domingo, 27 de junio de 2010

I. Sofía.




Sofía se dejó caer en una esquina del piso sintiendo que las piernas no la sostendrían mucho más tiempo, sus hombros convulsos no obedecían a sus recias órdenes de serenarse y acabó por sumirse en la autocompasión más absoluta, las lágrimas se anegaban en sus cuencas cuales ciénagas y a través de la neblina no era casi capaz de atisbar sus uñas de los pies lacadas de rojo...


Quizás os parezca excesiva la reacción de nuestro personaje, ya que de un tiempo a esta parte se ha perdido la sensibilidad en este mundo que nos encarcela, pero son sin embargo estás reacciones desmedidas las que nos conmueven y recuerdan la existencia de ciertos seres ingenuos y sensibles ante el mundo que les rodea, ciertos seres que no han caído en la corrupción, el libertinaje y la farsa, ciertos seres que no perdieron el idealismo, algunos seres que sueñan con atardeceres y amaneceres, ocasos infinitos en los que la bondad del mundo y su belleza salvan a la humanidad de esa ceguera que las lágrimas en los ojos secos impide su visión del mundo tal y como la sensibilidad humana lo merece. Por lo tanto os pido que no juzguéis a este personaje más que como a un ser puro juzgaríais y que no intentéis hacerlo antes de entenderle.


La gente pasaba a su alrededor sin entender el porqué de su disgusto y sin siquiera preguntarlo de corazón, acostumbrados a sus excentricidades pasaban a su lado no dirigiéndole más que miradas de soslayo... como de costumbre había un libro entre abierto en el suelo y supusieron que no se trataba más que de un ataque por la muerte de un personaje sin importancia. Mientras tanto, Sofía en el suelo no creía poder sostener el corazón dentro de su pecho mucho más tiempo y se le cortaba la respiración a cada momento debido a los hipidos causados por el llanto, rezaba en su interior sin encontrar a quién hacerlo, que las horas de vida que restaran a aquel miserable cuerpo vapuleado por sus propios humores internos, pasaran raudas a su alma causando el menor desgaste posible.


Sonó el teléfono y supo que su sufrimiento casi había llegado a su fin, los timbrazos martillearon sus oídos sin piedad durante un lapso de tiempo incalculable para ella, pasados unos segundos oyó un grito ahogado y un golpe lejos en el salón, supo ahora que la noticia era pública, era cierto y no podría intentar negarlo durante más tiempo, ahora todos lo sabían y acababa la posibilidad de ocultarlo, de vivir como si nunca hubiera pasado, él había muerto, ahora, solo ahora que todos conocían la respuesta, ahora lo sabía con certeza.



Carmen se acercó despacio a ella, si saber muy bien qué decir o como consolarla.


-No te apures hija- dijo ella, se le quebró la voz- ¿ya lo sabías no?


Sofía asintió levemente con la cabeza y prorrumpió de nuevo en sollozos, Carmen le acarició el pelo despacio intentando serenarse ella misma.


-¿Cómo fue?- mustió.


- Ha sido un accidente, ha dicho ella, no me lo ha podido explicar, para ser francos, está destrozada…- Desvió la mirada de su hija avergonzada de su propia debilidad.


- No quiero que estés aquí sentada cuando llegue tu padre, no sé cómo va a tomárselo, ya sabes, al fin y al cabo es su hermano y le quería, aunque Elías siempre se pusiera de nuestra parte…


Las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas de manera incontrolable, sin decir nada más hizo levantar a su hija y la condujo suavemente a su cuarto dejándola sentada en la cama, con la mirada perdida, como muerta.


Era una niña muy sensible, su situación la hería incluso más que a ella, era en cierto modo una víctima peor parada, quizás era simplemente porque no había conocido en sus carnes nada diferente, y lo echaba tanto de menos que cualquier mínimo golpe le hacía derrumbarse. No debería tolerarlo, la situación tenía que cambiar, se lo había dicho tantas veces… pero una vez más no era el momento adecuado, esta vez quizás por una buena razón, tal vez la mejor que había encontrado en mucho tiempo.


Oyó la llave introducirse en la cerradura y girar, la puerta se abrió y cerró bruscamente, era él. Se dirigió a su encuentro temerosa de lo que pudiera encontrarse, había llorado, ya sabía la noticia. Tenía los ojos rojos y se había estirado del pelo, olía a alcohol, probablemente estaría borracho.


-Román…- Empezó ella dulce- ¿cómo estás cariño?


