan superflua como le gustaría, quizá sí que se lo esté planteando, quizá sea incluso esta su reflexión, y quizá sea ese el problema que no podemos no dar de lado aquello que nos duele, porque llega una y otra vez cuando bajamos la guardia, cuando miramos al horizonte con ojos melancólicos y alguien pregunta: “¿en qué piensas?” Y tú respondes: “nada”, no sé si por suerte o por desgracia nada es lo que nos gustaría pensar, pero no existe la nada y no podemos escoger qué es lo que nos importa y lo que no, y así nos pasa que pasan las cosas sin preguntarnos, y nos pasan sin nosotros pasar por ellas, como el viento que azota a las ramas, y nos dobla y nos quiebra…


Al llegar a la estación allí está él, como cada noche, tratando de que ella se fije en él, demasiado tímido para decirle nada, se va en cuanto ella dobla la esquina fingiendo no haberle visto una vez más y olvidándole al instante.


Echa hacia atrás su cabeza para que el pelo se le oxigene y ésta entre en contacto con el aire frío, y siente caer el cabello desordenándose al contacto con su cuero cabelludo, hacia atrás liberando cada poro del permanente abrigo y desprendiendo la fragancia suave del contacto con la luna, con placer pero con miedo, llevada por uno de esos miedos suaves y sutiles que tiernos nos convidan a hacer eso que tememos y que nos libera, que convida y empuja a cerrar los ojos y a recordar lo que ya olvidamos.


Y así cierra los ojos, como si los párpados insistieran en crear la oscuridad, evocando los recuerdos de aquello que nunca ocurrió, de todo aquello que aconteció a su prosaico día a día, sin poder ser más allá que una experiencia pasada que dejó de serlo al ser olvidada. Todos aquellos rostros que ella olvidó y todos aquellos gestos que no llegó a reconocer eran borrados de su mente sin que ésta dilucidara ni aún un instante sobre su importancia, qué terror el pensar que los suyos propios, aquellos sutiles regalos intencionados se perderían con la misma facilidad al ser olvidados, sin siquiera tener constancia de este hecho. Al igual que era ella borrada dejando de existir más que para sí misma en última instancia, y para sí misma recordando poco más allá de sus propios actos a veces quizás condicionados por los de su alrededor, pero no más que como circunstancias externas, sin ser tomados como verdaderos entes.


Es ahora con la brisa fresca sobre la piel cuando puede distinguir algo entre le masa turbulenta de recuerdos olvidados y sin nombre que la rodea, cuando entre esa masa que la aturde y golpea puede distinguir puntos de luz, aspiraciones que no fueron olvidadas de manera instantánea, aquellos a los que su mente por razones desconocidas les otorgó una leve segunda oportunidad antes de desecharlos de manera definitiva, aquellas personas que quedaron cristalizadas aquellos llamados amigos, y al así quedar como en cristales accedieron a todas y cada una de sus propiedades, la de brillar a la más leve luz, la de quebrarse en el olvido dolorosamente, o la de herirnos con su presencia o más aún la de arañarnos si somos nosotros los olvidados, los que desaparecemos por dejar de existir en aquella mente, o quizá por no haber existido nunca, por el hecho de no ser recordados y de que ya nadie pueda atestiguar nuestra existencia pasada.


Quizás lo malo de la vida no era morirse, sino ser olvidado, quizás por ello sus padres no estaban muertos, porque su miseria era demasiado grande para tan pequeño castigo, ojalá pudiera olvidarles, ojalá pudiera hacerlo de verdad, mientras se esforzara no los habría olvidado.


Cremación, esa es la solución para los cadáveres, tal vez lo fuera también para los recuerdos, tal vez también pudieran cremarse estos, pero quizás no estaba al alcance de todos, solo de aquellos con un mayor dominio de sí mismos, paradójicamente solo de la crema de la sociedad, ni cremas, ni cremaciones para mí, yo tengo que conformarme con lo que mi mente escoge por recordar, sin que una vez más yo tenga nada que añadir al respecto, bonito lugar para reflexionar sobre galicismos.



Me asusta no saber si esta esuna nueva de la que he tomado consciencia y de la que puedo esperar algo o solamente la segunda parte de la farsa que empezaré a llevar a cabo.


A la mañana siguiente no estaba él en el banco en el que ella siempre se sentaba cada mañana para esperar al tren, en su lugar había un papel mojado por la lluvia, con un clavel:


Para la mujer insomne.


La guardó en su cartera sin saber porqué sabiendo que debería haberla dejado ahí.



Oph**



(Cada 3 ó 4 días intentaré publicar un nuevo capítulo de la historia, repetiré esta información al final de cada capítulo, que os remitirá aquí, para que leáis desde el principio y no fragmentos inconexos, de cualquier modo, leer un solo capítulo resulta en la mayor parte de los casos bastante sencillo y no suele imposibilitar la comprensión del fragmento, espero que os guste.)


sábado, 10 de julio de 2010

IV. Bohème.




Del diario de Yago:


Se sentó una vez más frente al piano, amparada por su vieja taza de café humeante, cara a la ventana su contorno claro se recortaba en la luz desvaída y gris, la lluvia caía fuera, indolente, con un ruido sordo, sin estallar si quiera en los cristales por ese estúpido miedo suyo a romperse. Por su espalda desnuda cae el pelo ensortijado y apático por la humedad del ambiente, pulsaba nacarada las teclas flexionando los dedos en el momento justo, para que cada nota que de entre ellos se escapa se enrede en su pelo, tras sus orejas durando tan solo lo que debe, los ojos se le entrecierran casi de forma inconsciente, para poder perderse en la música y sin quererlo, mientras tanto, una mirada triste huye por la ventana. La espalda erguida, escultural, la cadera suave y difuminada por el carboncillo, hace frío, y la brisa suave sopla de un lado a otro de la estancia, olor a tabaco y a café.


El labio seco, carnoso, como un eterno suspiro, en un sin aliento continuo de placer, perdido en su propia voluptuosidad y sin ninguna necesidad de encontrarse, el rostro le queda semioculto al piano, por el pelo que languidece en sus mejillas, sin apartarlo contonea su cabeza al ritmo de la música tratando así de olvidar sus pensamientos, no te muevas cariño, estás preciosa, silencio. Más allá del carboncillo rasgueando el papel y su respiración, el sonido del whisky al abandonar el suelo de madera y el suyo propio al acodarse contra la puerta, la cara descuidada y mal afeitada, ojeras de noches inconclusas, y sobre ellas, sus ojos, esos que le duelen de tanto mirarla, de tanto admirar su belleza, esa que tristemente intenta plasmar en un papel, para vencer su valor efímero, para poder guardarla con él.


