jueves, 20 de enero de 2011

Lullaby.



Como ya hizo Blas de Otero, hoy me gustaría ante todos pedir la “paz y la palabra”, que es siempre autotélica, pido la una, para que me escuchen y la otra para tener bien qué decir, y también pido que me hagan la guerra, con sus ideas, enarbolando la palabra, como tanto preeminentes hicieron.

Uno de esos maestros que marcan historia en nuestras vidas, lo hizo para mí, me regaló su visión de niño inocente de las palabras, y de enamorado de la retórica, uno de esos maestros que hacen palpitar el pecho y que impelen a las bailarinas a erguirse sobre sus puntas, en un desesperado intento de emular la belleza que de sus palabras y su voz grave se infiere; uno de esos maestros, que aun optan por el maletín de cuero y el ensayo como método de enseñanza, se definía a sí mismo más lector que poeta, como lo somos al fin y al cabo todos, como hasta el más grande de los Borges admitía ser; uno de esos maestros nos contó con mirada tierna y supersticiosa, como un amante de Gil de Biedma en sus tiempos mozos ya empleaba sus juegos a dignificar la palabra, a decir bajito y al oído esas palabras “con efecto” que le hacían estremecerse con su hermano, la suya, era entre otras muchas: “Nenufar”. Y yo no quiero más que regalaros alguna de las mías.

Así, desde el solipsismo al que están abocados todos los que dedican su tiempo a la más egoísta de las artes, que es escribir, me dispongo a hilar en la retórica esos términos con efecto, que guían y convidan a cada entregado solipsista a llevar a término aquel discurso pulcro y elegante, en el que nada dice, pero que nada importa, porque nadie entiende; con la magia de escribir escribiendo, y soñar ensoñando, a aquellos que aun no comprendieron la apoteósica fuerza de la similicadencia, y la cadencia de sus tonos, que al fru-fru de un tutú acompasado en chassé recuerdan, y al sonido sordo de los pies al chocar contra la tarima, y al crujido que sigue del tobillo al pasar del brisé volé al demi-plié y escuchar, y oler su dulce danza y perderme en ella, en la que caí por serendipia y sin esfuerzo y de la que por tanto no obtengo tanto como de este maltrecho arte; en el que a veces, pierdo la fe, pero el que a veces me sorprende y parece dar sentido a todo, porque a veces me acuerdo de los grandes que se fueron, y de todos aquellos que están por venir, de todos aquellos de los que quiero seguir siendo una sombra, no más que el poso que ellos dejaron al marchar, al escribir, para imprimirlo en mi historia y que esta de algún modo, sea por ello también la suya, y que la mía, sea en pequeña medida, la suya, la de la belleza, la estética y el amor por la palabra.

Oph**

1 comentario:

  1. ''desde el solipsismo al que están abocados todos los que dedican su tiempo a la más egoísta de las artes''-sin palabras

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