sábado, 19 de marzo de 2011

"Conversaciones etéreas"


-¿Sabes? Este momento es perfecto- dijo él mirándola con ojos tiernos, mientras la estrechaba entre sus brazos- a partir de este momento puede pasarnos de todo, pero esto ya no nos lo quitará nadie.
En la oscuridad, con la cara hundida en su hombro ella no pudo reprimir una lágrima sencilla, porque sabía que era verdad y que tal vez eso fuera suficiente.
-Mañana tú volverás a la calle, fría y yo a mi casa sin amor, -prosiguió- y tratarás de buscar esto que yo te he dado en los ojos de todos los hombres con los que yazcas, y yo buscaré tu sonrisa grácil en cada chica tímida que vea sumergirse en un libro, viendo como se aceleran irremediablemente los latidos, pero tampoco volveré a encontrarla nunca y bajaré mis ojos decepcionados de nuevo al libro para imaginarte de nuevo.
-No quiero que me pagues por esta noche, no es eso lo que ha sido, ya me has pagado con tus besos, y con el amor que nadie me había dado, y cada vez que posas así, tu mano caliente sobre mi hombro, o me sostienes la cara das sentido a la existencia, no puedes pagarme por ello.- calló con la voz quebrada maldiciéndose por cada decisión que hasta aquel punto la había llevado.
-No lo haré, no creo que lo que me has dado esta noche tenga precio, pero sí te haré un regalo, tal vez ahora mismo, no llegues a comprender el alcance del mismo, pero ya te digo que no es baladí, y es que puedes confiar en mí, y pedirme lo que quieras, cuando lo necesites.
-No creo que lo haga, pero gracias por el ofrecimiento, te diría que puedes hacer lo mismo, pero nada puedo ofrecerte.
Él le acarició suave la pierna tersa y pálida con la punta de sus dedos y suspiró al contacto con su piel.
-Sabes, lindeza, eres la mujer que conozco que más tiene de luna, estás como distante, etérea y perfecta, pero nunca estás sola, porque reflejas toda la luz que te llega, iluminando a esa mitad del mundo que en ese momento creía estar a oscuras.
Ella sonrío y él quiso perderse en esa sonrisa para siempre, y se puso una camiseta gris hasta las rodillas.
-¿Quieres?- dijo alcanzándole una cerveza- si la acepta me inventaré batallitas de mi infancia, para crear la ilusión de que alguna vez tuve una vida.
- No, solo un poco de chocolate, y medio limón, si tienes, antes de volver a las medias verdes.
-Claro, mi reina- dijo a medida que se levantaba para ir a la cocina, y cando volvió la niña asustada de la camiseta gris ya se había ido y en su lugar solo había una ramera con zapatos negros de charol y medias verdes ,con una gabardina que daba la impresión de que nada quedara debajo. Su sonrisa devoró ávida el limón y el trozo de chocolate y partió dejando un beso rojo en un post-it de la mesilla, un feo corte en su corazón y esos ojos llenos de mentiras dulces que nunca podría olvidar.
-Adiós, Irma, fue bonito mientras duró.

Oph**

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