lunes, 11 de abril de 2011

Mankind.


Informe masa infecta, convulsa y palpitante, asquerosamente homogénea, degradante, que al compás de los menos baila y arrastra en su danza a todos los demás cuales bóvedas ovinas mentes. Informe masa, orgullosa de su cadencia, de la esencia y el olor de sus vergüenzas, informe y uniforme masa heterogénea que arcadas de su propia existencia siente, masa, de estrellas tachonada que ocultas por el olor de las vergüenzas quedan, clave de lluvia entre dos manos escondida, que tapan los puntos de luz que de ella destellar podrían, y no pueden si no morir en los pliegues de la carne.

Hedionda pestilencia, sucia repugnante y de su sexo propio obscena, si es a su aire dejada, más que por el fruto de su esfuerzo y su imberbe revolución a la consecución de cosas que ni entiende ni ya hoy desea, pero es impelida por su propia inercia inconsciente. Y grita informe, con cadenciosas y asincrónicas voces, las hay tenaces, desgarradas, suaves, pálidas y estrepitosas, como nuestros cuerpos, que descontrolados no saben qué quieren decir y ni parece que les importe.

Viscosa, y nunca mejor dicho, encarnizada, furiosa y violenta, cálida y dulce, abyecta y pasional, que no quiere si no el contacto al estilo de la soledad

¿qué esperaban que esta fuera si no de la humanidad?

Oph**

Las Ophelias vivas.



Espera sabiendo que nada llegará, contoneando su cuerpo sobre sus pies desnudos, hasta que acabe la canción, y comience la miseria, sus manos suaves y acariciadoras, la acompañan en su suave contoneo y dirigen su cintura, basculante entre los extremos proyectados de sus pechos a izquierda y derecha. El olor de su pelo desdibuja invisibles líneas en la atmósfera que la rodea por cada nuevo giro de cabeza, más inesperado si cabe que el anterior, y la lluvia la empapa devolviéndola a la vida, recorriendo su desvestido cuerpo hasta morir contra el suelo de un duro golpe y una leve salpicadura eco del recuerdo.

No es esta si no la Encarna más que para el experimento creada, la Sonia Semionovna a la que nunca nadie podrá olvidar por la pureza de sus actos, y no es esta si no otra de esas efigies de las grandes literaturas que saben que nunca existieron y que sin embargo, a vivir y a dar sentido a nuestras vidas nos impelen, como solo puede hacerlo la palabra entre la retórica y la dialéctica perdida, que no es sino el pensamiento, y por ello y por todo, el nuestro, pero no son más que uno de esos nombres sin persona, creado para un mundo en el que existen más de estas, que personas sin nombre.

Y por extrañas razones, que a mi entendimiento escapan, parecen resultar estas figuras menos reales que todas las que a su creación subyacen, como si tomara Dios más realismo sobre nosotros que nuestras propias gentes, aunque de su existencia a veces dudemos. Asumo que ellas también lo hacen de la nuestra, y esta paradoja surrealista no me lleva más que a cuestionarme mi, a veces, inexorable existencia; al que igual que ellas no parecen existir más que cuando sobre las mismas caen las lágrimas yo tal vez no exista, si no como el reflejo de un rostro sobre el agua, de unas lágrimas que nunca fueron derramadas, al no ser mis actos tan puros ni tan pálida mi belleza como es la suya descrita, y la mía en sus retinas impresa, que no miran más que sobre mis ojos en las páginas desenfocados.

Y es por ello, que cuando los inviernos oscuros se encumbran tras los grises otoños cree la primavera haber perdido cualquier esperanza de ganar esta vez la partida; y es entonces, cuando la oscura luz ilumina las páginas sepias de estos nuestros libros y nos impele la obscuridad a aclarar nuestras vidas con las miserias de los otros, haciéndonos creer, al menos en el instante que derramamos el café espasmódico sobre las páginas y nos embriaga su sobrio olor, que nada podría ir mejor, recordándonos que el circadiano invierno ha vuelto, sin olvidarse de nosotros, demostrándonos en cierto modo que la vida no se olvida de nosotros al igual que no lo hace de ellas y que no por ello hayamos de ser más reales ni menos vulnerables a las exigencias de un Dios que no creemos que exista.

