jueves, 24 de abril de 2014

Fracturas.



Creo recordar que aquí se venía uno cuando estaba perdido para irse tal como había llegado, solo que más cansado. Tal vez estar más cerca del sueño es consuelo suficiente para un alma tribulada. No ha podido estudiarse, no hay aún tecnología que la entienda y la mida, aunque no faltan de esas que la imitan. Puede que no sea posible respirar, que la aspiración de avanzar ya quedó para otra vida, una que no espera… Y para qué si igualmente habrá que despertarse mañana. Es el castigo por quedarse a cumplir con los sueños de otros, porque a nadie le dijeron que los suyos fueran posibles. Ahora los otros asustan tanto como los propios y eso que están más cerca, tal vez es que también nos acercamos con menos fuerzas.

Creo recordar que yo nunca me iba para volver, que en eso consistía el trato y que era una forma de respetarme a mí misma. Tal vez hay faltas pasadas que una no puede personarse y entonces no puede más que seguir si eso es a lo que ha venido, puede que solo sea una manera diferente de respetar, de perder el respeto al orgullo y de comprender la tristeza, puede que simplemente haya sitios de los que uno no pueda irse. No me reconozco en el dolor ni en el ahogo, a penas en la rabia. No me reconozco en la abulia ni el desánimo, no me reconozco ya ni siquiera en las flores. A veces tal vez se está tan herido en lo existencial que uno debe solo quedarse en lo inmediato aunque en el silencio todo corra rápidamente sin rumbo fijo hacia allá recordándonos que los de acá no existimos aunque en el silencio siempre haya un ruido emergente, siempre quede un nivel cerebral subsistente que no hemos conseguido aparcar, aunque ni en el silencio consigamos estar tranquilos. Es un vacío que no puede apropiarse, que no se puede experimentar porque le excede y que nunca encontrará fuerzas para contar en él sumido. Aun así puede que alguien lo encuentre, y que en el peor de los casos, me entienda.

Cómo entender en un mundo que nos fragmenta. Que nos separa y luego nos obliga a ser coherentes, en un mundo que pasa lista por la consistencia más que por el sentido de nuestros actos y luego va y nos dice que eso no eras tú, que eso no eras yo. Que eso eran otras cosas, tu cuerpo, tu cerebro, tus hormonas, que tu eres otro yo, que no lo controla, que vives preso en un cuerpo, que el alma encontrará su descanso y que entonces podrás vivir plenamente. Que hasta entonces debes luchar con la dualidad. Pero a estas alturas solo nos queda la dualidad sin el descanso del alma libre y eterna, hemos vendido el consuelo de algo mejor pero guardamos avaramente eso que nos mata, y que en muchos casos también nos alivia de la culpa, que nos distorsiona y nos lleva de la mano a nuestros peores yoes.

Porque tú no tienes un alma y eres un cuerpo.

Porque tú no tienes un cuerpo y eres un alma.

Porque yo soy solo yo. Yo soy mi cuerpo y solo mi cuerpo es mi alma y solo mi alma es mi cuerpo. Y tal vez solo así pueda soportarse la fractura histórica, el abismo agónico, la pérdida de consistencia sin el consuelo futuro. Tal vez en el fondo lo sabemos, que somos sentipensantes y que nos duelen las tripas cuando estamos nerviosos y el corazón cuando estamos tristes.


A lo mejor simplemente este dualismo sea una reminiscencia del consuelo futuro. A lo mejor solo una fractura en el desconsuelo. 

Oph*

sábado, 18 de enero de 2014

"El último encuentro"



Ya no huele a perfume barato ni a tabaco, ya no estamos ni borrachos, ahora tal vez sólo escuchamos aunque aún esto me cuesta creerlo. Debe tenerse mucha fe en la humanidad para seguir componiendo de esta forma.

Ya no tenemos nada que aparentar, es probable que ya no queramos ser nada diferente de lo que ya somos, incluso si queremos ser nosotros mismos es muy bajito para ser muy alto todos los demás, es probable que ya no queramos ser más que anónimos, como si ya nos hubiéramos muerto, como si lo hubiéramos hecho del todo y ni tan siquiera nos recordaran, como si ya hubieran desaparecido las flores después de secas. Hay que tener mucha fe en la humanidad para pedirnos que cerremos los ojos para acoger una canción.

