jueves, 24 de mayo de 2012

Patria




Si bien nunca había entendido lo que era pertenecer y sentir esa pertenencia sin más explicación lo entendí en un momento. No hizo falta más que se atenuara levemente la música de mis auriculares y llegara a mis oídos un detalle, pronunciado por una voz familiar que nunca antes había oído. Debió de deberse a lo temprano de la hora, y es que aun sabiendo que la noche es el mejor momento para la profundidad; de un tiempo a esta parte, no trasnochaba lo suficiente, bastó por ello con madrugar más de la cuenta y reposar mi cabeza somnolienta y aun turbada por el sueño y el insomnio de una noche de ansiedad. Tal vez sea simplemente que ha llegado el verano a la ciudad y la algarabía de la fiesta trajo más nubes que soles, sin embargo no he oído de ninguna generación que no se creyera perdida, ni de ningún alma que se sintiera encontrada. Por un momento, me pareció que, aun sin encontrarse, la mía pudo decir aunque por un instante fuera que estaba hecha para este país, que pertenecía a una patria, que dolería de ser de ella arrancada.

Y así entumecida, y aun del susto desorientada encontró que existía un reducto de una sociedad a la que siempre había criticado que representaba lo que más importante hubiera podido parecerle en ese momento. Y de la separación física y psicológica pasó al acurrucamiento mientras luchaba con la música por seguir escuchando lo que aquella pareja de desconocidos se decía sin haber visto si quiera sus caras. Y es que nosotros “tenemos amigos que no son amigos, son hermanos” y tal vez, ese sea nuestro mayor problema. Tal vez, nuestra pertenencia no haga más que, en cierto modo, arrancarnos de la pertenencia de nosotros mismos, no haga sino por despersonalizarnos, por borrarnos y dejarnos perdidos como parte de un todo, sin ser parte de un uno.

Y ahora, al escribir, le cuesta imaginar lo que es la patria más allá de su gente y lo que es esta más allá de aquellos que conocemos, le cuesta aceptar que existe un carácter especial entre los que ha considerado suyos por un criterio arbitrario y una cultura compartida, por las mismas mentiras asumidas mientras cierra los ojos y se deja transportar por una música extraña a aquestos; procedente de una cultura lejana, written in English.  Et elle porte du rouge à lèvres, alea jacta est.  

Oph**

miércoles, 9 de mayo de 2012

La Ciudad de los Filántropos.



“Las verdes ideas incoloras duermen furiosamente”
Noam Chomsky.


Se contaba una historia terrible y apoteósica en los manuscritos calcinados de Alejandría, que hoy ya está perdida irremediablemente en mi memoria aturullada, que a tanto nuevo conocimiento se ha visto expuesta desde aquel dorado tiempo, que quedan emborronadas las palabras por el humo y las cenizas. Así que no puedo asegurarles que lo que estoy a punto de contar no sean los delirios de un viejo loco en su postrer suspiro, pero sin ninguna duda sé que es para mi esta historia tan cierta, como si yo mismo la hubiera vivido, y es que por alguna razón he de recordar sus frutos, cuando incluso mi propio nombre he olvidado, cuando alienado solo a ella quedo, y no recuerdo nada más, como de si una dama de zapatitos de charol y lánguida mirada se tratara y es que tal vez sea por esta palidez y fragilidad con la que la recuerdo, que no deja de resonar para mi el perfume de su respiración, que no veo sino inscrito su sello en todo lo hermoso que hoy miro.