Y es en este punto, cuando la otoñal lluvia que ya atrás quedó en nuestro recuerdo, ha calado en nuestras almas y se ve allí aturullada por el frío invierno, en un desarropado esfuerzo por calentar nuestros cuerpos con algo de pasión sale por nuestros poros expirada, lágrimas vivas que hacen renacer las diosas olvidadas. Y estas conocedoras de de la brevedad de su existencia aunque más inmortales que nosotros mismos deciden salir al encuentro y bajo nuestras penas bailar desnudas, al compás de nuestros tiempos riéndose de la futilidad de nuestros sueños y la volatilidad de nuestra existencia, inmortales invenciones sin nombre ni prisas.


Oph**

miércoles, 6 de abril de 2011

"Summer in the city"


Repica el agua caliente contra mi cuerpo pálido, furiosa y violenta, y cae arremolinándose a mis pies en rápidos torbellinos, como si estos algún mal pudieran causarle a aquella, la causante de los más devastadores males, y su repiqueteo no consigue sin embargo calentar mi cuerpo, que flácido espera a que se caliente más, y más fuerte golpee, como esperando algún mendigo encontrar, de esos que se dice que cuando van muy viejos y andrajosos placer encuentran en decirte su nombre, como si su propia persona con ese acto rescataras.

Y tras incontables días de sol, que sin embargo sé, que no superan el par han llegado las nubes, que anuncian que esta vez el agua caerá fría, con la incertidumbre de no saber si lo hará nuevamente furiosa y violenta, o abúlica como si al decir el nombre de la misma también la personificáramos y en una eterna prosopopeya esta decidiera por sí misma la cadencia que tomará sobre nuestros cuerpos abrazados. Y si a mi intención se debiera el repiqueteo de la lluvia no se vería interrumpido más que por los acordes de un viejo piano roto a las afueras de Madrid, en un eterno “Summer in the city” y el olor a jabón contra mi pelo.

Y algún viejo loco postuló una vez que además de venir del mono nuestras emociones eran adaptativas, y yo no puedo sino reírme hoy de esos viejos soñadores que querían esconder sus temblores y debilidades en la ontogenia filogenética, “like a drunk, but not” y es que es empírico que las emociones negativas perduran durante más tiempo en nuestro organismo que las positivas, a las que fácil nos acostumbramos; si esto es lo que resulta adaptativo, a mi no se me ocurre más que la revolución espontánea contra todo lo que nos rodea, en todo momento como única vía expiatoria de lo que tal vez fueran nuestras faltas ontogenéticas, como si Dios siempre hubiera pugnado por una sociedad individualista y espectacularmente revolucionaria, o como si la tierra no tratara más que de autorregularse, desde algún puerto impelida a la prosopopeya, emulando al agua, y como si así no hiciera sino nos llevara a la desesperación y la destrucción, de manera que tal vez no quiera más que sola quedarse, invadida por un sentimiento de tristeza extraña, que emana el resplandor de la luna al cegarla el rey sol, a mi entendimiento escapa sin embargo la naturaleza de sus deseos, así como las atribuciones que su cognición hace de estos nuestros actos, tal vez simplemente sea conocedora de la ausencia de amor y la vileza de nuestros actos que tras esta palabra parece siempre querer esconderse.

Y no quedan en el suelo más que los viejos pétalos rosas empapados y desnutridos, como secas flores arrebujadas a mis pies y no tratan si no en un último esfuerzo emular un granate violáceo para ser proximal estímulo en mis retinas.

Oph**

jueves, 24 de marzo de 2011

Imprecisiones de una noche de un beso preciso.



