domingo, 5 de septiembre de 2010

XII. Café.




Era tarde y al llegar a la estación Joan estaba allí, agachó la cabeza nada más verla ocultándole sus lágrimas al saber ahora que nada podría curar su sufrimiento, porque ella no quería que acabara, porque por alguna razón lo necesitaba allí con ella, le necesitaba así, triste y penoso, porque le hacía recordar algo, algo que ciertamente no quería olvidar por mucho que se engañara diciéndose que sí, y su tristeza seguía latiendo púrpura entre el humo del tren, su bella tristeza aumentaba en su electa soledad que grácil jugaba entre su fingida sonrisa, entre sus ágiles movimientos y su arte para ignorar su presencia.


Moriría sola porque no se creía digna de estar con nadie, porque no creía que existiera ese algo especial que daba sentido a la vida de muchos y del que se jactaban mintiéndola para asegurar su infelicidad, y porque no estaba dispuesta a engañarse con la existencia de algo en lo que no creía, por ello moriría sola, porque no tenía el valor de exponerse lo suficiente, de ser lo suficientemente vulnerable, porque no se creía con derecho a estropear la triste existencia de ese romántico, de ese vividor con su melancolía y sus versos, esos que ella no haría más que mancillar, y otro encuentro no significa más que otra noche sin dormir pensando en si hace lo correcto, tal vez simplemente sea una manera de castigarse por su pecado, de castigarse eternamente, negándose la felicidad.


La había dejado sola, a su suerte y sin saber lo que podría pasarle, ahora incluso le daba vergüenza llamarla. Vergüenza y miedo.



-¿Sí?- contestó una voz ronca.


-¿Papá?, soy Sofía… ¿puedes pasarme con Mamá?


Escuchó como el teléfono caía contra el suelo, y como Román lloraba a su lado, sin saber cómo ni por qué supo exactamente lo que había pasado, y las piernas le fallaron y también ella cayó y así a ras de suelo se sintió morir ahogada en sus frías lágrimas, y sintió que era responsable y en cierto modo lo era, al igual que lo eran todos al volverle la espalda. Se ahogaba, necesitó vomitar para seguir respirando, así la encontró Eloísa al llegar a la cocina, y sin saber nada la abrazó todo lo fuerte que pudo, como si de la fuerza del contacto emanase el cariño y la cura, en esa fuerza, o tal vez de la fricción con su propio cuerpo quedase el dolor en ella impregnado, al compartirlo, al sufrir ella también como sufría empática.



-Eloísa…- llamó Enrique tímido, mucho después tal vez, cuando Sofía ya se había ido.- ¿Qué le pasaba a Sophie?


-Hay pequeñuelo…-dijo con la voz quebrada a la vez que le abrazaba triste- Sophie ha perdido a su madre, está muerta. (El eufemismo “fallecida” no se utiliza en este contexto por mucho que a ella le pese ya que se dirige a un niño pequeño que difícilmente entenderá ya de por sí la palabra muerta).


-Pero ya lo estaba, me lo dijo ella. –Dijo el niño muy seguro- Dijo incluso que tal vez le hubiera pasado algo peor, se puso triste contándomelo ¿sabes?...


Eloísa… ¿Tú también te crees eso de la muerte?


-Si cariño, por desgracia eso es verdad, no se encuentra sujeto a creencias.


-Tal vez muriera porque ella la dejó.


-No digas eso, no es verdad y Sophie se pondría triste si lo oyera.


-O tal vez la dejó porque ella quería morirse, aunque yo no me iría ni aunque mamá quisiera morirse, para que no lo hiciera, ¿sabes?


Eloísa asintió con la cabeza para evitar que se le quebrara la voz al hablar.


-Y… ¿Héctor?, ¿está también muerto?- Preguntó Enrique tímido.


-¿Quién es Héctor?- Susurró.


-Nuestro hermanito, ese que estaba dentro de mamá.


-Sí, está muerto.


-¿Sabes? Creo que es culpa mía.


