Lejos fue siempre una
unidad relativa,
convencionalmente medida
en pliquis,
tradicionalmente agregados
en centones,
en un intento de entender
el desarraigo,
fallido encerrar el
corazón.
Pero yo no estoy lejos,
por no estar no lo estoy
ni de mi misma
y por no estar cerca
no lo estoy ni de Madrid.
Mi enfermedad es más bien
la simultaneidad,
tan bicéfala y simultánea
en los husos
que no me queda ni
horario para dormir.
Tan miscelánea en la
estancia,
que no me queda ni el
aquí para existir.
Una historia mínima ya del fondo del vaso,
ya solo distorsionada por
una última gota,
demasiada concentración
para unificar,
saturación.
Lejos que hasta temo romperme,
Yo que tanto luché me hallo:
disociada y dualista.
“Noche oscura, negro infierno”.
Lejos que hasta me siento en diferido.
Yo que tanto huí me hallo:
Acá en la falta del
otro,
allá en la ausencia de un
nosotros.
Presencia dual y fría
como una línea,
múltiple como sus puntos.
Abrupta y unitaria como
un amanecer,
que se sabe noche del otro lado.
Violenta y silenciosa
como una noche,
que se conoce mañana,
y que se sabe a café y a insomnios.
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