Partir hacia un monstruo de más de 8 millones de cabezas, un
monstruo que no parece tener corazón pero si mucha hambre. Eso dicen todos, y
eso responden las cabezas, las primeras: extranjeras, fruto del miedo.
Partir, dejando todas las armas, partir sin saber volver.
Cabría esperar que al aire los pensamientos fueran más
ligeros, como si se viajara a la luna, como si se llegara hasta Marte. Pero yo
no me llego, y tú no te vienes. Acá un desconocido hojea una guía de viajes,
allá otro dormita y yo si entierro los ojos, es solo para esconderlos, para que
el monstruo no me pille mirándolo. Hay quien hasta se pone gafas de sol, hasta
quien lleva un libro del revés.
Hoy que no estabas he mirado al monstruo cuando pestañeaba,
en turnos tímidos, y allí te he visto en caras que no eran la tuya y me he
visto en ojos cuyo fondo no era negro, en hombres llorando en coches, o en
mendigos gritando en las calles. Hoy te he visto cenando, bajo la lluvia del
aire acondicionado.
No hay estrellas aquí, el monstruo de las ha comido, pero
las sirenas también brillan y de esas tiene muchas. También hay nubes y en
ocasiones cielo.
En unas horas he estado tan sola que tendría que volver a
aprender a hablar.
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