lunes, 5 de septiembre de 2011

Penélope.


Se arremolina la salitre en sus cabellos y a través de sus traslúcidos párpados siente ya precipitarse el sol, presagio de lo que vendrá, de la marea y la llegada de su amada luna, azul como su corazón triste y frío, que tantas noches ha esperado con ella la llegada, obstinada, dándole el único cobijo que ha tenido desde su partida reflejándola sobre el mar por si acaso era en la oscuridad la llegada, encontrara este su faro.

Brilla el cuerpo de Penélope, recortándose sobre el horizonte, atardece en el mar y no parece verse sino su suave cuerpo descansando sobre la arena áspera y mojada; los rayos postreros del atardecer, que ya todo lo ciegan, rosas y naranjas, resaltan su bella figura dorada que está rota de la brisa y dura de la sal de las olas, abúlica y perdida en un lugar incierto entre la costa y el océano, entre seguir adelante y abandonar.

Bailaba sobre el agua, arrastrada por la corriente, fría y entumecida, a pesar del sol pálida y sedienta de beber agua de mar, tal vez incluso muerta sin saber cómo ni de qué, ahogada, pero sin sal en los pulmones, por sus propias lágrimas maldita y a la muerte conducida, como quien por querer algo demasiado no hace más que perderlo, había perdido por su amor a la vida, la misma.

Pero es que vida no podía haber sin la de él, y si al mismo se lo había tragado el mar, a sus fauces acudiría ella presta, temerosa de que la debilidad fatal no le permitirá completar su camino y fueran las lágrimas quienes la ahogaran, yendo cada uno a yacer a frías aguas inhóspitas e indisolubles la una en la otra, quedando entonces tan separados en la muerte, como en la vida.

Queda hoy solo una estatua de sal blanca de la que fue la joven Penélope, que el mar no puede disolver ni llevarla con su amado esposo; y no es sino, el murmullo del mar hoy, los sollozos de Penélope; y no es sino, cada ola que rompe y la maltrata la furia de la ausencia, de aquel que al volver no encontró nada, y no se sintió abandonado, pero sí solo y como el desdichado que siempre fue en la mar se dio muerte.

Y no es esta historia épica, si quiera es un cantar, no es esta historia por nadie hoy recordada o admirada, es una historia que sin pena ni gloria muere, la historia de tantos que marchar tienen, y que a la vuelta encuentran muerto lo que dejaron aunque ahí permanezca su esposa, es esta la historia de todos los que al partir ven morir un trozo de su ser, es esta la historia de todo aquel que a alguna guerra ha partido, y al volver encontró un corazón tan frío y roto como lo está el suyo propio por el horror, que aunque lo espera nada puede ya salvarlo. Es esta la historia de todos aquellos que no volvieron y la de los que aun siguen esperando temerosos de morir en sus lágrimas en vez de en el mar.


Oph**

1 comentario:

  1. Y es una historia de tantos, que por ello, y por suerte o por desgracia, tantos tienen (al menos en un rincón de su interior) un pequeño corazón de sal que se nos escapa un poquito cada vez que lloramos, y que ese corazoncito se recristaliza cuando vemos a alguien querido llorando.

    De esa manera, podemos trazar un imaginario ciclo sentimental de la sal, en el que unos la pierden y otros la ganan, pero siempre la comparten. O algo así :P

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