domingo, 20 de junio de 2010

Llora.


Llora, y el silencio estalla en mil pedazos de cristalizados sueños que parecen hacerse realidad, que no son sino la más absoluta incertidumbre, la incertidumbre desnuda y solitaria que tiembla en la aurora fría de la mañana que anuncia el comienzo de lo que nada cabe esperar y de lo que todos querrían que fuera.

Y no es más que un amor desesperado a la esperanza, a los caminos abiertos, a lo que ya pasó para nosotros y a todos los errores que aún no ha cometido y por los que aun no podemos culparle, un amor desesperado y doloroso a esa confianza en la humanidad, a poder confiar en nosotros mismos y a una fe ciega en él, en ella, en nosotros, que no es más que la misma cosa al fin y al cabo. Por que es también una confianza ciega en estar todos hechos de la misma pasta, esa que queremos desintegrar entre nuestras manos cuando nos enfrentamos a lo que no entendemos y esa que llenamos de besos cuando está bien moldeada, cuando eres tú el que lo haces y me busco, perdida entre tus manos.

Llora.

Y amamos ese llanto con todas nuestras fuerzas sin saber lo que esconde, sin saber si quiera si esconde algo, si es algo más que un impulso, o si lo será algún día, y lo hacemos porque necesitamos confiar en que lo es, para poder seguir amándonos a nosotros mismos, lo amamos instintivamente y tan dolorosamente que se llega a decir que es el único amor que sentimos, y que si no llega, si se extingue, sentimos como muere una parte de nosotros, como si nos la arrancaran y nos dejaran mutilados, de algo que no conocemos y ni siquiera hemos podido llegar a apreciar.

Y llora, y nadie se plantea si tal vez no hubiera sido mejor que no hubiera ocurrido y que tras ese llanto no hay marcha atrás sin culpa, sin errores ni sin golpes, sin errar, sin caer, porque hay que vivir, decía Mario, y esa es nuestra miseria, esa necesidad de agarrarnos a la vida por un compromiso al que no accedimos, por una responsabilidad que nunca escogimos y a la que a veces damos las gracias de todo corazón y otras maldecimos.

Incoherentes, gracias al cielo que lo somos, gracias al cielo que podemos escuchar ese llanto, ese pum pum, y henchirnos de alegría y llorar sin saber por qué, y amar sin necesidad de pensarlo, sin racionalizarlos al menos por una vez, por parecernos natural, sin necesidad ni de cuestionarnos el por qué, para poder sentirnos de ello capaces, capaces de amar, y de sentir sin necesidad de nada a cambio porque nada nos dieron, simplemente de amar ese llanto, esa esperanza, y esa incertidumbre del que todo lo tiene por delante.

Llora, y sus pulmones se llenan de aire por primera vez, y su corazón late con fuerza, y el tuyo se para sobrecojido, y resbalan lágrimas por tus mejillas, y te sientes morir, porque empieza una nueva vida.

Un milagro, si es que existimos y si somos algo más, una condena si es que somos animales que "tienen que vivir".

Tal vez, sea un milagro por el simple hecho de preguntárnoslo, tal vez sea una condena por la misma razón.

pensemos que es un milagro "mientras llega la respuesta, pensémoslo, por si no llega."


Oph**

1 comentario:

  1. Es una de las cosas mejor escritas que he leído últimamente. Me ha hecho sentir ese escalofrió que como un rayo baja recorriendo desde las nuca hasta todas las extremidades. Sigue escribiendo así que me encantaría poder seguir disfrutando de ensayos tan buenos como este!

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