-No es culpa tuya en absoluto, ¿Por qué dices eso?


-Sabes, creo que, si mientras le tuvimos, le hubiera contado lo bello que es esto, y le hubiera hablado de mamá, de lo buena que es con nosotros, de ti, y de lo bien que lo pasamos cuando me llevas a comprar dulces o cuando jugamos, de Sophie, de sus desayunos y de su cariño, no se hubiera ido, habría querido verlo por sí mismo, hubiera querido probarlo todo, nosotros le hubiéramos ayudado y…. ¿por qué tuvo que irse?


-Ay… esas cosas no se escogen, ni son culpa de nadie, simplemente suceden, nadie toma la decisión de morirse.


-¿Entonces yo podría morirme sin querer? Como cuando me hago pipí en la cama, que no puedo evitarlo.


-Sí, la gente se muere sin querer, pero eso no va a pasarte a ti, no ahora, es muy difícil que mueran los niños pequeños sin ninguna razón, pero los bebés como Héctor que aun no han sido traídos al mundo son muy débiles y mamá era ya muy mayor.


-¿Es culpa de mamá entonces? ¿Por ser tan mayor?


-¿Sabes pequeño? Cuando la gente como tú se empeña en echarle las culpas de algo como esto a alguien suele conformarse con echárselas a Dios es más cómodo, para todos- Dijo y se acabó dando cuenta, de que lo dijo más para ella misma que para él.


-Isa…-Dijo cariñosamente- no quiero morirme, tengo miedo.- Dos lágrimas regordetas de niño rodaron veloces por su cara compungida y sus preciosos mofletes rosados hasta morirse en sus labios mientras se abrazaba a Eloísa.


-Y tampoco quiero que muráis tú, ni mamá, ni Sophie…



***


Marie estaba una mañana más tumbada el regazo de Yago sin que eso hubiera significado más que tiernos abrazos fraternales, casi paternos, casi filiales, por su parte, si solo de ella se tratara la elección, por la de él, no eran más que un motivo para pasar las noches en vela, para la confusión y la melancolía.


Marie no mejoraba, parecía decidida a querer morirse, tal vez subconscientemente, tal vez porque en su fuero interno creía en alguna especie de reencuentro con Elías, tal vez por ello parecía estar muerta ya desde que le diagnosticaron la enfermedad, y por ello casi ni quejaba, ni lloraba ya por la pérdida, ni por el miedo, como quien ya está muerto y sin embargo solo espera en un cuerpo ajeno a lo que los demás se den cuenta.



Elías… desde que había muerto estaba mucho más presente en su vida que de un tiempo a esta parte había estado, tal vez por ese distanciamiento paradójico de aquello que no tememos perder porque confiamos en su presencia continuada y que al perderlo abre en nosotros una brecha, una herida, a la que nos agarramos como única manera de conservar parte de él, rasgándola y abriéndola al dolor, porque mientras duele aun sigue ahí, porque mientras duele de él aun nos queda algo.



-Esta mañana no trabajo, pequeña, hasta por la tarde, ¿sabes? tenemos tiempo para hacer lo que tú quieras. Dime ¿cómo te encuentras?


-Ahora mismo me encuentro bien, y estoy descansada, podríamos dar un paseo por el parque y desayunar en esa cafetería tan bonita de la esquina con Atocha, esa a la que una vez nos llevó Noemí, la de las teteras y tacitas de cuento.


-Claro, me parece una idea estupenda, ve a arreglarte.



Como costumbre había tomado Marie la de proceder a un engalalnamiento completo, de esos que le hacían sentir una persona otra vez, una al menos no tan maltratada por la vida, con color en las mejillas de nuevo, sin saber, sin embargo, por cuánto tiempo allí permanecerá haciéndole parecer viva aun.