No ha sido más que una comedia, otra de las millones de tragedias que aquí cada día vemos, el público aplaude eufórico creyendo haber entendido la universalidad de la obra, en escena, ellos no se mueven ni parecen escuchar los aplausos, el telón cae suave, y el terciopelo rojo difumina la ilusión de esa luz romántica tras la ventana, los vítores y aplausos rompen la atmósfera de la escena y el rojo es estridente, por fin, posa en el suelo.


Es una pena tener que escribir para poder yo completar la vida bohemia, quizá sea una pena solo por ser el menos inútil de los artes, el más pragmático e impuro, por eso pido perdón por mancillar con mis letras ésta melodía que del piano escapa, esta melodía pintada a carboncillo, ese dibujo representado en la tragedia de la vida, que yo tristemente os describo, con la misma pasión de guardar su belleza para siempre, sin darme cuenta como tantos otros, de que su único valor está en su volatilidad y en nuestra incapacidad de aceptarla.



Duele, y joder cómo duele, la miro y en su mirada solo le veo a él, ahí clavado, cristalizado en sus pupilas usurpando el que debería ser mi lugar, tras esas pupilas ese deseo constante cada vez que me mira, de descubrir a otro y no a mí, esa decepción constante en sus pupilas húmedas cada mañana al verme aparecer en la cocina, esta belleza marchita y profanada por el dolor, esa belleza violada por el mundo que no sabe qué es lo que agravia, como a los afortunados buscadores de conchas la espuma de mar ha traído a mis inconscientes pies la posibilidad de hacer una elección sin criterio y así como un niño inconsciente escogí la concha más brillante y redonda, que no es más que la que mas maltratada ha sido por el mar…
La vida un concurso de belleza, debemos aprender con los golpes a sonreír a las adversidades. Se dice que debes sonreír al no saber quién puede enamorarse de tu sonrisa, yo he aprendido a ser más sincero con la mayoría. Hoy mis pies sin embargo no me guían a una concha brillante y pulida, hoy sin embargo me pareció ver una sucia y llena de arena tirada cerca de donde yo estaba, asustado de encontrar un ermitaño la abandoné sin pararme a mirar en su interior. Esas son las reglas de la belleza.


Caigo en un remanso de sueños y mi inconsciente me hace pensar más humanamente que mi propio pensamiento. De qué he podido enamorarme si no es de la injusta y superficial belleza.
Estoy seguro de que puedo enamorarme del gusto por encontrar y descubrir la belleza del mundo. El amigo de una amiga mía escribió: “Jamás he visto romperse las leyes estéticas del mundo. Las únicas leyes que conozco, respeto y me parecen naturales son la belleza el ritmo y la simetría”. La belleza no existe en nuestro universo; solo nos parece bello lo que nos han dicho que debe serlo, ¿qué más bello que el dolor humano?, siempre ocasionado por la imposibilidad de que cumplir nuestros sueños, ese dolor que se cristaliza hoy en su rostro, ¿qué hay más puro que el amor a la búsqueda de la belleza?, todo ello es mucho mayor en sí que esta. Y así al ocultar la melancolía esa coquetería tierna de Marie es más bella incluso si cabe que el primer día y es así que cuando sonríe y aparece esa belleza oculta se multiplica en sus ojos etérea recompensando por toda la anterior, y es así que cuando llora y debo buscarla tras sus ojos tristes es esta más pura por inconsciente y duradera.



-Marie… - la llamó despacio.


- ¿Sí?- contestó ella mohína desde le habitación contigua.


-Marie, es sábado, todos los sábados voy a visitar a la residencia a Doña Isabela, quizás quisieras acompañarme.


- ¿Doña Isabela?, ¿Es tu abuela o algo similar?- Preguntó sin saber muy bien a qué atenerse.


- No, simplemente me apunté a una asociación benéfica y me destinaron aquí, a hacerle compañía un par de horas cada sábado, es una mujer encantadora, estoy seguro de que le sería muy grato que mi compañía fuera también la tuya esta tarde.


- ¿Tú crees?, Quiero decir, entiendo que tú puedas en un momento dado sentirte bien visitando a alguien que no conoces a modo de curar tu conciencia o algo similar, pero no entiendo el beneficio que reporta ser visitado por alguien a quien no importas, de manera casi obligatoria, planificada, rutinaria…


- Es muy posible que ninguna, ay pequeña Marie, me encanta cuando descubres esa mente tuya despiadada y rota que se esconde tras esos sedosos cabellos.


Pero pequeña, la vida es un experimento sociológico continuo, y en él tenemos una cierta capacidad de decisión, la primera es que sea Dios el único que de él saque conclusiones por ser el único consciente de que este está llevándose a cabo; la segunda posibilidad radica en que alguien de tu entorno, ya haya tomado conciencia de esta condición y tú seas un sujeto de estudio para uno que incluso siendo un igual a ti no tendrá ningún problema en juzgarte ni en sacar conclusiones precipitadas de información fraccionada; la tercera parte y la que a mí más me gusta, es sacar tus propias conclusiones de un experimento en el que tú también participas y por encima de todo eres uno de los sujetos de estudio, te da la posibilidad de ser investigado e investigador al mismo tiempo. Visitar a Isabela es una manera como cualquier otra de recabar información para mi parte del experimento, y si vienes conmigo te explicaré cuál es exactamente su papel en este retorcido juego de autómatas enmascarados.



Isabela vivía en un reducto, replegada sobre sí misma, sufría dolores atroces a causa de la avanzada arterioesclerosis, pero siempre se abstenía de cualquier queja mostrándose complaciente con todo el mundo en vez de pretender ningún tipo de trato especial debido a su estado, como hacían el resto de enfermos de la residencia. En todo el tiempo que Yago había estado visitándola no había visto en ella ningún rasgo de debilidad o de miedo a la muerte que sin embargo sabía se encontraba cerca, es más parecía ella la empeñada en cuidar de Yago en vez de lo contrario que habría resultado más sencillo incluso para ella.