Vivía muy apartada de toda civilización tal vez inexistente por aquellos días, la llamada a su muerte: “Ciudad de los filántropos” y reinaba en ella la extraña paz de la inocencia. Bien separados se encontraban en ella el mundo, de la mente sin nada que los uniera inextricablemente como hoy están, y qué decir sobre la insalvable distancia de los otros, era esta una línea fina, pero clara, al menos más claro tenían que nosotros dónde acababa el uno, dónde empezaba lo otro. Si bien es cierto, que hubo alguna rivalidad no podía existir entre ellos la maldad o la mentira y tampoco tenía cabida la pena, era por esto que se llamaba así esta ciudad; pero a pesar de ello, era su castigo más grande que el de todas las maldades hoy conocidas, era un castigo inconmensurable por un pecado aun no cometido, era inaudito y aun hoy su mero recuerdo me hace temblar de temor e incluso de ironía, y es que aunque no hubiera rastro de maldad alguna tampoco habían conocido el amor, ni la sublimación del placer y la pasión, llevaban consigo la penitencia de ser olvidados, de serlo incluso por ellos mismos, y es que eran todo sombras y tormento, tímidos barruntos, los de algunos que con algo de suerte daban una salida de lo más digna a su dolor.

¿Y eran humanos con esta carencia de sensibilidades?, tal vez se pregunten ustedes, ¡Pues vaya disparate! ¡Por supuesto que lo eran!, ¿o es que acaso se creen que somos menos necios que aquellos que aunque a tientas atisbaban la fatalidad de la miseria?, Váyanse ustedes a saber.
Existía, sin embargo, en ellos una esperanza muda, un sueño inconcebible, a cada nueva luz, a cada nuevo día. Así fue, que una noche lo escuchó por vez primera, y aun desde lejos y atenuado supo que todo había cambiado, nunca hasta entonces había escuchado nada parecido y el sonido trémulo y sencillo se acercó aun así a sus oídos palpitantes, deseosos de escuchar más, aunque nada comprendieran.

Ese simple sonido, casi cercano a un estertor mortal hizo que en la ciudad cundiera una alegría rayana el pánico nervioso; y por primera vez en su vida, como por obra divina fueron todos y cada uno de los habitantes del pueblo en contra de su instinto, corriendo calle abajo en pos del frío y de la música que aun retumbaba tenuemente en sus oídos. Incluso el viejo cascarrabias ya unido per sé a su miserable existencia dejó caer su cuerpo lánguido hacia el arrecife del que parecía provenir la nueva sustancia, el inexplicable olor, el cálido tacto.

Llegó el más joven y cándido de los filántropos con el corazón revoloteándole en las costillas, y el aliento ya extinguido y allí la vio, plantada y balbuciendo sin dar crédito, ruborizada hasta las orejas, tal vez del esfuerzo de tan precioso canto, o tal vez de la sorpresa y el aturdimiento que la embargaba; llegó el justo a tiempo para evitar que se rompiera la crisma cuando por fin hasta las piernas atónitas le fallaron y se le quebró la voz en un desmayo. ¡Qué hermoso fue aquel instante!

No puede ser que hayan vivido nunca, ni siquiera sido testigos de semejante agitación, de tan dulce tortura, o de tan dichoso pánico.

Y como por encanto, en poco tiempo, eran ya muchos los que parecían dominar aquel extraño fenómeno. Se desarrollaron además simultáneamente otros similares, algunos de ellos no emitían tan siquiera ese sonido tan característico del principio y todo era febril parloteo, de ese inadecuado y a destiempo.

De este modo, fueron ellos los invitados a asistir a la aparición de lo que habían decidido llamar ;“lenguaje”, ahora que ya tenían como, y tildaron al milagro no solo de eso, sino de precioso y referencial, guía de nuestros pensamientos y pasiones, que propició para todos aquellos, que habían sido llamado filántropos, la revolución del yo, y de los otros, y la indivisible confusión de los términos, que sin embargo traía consigo la irreversible separación del cuerpo con la mente, que se habían encontrado hasta entonces como una sola cosa definida y unitaria, hasta ahora que una fiebre taxonómica contra todos arreciaba y no parecía que pudieran ni quisieran hacer nada al respecto.