Y así la mañana transcurre en el remolino de la cucharilla del café, con ese tierno olor a bollos calientes y esa cálida sonrisa innata de niña ciega de la mesa de enfrente, una de esas que a ella misma le cuesta reproducir, tal vez simplemente porque sabe lo que esa mueca significa y lo sabe de tan hondo que tenga miedo a mentirse a sí misma, a confundir el bienestar o la euforia con esos que algunos acaban en llamar felicidad, ese sencillo gesto instintivo, innato, que es sin embargo imposible pronunciar por gusto, con los ojos al menos, de verdad al fin y al cabo.


Y en la mañana el olor a flores del campo la mece y el bucólico parque la encandila, pero la sombra de la desgracia, temerosa de perder su peso la acecha a cada momento tiñendo cada sonrisa, tornándola en mueca, como un lastre en sus hombros que ya perdieron irreversiblemente si postura inicial, para estar ahora caídos y su bonita efigie haber perdido esa bella sutileza de bailarina, esa a la que ninguno podía evitar girarse. Los estragos habían aparecido más rápido de lo que ella mima habría podido imaginar.


Es así, coronados por las madreselvas, propias de las oscuras golondrinas, esas que de ellos se olvidaron y jamás volvieron, como surge una vez ese tema que se desliza entre conversación y conversación, de miradas vacías y sonrisas rotas.



-Yago, ¿qué crees que pasará cuando me vaya?


-Quieres decir, cuando…


-Sí, cuando muera. ¿Crees que estaré con él?, ¿Crees que hay algo más?


-Yo creo que esa respuesta se responde fácilmente, si formulas la pregunta adecuada, ¿crees que tienes alma?


-Ahora mismo, me gustaría creer que sí, pero en realidad nunca lo he hecho. Ahora me da miedo pensar que no soy más que impulsos nerviosos, carne y reacciones químicas que se acabarán algún día, que la nada que recuerdo de antes, será la misma nada que nunca podré si quiera intentar recordar en el después.


-¿En serio puedes llegar a creer que eres igual que un animal, que todo lo que puedes llegar a sentir, es solo biológico?


-No, claro que no somos como animales, pero simplemente nuestro cerebro es más complejo, tiene más conexiones, más… electricidad, será como tirar del enchufe, y lo peor, es que sabré que eso va a ocurrir, y vosotros sabréis que habrá ocurrido sin llegar a entenderlo, esa es la gran miseria del raciocinio.


-Es al fin y al cabo una concepción egoísta, en la que tu cabeza, tu alma, es solo tuya, el budismo enseña que todas las cosas son cambiables en un constante estado de flujo, toda mi familia ha sido budista, ahora la tradición se va perdiendo. Todo es pasajero y no existe algo perenne. El error de creer en un "Yo" permanente es la fuente de los conflictos humanos y de los deseos mundanos. Tu “alma” seguirá fluyendo cuando tú te vayas, como parte de la energía del mundo, mejorando su karma, con un alma tan bella como la que tú tienes.


Tal vez algunos no sean más que los animales, pero de lo que de ti conozco no creo que esto pueda ser así, qué gran desperdicio sería, ningún Dios permitiría eso, y sobre si de tu antes no hay nada, me parece sin duda un desperdicio del tiempo imperdonable para cualquier Dios, el de tener tu alma encerrada en una botella para su propio deleite.- Sonrió, aunque a el mismo le costaba creer todo lo que había dicho, y le había costado mantener la voz monocorde y didáctica al dirigirse a sus ojos tristes.


-Es una bonita idea, la verdad, me gustaría poder creerte, me gusta que lo creas. Por eso no trataré de convencerte de lo contrario, porque hoy yo también necesito creerlo, ya no solo por mí, necesito creerlo también por él.



***


La luz cae hiriente y desdibuja el contorno redondo y descascarillado, desde la puerta y aún en penumbra él es capaz de vislumbrar su rostro claro, y los ojos tristes, ya no se le elevan las pestañas como antaño, las máscaras se amontonan en un cajón cerrado y polvoriento, ya no colorea sus labios y ha perdido esas mejillas frescas y graciosas, de un tiempo a esta parte toda ella parece forjada de un gris macilento y desvaído.



