domingo, 15 de agosto de 2010

IX. Cuando el frío es sofocante.





Las colillas se amontonan en el cenicero que un día fue transparente y hoy ostenta a ser traslúcido, su mano derecha, impaciente tamborilea el mantel amarillento y desgastado, las uñas brillantes, color rojo pasión, debían haber sido arregladas ya hace tiempo. En su mano izquierda y entre sus labios de manera intermitente otra colilla más, infecta y manchada de carmín, de ese que tiempo atrás la hacía sentir bella, ese carmín rojo que tantas camisas ha manchado de pasión, y es que siempre había abusado del maquillaje, sobre sus ojos las sombras se entremezclan negras y azules, bajo ellos el color va más allá del morado.


Siempre el maquillaje y la ropa prieta habían conseguido que se sintiera segura, ahora no era más que una costumbre de su antigua vida, había descuidado su aspecto hasta el punto de no retorno y el maquillaje ya no cubría sus ojeras, el pelo lacio le caía a ambos lados de la cara y las arrugas surcaban con violencia el joven rostro de Marie. Los ojos bajos estaban concentrados en la taza de café frío que ya no tomaría, sabía que él no aparecería tras hora y media de retraso, una vez más Yago tenía algo mejor que hacer.


Estaba cansada de intentar rehacer su vida, se sentía desgastada y dada de sí de tantas idas y venidas y de que tantas sonrisas le salieran rotas, el camarero se acercó con delicadeza hasta su mesa, si no quiere usted nada señorita… qué iba a querer, ella elevó sus pestañas para contestar y él se perdió en sus ojos arrasados de lágrimas, en sus pestañas tiernas, por un momento no supo qué hacer y decidió seguir con su rutina.


Empezó a hacer pedacitos su servilleta de papel empapada de lágrimas, la que había arrugado con rabia intentando infringirle algún dolor, tenía miedo de que su llanto se desatara en mitad de la cafetería y sus hombros empezaran a convulsionar, podría haber pagado y haberse ido si hubiera tenido el dinero suficiente, no le quedaba otra que esperar.



Cercana la hora de cerrar, el camarero dijo que acabaría el trabajo, acercó una silla y la cogió de la mano, ella estaba demasiado avergonzada para devolver la mirada, así que fue él el que fue a buscarla entre el maquillaje corrido, era increíble, tras tanto tiempo sin haberla visto, al principio había dudado si era ella, pero tras observarla toda la tarde le pareció obvio, cuando ella levantó la vista no pudo más que reprimir un sollozo y abrazarle, el también lloró como era de esperar, parece ser que no había sido tiempo suficiente para nadie, quizás sea que el tiempo no cura las heridas o que no supieron acostumbrarse al dolor, pero por un momento, ambos supieron que era lo que necesitaban: no más relativismos ni mirar hacia otro lado, él se había ido y el tiempo no iba a cambiarlo, nadie parecía entenderlo, menos ellos.


Quizás fuera porque eran almas solitarias que no supieron superar el duro golpe, o quizás es que no quisieran superarlo, porque el dolor lo hace real, y el dolor es también una manera de sentirse humanos, cuando estamos desmembrados, es una manera de afrontar la vida, quizás incluso la más fácil y la que menos esfuerzo nos requiere, la que mejor nos hace sentirnos con nosotros mismos y la única que nos permite mirarnos al espejo sin avergonzarnos y sin sentirnos culpables, porque no existe nada peor que, que te duela más sonreír que llorar, así mujer y hermano encontraron que no eran los únicos miserables y pudieron más que sentirse humanos, sentirse comprendidos.



-¿Cómo estás?, ¿Cómo está Carmen?


-Carmen no está, me dejó cuando se fue Sofía, un poco después tal vez, no recuerdo.


- El otro día me llamó, quería saber de vosotros, le dije que la llamaría cuando supiera, no quiere llamaros, pero está preocupada.


-¿Carmen?


-No, Sofía.


-¿Está bien?


- Sí, sí lo está, sabe arreglárselas sola.


- ¿Y tú?


- Sobrevivo, estoy viviendo en casa de Yago, era a él a quien esperaba, pero debe haber tenido algún problema en el trabajo.


-Hoy puedes quedarte en casa, es una casa muy grande para mí, y le podemos llamar desde allí, para que esté tranquilo, es tarde, y no tienes buen aspecto, necesitas descansar.


- No me encuentro muy bien, la verdad, estoy un poco mareada, estoy enferma.


Román asintió creyendo comprender, pero Marie sabía que no lo había hecho, mucho mejor, mucho más fácil.