Bailaba suave la imprecisión de tu trazo sobre el lienzo “Rama de almendro en flor” se llamaba la obra, y es que no todos los artistas son poetas, y rasgaban a la vez todas las plumas sobre sus manos arrugadas y grises que ya no tenían fuerzas para levantar el pincel y aspirar el olor del óleo, se quebraba a cada respiración irremediablemente el caro horizonte, como para dar paso a la inevitable noche, y fue entonces cuando supimos que nunca más volveríamos a vernos.
Fue por la precisión del último beso por la que lo supe, por la imprecisión de su última mirada y el olor a sangre de la que hubiera sido su oreja siglos atrás. Y por una millonésima de segundo ella erró el pestañeo y una lágrima fornida rodó por su mejilla hasta colisionar con su lunar de la región supralabial, que se erguía, rey de sus sonrisas, súbdito de sus ojos.

Y como para insultar al arte además de a ella, y matar dos pájaros de un tiro (de esos que cantaban mal informados al creer que morirían de hambre), mató las sombras de la imperfección y la espontaneidad en ese último beso, tantas veces ensayado, en ese último beso que pensaba regalarle, más como una limosna que como un verdadero beso, uno tan solo susurro del recuerdo, perfecto y por ello deleznable y espantoso, para así poder olvidar más fácil el cosquilleo de sus labios cada vez que los suyos en ella se posaban, y el olor de su respiración, de sus cigarrillos de vainilla y el aleteo de sus pestañas, que ocultaban la sonrisas de sus ojos en cada beso, parece imposible que todo aquello fuera mentira, que algo como eso pudiera ser fingido, pero ahí estaba él para sorprenderla de nuevo.

El cielo cuajado de preciosas flores muertas, no es más que otro engaño de la naturaleza, como el día de sol que precede a las frías lluvias grises, que abúlicas e inclementes desgarran el tachonado del firmamento, y se mojan las flores de almendro, cuales nenúfares por su eterna Némesis juzgados y se corren los colores, como corren las lágrimas por sus mejillas.

Se pegan las ropas mojadas a su cuerpo, desdibujándolo y creando para él una dolorosa imagen de la despedida, y es que nunca fue otra cosa para él, más que un cuerpo vigoroso que poder estrechar en las noches frías, uno del que huir en las cálidas, simplemente un seguro, de que siempre habría besos, para poder jugar más fácil.

Sin embargo, ella todo lo veía desde dentro, era su punto de vista demasiado cercano al problema, donde todo se ve borroso, y demasiado lejos estaba el de él, donde si quiera te molestas en discernirlo; los umbrales de percepción perfectos son por ende los de los amigos, los suyos habían jugado a ambos una mala pasada, pero estos, aun queriéndote pueden mentirte sobre lo que eres para que puedas seguir irguiéndote cual lucero de la mañana ante sus bondadosos ojos, que no hacen sino destilar el dulce engaño.

Y tal vez esto no fueran más que desajustes de una mala noche, de un día ensoñado por la falta de sueño, y como su inconsciente, en dejarla se empeñara, la ausencia de MOR tal vez había conseguido lo propio con los ojos abiertos; tal vez, fuera una decisión meditada con calma y de la que ningún otro final podría haber salido, eso no lo saben hoy y tal vez no lleguen a saberlo nunca, pero ya no importa, porque por una razón u otra nunca se retractará de lo que hizo, por mucho que llegue a arrepentirse, y es que nunca llegaremos a comprender hasta qué punto somos determinados o indeterminados, hasta qué punto sabíamos desde el principio cuál sería nuestra decisión final o si tal vez pudiera existir un desenlace alternativo, tal vez, en realidad no importe mucho, porque a medida que odiamos la incertidumbre necesitamos sentirnos dueños de nuestro propio destino.

Hay quien dice y a quien a bien quiero, que no existe el alma, tal vez si no lo hace, nuestra capacidad de decisión sea mucho mayor y por ende nuestra realización personal, no creo que esté equivocado ni puedo tratar de saberlo, ni si quiera quiero hacerlo, simplemente, porque no creo que pueda ser feliz pensando así.

