martes, 8 de febrero de 2011

La naturaleza de los sueños, y su materia: alargadas.


“La sombra del ciprés es alargada” y las sonrisas, y las líneas discontinuas de la carretera son asimismo alargadas, y así es como el alargamiento, la largura, nos convida a entender la naturaleza de los sueños; no más que vanas sombras de lo que nuestra vida podría ser, sombras de lo que tal vez deseamos pero nunca querríamos tener, sombras, como lo es la más pura ambición, y es cada sueño, nada si no la “sombra de una sombra”; al no ser si no lo que ansiamos y del ansia anhelamos esa falta, y no ansiamos más que a esta, por ese sutil y dulce dolor que nos hace estar vivos, vivos, en un frágil equilibrio, como frágil es la felicidad de las sonrisas, alargadas, como lo es la euforia del momento, y ese innato gesto despreocupado, elocuente y espontáneo, una de las mentiras más fácilmente aceptadas, una de las más reforzadas, uno de los engaños más dulces por ser, tal vez, uno de los menos creíbles, y no es si no así, por esta extraña naturaleza de lo onírico, que hoy describimos, discontinua, azarosa y desordenada como lo es cada camino cuando desistimos; o cuando simplemente paramos a tomar aire, o a besar, antes de continuar camino, tal vez guiados; aunque siempre sin saber a ciencia cierta dónde vamos, de lo que no tenemos más que la causalidad fruto de la experiencia y esta parece tornarse saber para nuestras ingenuas mentes, y nuestras pálidas frentes, para entonces y para cuando este saber desaparezca solo espero que sigas quitándome todos los besos que se me queden en los labios.
Y tristemente para soñar solo hay que mover alocada y desacompasadamente los ojos, y el corazón, según parece; lástima que sean solo eso los sueños, lástima que no haya más que sueños; y que se nos cansen los ojos, cuando el alma ha descansado lo suficiente y crea, errando como de costumbre estar preparada para la vida real, y el claro y redondo amanecer, creyendo poder olvidar la largura de la noche, que más larga es cuanto mayor es la soledad, y el día más corto, cuanto mejor la compañía.
Y es que resulta difícil jugar a imaginar cuando acompasas tu vida a los latidos de la razón, por ello solo cuando ésta razón mal llamada corazón pierde sus válvulas y se ralentiza para recuperar la forma que adquiere en los sueños, recurrente y sencilla, como todos quisiéramos que todo fuera, sencillo y agradable, para poder disfrutarlo y jactarnos ante ello de nuestra complejidad, esa que mata y acompasa, y hace que tras el alocado movimiento volvamos a la fase uno, en el mejor de los casos, para recuperar el sueño, como una pausa en una continuidad mayor; y a veces, sin embargo es entonces cuando nos toca despertar, y enfrentarnos a los ritmos, nuestros y de todos, y sacrificar ese corazón por aquellas válvulas que bien trabajan, y por ello sacrificamos los sueños, por aquello que bien nos conviene, y a quien queremos por quien bien nos quiere, y paradójicamente es este corazón más redondeado para mantener el equilibrio y no es sino el redondo sol quien hace proyectar las alargadas sombras preludio de la noche, y de su fin de la existencia de algo diferente, de la vida, y de la futilidad y volatilidad que la caracteriza; y no es sino la luna, la que nos explica estas incongruencias, que al lector despistado pueden pasársele, y es que no sé cuando es esta más linda, si cuando se sonrisa de gato es alargada, o cuando llena brilla en todo su esplendor, por la misma razón no sé si soy más feliz si dormida sueño, o si lo hago despierta, aun cuando entonces, sé que no son más que mentiras que tal vez, como tú dijiste algún día podrían dejar de serlo.

Oph**

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