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Su cuello era pálido y flexible, pero frágil, como lo es una amapola que se troncha suave al peso de los pétalos, rojos, como lo fueron un día sus labios carmín, y hoy la luz desvaída los torna, rosados, secos y entreabiertos, dando la sensación de ser estos más ávidos y de tener más sed, de ser más expectantes al beso; palpitantes y sin embargo enjutos y contraídos en una mueca de dolor. Y los ojos secos ya no lloran, aunque no por falta de ganas, murió en ella la tristeza, y los ojos almendrados perdieron su pasión, y así castaños se tornan débiles y marchitan, cuando de cansancio deja caer las pestañas, agotada; y sus párpados hinchados de la falta de sueño relajan sus arrugas y se tersan so las mejillas grises. Grises y sin embargo aún juguetonas, sombra de lo que antaño fueron, de su lucidez y el brillo de su parte cava.
Las manos le reposan sin vida sobre la sábana fría, que su cuerpo cansado ya no alcanza a calentar, y sus pechos, abúlicos han ido a morir sobre su costado derecho, deformándose de tanto no querer ya mantener la postura. Sufre, a cada instante convulsiones, que no son sino pequeños fragmentos de dolor, en los que difícilmente podría sufrir más; su vientre, de un tiempo a esta parte abultado ha seguido creciendo, deforme y picudo sin poder robarle belleza a ese su cuerpo que un día fue altivo y seguro, ese cuerpo que paseaba desnuda a caballo, emulando a Lady Godiva, y mirando displicente a los hombres mientras sus ojos centelleaban y le caía el pelo en bucles sobre los pechos.
No está triste, seguramente nunca más llegue a estarlo, y no siente si no la desesperación porque no cree ya estar viva, y sin embargo algo de ella lo está, como queriendo huir de ese escombro y cárcel chupa toda su energía antes de estar por fin preparado del todo a escapar, pero como resignado y condenado al cadalso, con persistencia, pero sin ganas, como quien lima las ligaduras sabiendo que tras los barrotes da igual que suelte las manos estará condenado a muerte.
Y ella cuenta las horas que de vida le restan, no más de dos noches a lo sumo, no sabe si será suficiente, ni para qué aguantarlo, ni qué sentido tiene, no sabe si está bien lo que hace o si hace tiempo debiera haberse pegado un tiro; el cabello oscuro le cae ralo y sucio en trenzas adornadas de flores marchitas, y sus ojos cuentan hacia atrás, esperanzados porque saben que llegará el final, como un reo, a muerte condenado que no quiere más que evitar la angustia de las horas que aún le restan de mísera existencia. Y en lo más hondo de su ser se repugna, más porque sabe que si permanece es por ella y nada más que por ella y que puede un engendro estar creando, y que morirá solo, y ella ni siquiera estará allí para enterrar su pobre cuerpo, que ningún placer recibirá nunca; las pústulas en axilas e ingles ya le supuran y los sudores fríos la atormentan; perecerán sus cuerpos a los gusanos, y morirá de hambre el ganado allá fuera, o tal vez en el mejor de los casos también enferme y muera.
Y ya fuera atardece, o eso le parece tras sus párpados traslúcidos que tornan en un bello anaranjado el exterior y se le contrae el vientre y le duele más de lo que imaginaba y tiene más miedo del dolor que de la muerte, y no solo del suyo propio, sino también del desamparo de este, y empuja, más para salvar el dolor que para ningún fin concreto y vomita a un lado antes de perder el conocimiento.
Huele a sangre, y un muerto sin si quiera tener nombre llora, hasta callar de agotamiento y dejar de respirar de desamparo, aun unido a su madre. La podredumbre invade la habitación y se tiñe de desesperanza.
El ganado bala y la luna sube para iluminar tras la ventana a los fenecidos, triste, de no poder enterrarlos, consolada, de que tengan la compañía que ella ni si quiera podría desear, y la Madre muerte, como la Madre vida hizo un día les acoge en su seno.
Oph**
Como siempre consigues conmover hasta al alma mas insensible.
ResponderEliminarGran ojo. Veo que tú también disfrutas de Borges ¿no? Yo quiero encontrarme con Homero en una Ciudad Inmortal.
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