Y en un desesperado intento por retenerlo contra sus labios ella enredó los dedos entre su pelo y lo atrajo hacia sí, tratando de desdibujar el contorno de sus labios con su lengua, para no olvidarlos, jugando al cíclope casi a escondidas y sin que él respondiera un ápice a su juego, aunque sabía que tras esto no sería capaz de contener el llanto, como no había sido ya capaz de contener las lágrimas.

Tal vez él estuviera dolido pero la miró frío y la despidió con un simple gracias, dejándola con el corazón en el suelo, roto en pedazos y sin ganas de reconstruirlo, se fue, andando en dirección contraria a ella con paso rápido y sin mirar atrás, destrozando a su paso las ya mustias flores de almendro, que por él habían perdido su belleza efímera, tal vez para simple, y tal vez, esto no tuviera más importancia para nadie que para ellas, y tal ver para ella, que tumbada en el suelo trató de imaginar desde su hombro las formas en las inexistentes nubes, cuando solo podía ver el cielo, de las preciosas flores de almendro, tachonado, ahora su alma vagaba un par de metros por encima de su cuerpo, y solo las veía estampadas y mustias contra el suelo, como lo estaba ella misma. Y como tal vez lo estaría siempre de esta parte a un tiempo.

Oph**

domingo, 20 de marzo de 2011

“I never loved nobody truly, always one foot on the ground”