Aunque en una situación normal nunca se hubiera adentrado sola en casa de Román sabiendo de sus problemas, aquello no era una situación normal, nada lo era últimamente, necesitaba acostarse, tenía náuseas, y por un momento se sintió hermanada con él, como una muñeca rota, unidos por el dolor, por la pérdida, y sobre todo por la miseria y la culpa, esa de no haber hecho nada, y sin haberlo hecho haber estropeado la vida de los circundantes, se dejó guiar.


Fuera el frio era sofocante, la ahogaba y hacía tiritar, sin embargo le hizo sentir mejor e hizo que pararan las nauseas, necesitó agarrarse a su brazo para no caer en el trayecto a la casa.



Él la deja caer en la cama con suavidad con un movimiento que pretende ser estar o parecer fraternal y se tumba a su lado cuan largo es su cuerpo, desde esa posición ella no puede evitar ver su miembro, erecto, su vergüenza y sus mejillas encendidas, su sonrisa. Sin entender porqué desliza sus manos hasta el pañuelo de seda que cubre su cuello, y lo desata con sensualidad, desabrocha un botón de su blusa, insinuante y se siente deseada, y eso le hace dejar de sentirse una mierda, una miserable y por un momento se siente válida, joven, viva y de entre su pecho escapa una fragancia a lilas, que sale al encuentro de Román. Y él se levanta y se quita la camiseta deprisa, y la mira con deseo, y la ternura se evapora entre el calor de sus cuerpos, y con los ojos anegados en lágrimas, respira como una bestia enjaulada, Marie sabe que es peligroso, que el dolor le ha hecho perder la cabeza, pero desabrocha el sostén, con pausa, regodeándose en cada pequeño momento, y desabrocha la falda, y desenrolla las medias tendiéndose en la cama suave, jugueteando con su pelo, arqueando su cuerpo al tumbarse.



Cada molécula de luz gravita frente a la ventana y cae lasciva sobre su cuerpo desnudo y laxo entre las sábanas frías, riéndose del camino escogido, jactándose de su suerte, tiembla aterrorizada ante lo que sabe sucederá, sabe que no es lo correcto, pero está cansada de que nada nunca lo sea.


Sus cuerpos están separados en el infinito, por un espacio inconmensurable, y es ese espacio vacío lo único que parece existir como si de la salvación y bondad se tratara, como si fuera un espacio imposible de salvar que impidiese su perdición, en esa separación entre sus cuerpos el silencio tiembla avergonzado de allí encontrarse entre los desnudos, entre dos suspiros confundidos.


Él la mira sin saber bien qué decir, ni cómo pedirle perdón por lo que sabe sucederá, pero que es inevitable, y le lanza una mirada lacónica y se muere en sus ojos, y la mirada vuelve atravesando ese espacio que les separa, veloz y sin esfuerzo aparente, violando esa salvaguarda incorpórea, inexistente, que parece ser lo único que existe, lo invisible, es lo único que perdura de entre ellos, es lo único que ahí está, él ya no está, ella ya se fue, ambos se abandonaron y aquel espacio, que de esa huida quedó fue muriendo al calor de sus cuerpos, hasta extinguirse en una llama azul que crepita dentro de ella, ahora nada hay, ahora nada queda, murieron los vacíos, y los silencios.


***


Y Sofía, olvidada capítulos atrás se desespera en su hastío, en su desinformación, en su culpa, como poetisa sin versos, sin musa, sin amor sin siquiera la visita de la apatía, de la abulia.


Y sin amor, casi con odio mira el teléfono esperando a que suene a cada segundo, y no lo hace una vez más, y una vez más es Eloísa quien le impide llamar.


-Sophie, ¿estás bien?


-Claro pequeña. Dime, ¿Necesitas algo?


-Pues si tienes un segundo… me gustaría que leyeras algo, lo escribí para el colegio, quiero presentarlo para un concurso, y bueno, desde lo del bebé mamá no levanta cabeza, no parece haber aceptado ya su pérdida, y me da cosa pedírselo a ella.


- ¿Tú cómo lo llevas?


-No sé, creo que aun no me había hecho a la idea de tener un nuevo hermano, así que en cierto modo es como si no hubiera perdido nada, pero mamá… estoy preocupada por ella, cree que es culpa suya.


“Incoherentes, gracias al cielo que lo somos, gracias al cielo que podemos escuchar ese llanto, ese pum pum, y henchirnos de alegría y llorar sin saber por qué, y amar sin necesidad de pensarlo, sin racionalizarlos al menos por una vez, por parecernos natural, sin necesidad ni de cuestionarnos el por qué, para poder sentirnos de ello capaces, capaces de amar, y de sentir sin necesidad de nada a cambio porque nada nos dieron, simplemente de amar ese llanto, esa esperanza, y esa incertidumbre del que todo lo tiene por delante.”