Cuando esta tarde Yago llegó Isabela estaba dignísima sobre su cama de la que ya no podía levantarse, había escondido todo su cuerpo a excepción de su cara, que era la única parte en la que le quedaba cierta dignidad, incluso llevaba guantes de cuero granates, para cubrir la deformidad de sus manos. Había maquillado su cara con esmero y arreglado el pelo lo mejor posible, tenía los labios pintados de rojo intenso y cuidadosamente perfilados, los ojos bien sombreados, el colorete bien aplicado… era la imagen misma de la dignidad en la vejez, del tesón, del amor propio, y era exactamente bella, más incluso que muchas jóvenes, no parecía nadie que necesitara una visita, que necesitara caridad.


-¡Yago!, ¡Ven aquí que pueda abrazarte!- dijo con una sonrisa que iluminó toda su cara.- Oh la là!, ¿qué tenemos aquí? me has traído compañía, deberías haberme avisado y habría cuidado un poco más mi aspecto. Venga rápido ¡Qué se me pasa la vida! Preséntame a esa señorita.


Yago sonrío de oreja a oreja en un fiel reflejo de la cara de la mujer, y buscó el mismo efecto en la de Marie, que sin embargo estaba teñido por una oscura desolación.


-Eh…- titubeó nervioso de repente- Esta es Marie, es una de mis mejores amigas, está pasando por un mal momento y pensé que podrías alegrarla.


La cara de Marie sufrió una metamorfosis rayana el enfado al verse expuesta ante una mujer que no conocía de nada, pero se obligó a sonreír y a acercarse a estrecharle la mano con una pulcritud y elegancia intachables, tal vez en cierto modo al sentirse un poco desmerecida al lado de tal gigante luchador.


Yago las dejó unos instantes solas para que “se fueran conociendo”, pero apenas cruzaron un par de palabras estrictamente protocolarias abuela-nieta adoptiva, no más de tres minutos más tarde apareció Joel con una flor para cada una y un montón de bártulos que en principio Marie no identificó al verlos sacados de su contexto original.


Tras una breve explicación y una charla más que forzada entre unas pastas sin azúcar y un aguado café descafeinado Joel se puso a dibujar a ambas mujeres, mientras conversaban sobre banalidades dos almas rotas incapaces de mostrar su debilidad.


Como dos arlequines más caídos a un baile de máscaras en el roto subterfugio de la hipocresía alocada y giratoria, que les hace danzar al son de la órbita terrestre, hipocresía de felicidad, de pretender serlo, de pretender pretenderlo.


Y a Marie, abúlica y apática le cuesta mantener la cabeza levantada y la sonrisa tensa.


-Marie- exhorta Yago- es hora de irse, la medicación está empezando a dejarla dormida, y no le gusta que le vean en ese estado.- Como una muñeca de trapo ella se deja hacer, se deja levantar, siente un mareo y necesita agarrarse a la pared para no caerse.


-Marie, ¿estás bien?- Ella respira entrecortadamente.- Ven túmbate aquí en el suelo. Al poner su cuerpo horizontal poco a poco el color va volviendo a su cara.- ¿Te encuentras bien?, voy a dejarte un momento sola, voy a llamar a una enfermera.


Yago sale al pasillo aturdido y tembloroso, asalta con pocos modales a la primera persona que ve balbuciendo algo extraño sobre una chica, y la conduce hasta la habitación.


-A ver, vamos a tumbarte en la cama despacio ¿vale?, ayúdeme a cogerla en volandas sin zarandearla demasiado.- Con movimientos torpes la tumban en la cama, Marie ciertamente parece estar mejor, pero él no se queda tranquilo, empieza el tercer grado:


¿Duerme bien?, ¿Come bien?, ¿Lleva hábitos de vida saludables?, obviamente no, tratamiento: cama comida reposo y felicidad en la medida de lo posible, por parte de Yago una escusa más para mimarla.



La tarde pasó con tranquilidad e infusiones, la noche fue el momento de la reflexión.


-Prometiste explicarme porque ibas a ver a Doña Isabela.


-Y nunca pretendí faltar a mi palabra, pero contártelo conlleva el que prometas no juzgarme, trataré de explicarme y de parecer hasta cierto punto sensible en esta realidad cruel.



Esta es la parte del experimento sociológico en la que yo gano, a la que juego poniendo yo las reglas, y pase lo que pase siempre gano, y porque quiero, sin ninguna obligación ni beneficio aparente más allá de la catarsis, de propiciar esa situación de crisis controlada, lo suficientemente dura para reflexionar, y lo suficientemente externa para poder seguir, lo suficiente al fin y al cabo para provocar un cambio, un giro copernicano cada vez que una persona de esas a las que he entregado el alma se va, y deja para siempre su huella en mi memoria, y también se lleva esa parte de mí que le regalé algún día, lo que de ellos aprendí y sobre todo lo que de ellos me falta cuando ya se han ido y lo que ya nunca recuperaré, lo que gano estando con ellos, no es lo que me dan, sino lo que me quitan cuando ya se han ido.


-Es una teoría triste, y dura, tal vez deberías compartirla, no sólo es arte lo más inútil, tu alma, tu corazón y todo lo que le haga temblar también es arte.


-Escribirlo, en este mundo que ha asesinado el romanticismo, cualquier concepción bohemia sensible y apasionada, en el que los sentimientos son debilidad cualquiera me tacharía de loco.


- Yo solamente te tacharía de humano, de muy humano tal vez.


- Escribirlo, dices, lo escribiría tal vez solo para mí, para que no se me olvidara, pero no quisiera compartirlo con mucha gente, no quisiera exponer esa parte de mí al juicio de todos, es una parte cruel, el paso de la historia, la única manera que la vida tiene de cambiarnos, por una razón o por otra todos se empeñan en negarlo, y en creerse “ángeles caídos”, en lugar de los “monos erguidos” que son.


- Quizás solo para la posteridad, para cuando ni tú ni yo podamos contárselo a nadie, quizás tal vez por eso debieras escribirlo.


-Y escribirlo… ¿dónde?, en una máquina que relativizará todo mi lenguaje y lo trasformará a un lenguaje binario de ceros y unos, a un sin sentido más para la posteridad, acaso se te ocurre manera más abrupta de asesinar el romanticismo de una idea bien contada al oído.


- De ser así quiero que esta noche vuelvas a contármela al oído, ¿sabes?, tengo miedo de que se me olvide, de que te me olvides, de que algún día dejes de estar aquí y de quedarme a solas con mis pensamientos, tengo miedo, un miedo amarillo.