La luz cae hiriente y desdibuja el contorno redondo y descascarillado de una taza de café, en el fondo solo quedan posos marrones y aromáticos en los que ella ahoga un suspiro, oye el chirrido de la puerta de la calle y sabe que él espera que salga a recibirle, pero ella ya no tiene la fuerza de antaño y se le parte el alma al ver sus canas enmarcando su bello rostro partido por el dolor, no puede soportar la sombra de sus ojeras ni que pase más noches en vela en el lecho de su cama, el ya no ríe ni llora, de un tiempo a esta parte la miseria se ha convertido en un hábito.



La luz cae hiriente y desdibuja el contorno redondo y descascarillado de una taza de café, en el fondo solo quedan posos marrones y aromáticos, la cucharilla brilla con luz desvaída, y lo que un día pareció plata hoy ostenta el brillo del latón, él cree verla más bella cada día, cada día le trae flores y vela sus noches de fiebre, le trenza los cabellos cuando ella no tiene fuerza para hacerlo y lima sus uñas redondeadas, pero sus cabellos ya no tienen la fuerza de antaño y no brillan dorados, sus uñas se rompen frágiles, sin embargo ha aprendido a amarla de una forma más pura y profunda, vive por ella y aún de un modo amargo ha aprendido a ser feliz, de un tiempo a esta parte no se lamenta por lo que ha perdido sino que la mima como a una muñeca frágil que se deshace entre sus dedos.



La luz cae hiriente y desdibuja el contorno redondo y descascarillado de una taza de café, en el fondo solo quedan posos marrones y aromáticos, la cucharilla brilla con luz desvaída y lo que un día pareció plata hoy ostenta el brillo del latón, ella acerca su mano pálida y temblorosa al platillo se dispone a recoger su taza, a sentirse útil una vez más gracias a pequeñas cosas, pero últimamente son tan pequeñas, le mira de soslayo e intenta forzar una sonrisa que acaba en una mueca de dolor, hoy es uno de esos días malos en los que ni siquiera es feliz recordando los tiempos de antaño, hoy siente que si todo acabara él podría ser feliz, y que ella no es más que una carga, hoy se siente más inútil que de costumbre y le cuesta pensar con claridad, de un tiempo a esta parte son demasiados los días en los que se pregunta y se lamenta hoy quisiera que todo acabase.



La luz cae hiriente y desdibuja el contorno redondo y descascarillado de una taza de café, en el fondo solo quedan posos marrones y aromáticos, la cucharilla brilla con luz desvaída y lo que un día pareció plata hoy ostenta el brillo del latón, ella acerca su mano pálida y temblorosa al platillo nacarado de flores ese que a él tanto le gusta, ese que en su día ella pintó, la ve tan delgada, tan frágil, el camisón de seda rosa se le pega al cuerpo y por debajo asoman sus rodillas huesudas, amoratadas, la mira anonadado como el que ve a su hijo dar sus primeros pasos con ilusión, pero con miedo de que caiga y se lastime, el objeto de deseo de antaño ahora es como una hija para él, todo ocurre muy rápido, con una rapidez a la que no está acostumbrado, de un tiempo a esta parte los cambios se han ido haciendo notables tras meses, ve escurrírsele el plato y ve como su cara se desfigura en un gesto de dolor, la ve caer al suelo, siente como por un momento son dos los corazones los que se paran, uno muere, el otro se rompe.



La luz cae hiriente y desdibuja el contorno roto de una taza de café, a unos centímetros está la cucharilla y el sonido que aun produce, el plato que ella pinto en su día, que a él tanto le gusta, está roto a su lado, el aroma de los amargos posos del café inunda la habitación.



Ahora ella estará con él, ambos, fluyendo, y yo, aquí, creo que hay cosas peores que la muerte.



Oph**

2 comentarios:

  1. Me encanta la visión inocente que ofrece el niño sobre la muerte... es brillante... no sé qué textos habrán leído los otros comentaristas de este capitulo... ¡pero se merece de 8 para arriba!

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