domingo, 1 de marzo de 2015

Punto de encuentro

Nunca encontró comunión más pura mancillada, mas nunca encontró comunión después.

Ellas eran sus ojos y solo a su través se podía conocer el mundo. Como única forma de entender eran forma única de expresar. Cualquier otro signo, cualquier otro atisbo de vida era una mentira muy franca, sin intención. No expresaba más que su incomprensión, y no había nada de cierto en ella.

Por ellas era legión, solo ellas comprendían su contradicción sórdida, la construían e incluso en el proceso podían jactarse de belleza, único testimonio de vida al otro lado de ese cuerpo. Único testimonio de la pena ni de la gloria.

“El papel lo aguanta todo”; que dicen, pues sí. Era el único pasaba el brazo, que arrimaba un hombro bajo el peso.

Solo así pasaba de mujer llamada a persona autoproclamada, de criatura conocida y expuesta a ojos ajenos a manifiesto, de visión y juicio a exposición y velo, a mentira.

Y solo de estas mentiras elegidas y gritadas, arrojadas a los pies, escupidas a las caras, solo así pudo conocerse ápice alguno de verdad.

Solo así pudo palparse la verdad sórdida en la convulsión, en el movimiento y el ahogo, en la fatiga, 
en la vergüenza, tras la sonrisa.

Y fue entonces allí mismo, ante la mirada de unos extraños que consumó su amor más carnal, que por primera y vez última habló y ellos la miraron como si comprendieran, pero no.


Y siguieron llamando, mirando y juzgando. Sin golpes, como si nada, uno de ellos no por no tener no tenía ni miedo.

Oph

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