Ella se acomodó en su pecho dispuesta a escuchar la historia de nuevo, y una vez más el se siente utilizado y dichoso al mismo tiempo, como no podía ser de otra manera, y duele, joder cómo duele.



Oph*



(Cada 3 ó 4 días intentaré publicar un nuevo capítulo de la historia, repetiré esta información al final de cada capítulo, que os remitirá aquí, para que leáis desde el principio y no fragmentos inconexos, de cualquier modo, leer un solo capítulo resulta en la mayor parte de los casos bastante sencillo y no suele imposibilitar la comprensión del fragmento, espero que os guste.)




miércoles, 7 de julio de 2010

III. De lo que es llamado "amor".





Del diario de Carmen:


De lo que quisiste ser, de lo que pretendiste y de lo que para mi fuiste a lo que eres hay más que un paso todo un sendero, porque fuiste mejor de lo que sabes ser, lo que debería ser más noble que mezquino, pero por serlo solamente por ese interés que hoy atisbo, ese interés, que parece envolverlo todo, ese interés oscuro que dice llamarse amor, o quizás tan solo enamoriscamiento, que todo rodea y corrompe pretendiendo ser puro y tierno, pero que no produce más que la propia vanagloria de creerse mejor y ser libre de la culpa, cual es mi desilusión al no poder siquiera creer en la bondad de ese sentimiento, ni siquiera creer en su existencia, no es más que una ficción de nuestra propia moral, para encontrar un porqué seguir y una verdad imaginaria con la que engañarse y que lo permite todo por ser buena en su ideal como si de un claro fin que todo lo justificase se tratase.


Porque me trataste mejor de lo que merecía y jugaste a ser feliz en el trato y yo me creí esa dulce farsa aun ya estando desengañada, solo espero que ahora que cae el telón de esta tragicomedia, como lo es siempre el llamado amor, y ahora que te has quitado la máscara, sea esto para revelar a la persona que yo siempre vislumbré tras de ésta, y que la persona aún agraviada tenga el valor de ser mejor que el personaje, que no fueras tan solo esa ficción tan cómoda y dulce, esa ficción que a veces es tan fuerte como para ser corpórea, de no ser así temo seguir perdonando la dulce mentira y el cruel engaño, que me pasa por encima una vez más sin haberlo querido creer en mucho tiempo, es posible que simplemente me haya cansado de mirar hacia otro lado y fingir que nada ocurre, o quizás simplemente fuera mi culpa por permitir que todo ocurriera.


Finalmente espero una vez más estar equivocada, no sólo en esto, sino en todo, estar equivocada para poder confiar en el mundo que me rodea y no creer que su giro es una ficción en mi contra, poder estar equivocada para volver a confiar en mí y en las personas, para volver a confiar en ti, para volver a esperar que de verdad ocurra y vivir yo también bajo esa ficción que da sentido a nuestras vidas, de nuevo me asusta más que nada tener razón en algo de lo que pienso o algo de lo que escribo.


Me odia, sé que me odia, sé que ella ha perdido en mí toda la confianza, y no puedo recriminarle nada cuando yo misma he perdido toda la confianza en mí. Pero no puedo dejarle, después de ella que me odia solo me queda él, y su extraño amor, ese doloroso aprecio, no podría seguir conmigo si no me quisiera al menos un poco, si no fuera el menos para él importante, cuando no lo soy para nadie más, cómo voy a exigirle nada más, quién dice que merezca algo más, o que no sea yo él el que me haga un favor a mi por no apartarme por completo de su vida.



Tras la muerte de Elías, Román estaba aún más violento que antes, bebía más y llegaba a casa más tarde. Sufría. De un tiempo a esta parte no me atrevo a afirmar que le quisiera, al igual que dudo si es capaz de amar a alguien, pero él había sido siempre lo que él no pudo ser, y por ello nunca fue, todo lo que siempre había admirado, aquello a lo que aspirar y que le hacía ser mejor persona. Carmen nunca había tenido en cuenta este hecho, no pensó cuando se enteró de ello que la muerte de Elías fuera a repercutir en él tan duramente, ahora se daba cuenta la importancia para él de su hermano pequeño, ese que siempre había sido para con Román lo más cercano al padre que nunca tuvo, o a la madre que nunca le quiso.


Ella misma fue en cierto modo la gran salvación que Román esperaba, que siempre había necesitado, alguien que no se mostrase superior ante él y le tratase como a un igual, o quizás incluso mejor, Carmen atrapada en una época pasada tenía costumbre de tratar así a los hombres y de mostrarse sumisa con ellos, de idolatrarles como Román idolatrara a Elías, el arquetipo de mujer florero era su sueño desde niña, el ser querida y protegida por un varón fuerte y valiente, que la tratase con cierta displicencia y que se mostrase superior ante ella, como siempre había visto en su madre, como era connatural. Carmen no llegaba a entender el por qué de esa reprobación por parte de su hija, cuando estaba haciendo al fin y al cabo lo único que una mujer honesta puede llegar a hacer en su vida, sin perder su honor, su honra, su feminidad. O al menos así comenzó toda la historia. En este punto esta se había radicalizado y distorsionado de tal modo que el resultado era el de un caleidoscopio de sueños aplastado contra el suelo, había caído en su propia trampa, y era por ello que ella era la única culpable, nunca podría culparle a él de nada tras haberle puesto en el camino de actuar así, habían llegado al punto de no retorno, lo único que podía esperar de él, era que no empeorara, de ella, que perdonase, y de lo que de sí misma quedara no quedaba nada que esperar, solo una hastiada supervivencia para no decepcionar más a Sofía, y para no abandonarse a él, que al fin y al cabo era una pobre criatura maltratada por su destino y su contemporaneidad.



Las cosas son o blancas o negras, ni él es tan bueno, ni yo tan mala, no nos queda otra, nos guste o no provocar la existencia de matices significa relativizar, significa quitar importancia, este, aunque no nos lo parezca y lo aceptemos como normal es un proceso que solo podemos llevar a cabo tras un estudio detenido de el hecho en cuestión y un olvido, de la rabia el dolor o felicidad que de él sentimos.