- ¡Qué preguntas! ¿Pero que iba a esperar de quien me toma por una bestia? ¿No habrás llorado mujer?- Espetó- ¡No habrás tenido la poca vergüenza de llorar! Era mi hermano, no tienes ni idea de él, no sabes lo que es quererle, no le conoces, no tienes derecho a lamentarte.


-Estás borracho, tranquilízate por favor…


-Encima me vienes con tu moralina, te crees mejor que yo por haber llorado su muerte, no tienes derecho a hacerme esto. ¡Sal de aquí!, ¡No quiero verte!


Román tiro la bolsa en una esquina y se encerró en la habitación de matrimonio, desde fuera Carmen le oía llorar y quería entrar y consolarle, pero sería mejor esperar a que se tranquilizase.



Fuera la lluvia cae estrepitosamente, y al estrellarse contra el suelo se rompe en miles de millones de cristales diminutos frágiles e imperfectos, el contacto con la realidad como un duro golpe elimina la perfección gravitacional de las gotas incorpóreas y momentáneas, que sin embargo no pueden mojarles ni herirles, porque ya han desaparecido sin que nadie en ello repare.
Como si de sus lágrimas se tratase, sueños perfectos que al contacto con la realidad de su piel se rompen y arañan sus mejillas, las vuestras, sin que puedan pensar por tan siquiera un momento en ninguna otra cosa. Estrepitosamente, esa es la palabra, lo llantos más silenciosos son los más estrepitosos para el alma.



En su habitación Sofía despierta como de un sueño, una ensoñación, una intranquila vigilia, él ya no está, quizás sea así todo más sencillo, y podrá dejar de suspirar por su piel, es posible que Marie vuelva a mirarla a la cara y lo que es seguro es que su padre ya no se enterará de que le quería, buscó en él con todas sus fuerzas, buscó como busca el que espera encontrar, esperanzada y casi conocedora de que su búsqueda sería forzosamente fructífera, buscó como una niña confiada un defecto por el cual de él poder enamorarse, algo que en él fuera odioso, para así poder por algo suspirar, pero no pudo ser, quizá nunca sepa la respuesta, del por qué, por qué se empeñaba en ser tan perfecto, tan dichosamente perfecto y adorable para todos, tan protector con ella y su madre, tan correcto y cariñoso con Marie, tan tierno y agradable a cada mirada, tan casto con ella.


Buscaba en él infructuosamente ese defecto que le hiciera accesible, que le hiciera humano, ese que le hiciera vulnerable a sus encantos, se sabía una chica bonita y joven, dispuesta a darlo todo, buscaba ese defecto del que poder enamorarse, uno lo suficientemente grande para que estuviera a su altura y por ende, lo suficientemente grande como para que no le impidiera de él enamorarse, esta es la única forma posible de amor, la del amor impar, la de querer quererle y no poder por no haber encontrado aún ese defecto, una vez este hallado pude quererle pero ya no quise hacerlo, nunca existiría para ella ningún otro tipo de amor, no aspiraba a más que a un apasionado romance de dos meses, no ella nunca sucumbiría ante un hombre, no acabaría como su madre, no sería otra crédula más, moriría sola, independiente y feliz, sin que nadie intentara apoderarse de su dicha.


¿Podía saberse qué hacía pensando en ella?, él se había muerto, para siempre, nunca más volvería a verle, las lágrimas anegaron sus ojos de nuevo, él nunca volvería a sonreír, con esa sonrisa suya que hacía pararse al mundo, no había muerto un hombre, había muerto un artista, un idealista, de esos que se habían extinguido hacía mucho tiempo. Marie debía estar destrozada, ¿y a ella qué? Ella le tuvo mucho tiempo sin importarle lo que ella sentía, no tenía ninguna necesidad de compadecerse de ella. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza, desordenados, sin pedir permiso para formarse, eran pensamientos mezquinos que no la dejarían incólume, eran pensamientos oscuros de esos que todo lo permiten. Los sollozos habían parado, pero no se sentía mejor, el llanto no había calmado su alma, había oído gritar a su padre, y le había oído llorar. Decidió salir a la cocina a ver a su madre.



El fregadero estaba lleno de platos con restos de comida y el hule amarillento lleno de manchas de la comida anterior, su madre estaba fuera, en el estrecho balcón, fumando, la oyó toser y llorar. Fuera hacía frío y tenía la cara enrojecida, los ojos hinchados. Al verla aparecer se secó rápidamente la cara con la manga y atusó el pelo encrespado intentando poner orden entre las horquillas. Sonrío levemente, en una mueca, en una sonrisa rota.