Existía entre ellos una dicha palpable, típica de aquellos que acaban de recibir algo muy esperado, pero aun no han explorado todas sus aristas, les parecía que hoy les hablaban hasta los juncos en su fru fru al son del viento en el páramo más seco, que hasta los débiles y más deficientes dominaban con sutileza y elegancia ese nuevo esplendor, que era incluso en las primeras ofensas fruto de una bondad hasta entonces inconcebible, de una buenaventura inexpugnable y así hablaron días y días sin parar, ansiosos de que alguien les arrebatara ese espléndido regalo, como si del mismo nunca pudieran saciarse.

Gracias a aquel don eran ahora capaces de ver, no solo con los ojos, sino con la mente, era ahora posible ver todo aquello que no estaba presente, era incluso posible imaginar lo que nunca había estado, casi desde el descubrimiento hablaban sin parar ni emitir sonido alguno, como si fuera regocijo suficiente para tal superfluo esfuerzo ese alegre soniquete en sus cabezas, como si desde siempre hubieran nacido para aquel fin, y tan pronto y tan de repente como apareció el lenguaje se difuminaron por entero sus límites para con sus hermanos, para con sus compañeros y amantes, al inflamarse la pasión de su delirio, y ahora que compartían más que nunca su condición, les permanecía incluso a ellos una porción más grande de la misma, una porción en el tiempo extensa, como una retahíla extraña que sin oírse guiaba aquello que esperaban de ellos mismos y aquello que incluso creían ser.

Fueron unos días dorados para todos los habitantes del pueblo, hasta para los que en un principio habían sido más reacios. Se embriagaban ahora de palabras sin fin, se deleitaban en la categorización e invención de un nombre para todo aquello que no habían oído uno antes. Ponían incluso nombres a aquellos que los rodeaban y como ellos dominaban el lenguaje, primero genéricos, y luego al tiempo descubrieron que necesitaban para cada uno de ellos uno específico, e incluso uno cariñoso o despectivo para cada este con cada aquel, jugaban con el lenguaje como niños experimentaban y disfrutaban del más elevado de los placeres que hasta el momento habían conocido.

Existía una palpable reticencia al silencio, al menos a aquel que se prolongaba más de un nuevo aliento, temerosos de que volviera la ceguera, la locura, la oscuridad. Conocieron en ese dorado tiempo la mentira y el amor sublimado a las palabras, comprendieron que el amor también podía hacerse a besos, a versos. Que las intenciones no eran siempre lo que parecían ser y que aun el más cruel de sus habitantes encerraba tras de sí un ser tan complejo como cada uno de ellos. Surgió de esa contemplación de cada ser como divino un amor profundo por todos y cada uno de ellos, y aunque no pudieran admitirlo tras ser testigos de semejante belleza, surgió también un odio misterioso por algunos de los mismos.

Por fin, el pueblo pareció sumergirse en cierta calma, tal vez creyentes de que nadie sería capaz de arrebatares tan precioso regalo por fin callaron y disfrutaron del silencio, y lo salpicaron de palabras y opiniones, pero dichas con decoro y a su tiempo. Fue ese débil silencio el que llevó al pueblo de nuevo la agitación, no fue esta la excitación febril del principio, si no una excitación divina y consensuada, una excitación piadosa y recatada, en la que se oyó un terrible quejido, así fue que allí la encontraron, tratando de arrancarse la lengua a dos manos, presa del pánico y la ira, mientras no podía ya sollozar, sin que se le escaparan palabras mojadas.

Fue el mismo, el atónito espectador de su nacimiento el primero en presenciar su culminación, y en verla allí desmadejada y rota, mientras incomprensibles términos para el resto inundaban su cara y ahogaban su corazón. ¿Qué ocurre?, dijo él cogiéndola de las manos. Ella simplemente negó con la cabeza: “Os falta tanto por comprender, tanto por descubrir, no conocéis aun ni el olvido ni la muerte, no conocéis si quiera el peso de la libertad, pero ya veréis como duele ya veréis lo trágica que puede sentirse la existencia.”