Quizás parezca, que simplifico hasta el punto de limitar y quizás así sea, no puedo negar lo evidente, pero es siempre esto, lo más evidente, lo que vosotros llamáis gris.
Así que soy yo la que me decanto y me expongo a la crítica pero no callo lo que veo y lo que siento. Cuando me siento desgraciada eso es negro, y en ese momento no caben los grises, los “otra vez será”, los “no ha sido cosa tuya”. Cuando estamos felices el corazón se nos desboca y lucha contra las costillas para salir al exterior, no existe, el puede estropearse, el no es algo verosímil, o el quizás te esté engañando.


Y cierto es, que podríais alegar que en ese lapso de tiempo entre el regocijo y la desgracia es cuando vemos la máxima gama cromática del gris, pero yo creo sin embargo que es en este lapso de tiempo cuando no pensamos ni sentimos nada, cuando tan solo nos dejamos llevar por la corriente si plantearnos tan siquiera a que puerto no lleva.


Y seamos sinceros con nosotros mismos, yo soy más feliz pensando que mi vida es negra, qué más que el conjunto de todos los colores, una vida digna de misericordia, de pena, que no una vida gris, suframos sí, pero sin quitarle importancia, nuestra vida no es una vida más, otro ente que vaga por el mundo olvidado, algo más que un alma incorpórea más parecida a las demás que así misma. Somos individuales, somos únicos reconozcámonos como tales, y reconozcamos también por ello nuestros valores y sueños, reconozcámonos como lo que somos.


Todo esto y mi gran incapacidad para asimilarlo es lo que me hace seguir en esta situación día tras día.



-¡Mírala, ahí sentada, ociosa como todo el día!- La sobresaltó Román- Como si fuera una mosquita muerta, si esperas a ver si te mueres tendrás que ponerle más ahínco.


- Ya has llegado, cielo, qué alegría, ¿qué tal el trabajo?- preguntó ella dudosa.


Carmen se levanta y se acerca servil para cogerle el abrigo.


-¿Que cómo me ha ido el trabajo?, encima tendrás la poca vergüenza de reírte de mí.


Ella se encuentra a unos solos pasos de él, Román la golpea en la cara con furia y ella cae al suelo, sin ninguna intención de levantarse o protestar, cuando está en el suelo Román le da una patada en el vientre con todas sus fuerzas, y entonces lo siente, eso que tanto tiempo llevaba sin ocurrirle está ahí de nuevo como la aurora de la mañana que siempre vuelve tras la más oscura de las noches.


Se abalanza sobre ella, le arranca el vestido veraniego desgarrando uno de los tirantes, Carmen rehúye asustada pegándose contra la pared.


-¡Eres mi mujer! Deberías estar agradecida- Brama Román empezando a frustrarse.


Le da la vuelta, brusco y la deja tumbada contra el suelo, le araña las piernas al bajarle las medias con prisa, rompiéndolas y se aprovecha de ella. Carmen llora tendida en el suelo esperando a que pase, lo que más le duele es el orgullo, lo que queda de su exigua dignidad él se la está comiendo a cucharadas, y la siente desgarrarse con cada nuevo empellón, con cada nuevo gruñido de placer.


Como en un remolino de pensamientos desordenados que ninguno de los presentes llega a asimilar la puerta se abre de golpe, y ellos están ahí en el pasillo, en el suelo, Sofía está en el marco de la puerta con un grito mudo entre sus labios, en el suelo todo es silencio y quietud, solo resuenan los hipidos de Carmen embotando todas las cabezas allí encontradas. Sofía trata de reaccionar, cierra la puerta y corre escaleras abajo, no sabe dónde va, pero sabe que no volverá.


Mañana por la mañana cuando ninguno de los dos esté en casa recogerá las cosas y se marchará para siempre. No puede llegar más allá del portal, se sienta en el suelo contra la pared del piso y llora sin que una vez más eso ayude en algo, esta vez ha sido demasiado.



Román se levanta y huye sin saber bien donde va, Carmen se queda en el suelo tal como él la deja, desmadejada, sin saber si podrá levantarse. Román vuelve apresurado, Carmen se encoje.


-Lo siento no quería que ella lo viera.- Empieza tierno- Oh Dios mío, cariño, estás toda llena de sangre.


Se acerca a ella y la mece en sus brazos, como tratando de consolar a una niña pequeña que llora sin razón alguna, Carmen se deja hacer, y su cuerpo se estremece de placer entre esos brazos tiernos, y ella se odia a ella misma por dejar que esto ocurra.


-Sabes que lo siento, por favor no me mires así, sabes que te quiero más que a nada, sabes que no podría hacer nada que te hiciera daño- La voz de Román está mojada al igual que sus ojos.


Carmen también llora, aunque por demasiadas cosas tal vez.


-¿Tú también me quieres verdad?, sé que nunca me harías daño, y por eso, yo a ti te lo hice sin querer, ahora me doy cuenta de que soy un burro, no sé qué va a pasar con Sofía.


Román habla como un niño pequeño que no tiene ninguna conciencia de sus actos, y que solo parece darse cuenta del perjuicio que estos causan al ver la reacción de su hija, igualmente como un niño amonestado llora.


Carmen le besa tierna en los labios, y juguetea con su pelo, soñadora de que ese momento no vaya a desvanecerse de un momento a otro, pero que ella relaje la postura le hace ver un cambio en el rostro de Román, nada ha cambiado, y el dolor vuelve tan nítido como allí había estado momentos antes, como si nunca se hubiera ido y a él, el odio.



Le miró, tratando de vaciar sus ojos de toda emoción intentando no sentir aprehensión, era la única manera que tenía de tratar que él creyese que le odiaba, te odio, pensó con todas sus fuerzas tratando de sentirlo y sin saber porqué las palabras se materializaron en su boca, y no pudo sin embargo evitar que los ojos se le anegaran en lágrimas delatoras, el corazón le dolía en el pecho, palpitante, pugnando por retraerse, por poder sentir menos, por poder pensar más, le dolía más aún que cuando creía simplemente amarle.


La miró con esa ternura infinita con la que siempre la miraba en aquellas ocasiones, como sin comprender, como el que mira algo bonito y no encontró más que una mirada vacía que no podía sostener, no entendía cual era el problema ni se sentía con fuerzas de buscarlo mirando a esos ojos tristes, te odio, dijo ella y sus ojos se le arrasaron en lágrimas, en ese mismo instante supo que había ganado, que sería suya para siempre que le quería, que siempre había sido así.