-¿Tienes hambre?, ¿quieres algo de cena?- preguntó dulce, aunque con la voz húmeda. Sofía negó levemente con la cabeza. – Mañana es el funeral ¿irás?


-Sí, no iré a clase mañana.


-Está bien, es a las doce, no sé si iremos con tu padre o por nuestra cuenta, estate preparada antes por si acaso.


Sofía asintió con la cabeza.


-Mamá… es tarde, si papá quiere pasar la noche solo puedes dormir en mi cuarto.


-No pasa nada, me echaré un rato en el sofá, no creo que pueda dormir de cualquier modo, así que si quieres algo estaré aquí. Ahora vete a acostar.



Con la luz apagada en su cuarto le queman los ojos cerrados, ha sido un día largo y está cansada pero no podrá dormir.


Aquí es donde ha despertado, en esa bruma de humo gris, encerrada en la ausencia y mareada por el olor de todas aquellas sonrisas fingidas, aún así no queda más que amar el daño, y soñar en gris, esperar que dure para siempre y la meza, vapulee y contusione. De la vida lo único que vale son los golpes. Es lo único que fue verdad, lo único que fue objetivo, lo único que no tuvo que inventar, porque aún cuando el día es claro lo máximo a lo que aspiras es al gris, a poder seguir recordando aquel olor añorado, otro de aquellos que queman en la garganta haciendo que los ojos se te llenen de lágrimas y se te moje la voz, aquel olor a sonrisas rotas y a miradas vacías.


La aurora a años luz difumina este gris irreversiblemente dando paso al insoldable negro, esa negrura fría en que no huele a nada, que te envuelve con su manto de acero, adaptándose a todos los recovecos de tu alma, flexible para cada herida, te oprime, te asfixia y aprisiona contra la cama, pesa su presencia sobre tu pecho, pero ya no te salen más lágrimas, porque ya no pueden consolarte, ahora es cuando abres los ojos intentando atisbar un punto de luz en la oscuridad, pero todos aquellos en los que podrías pensar se relativizan frente al dolor, la luna no brilla esta noche, el sol no brillará mañana, no habrá nubes en el cielo, ni es que la luna sea nueva, hoy quienes tiritan no son las estrellas, ni siquiera a eso se atreven. Hoy tampoco me atrevo a cerrar los ojos.


Las gotas de rocío se me clavan en la piel, el amanecer es rojo como habría sido de esperar, aunque por unos instantes dejara de creer en su existencia, no sé lo que ocurre, ni cómo explicarlo, será que los golpes me desorientaron o que perdí la bendita virtud de saber lo que quiero, quizás simplemente sea otro ser más que vaga sin saber dónde va, y sin que le importe de dónde viene.



Es lo que ocurre una noche más en la que fuera hace frío y dentro tormenta.



Hace sol. Un sol insultante que parece mofarse de nuestra tristeza, de nuestra desesperación, de nuestra pena, y hoy es el día que el mundo escoge para una vez más sonríeme tímido y azorado quizás pidiendo perdón por las falsas sonrisas del pasado, por esta incoherencia... este perdón es sin embargo completamente innecesario, teniendo en cuenta que no son sus mentiras sino mis creencias las que me equivocan, mi maldita inocencia
el mundo me sonríe con una sonrisa clara aguamarina, pero bajo el agua sus sombras se confunden dificultando el entendimiento, sin embargo quizás sean estas falsas sonrisas la única cosa pura y bella que podamos agradecerle al mundo, aún cuando se conviertan en maldades y desilusiones a los pocos soplos de viento, que hoy no puedo aceptar, pero
por falsas que estás sean las sonrisas del cosmos nos permiten bajar la guardia, sentirnos afortunados y caminar, durante estos laxos de tiempo en los que permanecemos engañados son aquellos en los que somos felices y nos entregamos a las pasiones humanas
por lo tanto debemos agradecer al mundo como nuestro creador que nos engañe y debemos agradecer a nuestro falso intelecto que nos deje ser engañados, debemos quizás agradecerlo hoy al mundo su mofa.



La tierra cae con ruido sordo sobre las rosas, el sonido del viento en las hojas muerde el silencio y los llantos, es una manera como tantas otras de decir adiós, de decir hasta siempre, y espero que también hasta pronto.


Cae un pájaro muerto de un árbol próximo ¿inanición?, tal vez, ni lo sé ni me importa, de ser así hoy ya hemos aumentado su dieta de gusanos, mañana Dios dirá.



Oph**

1 comentario:

  1. Veo que su estilo aun no está del todo definido, pero tiene muchísimo potencial. Espero seguir leyendo capítulos de este libro y que los cuelgue en brevedad.

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