En nueve pestañeos me
contaron la historia
de unas tierras rojizas repletas de peces,
que habitaban bancos de
arena.
Eran peces ya sin ojos
ya sin bocas
pero hambrientos,
sedientos,
peces de arena.
Boqueaban los peces
sin tragar si quiera
barro,
nadaban pescados
sin saberse apenas
ósmosis,
que no pueden morirse los
muertos,
ni llorar los peces de
arena.
Pueden reír a un calor
rojizo,
-de sonrisas arcaicas-
que calienta pero no mata,
de vientos secos y
pesados,
que ahogan pero cobijan,
de tormentas
cuyas olas sacuden las hamadas,
mágicas y expoliadas
hasta de sus peces de
arena.
Pero no es el viento
quien les descubre las escamas
y no es el Draa quién les
seca los granos
y no los pesca el cayuco,
ni alimentan barrigas tiempo.
Que a estos peces los descubren anzuelos,
los secan poblaciones
invertebradas,
los pescan bayonetas,
y alimentan tierras apropiadas.
Pero no están tristes,
que no saben llorar los
peces de arena,
solo sonríen
en tierras demasiado
secas para el llanto,
demasiado rojas para la
pena
que es azul como los mares.
Así ríen historias
historias que se cuentan en nueve pestañeos,
de arenas,
de bancos
y de peces.