Las lágrimas hicieron que ella se sintiera aún más humillada, desprotegida, expuesta, lo máximo que él podía mostrar era una desolación que se encontraba a años luz de la verdad, nunca sabría qué le dolía más si no poder odiarle o sentir que él nunca la había querido, trató de desviar su mirada ineluctable, lo había comprendido, ella había perdido, él había conseguido lo único que buscaba: saber que ella mentía, saber que le quería, saber que siempre había sido así y que por mucho que ella se esforzara nunca cambiaría.


No la quiero, no sé por qué es tan importante que ella si me quiera a mí, quizás sea porque lo que quiero no es a ella, quizás lo único que quiera sea eso que siente por mí, quizás lo único que le haga valer la pena es eso, lo único bello que de ella emana, lo único puro y no tan miserable. Quizás eso sea el mejor amor que él podía llegar a sentir, amar el daño, vencer el provecho, amar eso que ella por él sentía eso que en él derramaba y le entregaba, a lo mejor no importaba nada más y no era malo y qué si a costa de que él se llenara ella se vaciaba, ¿a él qué? Qué le importaba a él y de importarle qué más daba, si eso era odio y no amor.


Ella y sus ojos vacíos, de odio.


Él y los suyos vacíos de amor.


Ambos intentándolos llenar con eso que no tienen, para engañar al otro.



La besó de nuevo y él fue entregándose a su abrazo, a su perfume, al recuerdo de lo que habían sido, y por un momento quedaron unidos más fuertemente por el dolor que por cualquier otro sentimiento y los arañazos se volvieron caricias, y los golpes besos el frío suelo se tornó en el calor de su cuerpo, y los llantos parecieron sonrisas ocultas entre sus corazones, y el espacio que les unió, y lo hicieron, por todo lo que habían sido, y rieron por todo lo que ya nunca nada sería.



Sofía en la calle espera que caiga la noche, ya no hay luz en su casa y nadie se asomó para ver si allí estaba, llovía y estaba empapada, el vestido se le pegaba al cuerpo y las farolas caían en los charcos, cogió los zapatos de la mano y corrió para alejarse de allí sin rumbo fijo.


La luna llora su ausencia, y llueve, mas el cielo encapotado la esconde egoísta y misterioso y es por eso que no la oímos sollozar, es por eso que tan solo oímos los quiebros de su alma herida, los quiebros de esa alma que se resquebraja y cae.


Las lágrimas son trozos de alma suicida que se precipitan al olvido”.


Y es que bajo está luz crepuscular no puedo sino verlo tan claro… de dónde podrían provenir nuestras almas sino de esos tristes ojos grises de madre, esos ojos que velan nuestras noches y no pueden evitar las emociones.


Eso son nuestras almas, vestigios de emociones anteriores, nuestra principal causa de dolor y la única causa de alegría, qué son estos sino pensamientos una tarde de lluvia, y es que el agua cae tan bella mojando nuestros sueños algodonados y enfriando nuestros deseos…


Algunas de estas gotas caen hieren nuestra piel, algunas asolan ciudades e inundan países, otras salvan la vida de niños sedientos y limpian viejas asperezas.


Pero lo bello no es ser una gota ruidosa, recordada… frente a mi ventana un rayo de luz hace brillar las cadencias multicolores de estas cuando caen, y brillan con la misma intensidad cuando son perfectas y simétricas que cuando se estrellan contra el suelo.



Oph**

(Cada 3 ó 4 días intentaré publicar un nuevo capítulo de la historia, repetiré esta información al final de cada capítulo, que os remitirá aquí, para que leáis desde el principio y no fragmentos inconexos, de cualquier modo, leer un solo capítulo resulta en la mayor parte de los casos bastante sencillo y no suele imposibilitar la comprensión del fragmento, espero que os guste.)

También pedir perdón por una errata del capítulo anterior, donde pone Joel, es Yago, error de cálculo :)


viernes, 2 de julio de 2010

II. Zona catastrófica: ¿Asentimental?


Llegados a este punto tal vez se planteen ustedes el marco temporal en el cual poder enmarcar a nuestros personajes, pido que no se obsesionen con esta cuestión ya que a lo largo de la historia les será difícil identificarles en una época concreta o acotada. Esto es así porque ellos mismos, horrorizados de esa ficción momentánea llamada presente, eligieron en un punto concreto de sus vidas, dolientes ante sus coetáneos y su mundo, refugiarse en un momento inconcreto de su pasado o su futuro de la manera más activa posible, luchando contra la aparente obligación de vivir en su tiempo, luchando por volver a un mundo apasionado, un mundo plagado de personas, de humanos, decidieron huir de su recuerdo, vivir un recuerdo para sus futuros y un sueño para sus pasados, eligiendo su propio tiempo de manera consciente y aceptando con ello todas las incongruencias de la vida y la realidad en su estado más crudo, siendo ciudadanos del nunca, del siempre, del a veces. Y ahora les dejo con ellos.



Del diario de Marie:


Me veo hoy aquí abocada a contarme esta serie de hechos, que se me avalanchan cada mañana al abrir los ojos, lo haré de la manera más objetiva y asentimental que mi condición me permita, ya que como bien saben todos escribo desde mi condición de mujer, de sujeto, bajo unas condiciones determinadas y un ánimo concreto. Yo y mis circunstancias.


A estos hechos que acontecen y me secuestran los denominaré zonas del infierno, y las dividiré en tres grandes grupos infinitamente divisibles por la mente, por lo cual esta es una división completamente arbitraria que supongo, realizo cayendo en mi propia trampa subjetiva.


Pre-infierno; es el cual en el que Dios, en un acto de misericordia o pena, no sé si tildar de consciente, coloca a los niños hasta que estos empiezan a tomar plena consciencia de lo que ocurre a su alrededor, esta toma de conciencia, amplia su campo de visión, lo cual unido al lastre que la información nueva supone en su cerebro les hace descender al siguiente estadio.


A lo largo de este estadio estos se dedican a reír de manera inconsciente y sincera, sin tener visión del futuro, que por otra parte no necesitan, ya que esta supone de manera necesaria el paso al siguiente estadio, por lo que en esta etapa, dure lo que dure y en proporción a la misericordia de Dios a lo máximo que podemos aspirar es a saber lo menos posible el mayor tiempo que podamos.


