Esos
locos bajitos
de
acentos como latigazos,
que se
repiten dos veces y te contestan en inglés:
-‘m sorry?, -Well, don’t be,
que yo no
soy gringa,
y eso se
lo inventaron ustedes.
¿Se entendieron,
pues?
Nos
comprendimos.
¿Bueno?
Claro,
en la
misma lengua, en distinta octava.
¿Ocho, pues?
¿Variedades?
Como espectáculos,
más
bien ochocientas,
notas,
tonos, rasgados
¿de
guitarra?
¡vaya
una huachafería!
¡semejante
disparate!
de los
ojos, nomás.
¿Mande?
Sí, sí.
Atienda:
Ayer
tarde conocí en el café unos hispanos no españoles
¿Hispano
hablantes?
Claro
¿No les
dicen latinos?
Yo más
bien les digo perdona, para que repitan, ya sabe.
¿españoles que no hablan castellano?
ay, la
madre patria
y su
concha, que le dicen.
¿Que le
llaman?
No, son
más de correspondencia ellos, que saben que si no los coroneles se les enferman.
Bueno,
todos menos el porteño,
ya se
sabe que ellos hablan caste/sh/ano,
el español
para los españolitos, le dicen
quién sabe
dónde estará su Casti/sh/a, yo dudo que al lado de mi Mancha.
¡Pero
qué quilombo!
¿Y
ustedes?
¡un Babel!
¿Entonces?
Yo…
más bien balbuceo,
en ocho
tonos,
en
cinco notas,
en un
rasgado.
¿Mande?
No, mandar no mando nada.
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