Veo pasar las horas
contigo
arrugadas entre las horas
sin ti
incrustadas en las
lluvias de un abril,
cubiertas de una zarza en
primavera,
arrasadas en el frío y
los extraños,
cristalizadas en
asfaltos,
agonizantes en mañanas.
Las horas sin ti no saben
ensayarse en las horas contigo,
no sé quemarme en ellas los
ojos
no sé helarme en ellas las
lenguas
ni quiero talarme en
estas los dedos
que quiero dejarme crecer
también cuando no estás
toda abrupta y salvaje,
estallarme por dentro todo
el afuera que me ahoga
y poder tejer tranquila
en los recuerdos
cada día
esas horas contigo
y destejer a cada noche,
estas horas sin ti.
Las horas contigo
no quieren parecerse a
las horas sin ti
no quieren conocer el
tiempo
y solo saben huir de los relojes,
esconderse de manecillas y tictaes
y por no parecerse
no se parecen ni a las horas.
Las horas contigo de parecerse solo se parecen a ti
que abrazas las pieles como si fueran estrellas caidas
como si sobre tu pecho se abrieran soles y universos
y no quisieras atraparlos si no verlos volar
como nos vuelan las horas.
Y no, yo no me derrumbo a
mitad del poema,
solo me consumo
me prendo en cada verso
y aquí no dejo más que
mis cenizas,
-que no son poema en que me pueda derrumbar-
mientras me voy a contar
las horas
que ya son eones.
que ya no vuelan
aunque sean dragones.
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