Infierno; es consecuencia directa de la libertad y el lastre que nos aporta el conocimiento evidenciando nuestra realidad, la mayor parte de los sujetos que se creen en su mayoría afortunados en comparación con los del tercer grupo no rebasan nunca este nivel, los que lo hacen no lo hacen más que movidos por un índice de conocimientos mayor del soportable con un índice de certezas inversamente proporcional a este.


A lo largo de este estadio, no debemos ni podemos aspirar a nada más que a saber lo menos posible y a que dure el menor tiempo que podamos, esto no suprime el esfuerzo moral intrínseco que debemos hacer en la medida de lo posible, de sofocar las llamas que lamen las llagas ajenas, nuestra permanencia en este estadio es inversamente proporcional a la misericordia de Dios.


Sub-infierno o zona catastrófica, a este estadio mirado con pena por los del intermedio pertenecen aquellos cuyo lastre de conocimiento ha rebasado de manera insostenible indirectamente al de certezas, provocando un colapso que les devuelve a un estadio similar al pre-infierno, pero en vez de protegido por la misericordia de Dios, es aquel en el que descarga toda su ira, hay quien lo llamaría “sus renglones torcidos”, sus dementes, pero yo no creo que esto ocurra bajo esas condiciones de inexperiencia ,sino como un castigo a la humanidad por impedir que sus conocimientos le den más certezas que dudas sobre su persona.


De esta zona no puede esperarse nada, ya que nos es imposible conocerla desde el estadio intermedio, hasta cierto punto su permanencia y los beneficios para con sus criaturas no me conviene a mi decidiros sino a cada una de ellas en función de su dolencia, así pues estos subterfugios del conocimiento están poblados por nuestros sabios y ellos ya no esperan nada, desde fuera yo sólo espero que puedan soñar el cuarto estadio hipotético no necesario desde el primero pero salvador para el infierno.


Cuarto estadio que no nombraré por miedo a que su hipótesis sea tan vana como la sombra de una sombra y el conocimiento sobre este me arrastre al tercero, por lo que tal y como prometí y en la medida de mis circunstancias aquí tienen el mundo tal cual se me avalancha cada mañana, nada más y nada menos que la realidad contada desde dentro con la objetividad de un supuesto fuera…



Marie miró los folios de arriba abajo y los rompió una vez más, no podía escribir nada, no podía crear nada, el dolor la asaltaba a cada instante, su pérdida, su ausencia, su falta, la enloquecía, y pasaba desde un tiempo a esta parte por la vida sin que esta pasara por ella, ciega y sorda, embotada en sus propios sentimientos, sin atreverse a mirarse a ella misma por miedo a lo que encontrar, por miedo a no ser quien ella espera, y por miedo a haber perdido su propia identidad al haberle perdido a él, mutilada, ese era el sentimiento, de que le hubieran arrancado un trozo de alma, un trozo de corazón. Llevaba días sin comer más que una caja de galletas rancias, sin ducharse, ni lavarse, ni arreglarse, ni dignarse a coger el teléfono o salir de casa. Por el momento la habían dejado en paz, pero no permitirían que la situación se alargase mucho más.


Al tercer día de su encierro sonó el timbre. Era Yago. Entró en la casa con su llave, sin esperar respuesta de dentro, porque sabía que no la obtendría, llevaba varios días esperando más de media hora en la puerta, estaba muy preocupado y no esperaría ni un segundo más a saber cómo estaba ella. Nervioso y con las manos temblorosas abrió la puerta, tenía los ojos arrasados en lágrimas, fue asomándose a las habitaciones en una impaciente búsqueda de Marie, la encontró en el salón, sentada en el suelo y rodeada de papeles, estaba sucia y parecía desmadejada, como una muñeca de trapo rota, tenía una crisis de ansiedad y respiraba con dificultad. Soltó las cosas en una esquina y se acercó a ella corriendo sin saber muy bien qué hacer.


-¡Marie!, oh cielos.


Estaba completamente pálida y los párpados estaban rodeados de capilares rotos, parecía que la hubieran pegado. Sin saber si era o no lo correcto la obligó a tumbarse en el suelo, tenía las pupilas completamente dilatadas, y comenzó a masajearle el cuerpo para que le circulase la sangre con normalidad, poco a poco le fue volviendo el color al rostro. Pasados un par de minutos intentó hablar, pero lo único que acudió a sus labios fue su propia bilis. Yago la incorporó para que pudiera vomitar y tras ello pareció sentirse mejor.


- Gracias- dijo con la voz ronca y quebrada por el llanto.


Los hombros empezaron a convulsionársele y Yago no supo más que abrazarla. La meció como a una niña acariciándole el pelo hasta que se calmó, en silencio él también lloraba.


- Tienes que comer algo ¿Vale?, voy a ver qué te encuentro en la cocina.- Marie asintió con la cabeza- ¿Te dejo aquí sentada?


- No, voy contigo.


Fueron juntos a la cocina y ella se quedó sentada en una silla. Nadie había recogido nada desde la última comida, que parecía haber sido bastante tiempo atrás. Yago buscó entre los armaritos de la cocina cualquier cosa rica en azúcares que le hiciese reponer fuerzas y no requiriera mucha preparación, finalmente se decantó por un bote de melocotón en almíbar, lo cortó y lo puso en un plato limpio, se sentó con ella en silencio mientras lo comía lentamente.


-Quiero ducharme, me siento sucia- dijo ella cuando acabó.


-¿Necesitas ayuda?- se ofreció.


- No, solo que… no te vayas por favor.- Yago sonrió levemente.


-No me iré.


Cuando ella hubo acabado Joan la obligó a acostarse, y le dijo que pasaría la noche en el sofá por si necesitaba algo, pero ella insistió en que durmiera en su propia cama así que se acostaron ambos vestidos, el uno al lado del otro, esa noche fue la primera en que durmió ella y una de las muchas que no durmió él.


Por la mañana fue él quien necesitó la ducha, después salieron a desayunar fuera, la noche de sueño le había hecho recuperar a Marie esa belleza que siempre había extasiado a Yago, Marie como recién salida de un cuadro impresionista, volvía a tener esa colorista cara difícil de evitar, los ojos grises y felinos, la mirada perdida, la nariz suave, los labios gruesos, la frente despejada y las mejillas rosas. Su pelo le caía a los lados en largos e interminables rizos castaños y ahí frente a la ventana se recortaba su contorno en el claroscuro de luces, presentándola como una divinidad, una divinidad triste y tal vez decadente, como una amapola tronchada y mustia que pugna por sonreír agradecida a su amigo. Estos pensamientos le restallaron como latigazos en el corazón al sentirse un traidor para con su amigo recién muerto, pero ella era tan bella, que el corazón se le enternecía con tan solo mirarla, y tenía que hacer verdaderos esfuerzos por no llorar al ver esos ojos devastados.



