miércoles, 6 de abril de 2011

"Summer in the city"


Repica el agua caliente contra mi cuerpo pálido, furiosa y violenta, y cae arremolinándose a mis pies en rápidos torbellinos, como si estos algún mal pudieran causarle a aquella, la causante de los más devastadores males, y su repiqueteo no consigue sin embargo calentar mi cuerpo, que flácido espera a que se caliente más, y más fuerte golpee, como esperando algún mendigo encontrar, de esos que se dice que cuando van muy viejos y andrajosos placer encuentran en decirte su nombre, como si su propia persona con ese acto rescataras.

Y tras incontables días de sol, que sin embargo sé, que no superan el par han llegado las nubes, que anuncian que esta vez el agua caerá fría, con la incertidumbre de no saber si lo hará nuevamente furiosa y violenta, o abúlica como si al decir el nombre de la misma también la personificáramos y en una eterna prosopopeya esta decidiera por sí misma la cadencia que tomará sobre nuestros cuerpos abrazados. Y si a mi intención se debiera el repiqueteo de la lluvia no se vería interrumpido más que por los acordes de un viejo piano roto a las afueras de Madrid, en un eterno “Summer in the city” y el olor a jabón contra mi pelo.

Y algún viejo loco postuló una vez que además de venir del mono nuestras emociones eran adaptativas, y yo no puedo sino reírme hoy de esos viejos soñadores que querían esconder sus temblores y debilidades en la ontogenia filogenética, “like a drunk, but not” y es que es empírico que las emociones negativas perduran durante más tiempo en nuestro organismo que las positivas, a las que fácil nos acostumbramos; si esto es lo que resulta adaptativo, a mi no se me ocurre más que la revolución espontánea contra todo lo que nos rodea, en todo momento como única vía expiatoria de lo que tal vez fueran nuestras faltas ontogenéticas, como si Dios siempre hubiera pugnado por una sociedad individualista y espectacularmente revolucionaria, o como si la tierra no tratara más que de autorregularse, desde algún puerto impelida a la prosopopeya, emulando al agua, y como si así no hiciera sino nos llevara a la desesperación y la destrucción, de manera que tal vez no quiera más que sola quedarse, invadida por un sentimiento de tristeza extraña, que emana el resplandor de la luna al cegarla el rey sol, a mi entendimiento escapa sin embargo la naturaleza de sus deseos, así como las atribuciones que su cognición hace de estos nuestros actos, tal vez simplemente sea conocedora de la ausencia de amor y la vileza de nuestros actos que tras esta palabra parece siempre querer esconderse.

Y no quedan en el suelo más que los viejos pétalos rosas empapados y desnutridos, como secas flores arrebujadas a mis pies y no tratan si no en un último esfuerzo emular un granate violáceo para ser proximal estímulo en mis retinas.

Oph**

1 comentario:

  1. "esos viejos soñadores que querían esconder sus temblores y debilidades en la ontogenia filogenética." Me ha parecido soberbio.

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