Perdí esta vez, y parece que sin vuelta atrás, el pie que tenía en el suelo y ante la asombrada mirada de todos en vez de caer eché a volar, como empujada por una fuerza sobrenatural que me gustaría se hiciera más patente para poder entender, y poder sentir que en realidad existe ese algo diferente y sobrenatural; sin embargo, qué mejor definición tautológica de que esa fuerza existe porque vuelas y que vuelas por la existencia de la misma. Creo que para los problemas del corazón tendré que servirme a partir de ahora de esta pobre explicación, así como de la que clama mi corazón cuando no puede verte.
Y es que tanto me harté de decir que el amor no existía, que ahora parece incluso un agravio a la inteligencia y la moral proclamarlo como el sentido de la existencia y la fuerza de mis actos, espero que no se me acuse por ello de hipocresía o prostitución de mis ideas, por lo pronto, espero que no se me acuse más que de cobarde y temerosa, y es que qué es si no la sonrisa más que la retracción vertical de los labios, enseñando los dientes; asociada al miedo, a la sumisión a la superioridad del otro, que no se me acuse de más que de simple temerosa de la vida, que no es por otro lado, más que la peor de las faltas, la del odio; el odio, como la visión del otro como un ser maligno e impredecible, que queremos que desaparezca, puede hacernos daño en cualquier momento, lo que es lo mismo que decir, que no se trata de nada más que un miedo atroz y un desconocimiento extremo; en la medida que tememos aquello de lo que no podemos establecer control, el odio parece presentarse como un sentimiento extremo de la animadversión, nada más allá que una especie emocional en peligro de extinción; sin embargo, yo fui capaz de establecerlo contra el amor, y no lo es el genocidio, para que este exista vale con el odio de unos pocos, y la persuasión de otros tantos, la no actuación del resto; sin embargo, el odio no ha minado aun sus corazones y no se debe más que sentir lástima hacia todos aquellos que tanto odio sienten, y a veces acaban en la violencia y la agresión, como pobres criaturas aquí tiradas que creen haber sido olvidadas de su Dios y que sin embargo temen perder aquello que les ha sido dado, aunque esto sea a todas luces insuficiente, tal vez no sea esto más que por el beneficio de la duda que todos le brindamos a la muerte, bienaventurados seamos por no haber sido suficientes los con este dolidos.
Y no es sino el temor a esa muerte y ese irracional miedo a lo que aun si quiera sabemos que existe, cristaliza en nuestra capacidad para ser humanos, y no es sino la humanización ya como se dijo, aunque el universo nos aplastara, nosotros ganaríamos ante él al saber que lo estamos perdiendo, y si me pregunto hasta qué punto esto merece la pena, ese conocimiento que nos hace sufrir y devasta nuestra existencia y nos hace plantearnos más allá de a cualquier otro ser hasta qué punto la vida por sí misma, como un fin y nunca como un medio se establece y refuerza su consolidación y aun así al poder esto plantearnos, somos los únicos capaces de suicidarnos, o tal vez como si la ley de la parsimonia quisiera probar, seamos escorpiones que por una vez erramos el tiro, tomando a la vida como un fin en su mismo. Juzgándonos a nosotros mismos bajo el crisol de que la perversión no es nada más allá de la confusión de los fines y los medios.
Tolstoi nos instruyó sobre que cada uno debe buscar la justificación para la vida que ha decidido tomar, y es por ello que todos pecamos del sesgo de confirmación, y escogemos un camino concreto, conscientes que podríamos haber escogido cualquier otro, pero conocedores de la imposibilidad de haberlo hecho; ahora que la decisión ya ha sido tomada, tal vez por ello me cueste tanto retractarme de todo lo que dije, y tratar de mirar a todo lo que ya conocía como algo nuevo y diferente dispuesto a enseñarme cosas y no a engañarme bajo el halo de incertidumbre que todo lo cubre en nuestras vidas. Por ello, y por el simple hecho de tratar de aliviar esta incertidumbre, es por lo que escogemos sin planteárnoslo continuamente como si nunca otra opción hubiera habido, y tal vez esta sea la única manera de vivir un mundo irracional desde una mente que de racional ser, se vanagloria. Y es por ello que ya dijo Tolstoi de que la prostituta entiende el mundo desde su visión particular en la que es importante para satisfacer a los hombres que tanto la necesitan y por ello se vende, pero asimismo, hacen lo mismo los ricos que todo lo basan en su posesión y por ello roban y explotan a aquellos circundantes, pareciéndoles a todos, a los nobles y a las prostitutas la manera más adecuada de vivir la vida.
Por ello, y solo por esta nueva visión que he tomado prestada, es por lo que tal vez decida a cambiar mi visón del mundo, que ojalá fuera tan fácil como aquí lo planteo, pero, solo adquieres la visión en la que crees fehacientemente, lo demás es lo que cuentas al resto; esta nueva e idealista visión de la que hablo es la del amor, ese amor que parece ser suficiente como causa y motivo de la vida, no una meta, sino un fin en sí mismo, aunque este no sea más que un proceso de incongruencias mal definido e inconmensurable, tal vez solo por esta nuestra incapacidad para comprenderlo puede convertirse en algo tan puro y en lo que podamos tanto confiar, ya que de entenderlo más y de saber mejor su estructura de él desconfiaríamos, tal vez el amor, sea el nuevo Dios de este siglo, ahora que todos parecen haber perdido la fe en el que por antonomasia siempre se ha erguido sobre nosotros. U volviendo a los rusos, todo parece estar permitido, en la medida que no entorpezca los designios del amor; y soy consciente de lo farragosa que puede parecerles mi discusión y de que incluso tal vez piensen que debería aclararme antes de ponerme a escribir, pero creo que si lo hiciera, esto dejaría de tener sentido.
De un tiempo a esta parte, he eliminado esa muletilla al final de cada reflexión que impelía a pensar que desearía estar equivocada por las ideas tan horribles sobre el mundo y los hombres que exponía, hoy, sin embargo, como si de una nueva era de amor y paz fuera portavoz y ella os profetizara me gustaría no estar equivocada al descubrir lo que tantos otros ya hicieron antes, como una pequeña Cristóbal Colón de la época moderna que se vanaglorie de lo que muchos otros antes ya sabían su existencia, pero, como hoy esto va de Rusos, sin caer en el despotismo de Napoleón, ya que sí, tal vez todo esté permitido, pero sentir pena y culpa de sus actos es necesario para toda alma sencilla que atente contra los designios de aquello en lo que creemos ya queramos llamarlo amor o Dios, aunque este haya muerto y todo este permitido al no haber castigo futuro ni próxima pena


