viernes, 15 de abril de 2011

El pensador.


Y me preguntó asombrado el escritor de ideas por qué siempre de sentimientos parecía escribir, mas no pude no ser sincera y no admitir que no es este sino un acto de aprehendida cobardía del mundo; así que, volvió el curioso pensador a inquirir el por qué de tal respuesta, y es que todo el mundo por suerte o desgracia siente, pero rara vez nadie piensa más de lo estrictamente necesario y adaptativo.

Tal vez sean pues, estos los sentimientos mi manera de mantenerme a salvo y a flote en ese el que parece que me ha sido dado, como un mundo para habitar cohabitado, en teoría, por otros, mis iguales, entre los que, sin embargo, a veces, no puedo no sentirme sola y perdida; y no lo tomen no como un acto de gallardía y elitismo, sino como el poso de los que estuvieron solos más de lo que hubieran gustado, de los que se encontraron solos, rodeados de alegres y festivas multitudes, de los que lo tuvieron todo frente a la persona adecuada, y esta pareció por unos instantes ser suficiente para llenar el vacío de sus vidas.

Sin embargo, la curiosidad de este pensador parecía ser insaciable y siguió descubriendo con avidez cada miseria de mi vergüenza, por ello preguntó por qué escribía los sentimientos tras metáforas, escondidos, como quien trata de esconder elefantes tras margaritas y luego escribe un sórdido texto sin ritmo ni belleza para, por ello, ante el mundo, disculparse, como fin más que como medio; y es que aun en la más cobarde de las artes parece que siempre yo tenga que esconderme de los posibles indecibles juicios rallando la perversión al convertir la escritura en fin más que en medio, en fin más que para mi propio Yo y tal vez, para la expiación de mis penas, que quizás no sea suficiente.

Y a veces, aun así, exploto y odio todo lo que me rodea y grito en silencio para que nadie lo oiga “Que tuerzan el cuello al cisne” creyendo, aun tan solo por un instante, que a las ampulosidades de esos tales Daríos he vuelto; y asustada entonces de la falta de contenido me asombro de mi propia involución, revolución de los sin alma, de los conformistas y siento la irrefrenable necesidad de escupir a esas amapolas que en su día creí esculpir.

Y en estos instantes quiero romper la inocencia que me quede contra el suelo y que junto con ella estalle el idealismo, cansada tal vez, de ser escritora de sueños, me gustaría por un momento convertirme en pensadora, sin embargo, en seguida vuelvo y sé que para ello no valgo y como si de una caída libre levantara sigo andando, magullada, conocedora de que esta sea tal vez la única manera de no matar esa Ophelia que tal vez me vanaglorie de haber creado, pero que no constituye si no una falta de respeto para aquella que de entre las aguas murió.

Y quiero dejar de ver la primavera como la ocasión de las flores secas y los días luminosos, no es sino una revolución que silenciosa y abúlica vapulea nuestros cuerpos y nuestras mentes, contra todo pronóstico, escondida, cobarde como yo, bajo su cálido manto y florecimiento y, sí, es que Primavera, como ya en su día dije es nombre de mujer. Me pregunto si tras la “Niebla” no estaría escondida la mayor de las verdades, y ante una sola mujer todos nos enfrentáramos, complicado desde dentro aceptarlo, y aceptar por ende la ausencia de mi propia identidad; pero en cierto modo y en lo poéticamente tocante, eso parece que es lo que pensaré hoy, que no somos más que diferentes cristales de la misma nieve, y que la niebla, más que escondernos a la luz nos saca, como si sobre nosotras hiciera, se reflejase una luz de las que no hay, en una niebla de las que en primavera no existen.

Y por ello pido perdón si tal vez a alguien impelí a bailar bajo la lluvia, o a teñir sus ojos de sonrisas, puede que por unos instantes en el derecho de esto hacer me creyera, y no lo tomen como un amargo texto, sino como uno sincero, y es que nadie tiene derecho a nada pedirles, ni si quiera si este nada es su propia felicidad y algarabía, pero si tienen derecho todos, por supuesto y sobre todo a preguntar, como si de pensadores se trataran, de esa extraña raza que levanta la humanidad y que de lado por ellos deja los sentimientos.

Oph**

1 comentario:

  1. Discrepo en una cosa: El arte no es cobarde porque el arte es un espejo. Yo no pienso que las palabras tengan la capacidad de esconder sentimientos a los que no queremos enfrentarnos, sino todo lo contrario: los sacan a la luz, aunque sea de refilón, por muy adornados que estén, porque algunos necesitamos observarlos desde fuera. Sólo el silencio es cobarde. Incluso cuando escribimos "soy cobarde" somos valientes, sólo por estar exteriorizándolo.

    Después de un texto como éste, no sé cómo puedes decirte no pensadora.

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