Tiempo que en
metamorfosis escapa de la forma humana
y divertido en la
confusión
abre la puerta y parece expandirse,
la entorna pero no se guarda.
Y se volatiliza en el
espacio más cargado,
de cien vejeces
inventadas,
y se cristaliza en el etéreo,
de siete infancias imaginadas.
Tiempo que nunca fue la
solución
pero que se cree
compartido.
Que se cree, a un tiempo, presente y significante,
pero que ensamblamos hace
tan pocas horas
que su engranaje aún chirría
que aún acecha la vida,
que aún corteja la
muerte.
Tiempo mágico que en
oleadas
no forma mareas,
pero desorienta.
Palabras casi
supersticiosas,
¡maldiciones!
que se escapan por el Tragaluz
proyectando las sombras.
Sombras para las que
inventamos historias
en parte para llenarlo,
y en afán lo vaciamos.
Tiempo que se extiende en
paisajes
tras la ventanilla de un
tren pájaro que llega tarde a la estación,
que toda cubierta de unas flores
no brota en esta época,
ni reverdece de este lado,
que no tiene astros, ni cielos.
Pero llega tarde entonces,
y las sombras se alargan antes del atardecer
y se acaban las historias inventadas,
y resurgen las infancias sin sus magias
¡maldiciones!
en las que solo hay tú
y ya no hay tiempo.
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