Oph**

sábado, 19 de marzo de 2011

"Conversaciones etéreas"


-¿Sabes? Este momento es perfecto- dijo él mirándola con ojos tiernos, mientras la estrechaba entre sus brazos- a partir de este momento puede pasarnos de todo, pero esto ya no nos lo quitará nadie.
En la oscuridad, con la cara hundida en su hombro ella no pudo reprimir una lágrima sencilla, porque sabía que era verdad y que tal vez eso fuera suficiente.
-Mañana tú volverás a la calle, fría y yo a mi casa sin amor, -prosiguió- y tratarás de buscar esto que yo te he dado en los ojos de todos los hombres con los que yazcas, y yo buscaré tu sonrisa grácil en cada chica tímida que vea sumergirse en un libro, viendo como se aceleran irremediablemente los latidos, pero tampoco volveré a encontrarla nunca y bajaré mis ojos decepcionados de nuevo al libro para imaginarte de nuevo.
-No quiero que me pagues por esta noche, no es eso lo que ha sido, ya me has pagado con tus besos, y con el amor que nadie me había dado, y cada vez que posas así, tu mano caliente sobre mi hombro, o me sostienes la cara das sentido a la existencia, no puedes pagarme por ello.- calló con la voz quebrada maldiciéndose por cada decisión que hasta aquel punto la había llevado.
-No lo haré, no creo que lo que me has dado esta noche tenga precio, pero sí te haré un regalo, tal vez ahora mismo, no llegues a comprender el alcance del mismo, pero ya te digo que no es baladí, y es que puedes confiar en mí, y pedirme lo que quieras, cuando lo necesites.
-No creo que lo haga, pero gracias por el ofrecimiento, te diría que puedes hacer lo mismo, pero nada puedo ofrecerte.
Él le acarició suave la pierna tersa y pálida con la punta de sus dedos y suspiró al contacto con su piel.
-Sabes, lindeza, eres la mujer que conozco que más tiene de luna, estás como distante, etérea y perfecta, pero nunca estás sola, porque reflejas toda la luz que te llega, iluminando a esa mitad del mundo que en ese momento creía estar a oscuras.
Ella sonrío y él quiso perderse en esa sonrisa para siempre, y se puso una camiseta gris hasta las rodillas.
-¿Quieres?- dijo alcanzándole una cerveza- si la acepta me inventaré batallitas de mi infancia, para crear la ilusión de que alguna vez tuve una vida.
- No, solo un poco de chocolate, y medio limón, si tienes, antes de volver a las medias verdes.
-Claro, mi reina- dijo a medida que se levantaba para ir a la cocina, y cando volvió la niña asustada de la camiseta gris ya se había ido y en su lugar solo había una ramera con zapatos negros de charol y medias verdes ,con una gabardina que daba la impresión de que nada quedara debajo. Su sonrisa devoró ávida el limón y el trozo de chocolate y partió dejando un beso rojo en un post-it de la mesilla, un feo corte en su corazón y esos ojos llenos de mentiras dulces que nunca podría olvidar.
-Adiós, Irma, fue bonito mientras duró.

Oph**

miércoles, 9 de marzo de 2011

De la caída de los gigantes y el valor de la palabra.


Estamos irremediablemente acostumbrados a confiar en las personas y en su manera de actuar desmesuradamente en relación con lo que en realidad estas suelen ser, como un gran error fundamental de atribución que guía nuestras vidas sin tener en cuenta la fuerza de las situaciones, presiones y todo aquello que en realidad quieren ser creídos, estas personas enarbolan la palabra, conscientes de su poder de persuasión y cuando esta es usada de manera elegante y eficaz ningún otro arma puede tan siquiera acercarse a su poder de destrucción, a su irrisoria salvación de los hombres, que confiados en esta olvidan cualquier otro campo de acción, como niños confiados de la madre tierra y la sabia naturaleza, no recuerdan pues que la palabra no es sino fruto e invento de los hombres, crisol de sus mentes y que es por ello que ningún valor tiene y que de ella nada debemos creer más que su valor como estandarte de esta nuestra naturaleza y única manera de definirnos a nosotros mismos, que si bien lo piensan, aunque poco pragmático pudiera parecer, es mucho más de lo que en un principio se hubiera deseado.

