viernes, 19 de octubre de 2012

Rima 84.




Fue así, casi como por descuido que se abrazaron presurosos de oscuridad, de silencio, sin haber decidido tan si quiera que lo harían. Fue así, casi de improviso que se dieron cuenta de que lloraban, de que temblaban y sudaban; no importó esto a unos, ni tampoco al otro. Ambos entendieron que no podía haber sido de otra manera, no para estos tan temerosos, para los que eran tan conscientes. Así que no les separó la pena, ni lo hizo la soledad. Tampoco ayudó esta a que se abrazaran más tierno, ni tampoco más fuerte, estaban paralizados, en “íntima compañía”, no podía ser de otra manera.

Hacía frío; aunque con toda probabilidad, no era esa la causa del titilar de sus cuerpos, fuera aullaban los demonios, y a hurtadillas la soledad se fue a jugar con ellos, a conspirar contra los hombres, a herir a las mujeres. Al irse, ella la vio desdibujarse contra el marco de la ventana, difusa y violenta. Ya se escondió la noche, ya venía el día; y no había en este, lugar para la soledad clara. A partir de entonces, habría de conformarse con la velada. Tuvo miedo, de que por escondida siguiera allí de todos modos, y refugió su cabeza en su hombro.

Él tembló, como si escuchase aquel pensamiento trémulo y vergonzoso de sí, pero no tuvo si quiera dónde esconder su corazón. Así que ella se lo cogió con las manos y con ternura lo besó, a ver si así se le pasaba un poco la congoja; a ver si así seguía atronándola con sus latidos un poco más.

Fue así, como se dio cuenta de que se había obrado un cambio, y entonces fue ella quien tembló  un poco.

Oph**

No hay comentarios:

Publicar un comentario