lunes, 21 de octubre de 2013

A propósito de la quinta hija.



Escondió su cara enrojecida entre sus manos y trató de olvidar lo que había creado, no hizo falta esperar al séptimo día para ver que era malo, para descansar; así que, inmediatamente, cuando aún a penas se mantenía en pie abandonó su creación a su suerte.

Así nació una de tantas hijas bastardas, así es como dimos la espalda a la hija primogénita, sin tan si quiera pintar de rojo nuestras puertas. Esta, la mayor, tiene una condición aun más oscura que la hija adolescente; tal vez, por el simple hecho de que su enfermedad no es pasajera, y tan solo se cura con la muerte para la cual, entonces, no tiene sentido buscar una cura, ni si quiera un alivio. Por eso no solo se la abandona y repudia, sino que la olvida, a pesar de que como hija bastarda reconcome la conciencia de cada miembro de la familia; temeroso de acabar como ella, de ser el peor de los ejemplos, y avergonzado del abandono.

Si no, no puede explicarse de ninguna otra forma que hayamos ido a confundir la acumulación de saberes y experiencias con la desposesión absoluta de valores y actitudes, como pérdida total de la vida. Que si bien quisiera decirse que es por estar más cerca de la muerte, también lo está la niñez y nadie va mirándola con esos ojos, a pesar de que esta hija si está desprovista de toda razón, a pesar de que a ella le quede todo por saber y lo único que puede decirse de ella es que aun no ha errado, y ésta de estar de estar de alguna forma sea desbordante.

Se dice incluso que no pueden ponerse al día, que se estanca, que ya ni si quiera quiere seguir, pues observen dos veces y piensen que mucho más desfase hay en el infante, y todos corren presurosos a suplirlo, y que es desleal pedirle a nadie que se asome a hombros de gigantes temblorosos y menuditos cuando está bien firme en grandes estandartes. Cómo puede pedírseles que pasen de nuevo el frío de la incertidumbre tras haberlo conocido, tras haberse agarrado con uñas y dientes y las pocas seguridades que aporta una vida.

Créanme cuando les digo que yo no conozco ningún viejo, conozco solo personas que la sociedad ha desterrado, y conozco algunos que ya no quieren volver, que están atrapados en un exilio personal. Nadie es exiliado mientras no se le impida pertenecer al grupo que quiere hacerlo, como todos estos sólo querían pertenecer a ellos mismos, tal vez solo a la vejez se adquiere el valor necesario para hacerlo, para enfrentarse al problema de la identidad, para dejar que nos ahogue.


Tal vez solo entonces pueda uno asomarse a sí mismo, sin miedo a caerse solo, a quedarse lejos. Tal vez por ello los demás que aun no sabemos si podremos tomar la valiente decisión llegado el momento nos refugiamos en el abandono, en el olvido, que no hace sino corroer y por supuesto, que hace enfermar, que hace acabar en la vejez.

Oph**

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