Y es que aún no creo en el pensamiento sin el verbo, ni en el amor sin la palabra, es por ello que tal vez no exista el hombre sin lenguaje, aunque a día de hoy aun no pueda aceptar esta dura realidad, a veces parece que se me vislumbre y azote el sentimiento de culpa cuando por unos instantes ocupa mi mente, sin ninguna compasión para con aquellos que de ella no fueron dotados.

Y la vida y ese dulce y sutil engaño de las palabras nos convida y acostumbra a nuestras propias caídas, a que estas incluso constituyan una comedia y seamos personas en las mentes de los otros cuando por un instante de nuestra caída se desprende la máscara y caiga el telón, y muera el eterno personaje que tan cuidadosamente representamos y en el que tanto amor ponemos por nosotros mismos llegar a creernos, y estamos acostumbrados a rompernos y ver resquebrajarse nuestra dignidad, y a que las lágrimas corran por nuestro rostro y en el mejor de los casos a que una mano amiga las aparte para que no mueran en los labios y no seamos por ello juzgados bajo la triste condición de personas que nos define, y sin embargo, esta pérdida de la identidad, como recuperación de la misma identidad no parece importar más que el momentáneo dolor y la afligida pérdida, porque a mal que nos pese somos conscientes del papel que nos hemos obligado a representar, y aunque nada hay peor, de nuestra fragilidad grácil, y de su inestimable encanto, en la medida que por un instante sabemos sin lugar a dudas que somos personas y que estamos vivos, porque duele.

Sin embargo, parecen existir entre las sombras puntos de luz, aspiraciones de seres más grandes y perfectos, a los que admiramos y nos guían, sin que a ellos queramos parecernos, acomodados en la dulce ternura de las lágrimas y l dolor, en el respiro que estos proporcionan, tanto es el valor de su palabra y la fuerza con la que la enarbolan acompañándola con su rostro y presencia que llegamos a olvidar incluso de manera permanente que las máscaras venecianas no son más que eso mismo, y que a veces, como nosotros, deben caer, aunque a su manera lo hagan, firmes a su elegante condición la caída de los gigantes resulta catastrófica para el alma sencilla, aun cuando el mundo inexorable siga girando sin parecer haber reparado en ella, nuestro corazón en ruinas se resiente del apoteósico derrumbe y es declarado zona catastrófica para nuestra ment,e que aun débil se ve obligada a categorizar cada instante tras el consuelo de la palabra, como perteneciente a nuestra condición y externo elemento a aquella naturaleza que desconocemos en extremo; y es que contra todo pronóstico, los gigantes también caen; y como si de un paradoja se tratara ser enanos subidos a espaldas de gigantes adquiere su máxima connotación e importancia, como si sobre estos todo el peso de la evolución y el acúmulo de culturales conocimientos, de suspendidas, certezas y expectativas recayera; y así y con todo, bajo todo este peso, al ser capaces de mantenerse firmes más allá de nosotros mismos resulta apabullante la caída y triste la pérdida; y en estos momentos, no queda más que tender la palabra y ofrecer el consuelo de un estirón del brazo, confiando en que se levanten y yergan en todo su explendor como antes lo hicieron, para que subidos a sus hombros, podamos nosotros, quijotistas, desamparados del mundo enarbolar una vez más nuestro arma más poderoso y etéreo, para poder seguir en nuestra condición confiando y seguir salvando a cada paso el mundo, y a los hombres, aunque ya ni para ello tengamos tiempo, ni ganas.

Oph**