Ahogado entre la verdad y la duda, sobrepasado su pensamiento por un mundo que a todas luces excede la capacidad humana, y a la espera se encuentra de quien los guíe en la bendita ciudad de los filántropos un corazón se para, otro se rompe.

Y ese sonido sordo es lo más parecido al silencio que en años se ha escuchado.

Oph**


lunes, 30 de abril de 2012

Me gustas cuando llueve.


No podrá parecerte que llueve si el corazón ríe, no es más que el cielo, que se cae, y desvanece con cada suspiro de todo aquel que le ve llorar, mientras que no hace sino esforzarse porque el sol vuelva a erigirse.

Y mientras tanto en suplica perdón o remienda de súbita recompensa no puede sino acercarte a aquel cielo anhelado, aunque solo sea por unos instantes.

Por eso me gustas cuando llueve,

Será porque me gusto cuando ríes. 

Oph**

martes, 3 de abril de 2012

Cierren la puerta al salir.




No creo que esto que estoy a punto de decir vaya a sorprender a ninguno de los presentes, sin embargo, me veo en la necesidad de hacerlo, por si alguno aun no se ha dado cuenta, a pesar de la obviedad espesa como la masa de piojos que carcomen el cerebro de aquellos que no se limpian el corazón.

Que en este mundo que nos han dejado vivir hoy no existe lugar para echar de menos lo que pasó, no existe lugar si quiera para agradecer lo que tenemos, existe solo, en el mejor de los casos, la posibilidad de añorar aquello que está por venir.

Que le hemos dado la vuelta a la vida con tanto invento y parece que ya nada nos importa, pues yo le doy la vuelta a los textos, ya no traigo lágrimas, traigo tan solo desidia, y no existe razón más triste y oscura para escribir. Razón más cercana a la vergüenza, al desamparo, al abandono.

Y es que vivimos tan rápido que se nos olvidó ya que existiera un pasado, y no es sino una herejía pensar en él, pensar en algo, que obligados estamos a seguir y seguir, con una sonrisa en la boca, y que se aguanten las preguntas de tu corazón, que el mundo para el que has sido creado es así, y si no te gusta, ya sabes donde tienes la puerta. Pero vete sin rechistar, que aquí el ruido, si no es de aplausos, ya no gusta.

Nos han quitado el derecho a quejarnos, y creen que lo compensan con el derecho a soñar como si eso alguna vez les hubiera pertenecido, como si no hubieran hecho ya bastante. Para sobrevivir no miren al pasado, que nunca más será nuestro. 

Echen de menos el futuro, si les quedan fuerzas para hacerlo. Si no, salgan, y cierren la puerta al salir. 

Oph**

martes, 6 de marzo de 2012

Beauty.



“A veces hay tantísima belleza en el mundo que siento que no lo aguanto y que mi corazón se está derrumbando”
American Beauty.

La belleza de nuestros actos es infinita, no siempre lo es tanto la bondad de los mismos. No existe más justificación para nuestra acción que la nosotros podamos darle, y no será la del otro más que una interpretación alienada… es por ello, que nunca pueden reconocerse como tal los verdaderos héroes, aquellos que de su obra ningún beneficio sacan, y es que de serlo es una ofensa, una decepción de que todo lo que de la humanidad esperaste y en ti mismo elicitaste es una burda mentira, una sutil farsa, una impertérrita motivación que de poder ser cierta acabaría, y más perdidos y tristes nos encontraríamos entonces.
Es ahí donde radica la devastadora belleza de nuestros actos, en cada mirada caida, en cada avergonzado arrepentimiento, en cada nueva promesa a uno mismo de ser mejores, aun cuando sabemos que no es aquello ni por asomo plausible, no en nosotros al menos y por ello confiamos en aquellos que otros han llamado héroes, y es que por todo esto no somos menos bondadosos, simplemente más bellos.

“Nada más fácil que censurar al malhechor, nada más difícil que comprenderlo”
Dostoievsky.