A penas carmín, a penas tacones, nadie sabe ya de la generación Beat, ya nadie sale a buscarse no van tampoco a buscar a otros, tal vez con temor de encontrarse, de no poder no ser una vez se haberse mirado a los ojos, una vez de haber recogido un corazón, de haber robado a un alma. Escuchamos, si es que es eso lo que hacemos, sin movernos del sitio, suena una bossa nova grunge. Hay que tener mucha fe en la humanidad para llevar sombrero en interiores, una fe de la que a mí no me queda, de la que tal vez no tuve nunca, aunque siempre dije tener.

La doctrina es hoy ser uno mismo –pasaron de moda la bondad y la humildad, aunque me cuesta creer que los sabios de aquel entonces la encontraran vacua y este sea su legado-, quererse a sí e incluso celebrarlo, sí, eso, celebrar siempre y sonreír, una alegría a prueba de todo, ni si quiera han oído hablar de plenitud.

No sé si a veces les pasa, que oyen tanto que no pueden escucharse a sí mismos; tal vez no se hayan dado cuenta, pero eso es lo que son entonces. Y probablemente a estas alturas ya sepan que no son nada que otros no les hayan dicho, no les hayan contado, no hayan visto… Aunque nos guste pensar que nacimos en blanco y que no somos el reflejo de la vida en que sentimos vivir de prestado, por la que pasamos si acaso de puntillas.

Tal vez lo que hayamos aprendido es que no merece la pena buscarse, porque no hay nada que encontrar, que lo único que podemos hacer es elegir, y tal vez ni tan si quiera eso. También hay que tener mucha fe en la humanidad para pensar en esto, pero claro, esa es una fe diferente, y de esa tal vez incluso me sobre, aunque nunca antes haya dicho tenerla.


A veces me veo a lo lejos y entonces sé que no entiendo, entonces si encuentro cómo, contengo la respiración y simplemente rezo por un “último encuentro”.

Oph 

martes, 19 de noviembre de 2013

"Los posesos"





       "Nunca he podido aborrecer nada. Por lo tanto nunca podré amar. Sólo soy capaz de la negación, de negación mezquina"

Bien he de admitir que a mi me regalaron el apasionamiento, y si en un primer momento pienso inevitablemente que no se podía aborrecer en la Rusia del XIX es posible que no se pueda amar en la España del XXI. Si algo atraviesa las edades sin que de ningún modo dude de su existencia, si algo me cala allá donde pose mis ojos es el ya gastado "adolezco, peno y muero". Tal vez solo esto sea la invariante, el sentimiento común que nos hermana, que nos hace uno y a su vez otros; que nos iguala y diferencia.
Ni aun si esto fuera todo podríamos decir que es poco, tal vez todo nuestro ideario se desprende de esta idea, y nada es sino por comparación con lo mismo.

Permítanme  alguna batalla personal, que a una ya se le va envejeciendo el alma y entre cabezadas se le escapan pedazos de espíritu si nadie la escucha. Permítanme decirles que la felicidad es siempre dudosa y pasajera, que la confundimos con la alegría y la olvidamos en seguida, que no he visto a nadie que tuviera que curarse de ella. Que la pena es siempre clara y resuelta, que largo tardamos en desprendernos de ella si es que alguna vez conseguimos hacerlo y siempre espera para inundar el cuerpo en el menor de los descuidos. Que la abundancia siempre es dudosa y pasajera, que la confundimos con la suficiencia y que a penas se nos escapan los bastantes. Que no conozco a nadie que no adolezca gravemente de las cosas que son las más importantes: del tiempo, de la vida, y tal vez del amor. Y la muerte, permítanme que no les diga nada de la muerte, que si puedo dudar de los que existen no hay duda de que hasta esa duda termina.

Creo que de este recuento solo se me escapa tal vez el miedo, y aunque sea innegable que este existe voy a conformarme con decir que también se desprende de aquel rosario.

Y sí, probablemente a estas alturas ya tengan claro que yo aborrezco, fuerte y claramente. Y que no sé si amo, porque no sé qué es eso. Aunque no recuerdo que nadie me explicara qué era aborrecer y he pasado menos tiempo masticando esa idea, tal vez tanta masticación sólo facilite el vómito.

Y aún así Stavrogin se confiesa ante Liza, aún así todo pobre diablo quiere aprender a amar. Todos buscan de cuidados y esperanza.