-¿Y cómo está el señor?


- Padre nunca se muestra tal como es, pudiera estar fatal o no importarle en absoluto, mamá tampoco podrá responderte a esa pregunta, al menos sé que no se preocupa demasiado, lleva dos noches sin venir a dormir, a veces me pregunto quién es realmente, y por qué no le conozco.


-Eloísa… ahora creo que tienes que cuidar de la señora, y de Enrique, que aunque no entiende lo que ha pasado, ve a tu madre triste, y se apena, me sorprende que un niño tan pequeño pueda demostrar tanta sensibilidad hacia penas que no puede comprender, y a veces temo por él.


- Es un niño especial, lo sé, tal vez sea a causa de haberse criado sin padre, más que la sombra de uno, yo tuve más suerte, creo que antes no era así, tal vez solamente recuerde lo que quiero…-


Eloísa gira la cara para que Sofía no vea caer una fina lágrima por su mejilla y cuando vuelve a encararla muestra una ligera desaprobación.


-Lo pienso, y tú lo sabes todo de mi, todas mis pequeñas miserias y yo mientras, nunca supe nada de ti, no es justo ¿sabes?, por eso yo no puedo tratarte como lo hace él, porque yo sí que me doy cuenta. Me gustaría que cambiara, sé cómo eres, o espero saberlo, y de ser así espero no equivocarme, sé cómo nos tratas y el amor que nos das a cambio de una paga seguramente insuficiente, sé que mamá no te trata como debería, que papá no te trata y que no estarías aquí si tuvieras otra oportunidad, pero también sé que no te quedarías si Enrique no estuviera aquí, si no fuera por cosas como estas.


Te veo cada tarde mirar al teléfono ansiosa, te veo siempre alicaída y con esa sonrisa rota tan tuya que solo Enrique te quita a veces y tal vez es que soy yo la única que no está demasiado ocupada como para darme cuenta de que no estás bien, y sé que no tengo derecho a pedirte ninguna explicación sobre nada, pero tengo todo el derecho del mundo a ofrecerte mi ayuda siempre que estés lista para hablar con alguien, como amigas.


Sofía asintió con los ojos anegados en lágrimas y Eloísa de dio cuenta de que estaba en lo cierto, en todas y cada una de las pequeñas cosas que había dicho, Sofía derramó un par de lágrimas sobre su hombro.


-Gracias y lo siento por todo, creo que ya me entiendes, nunca pretendí ser hipócrita, solo pretendí tomar el camino fácil pero me alegro de que exista cierta humanidad en el mundo, de que para ti ese camino no sea suficiente, de que quieras más, de que seas una persona de esas de las que bien pocas quedan. Cuando llegué aquí, había dejado de creer por completo en la humanidad, personas como tú y tu hermanos sois los que me hacéis encontrar un sentido, y sí, es por eso por lo que me quedo, el domingo tengo un rato libre, siempre lo paso en la misma cafetería, es una bonita cafetería cerca de aquí, bastante bohemia donde tocan jazz, tal vez te gustaría venir y escuchar mi historia.


Eloísa asintió y le tendió la mano con los papeles que rezaban “tale”.


-Lo leeré encantada.


-Iré encantada.



Bendita inocencia esa la de Eloísa, esa de Enrique esa que ella esperaba no haber perdido del todo.


Creo que ha quedado claro que el mundo no nos gusta... se exploto nuestra pompa de jabón y los colores ya no reflejan su distorsión en su esfera azulada


La pompa se ha pinchado y no mirar a su través nos devuelve un mundo gris y desdichado que nos había engañado haciéndonos creer que todo era perfecto, que la gente era humana, y ahora los de antes ya no somos los mismos


Sentirnos decepcionadas del mundo de qué puede servirnos, las entidades nunca se sienten culpables y últimamente las personas tampoco lo hacen, pero allá cada uno con su conciencia.


Sin embargo estoy convencida de la ley de la conservación de la materia, la felicidad no puede evaporarse y los colores no se tiñen, solo se cubren parcialmente de gris para engañarnos nuevamente


No creo que exista acceso a la realidad, solo tenemos acceso a nuestros sueños y sabiendo que nuestro índice de certezas es siempre menor del que sería tolerable hoy yo estoy dispuesta a crear una nueva pompa, ya que el mundo no es perfecto transcribamos en el nuestros sueños


Necesitamos poetas que nos digan qué soñar, yo sigo esperando los míos, y hoy por primera vez en mucho tiempo, por encontrarte, me siento con fuerzas para volver a soñar, de volver a mirar hacia delante, y una vez más con un miedo irracional a mirar hacia atrás…





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