Oph**

martes, 28 de febrero de 2012

Hambre.


Tal vez por eso pensé que había llegado a la última estación, tal vez por eso confundí con la flor de almendro a la nieve, y a la soledad con el silencio de los presentes. Porque es el alma lo más animal que nos queda de este cuerpo humanizado, y también se desnutre y enferma cuando olvidamos cuidarla, demasiado ocupados del mundo exterior, o demasiado temerosos de volver a ella.

Pero si algo la diferencia del resto del todo es su capacidad de perdonar, y es que no he visto aun ningún caso en el que quien haya vuelto a buscarla no la haya encontrado ávida de reencuentro; de lo que no me cabe duda, es de que habrá quien tenga  demasiado miedo para haber tratado si quiera de volver. Así es que no teman que se encuentre esquiva y áspera, teman tan solo del estado desmadejado y tenue que puedan encontrar, teman que haya pasado hambre de cultura y frío de amor, teman sobre todo de la soledad que ustedes mismos sufrieron durante su viaje. Porque cuando todo lo demás fallé seguirá ella allí, más dolorosa, más inexpugnable, pero dispuesta a darle su particular cobijo, su extraño arrobo.

Y es por extrañas razones, al revés que el resto del todo, que es el alma cuando se encuentra nutrida precede a la catarsis, y su descuido e inanición no han de llevar por tanto más que a una extraña insensibilidad, a un delicado olvido, a una sutil preocupación de la vida, mal entendida, que es como eminentemente se vive.

Oph**

miércoles, 4 de enero de 2012

Noche oscura, negro infierno.




Que en esta triste historia que es el amor no hay vencedores ni tan si quiera hay vencidos, solo tal vez, haya héroes, tal vez incluso salvados.

Habíase acostumbrado Emilita a ser demasiado feliz, peligrosamente cándida, que al haber nacido entre la miseria, y al haberse hallado entre esta dichosa, no entendía que el amor, de tan dulce naturaleza, ese que sentía en su corazón, hubiera de doler. Y es que había nacido sin nadie a quien amar, y el odio nunca la había lastimado.

Mal arreglo tienen aquellos que desean el amor, pero odian las lágrimas, desesperan en el llanto, y de la tristeza manchan el puro nombre con sus maldiciones; que no existe sin esta la gloria, ni el cálido abrazo, ni la mirada tierna. Que no es esta ansiedad sino la que favorece el amor, que no es sin esta más que respeto mutuo, ternura contractual.

Le arranca el sol del atardecer, entre la suciedad y los enredos de su pelo, destellos cobrizos, que al rosado atardecer deslucen, y aun ahora que ha comprendido que el corazón se le ha roto, no es capaz de comprender si ha de llorar o regocijarse, que no sabe tan si quiera qué procede, qué será más doloroso.

Y es que nunca había asumido el dolor como parte de su desdichada vida; y de la ausencia de ventura, nace en el mundo un ser sin pena, un ser risueño, que no está preparado para que una realidad tan frívola, y a todas luces innecesaria pueda herirla, cuando el hambre ha hecho peligrar su vida, y el frío, sus dedos, pero es que no existe cobijo para el frío que ahora siente, no quien sacie un anhelo que no entiende.

Oph**


"Mi amor es una fiebre que incesante...
Mi amor es una fiebre que incesante
ansía lo que su virus alimenta,
porque en mi mal mi gusto se apacienta
y es por sí enfermo el apetito amante.
Ya, viendo mi doctor (la vigilante
razón) que no haga del caso ni cuenta,
me abandonó, y el ánima sedienta
corre a su abismo, aunque lo ve adelante.
Salvación para mí, ni la hay ni la quiero:
todo yo soy locura, inquietud, ira;
loco en cuanto imagino y vocifero,
y víctima infeliz de una mentira

te juré honrada y franca; y mi amor tierno
¿qué halló en ti? Noche oscura, negro infierno."

W.S