Tras el desayuno la dejó en casa y se fue al estudio, prometió ir a verla después del trabajo, por alguna razón desconocida no podía parar de pensar en ella, ni en su olor, en su voz, en su risa, necesitaba oír su risa de nuevo para poder estar bien, para poder sonreír el mismo. Sin embargo quizás lo que pasase en las próximas horas sería demasiado para su propia felicidad, para su propia subsistencia.


Cuando volvió a verla ella estaba con las maletas preparadas.


-No puedo quedarme aquí, todo me recuerda a él- dijo con lágrimas en los ojos.


El asintió a medida que sentía que se le rompía el alma, la abrazó para que ella no le viera la cara y lloró de nuevo.


No sabía que haría ahora, la quería, la había querido desde siempre, desde que eran unos críos y ella había empezado a salir con Elías, pero Elías siempre había sido el chico tímido del grupo, que no había estado con ninguna chica y adoraba a Marie, él que sin embargo por aquella época era ya un bohemio empedernido sin ninguna timidez para mostrarlo salía con la chica más popular de la escuela de artes, no podía interponerse entre ella y su mejor amigo, ¿qué clase de persona habría sido?. Sin embargo desde entonces no hubo a sus ojos ninguna otra mujer, ninguna otra musa. Con el paso del tiempo habían conservado la amistad y ella era una de sus mejores amigas, casi la única para ser francos y ese era el mayor obstáculo para su felicidad, si hubiera podido darla de lado quizás habría vuelto a ser ese ser risueño que fue algún día, pero sabía que no podría hacerlo, y menos en esas circunstancias, al fin y al cabo él mismo poco importaba, sólo era otro ser mezquino más, y ella un alma pura y bella, mutilada. Le daba miedo pensar, que este giro inesperado fuera quizás una segunda oportunidad para él, le daba miedo querer pensarlo.


-No será mucho tiempo, en seguida me buscaré algo y venderé la casa.


-Puedes quedarte el tiempo que quieras, será un placer. ¿Qué vas a hacer con sus cosas? ¿Necesitas ayuda?


- Ahora mismo no puedo tirar nada, ni quedarme con nada, de cualquier modo es algo que tengo que hacer sola, gracias igualmente.



Por duro que fuese el pasado, o esta ficción a la que algunos dan en llamar presente siempre es más fácil mirar atrás que hacia delante, el futuro siempre es incierto, y no creerte capaz de soportar algo, no creerte capaz de sobrevivir a su falta puede ser peor que lo que ya has pasado, que lo que ya has conseguido soportar, ya te sabes capaz de lo que has hecho y es por ello que cualquier tiempo pasado fue mejor, como dijeron los sabios, quizás no tengo ningún derecho a juzgarla por su miedo al pasado, quizás sea mi miedo al futuro el que me impide ver ninguna otra cosa, y es posible que sea por ello ella mucho más valiente que yo, más íntegra, pero cómo no tenerle miedo a mi futuro si a lo que más temo es a mi mismo a decepcionarme a fallarle, a fallarme, a no poder mirarme al espejo, a perder el único resquicio de fe que me queda, la fe en las personas, en el amor, si no soy lo suficientemente bueno como para controlar y pensar en ella, no quedará nada por lo que vivir, nada en qué creer, sin ni siquiera poder creer en mi… ahora bien ésta es la gran pregunta al menos la de hoy, qué me hace más infeliz, y qué me hace peor persona, qué es lo justo para mi, y qué para ella, quizás a lo máximo que podemos aspirar es a que esto acabe siendo lógico, como tantas veces.



Mientras tanto El tiempo pasa, inexorable a nuestros anhelos, lacra mi alma que se arruga y envejece, que se desengaña y aprende, no puedo cuantificar el tiempo, horas, minutos, segundos, valores objetivos, creados por seres subjetivos, imposible que casen. El tic-tac nos enloquece, no entiendo su cadencia, la vibración del cuarzo es fría y exacta, porque no medir el tiempo pues en latidos...


El tiempo pasa, nos ahoga, limita y define, nos engaña y pone trabas, relativiza los momentos y enfatiza los periodos, por qué ha de ser más importante una década que un segundo, si en este último mi corazón latió mil veces. Vivir en el pasado es más duro que avanzar, aún si este fue bueno, aún si tu futuro es incierto. No recordamos los estados de ánimo, recordamos los hechos, no recordamos más que las cosas prosaicas que duraron más de lo que debieran, quizás sea condición humana, quizás tan solo una equivocación.


El viento de invierno agita los árboles desnudos, solo yo parezco apreciar este instante, este instante impuesto e incorrecto esta noche no solo se crearán nuevas parejas y nacerán los nuevos niños del informativo de mañana, esta noche el tiempo inexorable que no atiende a nuestras peticiones ni a nuestra subjetividad, que no entiende de años pasará con la misma dureza invernal de cada noche, sin pararse a agradecer la noche que le consagramos, y así barrerá las vidas de los justos y hará sufrir a los inocentes.


El tiempo pasa, no escuchará ni sus réplicas ni las mías, el tiempo pasa y relativiza tu vida, te impide recordar lo importante, te ahoga y oprime el alma, hay quien dice que cura las heridas, hay quien dice que es tan solo una percepción subjetiva del alma, quién diría que no le importa lo que de él digamos, tanto si le pintamos amargo como salvador sus acciones sobre nosotros continúan invariables.


No me preocupa estar equivocado, me preocupa no estarlo, esta noche pasará exactamente la misma cantidad de tiempo que cualquier otra, no dejemos que nos permita olvidar. Nuestro índice de verdades es siempre menor del tolerable, pero no confío en el tiempo para que lo solucione, quizás sea un confiar en el futuro, quizás. Yo confío en nosotros.



Oph**




(Cada 3 ó 4 días intentaré publicar un nuevo capítulo de la historia, repetiré esta información al final de cada capítulo, que os remitirá aquí, para que leáis desde el principio y no fragmentos inconexos, de cualquier modo, leer un solo capítulo resulta en la mayor parte de los casos bastante sencillo y no suele imposibilitar la comprensión del fragmento, espero que os guste.)