    "¡Curarlo! No quiero curarlo. No quiero ser para usted una hermana de la caridad. ¡Pídaselo a Dasha! ¡Es un perro que lo seguirá a donde sea!
Y no tenga pena por mí, sabía de antemano lo que me esperaba, siempre supe que si me iba con usted me llevaría a un sitio donde viviría una araña monstruosa del tamaño de un hombre, que nos pasaríamos la vida mirando la araña y temblando de miedo y que en eso quedaría nuestro amor".


Oph.

lunes, 21 de octubre de 2013

A propósito de la quinta hija.



Escondió su cara enrojecida entre sus manos y trató de olvidar lo que había creado, no hizo falta esperar al séptimo día para ver que era malo, para descansar; así que, inmediatamente, cuando aún a penas se mantenía en pie abandonó su creación a su suerte.

Así nació una de tantas hijas bastardas, así es como dimos la espalda a la hija primogénita, sin tan si quiera pintar de rojo nuestras puertas. Esta, la mayor, tiene una condición aun más oscura que la hija adolescente; tal vez, por el simple hecho de que su enfermedad no es pasajera, y tan solo se cura con la muerte para la cual, entonces, no tiene sentido buscar una cura, ni si quiera un alivio. Por eso no solo se la abandona y repudia, sino que la olvida, a pesar de que como hija bastarda reconcome la conciencia de cada miembro de la familia; temeroso de acabar como ella, de ser el peor de los ejemplos, y avergonzado del abandono.

Si no, no puede explicarse de ninguna otra forma que hayamos ido a confundir la acumulación de saberes y experiencias con la desposesión absoluta de valores y actitudes, como pérdida total de la vida. Que si bien quisiera decirse que es por estar más cerca de la muerte, también lo está la niñez y nadie va mirándola con esos ojos, a pesar de que esta hija si está desprovista de toda razón, a pesar de que a ella le quede todo por saber y lo único que puede decirse de ella es que aun no ha errado, y ésta de estar de estar de alguna forma sea desbordante.

Se dice incluso que no pueden ponerse al día, que se estanca, que ya ni si quiera quiere seguir, pues observen dos veces y piensen que mucho más desfase hay en el infante, y todos corren presurosos a suplirlo, y que es desleal pedirle a nadie que se asome a hombros de gigantes temblorosos y menuditos cuando está bien firme en grandes estandartes. Cómo puede pedírseles que pasen de nuevo el frío de la incertidumbre tras haberlo conocido, tras haberse agarrado con uñas y dientes y las pocas seguridades que aporta una vida.

Créanme cuando les digo que yo no conozco ningún viejo, conozco solo personas que la sociedad ha desterrado, y conozco algunos que ya no quieren volver, que están atrapados en un exilio personal. Nadie es exiliado mientras no se le impida pertenecer al grupo que quiere hacerlo, como todos estos sólo querían pertenecer a ellos mismos, tal vez solo a la vejez se adquiere el valor necesario para hacerlo, para enfrentarse al problema de la identidad, para dejar que nos ahogue.


Tal vez solo entonces pueda uno asomarse a sí mismo, sin miedo a caerse solo, a quedarse lejos. Tal vez por ello los demás que aun no sabemos si podremos tomar la valiente decisión llegado el momento nos refugiamos en el abandono, en el olvido, que no hace sino corroer y por supuesto, que hace enfermar, que hace acabar en la vejez.

Oph**

miércoles, 31 de julio de 2013

"La musa y sus ojeras"



Tan perdida como están las palabras de este mundo, tan inexacta, pero tan sensible, tan usada y tan poco comprendida…


Con frecuencia la gran tragedia de la vida es que no hay tragedia alguna, que no hay apenas convulsión, que 
es sólo marasmo, que no hay apenas euforia, que es solo calma; que es, tanto lo bueno, como lo malo un halo gris que es incluso difícilmente discernible que apenas puede superarse lo bueno con tan poco malo, que apenas puede uno apreciar lo malo desde tan poco bueno. Que difícilmente queda uno sin aliento y que tanto duele cuando lo hace que hace falta demasiado valor para quedarse en el momento, para sufrir sin refugio, para aguantar, y para mirar lo hay escrito. Que tanto agobia la euforia que les he visto saltar para deshacerse de la sensación, les juro que lo he visto. 
Que no es solo que encuentren a faltar, que es que lo buscan, que es que la catársis ya no es el fin, que ni si quiera es ahora un medio; que no es que no haya, es que no quieren tener, que ya cansa demasiado encontrar como para andar buscando, que hoy parece que ya nacimos cansados y que ni sanación buscamos hasta encontrar la muerte, solo, tal vez, cobijo. 

 A pesar de esa trampa de que “todo lo bueno pasa, todo lo malo queda”

Tanto es así que apenas merece la pena pararse a mirar los pedazos rotos, cuanto menos a reconstruir cuando apenas hay con qué hacerlo. Tanto es así que hay a quien rara vez se le humedecen los ojos, que no es que esté embrutecido, que lo está el mundo, que no es sino para este humano para el que se ha aprendido cierta historia ni cierta historia podía dar sino aqueste humano. Creánme que ya los tenemos que ni si quiera aman, incluso he oído que algunos a penas ríen, que los hay que ya ni sueñan. 

Tal vez para sufrir de cosa solo era necesario zambullirse, sin miedo alguno a morir ahogado, la única manera de sobrevivir a la finitud de la vida, al marasmo, a la falta de significatividad es no temer morir entre agonías, es morir un poco, como dicen los poetas, a cada latido, para estar más cerca, para estar más preparado, para aun así seguir sin entender nada. Tal vez es solo un agarrarse a un clavo, y pararse a sacarlo con los dientes y a clavárselo a en los ojos, por si tal vez nos recuerda que aun no estamos muertos, o incluso que aun no querríamos estarlo. 


Y si van a protestar diré que necesariamente, como siempre todo intento de literatura una agresión, pero no como diría el Señor Montero, sino a uno mismo.


Todo lo demás queda dicho, que hay muchos más epítetos tras la tercera línea, y casi cualquier cosa que quiera añadirse no se hace sino por el valor de un oxímoron.  

 Oph**





“Por mi parte afirmo que la voluptuosidad única y suprema del amor radica en la certidumbre de hacer el mal. Y tanto el hombre como la mujer saben, de nacimiento, que en el mal se encuentra toda voluptuosidad”. Baudelaire.

domingo, 7 de abril de 2013

Y cuentan que aun así moría.

"Las pruebas de la muerte son estadísticas y nadie hay que no corra el albur de ser el primer inmortal"


No más que la respiración exangüe que se da tan solo contra la bolsa de plástico, confusa alma anóxica y bien atada por todos y bien callada por ella.
Era de una sexualidad tan explosiva como explotada, era ésta no más que el retrato del alma perdida y mal querida por todos, y mal tratada por ella.
No era más que una estética mutilada, que se da tan solo en el contento alma pervertida (que no perversa) y bien creada por todos, y bien destruida por ella.
Era de una moral tan restrictiva como restringida era esta no más que el retrato del alma adoctrinada y mal hallada por todos, y mal aventurada por ella.


cuentan que aun así moría.

Oph*






« Même pieds nus la pluie n'irait pas danser »

viernes, 22 de marzo de 2013

Infinito.



El tiempo como lo conocemos es una entelequia finita y humana, empieza tan tarde como aparece la primera aspiración y tan pronto acaba como la última expiración. Y de entre estas: todo. Que por todo serlo entre dos abismos ha de ser considerado como nada.

Nunca pensé que la nada pudiera doler tanto, pero es en realidad lo único por lo que duele todo, por esa nada que ahoga el pensamiento y embota la emoción, esa que cuando a todo debiera quitar sentido connota aquello que acontece, denota lo que nunca aconteció y torpemente mueren los ocasos mientras a ciegas vagamos, a gritos y golpes de la nada los todos. –En una circularidad inmensa, más inmensa sin ella-

Ya no recuerdo la tristeza de ayer, no puedo evocar la de mañana porque no hay yoes, porque no hay tiempo, solo hay una historia mal narrada que no se almacena en parte alguna, historia que se mancilla a cada a paso, a cada evocación, que se destruye con cada recuerdo y se construye de cada mañana inexistente e incierto.

Solamente los tres hilos que unen sensaciones que  como tal solas no sabemos almacenar, que no existen discretas, que resultan incognoscibles, solo tres hilos: Dino, Enio y Pefredo.

Rueda por la cuenca infinita un ojo – y por supuesto, su cuerpo, claro –  

Oph*